No pasó ni una semana y ya no doy más. Me lo acuerdo y se me acelera el corazón. A veces estoy en clase, con la mirada en la carpeta, fingiendo atención, pero mi cabeza no está ahí. Está en esa habitación, con esas luces rojas, con sus manos, con su voz. Con Lucas.
Después de ese día, seguimos hablando. Como si nada hubiera cambiado... o como si todo hubiese cambiado. Porque ahora los mensajes no son inocentes. O sí, al principio. Pero duran poco en esa línea. Terminan siempre con alguna indirecta, una frase cargada, un “me quedé con ganas de más” de su parte, o un “yo también” de la mía. A veces ni siquiera es necesario decirlo. Ya sabe leerme.
Y sí… le mandé fotos. No una. Varias. Empecé con una medio casual, acostada, mirando para otro lado. Después con la remera que usé en su casa. Me la puse a propósito. Me saqué una con los shorts bajados apenas, dejando ver la bombacha. Él respondió con un simple: “Venite así. Te voy a dejar peor que la otra vez.”
Sentí cómo me temblaban las piernas.
No me reconozco. Y al mismo tiempo, me siento más viva. Más deseada. Más puta, sí. Pero me gusta. Me gusta cómo me habla. Cómo me mira. Cómo me hace sentir que soy de él. Al menos por esos ratos. Esos ratos donde no me importa nada más.
Con mi novio, todo igual. Él ni se da cuenta. Me besa, me abraza, me habla como siempre. Y yo… yo le sonrío. Le digo que lo quiero. Y no es mentira, creo. Pero cuando me manda un “te amo” por mensaje, yo ya estoy pensando en Lucas. En cuándo me va a volver a tocar. En qué me va a hacer.
Hoy en clase se me escapó una mirada. No fue solo mía, fue de los dos. Nos cruzamos los ojos y fue como si todos desaparecieran. Hasta que una de mis amigas me miró raro. Muy raro. Después me preguntó si pasó algo con Lucas, medio en chiste, medio en serio. Yo me reí. Dije “¿qué decís?” y cambié de tema. Pero sé que sospecha.
Nos ven hablando más. Riéndonos de algo que solo nosotros entendemos. A veces hasta se me escapa morderme el labio después de leer un mensaje suyo. Me estoy quemando sola. Y lo peor es que me calienta.
Hoy a la tarde, no aguanté más. Le escribí:
“Lucas… no puedo más. Necesito que me atiendas. Como vos sabés. Como solo vos sabés.”
Y le mandé una foto, acostada, con el pantaloncito suelto y sin sostén. Tapándome apenas. Él no respondió enseguida. Pero cuando lo hizo, solo dijo:
“Mañana. Mi casa. Y prepárate.”
Casi se me cae el celular de las manos.
No sé qué me está pasando. No sé cómo terminé así. Pero lo único que sé es que no puedo parar. Quiero más. Necesito más. Y sé que mañana me va a dar justo lo que estoy pidiendo.
Después de ese día, seguimos hablando. Como si nada hubiera cambiado... o como si todo hubiese cambiado. Porque ahora los mensajes no son inocentes. O sí, al principio. Pero duran poco en esa línea. Terminan siempre con alguna indirecta, una frase cargada, un “me quedé con ganas de más” de su parte, o un “yo también” de la mía. A veces ni siquiera es necesario decirlo. Ya sabe leerme.
Y sí… le mandé fotos. No una. Varias. Empecé con una medio casual, acostada, mirando para otro lado. Después con la remera que usé en su casa. Me la puse a propósito. Me saqué una con los shorts bajados apenas, dejando ver la bombacha. Él respondió con un simple: “Venite así. Te voy a dejar peor que la otra vez.”
Sentí cómo me temblaban las piernas.
No me reconozco. Y al mismo tiempo, me siento más viva. Más deseada. Más puta, sí. Pero me gusta. Me gusta cómo me habla. Cómo me mira. Cómo me hace sentir que soy de él. Al menos por esos ratos. Esos ratos donde no me importa nada más.
Con mi novio, todo igual. Él ni se da cuenta. Me besa, me abraza, me habla como siempre. Y yo… yo le sonrío. Le digo que lo quiero. Y no es mentira, creo. Pero cuando me manda un “te amo” por mensaje, yo ya estoy pensando en Lucas. En cuándo me va a volver a tocar. En qué me va a hacer.
Hoy en clase se me escapó una mirada. No fue solo mía, fue de los dos. Nos cruzamos los ojos y fue como si todos desaparecieran. Hasta que una de mis amigas me miró raro. Muy raro. Después me preguntó si pasó algo con Lucas, medio en chiste, medio en serio. Yo me reí. Dije “¿qué decís?” y cambié de tema. Pero sé que sospecha.
Nos ven hablando más. Riéndonos de algo que solo nosotros entendemos. A veces hasta se me escapa morderme el labio después de leer un mensaje suyo. Me estoy quemando sola. Y lo peor es que me calienta.
Hoy a la tarde, no aguanté más. Le escribí:
“Lucas… no puedo más. Necesito que me atiendas. Como vos sabés. Como solo vos sabés.”
Y le mandé una foto, acostada, con el pantaloncito suelto y sin sostén. Tapándome apenas. Él no respondió enseguida. Pero cuando lo hizo, solo dijo:
“Mañana. Mi casa. Y prepárate.”
Casi se me cae el celular de las manos.
No sé qué me está pasando. No sé cómo terminé así. Pero lo único que sé es que no puedo parar. Quiero más. Necesito más. Y sé que mañana me va a dar justo lo que estoy pidiendo.

8 comentarios - Parte 6: Me estoy volviendo adicta