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Nosotros y el sobrino de mi hermano

Nosotros y el sobrino de mi hermano
 
El timbre sonó un martes al mediodía. Cuando abrí la puerta, ahí estaba Franco, el sobrino de mi hermano, con una mochila de estudiante y esa mirada de pibe que todavía no sabe cómo funciona un cuerpo de mujer. 
—Hola, tío —dijo, ajustándose las gafas—. Gracias por dejarme quedarme.
Lucía apareció detrás de mí, vestida con una remera blanca tan fina que se le transparentaban los pezones duros. 
—Hola, Franco —saludó con esa voz melosa que usaba cuando quería algo. Lo abrazó apoyándole sus grandes tetas contra su pecho y dándole un sonoro beso muy cera de la comisura de los labios. Mi corazón en ese momento dio un vuelco y sentí algo en es estómago…y en mi entrepierna también—. Tu habitación está al final del pasillo… justo al lado de la nuestra.
El pibe se puso colorado como tomate.
Esa misma noche, mientras cenábamos, noté cómo Franco no podía dejar de mirar el escote de Lucía, que se inclinaba peligrosamente cada vez que alcanzaba la sal. 
—¿Te gusta la pasta, Franco? —preguntó ella, enrollando los fettuccine alrededor del tenedor y llevándoselos a la boca con lentitud exagerada. 
—S-sí—tartamudeó el pibe, clavando la vista en su plato como si tuviera las respuestas del universo. 
Lucía me apretó el muslo bajo la mesa y mi pija dio un salto. Una mezcla de excitación y celos se apoderaron de mi.
Al día siguiente, me desperté con el sonido de la ducha. Cuando salí al pasillo, Franco estaba parado frente al baño, petrificado. La puerta estaba entreabierta, y a través del vapor se veía la silueta de Lucía enjabonándose, sus curvas visibles tras la mampara empañada.
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—Perdón, tío, yo solo…—el pibe se fue corriendo a su cuarto como si el diablo lo persiguiera. Otra vez sentí esa mezcla de sensaciones, excitación, miedo, celos…pero a mi verga solo le importaba la excitación ya que se puso muy dura de inmediato.
Lucía salió envuelta en una toalla minúscula, el pelo goteando sobre sus hombros desnudos. 
—¿Pasó algo?—preguntó con falsa inocencia. 
—Sabés perfectamente lo que pasó —le dije, agarrando la toalla y tirando de ella hasta que quedó en el suelo. 
El viernes, Franco llegó de la facultad y encontró a Lucía tirada en el sofá, con un camisón de seda que no dejaba nada a la imaginación. Sus pezones erectos se veían a través de la tela transparente y la tanga se perdía entre sus hermosas nalgas como una sutil invitación a recorrerla.
—Hace tanto calor…—suspiró ella, estirándose como gata—. Franquito, ¿me alcanzás el vaso de agua?
El pibe casi tropieza con la alfombra. Cuando le pasó el vaso, Lucía "accidentalmente" le rozó los dedos, haciendo que se le cayera el agua justo sobre el camisón. 
—Ay, qué torpe —rió, levantándose para que el tejido mojado se le pegara a los pechos—. *¿Me ayudás a limpiar?
 
Franco miró hacia mí, buscando ayuda. 
—Andá, ayudala —le dije sin levantar la vista del diario—. *Pero con cuidado… que se mancha fácil.
Esa noche, mientras nos acostábamos, escuchamos ruidos en el cuarto de Franco. Lucía se mordió el labio y se deslizó de la cama, desnuda. 
—¿Adiviná qué está haciendo nuestro sobrinito?—susurró, acercándose a la pared que compartíamos. 
Puse un vaso contra el yeso y escuché: gemidos ahogados, el sonido de piel contra piel, su respiración acelerada. 
Lucía se tocó su conchita depilada y brillante por sus jugos mientras escuchaba, sus dedos moviéndose entre sus piernas con experiencia. En pocos segundos su cuerpo se arqueó y, mirándome a los ojos mientras se mordía los labios, acabó en silencio.
—Pobre… debe estar imaginándose esto —murmuró, señalando su cuerpo desnudo. 
Me acerqué y le agarré la muñeca. 
—¿Qué querés hacer? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. 
Ella sonrió, bajándose hasta arrodillarse frente a mí. Bajó mi bóxer y mi verga chocó contra su cara provocando una sonrisa en ella.
—Vos decime cuándo parar —susurró antes de tomarme en su boca y comenzar una chupada magistral, como solo ella sabe hacer.
A través de la pared, los gemidos de Franco se hicieron más fuertes. Lucía aceleró el ritmo, mirándome con ojos llenos de lujuria. 
—Escuchá cómo viene el pobre… —dijo entre lengüetazos con mi pija bien dura en su boca—. ¿Te gusta saber que me como a un pibe virgen con solo existir?- me decía mientras sus manos jugaban con mis bolas y uno de sus dedos acariciaba mi ano.
El sonido llegó a su clímax justo cuando yo agarraba el pelo de Lucía para empujarla más hondo. Mi leche salió a borbotones dentro de su boca provocando que un poco se escapara por la comisura de sus labios. La besé apasionadamente sintiendo mi sabor y mis jugos en su boca mientras escuchábamos los últimos gemidos ahogados desde la habitación contigua.
Silencio. 
Luego, el ruido de un cuerpo cayendo sobre la cama, exhausto. 
Lucía se lamió los labios y se subió a mi regazo. 
—Mañana dejo la puerta de nuestra habitación abierta —susurró—. A ver si el chico aprende algo.
Afuera, la luna iluminaba el pasillo vacío y sus palabras generaron una sensación indescriptible de vértigo en mi. Mi pija reaccionó y ella viendo esto sonrió con malicia.
En algún lugar, detrás de la puerta de Franco, un teléfono vibró. 
Lucía sonrió contra mi pecho. 
—Empezó a seguirme en Instagram—dijo—. *Dijo que era para estar en contacto… por cualquier emergencia.
Ajusté mi agarre en su cadera. 
—¿Y vos qué le contestaste?
Ella se rió, bajando la mano entre mis piernas otra vez. 
—Que las mejores emergencias se resuelven en persona.
El día siguiente transcurrió normalmente, fuimos a trabajar y Franco a estudiar. La cena transcurrió casi en silencio, Franco no levantaba la vista del plato aunque Lucía hacía todo para mostrar su escote. Franco pidió disculpas y se retiró a la habitación. Ella me miró sin entender la actitud del joven.De todos modos siguió con su plan.
La luz de la luna entraba por la ventana entreabierta de nuestro dormitorio, pintando de plata las curvas de Lucía mientras se movía sobre mí. Habíamos dejado la puerta deliberadamente entreabierta, apenas unos centímetros, suficientes para que alguien pudiera atisbar desde el pasillo. 
 
—Más fuerte— jadeó Lucía, arqueando la espalda de manera teatral, sus tetas rebotando exageradamente con cada embestida. 
Yo sabía el juego. Mis manos apretaron sus caderas con más fuerza, mi verga entraba y salía de su concha muy lentamente. Mi mano recorrió su nalga izquierda llegando a su culo, el cual empecé a acariciar suavemente haciendo que los gemidos de ella aumentaran en volumen. 
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—Sí, ahí, justo ahí, mi amor- gritó, lanzando la cabeza hacia atrás, sus dedos enredándose en las sábanas. 
Fue entonces cuando vi la sombra en el pasillo. Una silueta inmóvil, apenas perceptible. Franco estaba ahí, pegado al marco de la puerta, sus ojos probablemente tan abiertos como su boca. 
Lucía lo notó al mismo tiempo. Nuestras miradas se encontraron, y vi la chispa de malicia en sus ojos. 
—Oh, Dios…— exageró, llevándose una mano al pecho mientras la otra bajaba entre sus piernas,acariciando su clítoris, rozándose con dedos hábiles—. Me estoy viniendo… no puedo evitarlo…
Sus gritos subieron de tono, fingiendo un orgasmo tan exagerado que parecía fingido, salido de una película porno, pero funcionó. Desde el pasillo, escuché un gemido ahogado, el roce de tela contra tela. 
Lucía, sin perder el ritmo, se inclinó hacia adelante, sus tetas colgando tentadoramente cerca de mi cara. 
—Chupámelos— ordenó en un susurro, lo suficientemente alto para que Franco lo escuchara—. Quiero sentir tu boca en mis pezones, mordelos, lamelos…como me gustaría tener otra boca chupándome la otra teta…- dijo y me sorprendió, pero a la vez me calentó más, mi pija estaba más dura que nunca dentro de ella y tuve que hacer hacer fuerza para no acabar en ese momento.
Obedeci, tomando un pezón entre mis labios mientras ella seguía moviéndose arriba mío, cada vez más rápido. 
—Sí, así… así— gemía, mirando directamente hacia la puerta, sabiendo que Franco estaba ahí, tocándose. 
El sonido de su respiración entrecortada llegó hasta nosotros. Lucía, en un movimiento calculado, se detuvo y se bajó de mí, arrodillándose entre mis piernas. 
—Quiero saborearte— dijo, mirando hacia la puerta antes de llevarme a su boca, succionando con unos gemidos exagerados que hacían que mi propia excitación, a pesar del juego, fuera genuina. Acabé brutalmente sobre sus tetas.
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Desde el pasillo, un ruido. Un golpe sordo. Franco se había dejado caer al suelo, incapaz de contenerse. 
Lucía juntó mi leche con sus dedos y llevándosela a la boca para tomarla. Luego se paróy se acercó al borde de la cama, mirando directamente hacia donde sabía que él estaba. 
—¿Te gusta lo que ves, Franco?— susurró, pasando una mano por su cuerpo sudoroso—. ¿Te gusta ver cómo tu tía disfruta?
No hubo respuesta, solo el sonido de la respiración entrecortada del chico. 
Mi verga seguía dura a pesar de haber acabado recién. Lucía volvió a mí, montándome otra vez, esta vez con movimientos más lentos, más sensuales, diseñados para torturarlo. 
—Mírame— le ordenó a Franco, aunque no podía verlo—. Mírame mientras me vengo.
Sus músculos se tensaron, sus uñas se clavaron en mi pecho, y dejó escapar un grito que seguramente despertaría a los vecinos. 
Fue demasiado para el pobre Franco. Un gemido ahogado, el sonido de un cuerpo convulsionándose, y luego el silencio. 
Lucía se bajó de mí, caminando desnuda hacia la puerta. Cuando la abrió del todo, encontramos a Franco tirado en el pasillo, sus pantalones bajados hasta las rodillas, su ropa interior manchada y pegada a su piel. 
El chico nos miró con ojos llenos de vergüenza y excitación. 
—P-perdón…— tartamudeó, intentando levantarse. 
Lucía se inclinó, recogiendo su ropa interior del suelo y entregándosela con una sonrisa. 
—No hay nada que perdonar, cariño— dijo, pasando un dedo por su mejilla ardiente—. Pero la próxima vez… podés unirte en lugar de mirar.
Al oírla casi me desmayo, no podía creer que mi mujer fuese capaz de haber dicho eso. Nuevamente los celos, el miedo y la excitación se apoderaron de mi mente. Mi cerebro decía no pero mi pija decía sí.Franco tragó saliva, sus ojos saltando entre Lucía desnuda y yo, todavía acostado en la cama. 
—V-Voy a…— no terminó la frase. Se levantó, se subió los pantalones y corrió hacia su habitación. 
Lucía cerró la puerta lentamente y volvió a la cama, deslizándose a mi lado. 
—Creo que mañana voy a "olvidarme" la toalla en su habitación— murmuró, mordiéndome el hombro—. A ver qué hace. 
En el pasillo, el sonido de una puerta cerrándose suavemente. 
Franco no había ido a bañarse. 
Y el juego, claramente, recién comenzaba.

5 comentarios - Nosotros y el sobrino de mi hermano

bisexmadurotrio +1
Estos relatos me calientan por demás ,estoy encerrado y por hacerme una paja
homoeroticus99
Me encanta
nukissy4331
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Malena una hincha de boca que me tiene 🤤
Fernando007869
Este es el número de mi amiga igual que ella +52 786 105 5891 solo díganle que quieren y ella los atiende
manoglo1 +1
Muuuy caliente 🔥. Me encantó el comienzo de la que espero segunda parte
homoeroticus99 +1
Ya viene