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La chica que le gustaba haciabpornoy

(Más de esta historia y sus protagonistas en Te legram: erotik comic)
Título: Cosecha de fuego
Nunca la olvidó.
La chica que le gustaba haciabpornoy
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Laura era más alta que el .. pelo liso castaño, de labios finos y marcadas mandíbula. Delgada, sería pero atractiva.
Pelo cortado a flequillo y se conocieron en la tienda donde ella era la dueña. El siempre estuvo enamorado de ella, pero ella solo quería ser su amiga.
El la deseaba con locura, pero al revés no hubo nunca ningún deseo...
Se dejaron de ver... Hasta q años después sucede está historia basada en hechos reales en una zona céntrica de Madrid.
Laura, con su risa afilada y esos labios crueles que tantas veces le dijeron “no” sin decirlo. Ella siempre fue su debilidad y su verdugo. Mientras él soñaba con besarla, ella le hablaba de otros, se reía de sus intentos, y lo dejaba ardiendo solo en su cama.
Pasaron los años. Él se hizo hombre. La timidez se volvió rabia. La rabia, deseo. El deseo, poder.
Un día, por puro juego, entró en un casting para una productora de cine para adultos. No tenía experiencia, pero algo en él—quizá esa furia contenida—explotó en cámara. Era un volcán. El productor quedó fascinado:
"No había visto nunca tanta intensidad en un cuerpo. No actúas, devoras."
Lo contrataron.
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Durante meses fue escalando. Las actrices hablaban de él como de una maldición deliciosa: duro, entregado, salvaje. Un amante en pantalla que no fingía.
Hasta que un día, en una productora distinta, le dieron el nombre de su próxima compañera: Laura Gómez. Tuvo que leerlo dos veces. ¿Su Laura? ¿La cruel? ¿La diva de su adolescencia?
Cuando entró al set, ella lo reconoció. El gesto cambió: arrogancia convertida en terror. No esperaba encontrarlo ahí, tan cambiado, tan seguro, tan masculino. Ya no era el chico torpe que solía rechazar. Era una máquina sexual adorada por fans.
—¿No puede ser otro actor? —preguntó nerviosa al director.
—Contrato cerrado, Laura. Además, estáis geniales juntos en cámara. Vais a ser pareja habitual. —sentenció él con una sonrisa satisfecha.
Necesitaba el dinero. Para su alquiler, para la cocaína, para seguir sintiéndose deseada en fiestas que ya no le llenaban.
La escena comenzó. Él la miró con intensidad brutal. No era actuación. Era una rendición forzada. Él la poseyó como nunca soñó, sin pedir permiso, sin piedad. Cada empuje era un recuerdo, cada jadeo, un "no" del pasado transformado en súplica. Ella se retorcía bajo su cuerpo, temblando entre placer, vergüenza y rendición.
—¿Esto es lo que querías, Laura? —le susurró entre tomas, mordiéndole la oreja—. ¿O esto es lo que merecías?
Y así, rodaje tras rodaje, Laura cayó. No solo por las drogas. Sino por la maldición de haber despreciado a quien ahora era su amo en la ficción... y su obsesión secreta fuera de cámara.
Porque lo más cruel, era que comenzaba a desearlo... de verdad.
Al tercer rodaje juntos, Laura ya no discutía con el director. No porque estuviera conforme, sino porque su cuerpo había empezado a traicionarla.
En cámara, lo que ocurría entre ellos era puro fuego. Él no la besaba: la conquistaba. No la penetraba: la dominaba. Y ella, que siempre había tenido el control, ahora era apenas un cuerpo temblando bajo el ritmo brutal de su antiguo “pagafantas”.
—¿Sigues pensando que no era suficiente para ti? —le decía él entre escena y escena, acariciando su muslo con calma perversa—. Porque yo siento que ya no puedes ni andar después de rodar conmigo.
Ella lo odiaba. Pero sobre todo, se odiaba a sí misma por mojarse tanto cuando lo escuchaba decir esas cosas.
Fuera del set, no se hablaban mucho. Él la miraba con esa mezcla de desprecio y deseo que la volvía loca. Ella, colocada o no, empezaba a pensar en él por las noches. En su boca dura, en cómo le agarraba el pelo y la hacía gritar mientras las cámaras giraban.
Una noche, tras una secuencia especialmente intensa, ella se quedó sola en el vestuario. Él entró sin avisar.
—¿Te excitas con esto? —le preguntó, cogiéndola del cuello con firmeza pero sin apretar—. ¿O te excita que ahora ya no puedas decir que no?
Ella lo miró. Tenía los ojos vidriosos. No sabía si de deseo o vergüenza.
—Yo… —empezó a decir, pero se quedó sin voz.
Él la empujó suavemente contra el espejo. Le subió el vestido sin pedir permiso. Ella no se resistió. Porque esa vez, no era por dinero. Ni por drogas. Era porque quería comprobar si de verdad era tan salvaje sin cámaras.
Y lo fue. Peor. Mejor. Le comió el sexo de pie, con furia. La penetró con rabia y ternura a la vez, diciéndole al oído todo lo que había callado durante años.
—Eras mía. Siempre fuiste mía. Pero no lo sabías.
Cuando terminaron, ella se quedó jadeando, desnuda, rota, y más viva que nunca.
—¿Y ahora qué? —le preguntó.
Él sonrió. No con burla. Con poder.
—Ahora tú decides si quieres seguir siendo actriz... o mi adicción.
Desde aquella noche en el camerino, algo cambió.
Laura ya no era una actriz profesional fingiendo placer. Ahora rodaba empapada antes de que él la tocara. Ya no preguntaba si podía haber otro actor: lo buscaba con la mirada nada más llegar al plató. Lo necesitaba.
El director lo notó. Las escenas entre ellos ardían. Había algo más allá del guion: una historia no dicha, una pasión que el espectador podía oler a través de la pantalla. Les ofrecieron un contrato exclusivo como pareja. Dos años. Rodajes por todo el mundo. Dinero, lujos... y cámaras captando lo que ellos no podían decir con palabras.
Pero fuera del set, el juego seguía.
Él no se lo ponía fácil. La tocaba, la provocaba, la dejaba ardiendo sin darle lo que pedía. Ya no era el hombre ignorado. Ahora era el verdugo de sus noches, el dueño de sus orgasmos, y el espejo que le devolvía todos sus rechazos.
Una noche en Ibiza, tras un rodaje con público en directo, Laura lo siguió a su habitación del hotel. No dijo nada. Solo se desnudó lentamente, mirándolo con una mezcla de súplica y desafío.
—¿Qué quieres, Laura? —le preguntó él, sentado en la cama, con una copa en la mano.
—Quiero que me folles —dijo, mordiéndose el labio—. Pero no como actor. Como tú. Como el chico que besé en mis sueños después de cada calabaza que te di.
Él dejó la copa. Se levantó, la empujó contra la pared, y la besó con esa violencia dulce que la desarmaba. No hubo cámaras esa vez. Solo deseo, rabia, ternura y lágrimas.
La folló como si fuera la última vez. Como si fuera la primera.
Cuando terminaron, Laura se quedó temblando en su pecho.
—¿Tú también me deseabas así? —le preguntó.
—No, Laura —dijo él, acariciándole el pelo—. Yo te deseaba más.

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