
Hola a todos, es la primera vez que relato… espero les guste… acepto críticas al privado…
(Este no es el típico relato de sexo, si estás buscando eso mejor ve a otro lugar, esto va por algo más psicológico)
No era mi primer día en la universidad, pero sí el primero en un aula real después de casi tres años viendo rostros pixelados, aveces para matar el tiempo en clases buscaba a la linda de la clase entre todas las cámaras encendidas en la videoconferencia, me gustaba verla, de vez en cuando hacerme una paja, pero nunca más de ahí… no había ninguna que realmente causara algo además de ponérmela dura.
Y para hacerlo aún más incómodo, todas las materias que me tocaron este cuatrimestre eran de segundo.
Gente un año menor. Más frescos, más ruidosos. Más vivos, tal vez.
Suspiré antes de abrir la puerta. Una clase presencial a la semana y ya estaba pensando en no venir la siguiente.
Entré.
Solo había una chica. Sentada al otro lado del salón, viendo su celular como si el mundo no existiera. No levantó la vista. Mejor así.
Me fui directo al fondo, como siempre. Última fila, junto a la ventana.
Tiré la mochila en la silla de al lado. Territorio marcado. No quería compañía.
Me senté. Miré el reloj. Faltaban cinco minutos.
Cinco minutos antes de que todo empezara.
O de que algo cambiara.
Aunque en ese momento… no tenía ni idea.
Poco a poco empezaron a entrar más estudiantes. Primero dos chicas una de ellas en un conjunto negro, parecía un uniforme de enfermera, he de decir ir que tenía muy buen culo, al menos algo bueno tendría que tener el ir a clases presenciales, luego un grupo de tres que ya se conocían entre sí. Risas suaves, saludos cruzados. Nadie me prestó atención. Justo como quería.
El aula, que al principio parecía demasiado grande, comenzó a llenarse con el murmullo típico de un primer día.
Eran las 5:42 de la tarde.
Yo seguía en mi esquina, con la mirada en la ventana, viendo cómo caía la luz del sol.
Afuera ya empezaba a oscurecer.
Adentro, todo parecía normal.
Por ahora.
La puerta se abrió, y una chica entró. No le presté mucha atención al principio. Estaba demasiado concentrado en no hacerme notar, en no ser el tipo raro que se queda mirando a los demás. El aula seguía en su propio caos: murmullos aquí y allá, mochilas que se arrastraban sobre las mesas. Pero, cuando ella cruzó la puerta, algo cambió en el aire. Era sutil, pero se notaba.
Camino hacia el fondo, sin prisa, y se desliza entre las filas con una calma que, por alguna razón, atraía todas las miradas sin hacer ruido. No fue un gran espectáculo ni nada, pero algo en su presencia te decía que se sentía cómoda siendo el centro de atención, incluso sin buscarlo. No la miré mucho al principio, pero no pude evitar notar el top blanco que llevaba debajo de su chaqueta abierta. La tela era tan delgada que, si me fijaba un poco más, podía ver la forma de su brasier. Aunque intenté no hacerlo, mi mirada terminó en su busto. Era grande, desmesurado incluso, algo que destacaba demasiado en su figura. El resto de su cuerpo estaba bien, pero esa diferencia, esa desproporción, no me la pude sacar de la cabeza.
Caminó hasta la fila al lado de la mía y se sentó justo a mi lado. No hizo ni una mirada en mi dirección, pero de alguna manera sentí cómo su presencia se colaba en mi espacio personal. Fue entonces cuando comencé a notarla más: los pantalones negros, tipo cargo, ajustados desde la cintura hasta las caderas. Los botones blancos a los lados dejaban pequeñas aberturas, pero no era como si me mostraran mucho, solo que resaltaban el ajuste ceñido de la tela.
Y entonces la vi. Las uñas. Largas, acrílicas, de un color naranja fosforescente que no pude evitar ver. Un detalle extraño, algo que no me esperaba, sobre todo porque a mí me gustaban las uñas en colores más clásicos, como el Baby Pink o el crema. Pero, por alguna razón, ese color fosforescente me llamó la atención. No era lo que esperaba, pero estaba ahí, brillando en su mano, como si de alguna manera el simple hecho de que llevara las uñas hechas le diera un plus, aunque ni siquiera sabía bien por qué.
Sacó el teléfono con calma, lo miró por un instante, y luego, con una naturalidad que me descolocó, se levantó. Hizo un gesto hacia la siguiente fila, donde había una toma de corriente. Iba a enchufarlo. Y, para mi sorpresa, me di cuenta de que la toma estaba justo al lado de mí. La vi moverse hacia allí, con esa misma calma que tenía al entrar, sin mostrar el menor signo de incomodidad. Algo extraño pasó en mi cabeza. Esa cercanía, esa sutileza con la que se movía, me incomodaba de una manera que no supe cómo manejar.
La clase aún no empezaba. Estábamos esperando a la profesora, pero el ambiente ya estaba cargado, como si todo estuviera a punto de estallar. No sé qué pasaba, pero me sentía como si el simple hecho de que ella estuviera cerca cambiara algo en el aire, algo que no sabía cómo interpretar. Y, aunque no quería admitirlo, empecé a sentir que ese “algo” podría ser ella.
——————————————————
La puerta del aula se abrió otra vez, pero esta vez fue la profesora. Una mujer de complexión menuda, cabello rizado, gafas y rostro amable, aunque con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas. Caminó directo al escritorio, dejó su bolso y saludó rápido, sin rodeos.
—Buenas noches. No quiero a nadie en el fondo del salón —dijo, mirando directamente hacia atrás—. Acérquense, por favor. Necesito verlos y que me escuchen bien.
Un murmullo incómodo recorrió el aula. Varios estudiantes, incluyendo Paola, comenzaron a levantar sus cosas sin demasiado apuro. Ocean dudó un segundo, pero no quería quedarse solo, ni mucho menos ser el raro que insiste en estar lejos. Así que se puso de pie, con desgano, y avanzó unas filas más adelante. Paola hizo lo mismo, aunque terminó más alejada de él ahora. Ella se sentó por la mitad del salón, más cerca de la profesora, mientras Ocean quedó una fila detrás, unos cuantos asientos a la derecha. No tan lejos, pero ya no podía verla directamente.
Aun así, su vista la encontraba.
Esto está empezando a parecer una distracción permanente…
Desde donde estaba, podía observarla con más libertad, pero al mismo tiempo con menos detalle. Sin embargo, bastaba. La curva de su espalda al inclinarse, la forma en que el top blanco parecía pegarse con más intensidad a su busto cada vez que respiraba. No, no era una ilusión. No era su cabeza.
Sí, el busto era real, prominente… y desproporcionado en el mejor de los sentidos.
Y mientras la profesora empezaba a explicar las reglas del curso, Ocean dejó de escucharla por completo. Su atención ya no estaba en la voz al frente, sino en ese imán humano que parecía ajena a su efecto.
Esto no es normal… ¿por qué carajos me siento así con una desconocida?
Se fijó en sus manos otra vez. Tenía el teléfono entre los dedos, esas uñas fosforescentes seguían ahí, como pequeños faros. Rectangulares, firmes, un poco largas. Ocean tragó saliva.
(Pensamiento en su mente) Pues si esas uñas han agarrado un teléfono con esa delicadeza… ¿qué más han llegado a sostener con ese mismo cuidado?
Desvió la mirada un segundo, culpable. Pero su mente no lo soltaba. No era una pregunta morbosa del todo. Era más bien una necesidad de entenderla. Esa chica no había dicho ni una palabra, y ya se estaba convirtiendo en un enigma.
(Otro pensamiento en su mente) Tal vez trabaja… tal vez se las arregla sola… tiene manos de alguien que ha tocado más cosas que libros. Más experiencia… menos inocencia.
La profesora seguía hablando al frente, pero Ocean apenas la notaba. Solo oía fragmentos. Lo demás era un murmullo lejano, como si el mundo se hubiera puesto en pausa para que su mente se concentrara exclusivamente en ella.
Y aunque ahora la distancia entre ellos había crecido, sentía que, de algún modo extraño, ella estaba más cerca que nunca.
(DISOCIANDO)
La clase seguía, pero yo ya no estaba ahí.
La profesora hablaba sobre el sistema de evaluación, o algo por el estilo. Contabilidad, sí. Pero en ese momento, la única cuenta que me interesaba estaba una fila adelante, sentada en diagonal. Desde ahí, la visión era clara, casi estratégica. No demasiado cerca como para sentirme expuesto, pero lo suficiente para que el busto se siguiera viendo abultado, firme, proyectado hacia el mundo como una declaración de presencia. Innegable. Era… irrespetuosamente llamativo.
No tiene derecho a verse así. No en un salón cerrado. No con ese top.
Ella tomaba notas con su celular, inclinada hacia la pantalla. Esa posición lo hacía peor. El top blanco parecía tensarse con cada movimiento leve, revelando la forma de las copas de su brasier. Las costuras se marcaban como si fueran parte del diseño. Pero no lo eran. Yo sabía lo que estaba viendo.
¿Cómo puedes concentrarte en contabilidad con esas tetas justo ahí?
Me observé pensando eso. Me detuve. Pero era tarde.
Me fijé en sus manos. Los dedos, largos, meticulosamente cuidados. Las uñas naranjas fosforescentes, tan brillantes como inadecuadas para una clase nocturna. Rectangulares. No excesivamente largas. Solo… ideales.
Y ahí fue cuando me fui.
Esas manos. ¿Qué cosas han agarrado con esa presión exacta? ¿Qué han sostenido? ¿Qué han envuelto?
Ella giró la cabeza hacia la profesora un momento… y su mirada rozó la mía.
No fue una sonrisa.
Tampoco un gesto de interés.
Fue una de esas miradas rápidas, casi incómodas, que se dan cuando alguien se da cuenta de que lo están observando.
Se dio cuenta.
Y en su gesto había algo que no supe descifrar: mezcla de desagrado, incomodidad y juicio.
Y fue ahí… que mi mente se disparó.
¿Así me miraría si le… si le acabara en la cara?
¿Esa sería la reacción? Esa mezcla de incomodidad, asco, sorpresa…?
No. No. No.
¿Qué carajos estás pensando?
Ni siquiera la conoces.
Pero viste cómo frunció el ceño, como si hubiera visto algo sucio en el suelo. Y eras tú.
Ella volvió a mirar hacia el frente. No me miró más. No necesitaba hacerlo. Ya me había marcado como una mancha visual.
Quise desviar mi atención. Vi su mochila a un lado del asiento. Negra, sencilla, pero impecablemente cuidada. Abierta apenas. Dentro, una botella metálica, un estuche de maquillaje, y un paquete de chicles.
¿Menta?
¿Fresa? ¿O será de esos sabores raros de farmacia que huelen a perfume barato?
Todo en ella parecía cuidadosamente colocado para provocar sin hacerlo directamente.
Y mientras tanto, yo… ¿quién era?
Un tipo de 20 años con un pensamiento sucio por cada movimiento suyo.
Un espectador interno de una película que no se atrevía a dirigir, pero que igual no podía dejar de mirar.
La clase de Contabilidad se extendía con la monotonía de siempre. Los números bailaban frente a mí sin sentido, como si no estuviera allí. Pero yo no podía dejar de mirar hacia adelante, a ella. Paola, sentada apenas una fila por delante, parecía estar sumida en sus propios pensamientos. Ella no me veía, o al menos eso parecía. Pero yo sí la veía. Y en mi cabeza, eso lo cambiaba todo.
La profesora hablaba con rapidez sobre la estructura contable de los balances, pero en mi mente, sólo existía una pregunta.
¿Cómo le quedaría un sujetador ajustado?
Esa imagen apareció sin previo aviso, como si un interruptor se hubiera encendido en mi mente. El modelo, el color… ¿De qué marca sería?
Victoria’s Secret, probablemente. O tal vez no. No tiene sentido pensar que todas las chicas con buen gusto van ahí. Pero… esa calidad, esa elegancia… Sí, esa tienda tiene algo especial. Algo que se percibe a kilómetros.
Me distraje con ese pensamiento, tan lejano de los números. ¿Y qué talla sería?
Me dije que debía ser grande, ¿pero cuánto?
No, no puede ser tan obvio, ¿o sí? Su busto destaca sin esfuerzo, y es bastante grande. Realmente grande. Más grande de lo que debería ser para su figura. La desproporción es… evidente. Su trasero parece bien proporcionado en comparación, pero aún así, esa diferencia es notoria. No puedo dejar de notarlo.
Mis ojos se deslizaban una y otra vez por su figura. Sus movimientos, lo que hacía con sus manos, el modo en que manipulaba su celular con esos dedos largos, las uñas acrílicas, esas uñas naranjas fosforescentes.
Qué extraño. Ella parece tan… casi perfecta para ser tan normal. Como si todo estuviera meticulosamente calculado, desde el brillo de las uñas hasta la postura. Pero… ¿cómo puede algo tan sencillo parecer tan… intencional?
Era un juego mental que se repetía cada segundo. Mi mente no paraba, y de alguna manera, todo me traía de vuelta a una conclusión absurda.
~¿Qué haría yo si pudiera…?
Mi mente se disparaba de nuevo, arrastrada por la misma idea.
¿Y si se tratara de… si estuviera tan cerca de mí…? ¿De qué forma reaccionaría si… si ella me mirara y yo la sorprendiera con algo…?
La pregunta se instalaba en mí, mucho más allá de lo razonable. Era inquietante, sí, pero también tentadora. Y el más pequeño movimiento suyo me hacía preguntarme qué tan profundo podría llegar en mi análisis.
Esa mirada que le lancé… ¿Qué vio realmente? ¿Vio la curiosidad en mis ojos? ¿O algo peor? ¿Algo más?
No dejaba de pensar en ella. Y en su figura, esa presencia tan sutil pero tan imponente. Era como si todo lo que llevaba encima fuera más que ropa. Todo parecía estar hecho a la medida.
¿Quién eres realmente? me pregunté. ¿De qué clase social vienes? ¿De las que no tiene que preocuparse por nada?
Sabía que esta universidad privada significaba algo. Para muchos, era la puerta a algo mejor, algo más… controlado. Y ella, definitivamente, encajaba.
Y de repente, la profesora se detuvo por un momento, mirando a los estudiantes. Paola, que hasta entonces no había notado mi mirada, ahora me observaba, y sus ojos se cruzaron con los míos por un segundo. Fue una fracción de segundo, pero eso fue suficiente para dejarme sin aliento.
No hubo nada especial en la forma en que me miró. Fue un simple destello de incomodidad. Pero para mí, eso fue todo.
¿Qué pensó?
Me puse a divagar, las preguntas inundando mi mente. ¿Qué pensó al cruzarse con mis ojos?
¿Me reconoció como alguien que la miraba demasiado? ¿O vio algo más en mí?
El calor en mi pecho creció, pero me obligué a alejarme de esos pensamientos. No podía dejar que todo fuera tan obvio. No podía. La clase continuó, pero yo no estaba allí.
—Bien, chicos, necesito que se junten en grupos de cinco para el trabajo del mapa conceptual —anunció la profesora desde el escritorio, sin molestarse en levantar mucho la voz. Ya había empezado a escribir en el pizarrón lo que sería la estructura del proyecto, y la clase, como si respondiera a un código oculto, se fragmentó en islas de sillas arrastradas, nombres llamados al vuelo y celulares compartidos.
Yo… no tenía grupo.
Me quedé sentado, viendo cómo se organizaban todos. Supongo que mi aura antisocial no ayudaba. Me crucé de brazos, como si no me importara. Pero la verdad es que sí. No por la actividad, ni por las calificaciones. Por otra cosa.
—Profe —levanté la mano—, creo que quedé fuera.
Ella me miró un segundo, revisó su lista y luego alzó la mirada buscando algún grupo incompleto. Y entonces, el destino sonrió como si supiera exactamente lo que hacía.
—Grupo de Paola, ustedes son cuatro, ¿cierto? Integren a Ocean, por favor.
No hubo objeción. Solo miradas rápidas y un gesto de “sí, dale”. Tomé mis cosas y caminé hacia ellos. Ella ya estaba reacomodando su silla. Se sentó en la orilla del grupo. Quedaba un espacio junto a ella.
Me senté a su lado. No junto a ella. Al lado de sus tetas.
Me obligué a no mirarlas. O a intentarlo.
—¿Qué tema nos toca exactamente? —preguntó uno de los chicos. Empezamos a hablar, a planear. Pero la conversación real, la que importaba, solo ocurría dentro de mi cabeza.
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(Fragmentaciones mentales de Ocean, una tras otra, intercaladas con momentos del grupo):
¿Pestañas cuadradas o redondas?
Ella lo preguntó con tono neutro, como si no supiera que sus ojos son más expresivos que cualquier mapa conceptual.
¿Tan redondas como tus tetas?
—Creo que redondas se ven mejor visualmente —respondí en voz alta, antes de saber siquiera qué estaba diciendo.
Ella asintió, sin mirarme. Sus uñas fosforescentes brillaban con la luz blanca del salón.
¿Quién te las pintó? ¿Lo hiciste tú? ¿O fue alguien más quien sostuvo tus dedos mientras tú mirabas hacia otro lado, aburrida, hermosa?
—Podemos usar líneas punteadas entre cada sección, ¿no creen? —sugirió ella.
Como los caminos que hay que cruzar para llegar a vos. O a tu escote. Pero sin desviarse. Nunca desviarse.
Me pasó una hoja sin mirarme. Solo su mano, su brazo, su perfume.
¿Con esas manos qué has hecho? ¿Qué has tocado? ¿Quién ha estado entre esos dedos, debajo de tus uñas perfectas?
—¿Querés que lo anote yo o prefieren usar Word de una vez? —dijo alguien del grupo.
Ella sonrió apenas. Fue mínima, pero fue real.
Dios… esa boca. Esa mueca mínima que dice más que cualquier carcajada falsa. ¿Pondrías esa misma cara si… si te manchara el rostro con todo lo que reprimo?
—Mejor vamos directo al Word —dije, por reflejo.
—Sí —dijo ella, mirándome brevemente. Y por un momento, no supe si era casualidad o juicio.
¿Me estás evaluando? ¿Pensás que soy raro? ¿Te diste cuenta de cómo te veo? ¿Me viste viéndote?
Ella giró la cabeza hacia el frente, como si nada.
Pero sí lo hiciste. Lo notaste. Y aún así, estás aquí. Respirando a mi lado. De perfil. Con esa blusa que deja todo a la imaginación y sin embargo, la arruina con tanto detalle.
Uno del grupo empezó a escribir. Ella se inclinó un poco hacia adelante para mirar la pantalla de su compañero.
No te agaches. Te lo pido por lo que más quieras. No te agaches así. No ahora. No con ese top. No con ese cuello alto que finge esconder algo cuando en realidad, lo exhibe mejor que un escote.
Respiré hondo. Ella no lo notó. O sí. Quizás sí. Quizás lo notan todas.
Ella volvió a hablar. No escuché qué dijo.
Porque en mi cabeza solo había una pregunta:
¿Qué tan pesadas son? ¿Te duelen al final del día? ¿Las acariciás antes de dormir? ¿Las ocultás con vergüenza o las abrazás con orgullo?
Mi pie tembló levemente. Me obligué a detenerlo.
Paola me miró un segundo. Corto. Neutral. Casi sin alma.
Y sin embargo… esa mirada. Esa… puta incomodidad en tus ojos. ¿Es la misma que pondrías si… te corriera en la cara? ¿Te molestarías? ¿Lo aceptarías? ¿Lo sabrías de antemano?
Las bancas estaban ya juntas, y los demás hablaban sobre las ideas del mapa conceptual. Yo escuchaba… o eso pretendía. Porque en realidad, mi mente empezaba a soltar el ancla otra vez.
Paola se acomodó el bra. Fue un gesto breve, casi automático, pero suficiente para encender una chispa. La forma en que alzó los brazos, el leve ajuste del top contra su torso, como si intentara mantener a raya algo que no podía contenerse del todo.
¿Cuántas veces lo habrá hecho? ¿Cuántas veces ha sentido esas curvas rebelarse? ¿Y cuántos ojos lo han notado antes que yo?
Mi estómago se tensó. Una punzada familiar. No de deseo. De celos. Esa vieja sensación que creí haber dejado atrás.
No seas ridículo. Ni siquiera es tuya. Ni siquiera te ha hablado más de cinco palabras. Pero mírate… estás marcando territorio con la mirada.
Y como si la memoria fuera cruel por diseño, volvió ella. Mi ex. La risa nerviosa que soltaba cuando algo no le salía como quería. La forma en que me hacía esperar. Sus manos frías, la forma en que se subía el escote, como si fuera un ritual antes de lo que venía después.
¿También lo hace Paola? ¿Tiene su propio ritual? ¿Una forma de sentarse? ¿De mirar? ¿De avisar, sin avisar, que lo va a hacer?
La tensión en mi pecho crecía. Y si lo ha hecho antes… ¿con cuántos? ¿Con uno? ¿Dos? ¿Más? ¿Qué haría con alguien como yo? ¿Sonreiría con esa misma curva suave en los labios, o sería más seca, más directa? ¿Se molestaría si no la miraba, o si la miraba demasiado?
Me di cuenta de que estaba tocando el bolígrafo con los dedos, pasándolo por entre las yemas como si buscara algo que no sabía que perdí. Como si ese objeto inútil pudiera sustituir la idea que me acababa de atravesar.
¿Cuánto espacio habría entre ellas, si lo pasara por ahí? No… no entre la piel. Ni siquiera sin top. Así como está. ¿El bolígrafo pasaría apretado? ¿Rozando con resistencia?
Otra imagen se deslizó como una sombra bajo la puerta. Carne contra carne. Sin excusas. Si acaso, algo que hiciera más suave la fricción. No una infección. Una irritación, quizá. Pero bien valdría la pena.
Y de nuevo, los celos. No por ella. Por la posibilidad. ¿Y si ya lo hizo? ¿Y si alguien más ya estuvo ahí, justo donde ahora están mis ojos? Me dolía admitirlo. El deseo a veces se mezcla con la frustración como el humo en una habitación cerrada. Se pega, se queda, se convierte en algo más denso.
Me forcé a respirar hondo. A mirar el papel. A fingir que todo eso no había pasado por mi cabeza en menos de un minuto.
Paola seguía hablando. Algo sobre colores, sobre el orden de los conceptos. Yo asentía. Pero mis pensamientos… ya estaban muy lejos.
1. El papel y la grieta (continuación)
Mi ex: con otra sonrisa. Otra habitación. Otro chico.
Y yo, mirando como idiota desde la memoria. Como ahora, con este pedazo de papel entre mis dedos y sus uñas naranjas fosforescentes llevándose la atención.
—¿Te gustaría que también me miraras así? Como lo mirabas a él… como si fuera el único—, pensé.
Pero no dije nada. Solo me quedé ahí, viendo cómo escribía su número, cómo levantaba apenas la vista para asegurarse de que no estaba siendo observada. Y, aun así, lo hacía con esa seguridad que solo alguien que ya ha sido deseada demasiadas veces puede permitirse.
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2. ¿Experta o novata?
Se acomodó el brasier de nuevo. Sutil. Automático. Ensayado, tal vez.
—¿Eso fue real o solo una manera de recordarme que están ahí? ¿Y cuántos más los han visto moverse así? ¿Cuántos más han fantaseado con ese mismo gesto?—
Me vi atrapado en la duda.
—¿Será de las que aprendieron todo con uno solo? ¿O ha sido una práctica… paciente… prolongada? Porque con ese busto, dudo que alguien no se lo haya pedido. Yo lo haría. Lo estoy haciendo mentalmente desde hace media hora—.
Y en medio de esa idea, otro recuerdo:
Mi ex. Con una sonrisa igual de tranquila, igual de decorada. Pero detrás, todo estaba vacío. Me lo dio todo… a todos.
—¿Paola también? ¿O ella es distinta?—
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3. El bolígrafo y la piel
Ella tomó su bolígrafo. Lo giró entre los dedos. Como jugando. Como sin querer.
—¿Cómo se sentiría ese mismo bolígrafo pasando por ahí? No debajo de la ropa. Encima. Solo presionando. Midiento la resistencia. Midiento la suavidad… el peso…—.
Después imaginé algo más grueso.
Un marcador. Luego un resaltador. Después, una goma cilíndrica.
Y al final, inevitable… yo.
—¿Entraría fácil? ¿O sería tan estrecho como lo imagino? ¿Fingirías sorpresa? ¿O guiarías el ritmo como quien ya lo ha hecho demasiadas veces?—
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4. Perro fiel, celoso, malherido
Mientras los demás hablaban, yo solo la miraba. Como un fan. Como un perrito faldero, esperando su turno.
—Podrías enamorarme con una sola mirada. Y ni lo notarías. Y aun así, ya estaría ahí, dando todo a cambio de nada—.
La risa de otro chico del grupo le sacó una sonrisa a Paola. Y esa risa no era para mí.
—¿Lo prefieres a él? ¿Ya lo conoces? ¿O solo estás jugando con todos nosotros al mismo tiempo?—
Los celos volvieron. No por algo real. Por la idea. Por la posibilidad.
—Y eso me excita. Me jode. Me rompe y me encanta al mismo tiempo. ¿Quién soy si no puedo evitar imaginarte con otros y al mismo tiempo querer ser el único que tengas encima?—
La clase entró en receso y ella se levantó.
Yo también. Pero con otra intención.
Ella salió del edificio, no en grupo, no entre risas. Solitaria, con ese aire de “necesito mi espacio” que sólo los cuerpos deseables pueden darse el lujo de tener. Caminó con calma, moviendo su bolso a un lado, presionando los tirantes del top contra sus hombros. Las tetas… temblaban como si respiraran por separado.
Yo salí varios segundos después. No corrí, no dudé. Fingí una llamada, un bostezo, lo que fuera. La seguí.
Sabía que se dirigía al estacionamiento….
Continuará….
Si quieren una foto de Paola para imaginarse mejor, pídamela al Privado
Ya tengo escrita la siguiente parte, si quieren leerla, dejen puntos y comenten que les pareció, y cuál fue la parte que más les gustó, puede adaptarla como les vaya gustando.
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