Parte 1
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5951102/Yoga-con-la-mami-del-jardin-3.html
parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952002/Yoga-con-la-mami-del-jardin-4.html
parte 5
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952679/Yoga-con-la-mami-del-jardin-5.html
parte 6
http://m.poringa.net/posts/relatos/5955272/Yoga-con-la-mami-del-jardin-6.html
parte 7
http://m.poringa.net/posts/relatos/5956790/Yoga-con-la-mami-del-jardin-7.html
Agustina estaba en la cocina, en bata, descalza, el pelo aún húmedo de la ducha. Había dejado a su hija dormida hacía rato y la casa estaba en silencio. Se preparó un té con miel, más por tener algo en las manos que por verdadero deseo. La hora le cerraba: si Fabián mantenía su ritmo, ya debería haber terminado la jornada laboral allá en Lisboa.
El teléfono vibró con la notificación esperada: videollamada entrante. Lo atendió sin dudar.
—¡Hola! —dijo ella, con una sonrisa que se formó sola al verlo.
—Hola, vos —contestó Fabián. Estaba en la habitación del hotel, con el ventanal abierto detrás. Se lo veía en camiseta negra, el pelo revuelto, y algo distinto en la mirada.
—Todo tranquilo. ¿Y vos? ¿Dónde estás?
—En el hotel. Nos juntamos después del cierre con algunos del equipo… Quedamos en cenar, pero se canceló. Igual… —hizo una pausa— terminé charlando bastante con una compañera.
Agustina alzó una ceja, contuvo la sonrisa.
—¿Y? ¿Linda?
—Sí —dijo Fabián, directo—. Bastante. Divertida. Hay onda. Me parece que tengo una chance.
Agustina se acomodó en la silla, le sostuvo la mirada. No estaba celosa, pero algo se le apretó en el estómago. Esa manera en que él lo decía… tan simple. Tan Fabián.
—¿Y vas a hacer algo?
Él dudó un segundo. Luego sonrió, torciendo apenas la boca.
—No sé. Estoy pensando. Pero te lo estoy contando, cumpliendo nuestro pacto.
—Lo sé. —Agustina bajó la vista al té sin tomarlo. Entonces lo dijo, sin más—: Yo me salí un poco de las reglas.
Él no respondió enseguida. Solo la miró. El viento movía apenas su pelo. Finalmente, dijo:
—¿Con Marco y Clara?
Ella asintió.
—Estuvo todo tranquilo… hasta que no. Fue la otra noche. Fuiste vos el que dijo que los deslices también valen si se cuentan después, ¿no?
Fabián no la interrumpió. Solo asintió una vez, como procesando. Luego se apoyó en el respaldo y dijo, con tono seco:
—Entonces ahora me toca a mí tener mi desliz.
Eso la tocó. No por celos, sino por el matiz. Había algo levemente hiriente ahí, una reacción que no era típica de él. Lo miró más seria, pero con curiosidad.
—¿Estás molesto?
—Un poco. Supongo que sí. No porque no me lo esperara… sino porque pensé que ibas a frenar. Eso fue lo que decidimos.
Agustina se mordió el labio, cruzó una pierna sobre la otra. Estaba más desnuda de lo que creía. Fabián la miraba, con esa mezcla de deseo y distancia que siempre la desarmaba.

—¿Y esta chica… cómo es?¿Cómo se llama?
Fabián notó el cambio en su voz. Sonrió.
—Rochi, se llama ¿Qué más queres saber?
—Todo.
—¿Segura?
—Contame qué te calienta de… Rochi —le dijo Agustina, despacio—. Si vas a tener tu desliz, quiero saber contra qué estoy compitiendo.
Él se acomodó en la silla, bajó un poco la cámara. El gesto tenía algo de juego, algo de desafío.
—Tiene veintidós añitos y habla tres idiomas. Vino con una beca de posgrado. Pero… todos dicen que es la amante del jefe.
Agustina sintió un vuelco en el estómago.
—¿Y eso te calienta?¿no?
—Muchísimo —admitió él, sin rodeos—. Tiene esa actitud… como si quisiera comerse al mundo. Se me acercó hoy en la cocina y me preguntó si yo también “sabía guardar secretos”.
—¿Y qué le dijiste?
—Nada. Me reí y me hice boludo. Pero después, en una reunión, se sentó al lado mío y me pasó las notas por debajo de la mesa. Me rozó el bulto. La mina juega con fuego.


Agustina se estiró en la cama, acomodando la cámara en el velador. Ahora él podía verla de costado, con la bata entreabierta. No dijo nada. Solo se pasó los dedos por la clavícula.
—¿Qué más te gusta de ella?
Fabián tragó saliva. Se acomodó más cerca del teléfono.
—Es chica. Tiene esa piel imposible. Una carita con ojos redondos que enamoran, que parecen inocentes. Unas tetitas redonditas divinas y un culo duro y firme. Es un desparpajo. Usa perfume como si supiera el efecto que tiene.Y sobre todo me mira con cara de pendeja buscona, como si ya me hubiera imaginado dentro suyo.
—Ahh, una putita hermosa. Y vos… ¿te la imaginaste con tu pija adentro?
Fabián asintió, lento. Agustina se abrió un poco más la bata, dejando ver el nacimiento de un pecho.
—Contame qué le harías —le pidió, la voz tomada.
—La haría arrodillarse en la oficina. Me bajaría el cierre y le tomaría la cabeza para que me la chupe mientras me mira. Después la subiría al escritorio, le correría la bombacha y le metería bien la pija de una en esa conchita rosada y puber que tiene. Sin hablar.
Agustina se mordió el labio. Se deslizó una mano por la entrepierna y lo miró fijo.
—Seguí.
Fabián la vio tocarse. Su mandíbula se tensó.
—Después la daría vuelta —dijo Fabián con la voz más grave—. La dejaría apoyada en el respaldo de la silla, con las manos firmes, las piernas apenas abiertas, el culito alzado. Y otra vez… la pija entera, sin avisar, quiero escucharla gemir. Ver cómo reacciona.
Agustina ya tenía la bata totalmente abierta. Su mano se movía lenta entre sus piernas, los dedos húmedos.
—Sos un hijo de puta. ¿Cuál sería su reacción? —preguntó Agustina, la respiración entrecortada mientras seguía tocándose.
—Ella se quedaría quieta al principio, sorprendida. Pero después se soltaría. Yo aprovecharía para decirle: “Te merecés una chota dura de verdad, algo mejor que la de ese viejo de mierda, que no se le para ni con Viagra ”.
Agustina gimió, apenas, un susurro húmedo. La imagen la desbordaba.
—Dios… tal cual, tu pija, mi pija… es lo que toda mujer necesita—susurró ella, mordiéndose un dedo mientras la otra mano seguía bajando y subiendo en su centro.
Decime que te calienta más que yo.
Fabián negó despacio, casi sin aire.
— Me calienta diferente. Justamente porque es diferente. Me calienta como una droga. Pero vos sos un fuego, bebé. Esta pija es para vos. Siempre.
—¿Y si estuviera ahí? —susurró ella—. ¿Si te la trajera a la habitación y te dijera que te la cojas delante mío?
Fabián cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, estaba duro. La voz, ronca.
—Me encantaría que la pervirtiéramos juntos. Cogerla y que le enseñes todos tus secretos de puta.
Ayer se me acercó en la escalera del hotel, sola. Y refiriéndose a un informe me dijo “¿vas a enseñarme cómo se hace, Fabi?” con esa vocecita rota. Aprovechando el doble sentido. Me quedó grabado. Me rozó el brazo, se mordió el labio. Con descaro. Me quedé helado. No podía creer que fuera tan puta.
—¿Y qué le contestaste?
—Nada. En un segundo me la imaginé arrodillada en el piso de mi habitación, con la boca abierta, chupandome la pija diciéndome “¿Así te gusta, Fabi… así es como se hace?” Me calentó tanto que no reaccioné. Me quedé impávido.
Agustina se abrió más de piernas, la bata desparramada. Estaba empapada. Su cuerpo era un nudo tenso.
—Te la vas a coger hijo de puta, ya lo tenes todo planeado.
Fabián dudó, solo por el juego.
—No lo sé. ¿Vos queres que me la coja?
Ella lo miró directo a los ojos, los dedos sin pausa, la voz apenas rota:
—Quiero. Pero quiero que me cuentes todo. Cómo se la robas al jefe. Cómo la hacés gemir por vos. Cómo la das vuelta y le enseñás que no es lo mismo coger por poder que coger con un hombre. Con uno que sabe cogerla.
Fabián tragó saliva. Ya no solo la escuchaba. La deseaba. En la otra mitad del mundo, con otra mujer rondando, era ella la que sabía cómo hacerle hervir la sangre.
—Te lo voy a contar. Todo. Hasta cómo le acabo en la boca. Pero vos también me vas a tener que contar más. Todavía no me dijiste qué pasó con Marco y Clara.
—Lo que quieras —dijo Agustina, acelerando el ritmo con la voz temblando—. Pero ahora no pares. Decime que le vas a hacer a Rochi. Seguro tiene el culo virgen, ya lo pensaste ¿no?— Agustina entendía todo.
—Le vas a abrir ese culito, hijo de puta ¿Eso le queres enseñar? ¿Cómo se hace un culo?— Agustina seguía con su lengua afilada.
—¿Me vas a contar el trabajo que te va a llevar abrir ese culo, Fabián? ¿Cómo se acogota esa pija enorme que tenes? ¿Cómo grita de placer cuando la llenas?
—Me estás matando, hija de puta. Dijo Fabián con voz grave.
—Esa zorra quiere el culo lleno de leche, hijo de puta.
Fabián se paró y su pija enorme ocupó toda la pantalla. Se la agitaba con desesperación mientras gruñaba gemidos.
— Toda la leche en el culo quiere. ¿Se la vas a dar, Fabián?
—Sí, toda la leche en el… — Fabián no alcanzó a terminar la frase. Se echó hacia atrás y su pija rebalsó en espasmos sobre su mano. Se corrió del plano. Solo se oían los ruidos de su cuerpo, entrecortados, urgentes. Agustina lo siguió. La imagen de la leche de Fabián en la pantalla derramada en cantidades hizo que se viniera. Como si la distancia no existiera.
Sabía que iba a suceder. Fabián iba a tener su desliz. Y en parte, ya había sido parte.
SEGUIMOS EXPLORANDO ESTA HISTORIA. YA SABEN, DENLE AMOR Y COMENTEN. LES GUSTÓ ROCHI? QUÉ DICEN? ENTRA EN ACCIÓN?
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Agustina estaba en la cocina, en bata, descalza, el pelo aún húmedo de la ducha. Había dejado a su hija dormida hacía rato y la casa estaba en silencio. Se preparó un té con miel, más por tener algo en las manos que por verdadero deseo. La hora le cerraba: si Fabián mantenía su ritmo, ya debería haber terminado la jornada laboral allá en Lisboa.
El teléfono vibró con la notificación esperada: videollamada entrante. Lo atendió sin dudar.
—¡Hola! —dijo ella, con una sonrisa que se formó sola al verlo.
—Hola, vos —contestó Fabián. Estaba en la habitación del hotel, con el ventanal abierto detrás. Se lo veía en camiseta negra, el pelo revuelto, y algo distinto en la mirada.
—Todo tranquilo. ¿Y vos? ¿Dónde estás?
—En el hotel. Nos juntamos después del cierre con algunos del equipo… Quedamos en cenar, pero se canceló. Igual… —hizo una pausa— terminé charlando bastante con una compañera.
Agustina alzó una ceja, contuvo la sonrisa.
—¿Y? ¿Linda?
—Sí —dijo Fabián, directo—. Bastante. Divertida. Hay onda. Me parece que tengo una chance.
Agustina se acomodó en la silla, le sostuvo la mirada. No estaba celosa, pero algo se le apretó en el estómago. Esa manera en que él lo decía… tan simple. Tan Fabián.
—¿Y vas a hacer algo?
Él dudó un segundo. Luego sonrió, torciendo apenas la boca.
—No sé. Estoy pensando. Pero te lo estoy contando, cumpliendo nuestro pacto.
—Lo sé. —Agustina bajó la vista al té sin tomarlo. Entonces lo dijo, sin más—: Yo me salí un poco de las reglas.
Él no respondió enseguida. Solo la miró. El viento movía apenas su pelo. Finalmente, dijo:
—¿Con Marco y Clara?
Ella asintió.
—Estuvo todo tranquilo… hasta que no. Fue la otra noche. Fuiste vos el que dijo que los deslices también valen si se cuentan después, ¿no?
Fabián no la interrumpió. Solo asintió una vez, como procesando. Luego se apoyó en el respaldo y dijo, con tono seco:
—Entonces ahora me toca a mí tener mi desliz.
Eso la tocó. No por celos, sino por el matiz. Había algo levemente hiriente ahí, una reacción que no era típica de él. Lo miró más seria, pero con curiosidad.
—¿Estás molesto?
—Un poco. Supongo que sí. No porque no me lo esperara… sino porque pensé que ibas a frenar. Eso fue lo que decidimos.
Agustina se mordió el labio, cruzó una pierna sobre la otra. Estaba más desnuda de lo que creía. Fabián la miraba, con esa mezcla de deseo y distancia que siempre la desarmaba.

—¿Y esta chica… cómo es?¿Cómo se llama?
Fabián notó el cambio en su voz. Sonrió.
—Rochi, se llama ¿Qué más queres saber?
—Todo.
—¿Segura?
—Contame qué te calienta de… Rochi —le dijo Agustina, despacio—. Si vas a tener tu desliz, quiero saber contra qué estoy compitiendo.
Él se acomodó en la silla, bajó un poco la cámara. El gesto tenía algo de juego, algo de desafío.
—Tiene veintidós añitos y habla tres idiomas. Vino con una beca de posgrado. Pero… todos dicen que es la amante del jefe.
Agustina sintió un vuelco en el estómago.
—¿Y eso te calienta?¿no?
—Muchísimo —admitió él, sin rodeos—. Tiene esa actitud… como si quisiera comerse al mundo. Se me acercó hoy en la cocina y me preguntó si yo también “sabía guardar secretos”.
—¿Y qué le dijiste?
—Nada. Me reí y me hice boludo. Pero después, en una reunión, se sentó al lado mío y me pasó las notas por debajo de la mesa. Me rozó el bulto. La mina juega con fuego.


Agustina se estiró en la cama, acomodando la cámara en el velador. Ahora él podía verla de costado, con la bata entreabierta. No dijo nada. Solo se pasó los dedos por la clavícula.
—¿Qué más te gusta de ella?
Fabián tragó saliva. Se acomodó más cerca del teléfono.
—Es chica. Tiene esa piel imposible. Una carita con ojos redondos que enamoran, que parecen inocentes. Unas tetitas redonditas divinas y un culo duro y firme. Es un desparpajo. Usa perfume como si supiera el efecto que tiene.Y sobre todo me mira con cara de pendeja buscona, como si ya me hubiera imaginado dentro suyo.
—Ahh, una putita hermosa. Y vos… ¿te la imaginaste con tu pija adentro?
Fabián asintió, lento. Agustina se abrió un poco más la bata, dejando ver el nacimiento de un pecho.
—Contame qué le harías —le pidió, la voz tomada.
—La haría arrodillarse en la oficina. Me bajaría el cierre y le tomaría la cabeza para que me la chupe mientras me mira. Después la subiría al escritorio, le correría la bombacha y le metería bien la pija de una en esa conchita rosada y puber que tiene. Sin hablar.
Agustina se mordió el labio. Se deslizó una mano por la entrepierna y lo miró fijo.
—Seguí.
Fabián la vio tocarse. Su mandíbula se tensó.
—Después la daría vuelta —dijo Fabián con la voz más grave—. La dejaría apoyada en el respaldo de la silla, con las manos firmes, las piernas apenas abiertas, el culito alzado. Y otra vez… la pija entera, sin avisar, quiero escucharla gemir. Ver cómo reacciona.
Agustina ya tenía la bata totalmente abierta. Su mano se movía lenta entre sus piernas, los dedos húmedos.
—Sos un hijo de puta. ¿Cuál sería su reacción? —preguntó Agustina, la respiración entrecortada mientras seguía tocándose.
—Ella se quedaría quieta al principio, sorprendida. Pero después se soltaría. Yo aprovecharía para decirle: “Te merecés una chota dura de verdad, algo mejor que la de ese viejo de mierda, que no se le para ni con Viagra ”.
Agustina gimió, apenas, un susurro húmedo. La imagen la desbordaba.
—Dios… tal cual, tu pija, mi pija… es lo que toda mujer necesita—susurró ella, mordiéndose un dedo mientras la otra mano seguía bajando y subiendo en su centro.
Decime que te calienta más que yo.
Fabián negó despacio, casi sin aire.
— Me calienta diferente. Justamente porque es diferente. Me calienta como una droga. Pero vos sos un fuego, bebé. Esta pija es para vos. Siempre.
—¿Y si estuviera ahí? —susurró ella—. ¿Si te la trajera a la habitación y te dijera que te la cojas delante mío?
Fabián cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, estaba duro. La voz, ronca.
—Me encantaría que la pervirtiéramos juntos. Cogerla y que le enseñes todos tus secretos de puta.
Ayer se me acercó en la escalera del hotel, sola. Y refiriéndose a un informe me dijo “¿vas a enseñarme cómo se hace, Fabi?” con esa vocecita rota. Aprovechando el doble sentido. Me quedó grabado. Me rozó el brazo, se mordió el labio. Con descaro. Me quedé helado. No podía creer que fuera tan puta.
—¿Y qué le contestaste?
—Nada. En un segundo me la imaginé arrodillada en el piso de mi habitación, con la boca abierta, chupandome la pija diciéndome “¿Así te gusta, Fabi… así es como se hace?” Me calentó tanto que no reaccioné. Me quedé impávido.
Agustina se abrió más de piernas, la bata desparramada. Estaba empapada. Su cuerpo era un nudo tenso.
—Te la vas a coger hijo de puta, ya lo tenes todo planeado.
Fabián dudó, solo por el juego.
—No lo sé. ¿Vos queres que me la coja?
Ella lo miró directo a los ojos, los dedos sin pausa, la voz apenas rota:
—Quiero. Pero quiero que me cuentes todo. Cómo se la robas al jefe. Cómo la hacés gemir por vos. Cómo la das vuelta y le enseñás que no es lo mismo coger por poder que coger con un hombre. Con uno que sabe cogerla.
Fabián tragó saliva. Ya no solo la escuchaba. La deseaba. En la otra mitad del mundo, con otra mujer rondando, era ella la que sabía cómo hacerle hervir la sangre.
—Te lo voy a contar. Todo. Hasta cómo le acabo en la boca. Pero vos también me vas a tener que contar más. Todavía no me dijiste qué pasó con Marco y Clara.
—Lo que quieras —dijo Agustina, acelerando el ritmo con la voz temblando—. Pero ahora no pares. Decime que le vas a hacer a Rochi. Seguro tiene el culo virgen, ya lo pensaste ¿no?— Agustina entendía todo.
—Le vas a abrir ese culito, hijo de puta ¿Eso le queres enseñar? ¿Cómo se hace un culo?— Agustina seguía con su lengua afilada.
—¿Me vas a contar el trabajo que te va a llevar abrir ese culo, Fabián? ¿Cómo se acogota esa pija enorme que tenes? ¿Cómo grita de placer cuando la llenas?
—Me estás matando, hija de puta. Dijo Fabián con voz grave.
—Esa zorra quiere el culo lleno de leche, hijo de puta.
Fabián se paró y su pija enorme ocupó toda la pantalla. Se la agitaba con desesperación mientras gruñaba gemidos.
— Toda la leche en el culo quiere. ¿Se la vas a dar, Fabián?
—Sí, toda la leche en el… — Fabián no alcanzó a terminar la frase. Se echó hacia atrás y su pija rebalsó en espasmos sobre su mano. Se corrió del plano. Solo se oían los ruidos de su cuerpo, entrecortados, urgentes. Agustina lo siguió. La imagen de la leche de Fabián en la pantalla derramada en cantidades hizo que se viniera. Como si la distancia no existiera.
Sabía que iba a suceder. Fabián iba a tener su desliz. Y en parte, ya había sido parte.
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1 comentarios - Yoga con la mami del jardín (8)
Te tengo que volver a felicitar, la historia está muy buena, pero la forma de contarla y escribirla, es espectacular
y yendo al desarrollo, Creo que para ser justos con Agustina, debería cogerse también a alguien más joven, un sobrino de Fabián por ejemplo ?