You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Con el padre

Ese dia estaba haciendo calor y queria salir un rato y distraerme. Salí con un vestido blanco, sin ropa interior y unos tacones blancos. Cada paso que daba me recordaba lo expuesta que iba y resonaban mis pasos. El roce del borde de la tela con mi piel desnuda me mantenía al borde del delirio.

Caminé sin rumbo fijo, hasta que me encontré frente a una iglesia vieja, de esas con puertas grandes de madera, gastadas por el tiempo. La idea apareció como un relámpago en mi mente… atrevida, prohibida, irresistible.

Entré.

El lugar estaba casi vacío. Solo un par de velas encendidas, una señora rezando en silencio y un hombre de limpieza en el fondo. Me senté por unos minutos, fingiendo devoción, pero en realidad… sentía el corazón latiendo entre mis piernas.

Cuando el templo quedó en completo silencio, me acerqué al confesionario. Esa pequeña cabina de madera oscura me llamó como una trampa deliciosa. Entré y cerré la puerta con suavidad. Estaba oscuro, el espacio olía a madera vieja y a incienso apagado.

Me senté y permanecí en silencio unos segundos, sintiendo la excitación subir por mi vientre, despues de unos segundos se escucho la otra puerta abrirse y la silla chillar, alguien se habia sentado y podia sentir y escuchar que al otro lado del panel enrejado, alguien respiraba. Alguien estaba ahí… quizás esperando escuchar una confesión. O quizás… algo más.

—Padre…—susurré— he pecado.

Silencio.

Entonces, una voz grave, contenida, respondió desde el otro lado:

—Te escucho, hija.

Cerré los ojos. Su voz me estremeció. Profunda, cargada de tensión. No era una voz indiferente. Me escuchaba con deseo. Lo sentí y lo sabia.

—He sido una chica mala. Hoy salí sin ropa interior. Vine con la intención de… ser vista. De provocar y ser tocada. Estoy completamente mojada ahora y no es la primera vez que lo hago, me gusta abrir la ventana de mi cuarto y estar ahí desnuda y masturbarme, no me importa si me ven, eso me excita más. También me gusta que me follen duro, que me traten como una puta, que me deseen y me vean desnuda, me gusta compartir fotos y videos desnuda y que se masturben viéndome, que me digan lo zorrita que me veo y me digan que quieren follarme. Tengo novio y a mi novio le gusta compartirme, que otros y otras me deseen y le gusta verme follar con otras personas.— cada palabra que decía, salía de forma sensual, mis piernas estaban abiertas, me tocaba mis tetas por encima del video y mi respiración era un desastre.

El silencio se volvió electricidad. Pude oír cómo su respiración se alteraba apenas y se escuchaba mas cerca de la rendija, sabia que lo estaba disfutando y mucho como yo.

Deslicé mi mano entre mis muslos y subi mi vestido hasta mi cintura, dejando mi coño expuesta. Estaba tan húmeda que me daba vergüenza… pero me encantaba. Me toqué despacio, frotando mi clitoris con los dedos, imaginando que él podía ver cada movimiento.

— Confieso que me gusta llevar poca ropa y ajustada padre, que se marquen mis pezones y se vea un poco mi culo, hace un tiempo fui a un centro comercial sin ropa interior y le mostre mi culo y coño a varios hombres, me dieron una nalgada en la calle y eso me excito mas. Se que sueno como una puta y la verdad no me arrepiento, es mas, quiero hacerlo otra vez... — en ese momento no me aguante y salio un gemido en voz baja, mi coño chorreaba.

— Se que esto pueda estar mal, pero me estoy tocando, padre… —le confesé— aquí mismo, mientras hablo con usted y le confieso lo mal que me he portado.

Un leve suspiro se coló del otro lado y se escuchaba mivimiento del otro lado. No dijo nada, pero lo supe: se estaba tocando también.

—Imagino que esta duro, ¿verdad? Que le gustaría ver lo que hago. Que le encantaría abrir esta puerta y obligarme a terminar lo que empecé… hágalo padre, folleme y castigeme por como me he comportado, azoteme el culo, mientras su polla me hace pecar más, padre...

Abrí más las piernas. Mis dedos se movían con hambre, y la idea de que él me escuchaba, que quizás hasta espiaba por una rendija… me hizo gemir más fuerte.

—No aguanto más… —jadeé— Estoy tan cerca, tan mojada… quiero que alguien me folle. ¿Me ayuda padre?

Silencio.

Y entonces, se escucho una puerta abrir y vi la puerta del confecionario abrirse a mi lado y pude ver al padre con la polla afuera y viendo mi coño y tetas al aire, viendome fijamente, su voz, más gruesa, más directa:

—Si, hija… déjame ayudarte.

Me agarro la muñeca, me levanto, me giro y me iclino sobre el confesionario, puse mis manos en la rendija, con la respiración alterada y sentí sus manos pasar por mi cuerpecito, me toco las tetas y apretó mis pezones, haciéndome gemir, bajo sus manos, me dio 2 nalgadas fuertes, mientras rezaba en voz baja, no entendía que decía pero sabía que probablemente le estaba pidiendo perdón a dios por lo que iba a hacer. Abrió mi culo y metió su polla grande y larga en mi coño, grite de lo excitada que estaba y el padre me empezó a follar como si no hubiera un mañana, era duro, sin compasión y rápido, se agarro de mi cabello, mi espalda se arqueaba y no paraba de gemir pidiendo que no parara, el repetía que lo hacía por que había sido mala y que iba a limpiar mi cuerpo del pecado, mis piernas temblaban y con una mano me masturbe mientras el padre seguía follandome, debo confesar que para lo maduro que se veia, tenía buen aguante.

Empece a decir entre gemidos que estaba tan cerca de correrme y le pedi al padre que se corriera dentro de mi. Despues de unos minutos sentí mi cuerpo explotar. Los espasmos me hicieron temblar. Solte un grito que probablementese escucho afuera. Estaba empapada, latiendo por dentro. A los pocos segundos senti al padre correrse dentro de mi gimiendo de gusto, apretando mi cintura, saco su polla, haciendome gemir un poco, me giro y me hizo sentarme en el banco nuevamente, mi respiraciónera un desastre, mis tacones apenas podian sostenerme. El padre me miraba admirando mi cuerpo, se arrodillo, abrio mis piernas y se quedo observando mi coño chorreando su leche y mi corrida.

— ¿puedo probarte hija? — me dijo mientras su cara se acercaba a mi coño. No tuve tiempo de responder, su boca empezo a devorarme como si estuviera hambriento, me chupaba el clitoris como si fuera una fruta esquisita, lambia desde mi ano hasta mi clitoris y viceversa. Yo recargue la cabeza y empece a gemir fuerte, con mi mano derecha sujetaba su cabeza para que no se apartara de mi coño, el padre puso mis piernas sobre sus hombros y metio su lengua dentro de mi coño, el subio una de sus manos a mis pechos y apretaba mi teta izquierda, haciendome estallar en otro orgasmo que se bebio completo y sin quejas.

Cuando termino de tragarse mi corrida, se quedo mirándome y grabándose mentalmente la vista qué le daba.

Sentada frente a él, con la respiración aún agitada y los labios entreabiertos, lo miré. Su sotana ya no parecía un símbolo sagrado, sino una barrera rota por nuestras propias decisiones. El silencio en la sala era denso, como si incluso las paredes se negaran a absorber lo que acababa de ocurrir.

Él me sostuvo la mirada unos segundos antes de inclinar la cabeza, cerrando los ojos como si buscase en la oscuridad interna una respuesta que ya no estaba. Su voz, apenas un susurro, rompió el silencio:

—Esto no debería haber pasado… pero no me arrepiento de haberte escuchado tan de cerca.

Yo tampoco dije nada al principio. Solo me levante, me acomode el vestido como pude y cuando estuve lista, me detuve frente a él. Había fuego en mis palabras, pero también calma.

— Ahora sí, padre… ¿me absuelve?

El silencio del confesionario se volvió denso, casi sagrado. Mi respiración aún era agitada, y podía sentir el leve temblor en mis muslos, no solo por lo que había pasado, sino por lo que aún ardía dentro de mí. Frente a mí, él se mantenía en silencio. Su sotana, ligeramente desordenada, no alcanzaba a esconder del todo su polla. Sus ojos bajaron hacia los míos con una mezcla de culpa, fuego y algo que nunca antes había visto en un sacerdote: hambre contenida.

—Hija mía —dijo al fin, con una voz profunda, pausada, casi solemne—. Lo que ha ocurrido aquí... es un secreto que ni el cielo se atrevería a mirar. Pero no todo lo prohibido es pecado… a veces, simplemente… es humano.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. No supe si por sus palabras o por el modo en que las decía, como si él mismo estuviera peleando con su fe… o rendido ante el pecado.

—Tu alma —continuó, mientras alzaba una mano con suavidad hacia mi rostro— no necesita redención. Ya está marcada por el deseo, y eso no es algo que yo, ni nadie, pueda absolver.

Mi piel se erizó. Su mirada no era dura, ni fría… era fuego contenido, calor que no se apaga con palabras.

—Vete en paz —susurró, y su pulgar rozó apenas mi labio inferior, como si terminara una bendición—. Pero recuerda que no todo se olvida… y que algunas confesiones… nunca terminan.

Salí del confesionario sabiendo que lo que había pasado entre nosotros quedaría sellado ahí, entre madera y sombra… y sin embargo, con la certeza de que volvería.

1 comentarios - Con el padre