"A Sus Pies"
La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz tenue que se colaba por las cortinas. Su sumisa permanecía de rodillas, la frente casi tocando el suelo, a la espera de Su llegada. La anticipación era un fuego en su pecho, un calor que se extendía por todo su cuerpo, haciendo que cada respiración fuera un esfuerzo por contener el deseo que hervía en su interior. Cada segundo de espera la hacía imaginar el peso de Su mano, la firmeza de Su control, y esa expectativa la sumergía más y más en un estado de pura necesidad.
Cuando la puerta se abrió, el sonido de Sus pasos firmes llenó la habitación. Cada pisada resonaba como un latido más en el pecho acelerado de su sumisa, que temblaba de emoción, sabiendo que pronto estaría a merced de Mi Señora. Su presencia era una marea, una fuerza que la envolvía y la hacía temblar. Cada segundo que pasaba sin escuchar Su voz, sin sentir Su toque, era una mezcla de tortura y del más puro placer, porque su sumisa sabía que todo lo que vendría sería para satisfacer a Mi Señora, para someterse al placer de servirle.
"Levanta la mirada", ordenó Mi Señora con una voz que era como terciopelo, firme y suave al mismo tiempo. Su sumisa obedeció de inmediato, alzando los ojos para encontrarse con Su figura. La visión de Su rostro, de Sus ojos que la miraban con esa mezcla de autoridad y deseo, hizo que su sumisa sintiera una oleada de calor que se extendió por todo su ser, descendiendo por su vientre y despertando un deseo que la hacía morderse los labios para no gemir.
"Acércate", continuó Mi Señora, y su sumisa gateó, avanzando lentamente, disfrutando de la sensación de ser el centro de Su atención. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Mi Señora colocó una mano firme en su cabello, tirando de él lo justo para que su sumisa sintiera esa mezcla de dolor y placer que tanto ansiaba. La boca de su sumisa se entreabrió, dejando escapar un suspiro ahogado, sintiendo el calor subir a sus mejillas mientras Su control la hacía sentirse aún más pequeña y completamente vulnerable ante Ella.
Sin previo aviso, Mi Señora dejó que Su otra mano recorriera la piel expuesta de su sumisa, sus dedos deslizándose por el cuello y bajando lentamente, dejando un rastro de escalofríos a su paso. Cada caricia era un recordatorio del poder que Mi Señora tenía sobre ella, de lo poco que su sumisa era más que un cuerpo dispuesto a ser usado, a ser moldeado por Sus deseos. Cuando Sus dedos encontraron el borde de su blusa y la deslizaron con decisión hacia abajo, su sumisa contuvo la respiración, mordiéndose el labio inferior, deseando que ese toque se prolongara, que Mi Señora no se detuviera.
"¿Me deseas?", preguntó Mi Señora, Su tono era un filo suave que cortaba la tensión de la habitación, mientras una sonrisa jugaba en Sus labios. La mano en el cabello de su sumisa se tensó un poco más, forzándola a alzar la cabeza para mirarla directamente a los ojos. La sumisa sintió cómo el calor de la vergüenza se mezclaba con el de la lujuria, haciendo que su cuerpo temblara visiblemente.
"Sí, Mi Señora... Su sumisa la desea con todo su ser... más que nada", fue lo único que logró murmurar, con la voz temblorosa, casi rota por la intensidad del momento. Sentir la mirada de Mi Señora atravesándola la hacía arder, haciéndola sentir desnuda, vulnerable y, al mismo tiempo, desesperadamente deseosa de ser el objeto de Su atención.
Mi Señora no dijo nada más, solo alzó una mano y la dejó caer con firmeza sobre la mejilla de su sumisa, el sonido del golpe resonando en la habitación. Su sumisa jadeó, sintiendo cómo el calor se encendía en su piel, y la humedad se acumulaba entre sus piernas al sentir el poder de Mi Señora manifestado de manera tan clara y autoritaria.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Mi Señora, satisfecha con la reacción de su sumisa, antes de deslizar una mano por el cuello de su sumisa, apretando ligeramente, dejándole sentir el poder que tenía sobre ella. Y ese toque, esa simple presión de Sus dedos, era todo lo que su sumisa necesitaba para sentirse completamente suya, para dejar que sus gemidos de placer escaparan sin contenerse, entregándose completamente a Su voluntad.
Sin detenerse, Mi Señora permitió que Su mano bajara aún más, recorriendo la piel sensible de su sumisa, apoderándose de cada centímetro de su cuerpo con la misma intensidad de Sus miradas. Cada caricia se sentía como una marca de posesión, un recordatorio de que su sumisa le pertenecía en cuerpo y alma, y el placer de sentirse tan controlada, tan completamente a Su disposición, la hacía mojarse aún más, sus gemidos volviéndose más desesperados, más hambrientos por más de ese toque que era su todo.
"Buena perra", susurró Mi Señora, y el simple sonido de esas palabras envió un escalofrío de placer por la columna de su sumisa. Sabía que no había otro lugar en el mundo donde quisiera estar, sino a Sus pies, siendo el objeto de Sus deseos, completamente a merced de la voluntad de Mi Señora.
La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz tenue que se colaba por las cortinas. Su sumisa permanecía de rodillas, la frente casi tocando el suelo, a la espera de Su llegada. La anticipación era un fuego en su pecho, un calor que se extendía por todo su cuerpo, haciendo que cada respiración fuera un esfuerzo por contener el deseo que hervía en su interior. Cada segundo de espera la hacía imaginar el peso de Su mano, la firmeza de Su control, y esa expectativa la sumergía más y más en un estado de pura necesidad.
Cuando la puerta se abrió, el sonido de Sus pasos firmes llenó la habitación. Cada pisada resonaba como un latido más en el pecho acelerado de su sumisa, que temblaba de emoción, sabiendo que pronto estaría a merced de Mi Señora. Su presencia era una marea, una fuerza que la envolvía y la hacía temblar. Cada segundo que pasaba sin escuchar Su voz, sin sentir Su toque, era una mezcla de tortura y del más puro placer, porque su sumisa sabía que todo lo que vendría sería para satisfacer a Mi Señora, para someterse al placer de servirle.
"Levanta la mirada", ordenó Mi Señora con una voz que era como terciopelo, firme y suave al mismo tiempo. Su sumisa obedeció de inmediato, alzando los ojos para encontrarse con Su figura. La visión de Su rostro, de Sus ojos que la miraban con esa mezcla de autoridad y deseo, hizo que su sumisa sintiera una oleada de calor que se extendió por todo su ser, descendiendo por su vientre y despertando un deseo que la hacía morderse los labios para no gemir.
"Acércate", continuó Mi Señora, y su sumisa gateó, avanzando lentamente, disfrutando de la sensación de ser el centro de Su atención. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Mi Señora colocó una mano firme en su cabello, tirando de él lo justo para que su sumisa sintiera esa mezcla de dolor y placer que tanto ansiaba. La boca de su sumisa se entreabrió, dejando escapar un suspiro ahogado, sintiendo el calor subir a sus mejillas mientras Su control la hacía sentirse aún más pequeña y completamente vulnerable ante Ella.
Sin previo aviso, Mi Señora dejó que Su otra mano recorriera la piel expuesta de su sumisa, sus dedos deslizándose por el cuello y bajando lentamente, dejando un rastro de escalofríos a su paso. Cada caricia era un recordatorio del poder que Mi Señora tenía sobre ella, de lo poco que su sumisa era más que un cuerpo dispuesto a ser usado, a ser moldeado por Sus deseos. Cuando Sus dedos encontraron el borde de su blusa y la deslizaron con decisión hacia abajo, su sumisa contuvo la respiración, mordiéndose el labio inferior, deseando que ese toque se prolongara, que Mi Señora no se detuviera.
"¿Me deseas?", preguntó Mi Señora, Su tono era un filo suave que cortaba la tensión de la habitación, mientras una sonrisa jugaba en Sus labios. La mano en el cabello de su sumisa se tensó un poco más, forzándola a alzar la cabeza para mirarla directamente a los ojos. La sumisa sintió cómo el calor de la vergüenza se mezclaba con el de la lujuria, haciendo que su cuerpo temblara visiblemente.
"Sí, Mi Señora... Su sumisa la desea con todo su ser... más que nada", fue lo único que logró murmurar, con la voz temblorosa, casi rota por la intensidad del momento. Sentir la mirada de Mi Señora atravesándola la hacía arder, haciéndola sentir desnuda, vulnerable y, al mismo tiempo, desesperadamente deseosa de ser el objeto de Su atención.
Mi Señora no dijo nada más, solo alzó una mano y la dejó caer con firmeza sobre la mejilla de su sumisa, el sonido del golpe resonando en la habitación. Su sumisa jadeó, sintiendo cómo el calor se encendía en su piel, y la humedad se acumulaba entre sus piernas al sentir el poder de Mi Señora manifestado de manera tan clara y autoritaria.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Mi Señora, satisfecha con la reacción de su sumisa, antes de deslizar una mano por el cuello de su sumisa, apretando ligeramente, dejándole sentir el poder que tenía sobre ella. Y ese toque, esa simple presión de Sus dedos, era todo lo que su sumisa necesitaba para sentirse completamente suya, para dejar que sus gemidos de placer escaparan sin contenerse, entregándose completamente a Su voluntad.
Sin detenerse, Mi Señora permitió que Su mano bajara aún más, recorriendo la piel sensible de su sumisa, apoderándose de cada centímetro de su cuerpo con la misma intensidad de Sus miradas. Cada caricia se sentía como una marca de posesión, un recordatorio de que su sumisa le pertenecía en cuerpo y alma, y el placer de sentirse tan controlada, tan completamente a Su disposición, la hacía mojarse aún más, sus gemidos volviéndose más desesperados, más hambrientos por más de ese toque que era su todo.
"Buena perra", susurró Mi Señora, y el simple sonido de esas palabras envió un escalofrío de placer por la columna de su sumisa. Sabía que no había otro lugar en el mundo donde quisiera estar, sino a Sus pies, siendo el objeto de Sus deseos, completamente a merced de la voluntad de Mi Señora.
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