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Nunca aventajes a un villero - Parte 1

Tuve que subir el volumen de la música para tratar de tapar un poco el sonido del Manija culeándose a Rayito en mi pieza. Con la puerta cerrada y todo todavía podía escuchar los aullidos de esa gorda de mierda. La miré a mi hija, estaba sentada en la mesa de la cocina y pensé que no tendría que estar acá. Escuchando todo eso. Pero que podía hacer? Vilmita es una nena todavía, tiene ocho años y ni idea de que estaba pasando.

“Qué hacés bebé?”, le pregunté y me senté al lado de ella en la mesa. Vilma mucha bola no me dió y siguió dibujando. No era de hablar mucho. “Qué estás dibujando, a ver?”, le pregunté y me incliné a mirar.
“La escuela y mis amigos”, me contestó sin mirar, sus ojitos fijos en el papel y su manito trabajando firme con un crayón.
“Uh, que bueno… te está quedando lindo!”, le dije sonriendo y le revolví suavemente el pelo.
“Pa…”, me dijo molesta.
“Que pasa?”
“Estoy tratando de dibujar…”, me contestó y me sonreí.
“Si, ya sé”, le dije y para joderla le pasé otra vez la mano por el pelo. Esta vez me empujó la mano para que se la sacara, pero me miró y se rió.
“Te voy a colorear a vos si no parás…”, me dijo con una sonrisa y me amenazó un poquito con el crayón que sostenía. Cuando había crecido tanto, pensé? Cuándo pasó?
Me hice como que levantaba las manos, “Uh… bueh, ta’ bien linda… me rindo”, le dije sonriendo.

Vilmita se rió y me empezó a tratar de pinchar con el crayón para que me fuera, así que me levanté, le dí un beso en la cabeza y la dejé tranquila, que siguiera dibujando. Parecía que no le estaba prestando nada de atención a lo que estaba pasando en el cuartito. Vivir y crecer acá en el asentamiento te hace desarrollar enseguida un talento para no ver ni oír lo que no querés. Me senté en el silloncito y prendí la tele. Con la imagen nada más, sin volumen. Igual no iba a escuchar nada de la TV por encima de la música.

La gorda puta de Rayito había caído acá a casa hacía rato ya, buscando que le diera su dosis que ya estaba necesitando. Pero no tenía un peso. Nunca tenía. Siempre tenía algún problema. Le dije que se fuera a la concha de su madre, que se fuera a entregar el culo por ahí por la villa para ganar algo de guita. Solo que no dije “concha de su madre” porque estaba Vilmita. Me dijo que ya lo había hecho al mediodía, pero que el chabón se rajó y no le pagó nada. Y que estaba necesitando una dosis para poder seguir vuelteando por los pasillos. Que me prometía que después me iba a pagar.

Le dije que se fuera a cagar, básicamente. Yo no soy un banco, no fío ni doy préstamos. A mi me pagás por adelantado y yo te vendo. La asquerosa ahí mismo se bajó un toque el escote y con una mano me mostró una de esas tetas enormes, flácidas y grasientas que tenía, con esos pezones que parecían hamburguesas, diciéndome que si quería que me la atendiera y me pagaba así. La saqué cagando. No sólo era horrible la gorda, también tenía a mi hija ahí en casa. Le dije que se ubicara.

Ahí fue cuando la vista se le fué al Manija, que estaba sentado en la mesa tomándose un mate y mirándonos. Como la gorda sabía que Manija era un boludazo, que todo lo que tenía de oso enorme también lo tenía de pelotudo, ahí le empezó a llorar y a contarle todos sus problemas. Que le pegaban, que no le pagaban, que todos la trataban mal y nadie le daba nada. El Manija se ablandó enseguida y le dijo que no había problema, que él le pagaba la dosis si lo dejaba culearsela. Es un pervertido. Buen tipo, pero de esos pervertidos que se cogen a todo lo que tenga un agujero. Ahí mismo peló un fajito que llevaba y me lo dió. Yo que iba a hacer? Nos fuimos los tres a mi pieza, preparé la aguja para pinchar a la gorda, le mandé su dosis y me fuí, dejándolos ahí a los dos. Y ahora se la está cogiendo. Si me preguntan no sé quién le está pasando el SIDA a quién. No quiero ni pensarlo y además sé que a ninguno de los dos les debe importar porque los dos lo deben tener.

Me quise concentrar en la TV. Ni sabía que había puesto. Era un programa pelotudo de esos de la tarde, con seis boludos contando chimentos del espectáculo que no le importaban a nadie. Pero por lo menos un par de las minas panelistas estaban muy buenas.

Aun por encima de la música en ese momento lo escuché al Manija gozando. Seguro le estaba llenando la concha o el culo de leche a esa gorda inmunda. Me iba a parar para ir a hacerme otro mate cuando escuché a alguien golpeando la puerta y medio que me sobresalté. No estaba esperando a nadie. Pensé en salir corriendo y agarrar uno de los fierros, pero enseguida me calmé. Habían golpeado normal, medio bajito. O sea que no era ni la policía para allanar ni alguien que quería entrar a robar. Esos te tiran la puerta abajo, y lo sé por experiencia.

Fui hasta la puerta y corrí el mirador para ver quien era. Lo reconocí enseguida pero no me podía acordar el nombre. Era un chetito de Vicente Lopez o por ahí que a veces me venía a comprar. Ni me acuerdo cómo fue que empezó a venir al asentamiento a comprarme, pero hacía mas o menos un año que venía. Un forrito de esos flaquitos, bien vestido, hablaba bien. Buen pibe, nunca tuve ningún problema con él, pero si yo no hubiese hecho correr la bola que lo dejaran en paz y que era cliente mío, no duraba ni quince minutos solo en la villa. Puta madre, cómo carajo se llamaba?

“Que hacés?”, le dije del otro lado de la mirilla, “Que pasa? Que querés?”
“Hola Monchi, que hacés loco? Como va?”, me dijo con un tonito de queriendose hacer el banana, como que no estaba nervioso de estar ahí, bien vestidito como estaba, “Andaba por el barrio y te vine a ver, che…”
“Ah, si. Andabas por el barrio, boludo?”, le dije, “Que pasó? Te cansaste de jugar al golf?”
Lo vi reírse, “Naaah, che, dale. Quería ver si tenías algo para mí, viste. De lo tuyo.”

Yo sabía lo que quería, pero también quería joderlo un poco. La verdad no me caía mal el pibe. Y posta que un poco de huevos tenía que tener para mandarse así adentro de la villa. Seguro le decía a sus amigos chetos como él lo banana que era y cómo venía a comprar, haciéndose que no le molestaba estar entre los villeros, que él en el fondo era como ellos. Mucha otra gente directamente se cagaría en las patas si tuviera que venir acá, pero éste pibe no.

Lo miro un segundo y cierro la mirilla, destrabo las tres cerraduras que tengo puestas y abro la puerta para dejarlo pasar. El pibe me agradece, pasa, y ahí me doy cuenta que venía acompañado. Ni lo había notado de lo distraído que estaba con todo. Vino con una minita que la verdad era un caramelito. También, enseguida te chocaba la onda de cheta que tenía, igual que él, cortada del mismo palo, pero la hija de puta era hermosa. Delgada, piel blanquita, pelo castaño largo… y unas gomas hermosas aprisionadas por un top ajustado, junto con un culito parado pidiendo a gritos salirse de ese jean apretado que llevaba. Lo único era que tenía era una cara de hija de puta que mataba. La cara de mala mina que tenía me daba mucha espina pero al mismo tiempo me recontra calentaba.


Nunca aventajes a un villero - Parte 1


“Holaaaa, buenas…”, dijo con una sonrisita al pasar.
“Hola. Vos quien sos?”, le pregunté.
“Karina”
“Que tal, Karina. Un gusto. Yo soy el Monchi”, le dije y le ofrecí un apretón de manos. Portándome bien. Para que la minita viera que acá en la villa no es que somos todos negros salvajes. Que algunos tenemos modales y no somos mala gente. Sin dudarlo me sonrió y me dió un buen apretón en la mano. Eso me gustó. Los hice pasar y cerré rápido de nuevo la puerta, con las tres cerraduras.

“Y? Qué hacés, Monchi?”, me preguntó el flaco, “Todo bien? En qué andas?”
“Nada. Todo tranqui”, le dije, “Que andan necesitando, chetito? Vos y tu chica”, le pregunté.
“Eh… Mariano me llamo, Monchi.”
“Bueno, si, dale…”, le dije. La verdad que ni lo miraba al flaco. No le podía sacar los ojos de encima a la pendeja. La veía mirar a su alrededor, viendo donde se había metido, pero en realidad le estaba fichando las gomas y el orto de una forma atroz. Ni me importaba si el boludo del novio se daba cuenta, “Y vos, Karina, que onda? Te trajo tu novio de turista?”, le pregunté con una sonrisa.
“Si, somos compañeros en la facu”, dijo el pibe, contestando por ella.
“Mirá vos, noviecitos y también compañeros de facu. Y que estudian?”, ésta vez le pregunté directo a ella.
“Administración de empresas”, me dijo.
“Es una verga esa carrera…”, acotó el pibe, “No sé para que me metí ahí, una mierda…”
Lo interrumpí, “Che, flaco, está la nena… ojo con la boca…”
“Uh… uh, perdón…”, dijo el pibe mirando a Vilma, quien seguía dibujando en la mesa sin darle mucha bola a nada. La minita se le acercó a Vilma y se le puso por atrás de ella, mirando lo que dibujaba con una sonrisa.
“Uy, que lindo, mi amor! Que es?”, le sonrió Karina. Vilmita nada mas le mostró la hoja un segundito y volvió a su dibujo.
“Es la escuelita de ella”, contesté yo. Que lindo le colgaban las gomas a la pendeja cuando se inclinó a mirar.
“Que bueno, mi amor, es hermoso…”, dijo Karina.

“Che, Monchi, eeeh… se puede hablar acá?”, me preguntó el pibe, “Digo, con la nena.”
Yo le asentí, “Si, pero cuidá el lenguaje, viste? No insultes.”
“Es hermosa”, me dijo Karina mirándome con una sonrisa.
Yo le devolví un poco la sonrisa a la minita, “Si, la verdad que si. Sale a la madre.”
“Si, puede ser, pero tiene tus ojazos…”, me sonrió la minita. Me estaba tirando onda ésta pendeja? Podría ser?
“Ehhh… Monchi”, escuché decir al pibe y lo miré, “Tenés lo que me llevo siempre? Puede ser?”
“Lo tuyo? Si, tengo, obvio…”, la miré a Karina y vi que se había ido a sentar al sillón frente a la TV, “Y para vos también lo mismo?”, le pregunté a la pendeja.
“No, yo no me drogo. No me doy con eso”, me contestó mirándome.

Agarré una de las cajas de herramientas que uso para guardar mi mercadería y me senté en el sillón al lado de Karina, mientras revolvía y buscaba, “Ah, y con que te das?”, le pregunté.
Se sonrió, mirándome fijo, “Con lo que me gusta, que se yo…”, me miraba como desafiante, a ver si yo me animaba a hacer algo.
“Si, che… vino conmigo…”, lo escuché decir al pibe pero yo no le estaba prestando atención.
“Ah, mirá vos…”, le dije a Karina, forzandome a mirarla a los ojos y no a los curvones que las gomas le estaban marcando debajo del top, “Y que es lo que te gusta?”
“Y… no sé,” me dijo con una sonrisita, “Un montón de cosas me gustan…”
“Ehhh… claro, por eso vino conmigo”, dijo el pibe. Yo ni lo miraba, nada más lo escuchaba fuera de mi vista, mis ojos clavados en los de la pendeja, “Viste, para ver qué hacías vos… cómo lo hacías…”
Yo me reí un poco, “Que es? Para un trabajo práctico de la facu? Me estás jodiendo?”, pregunté sin dejar de mirarla.

La hija de puta nada mas se sonrió y me puso una mano en el hombro, me tiró una miradita de arriba a abajo y volvió a mirarme a los ojos, “No, no… de curiosa nada más…”, dijo suavecito y me deslizó la mano por el brazo antes de retirarla.
“Okey…”, dije con los ojos fijos en los de Karina, “Si, tengo lo tuyo… aguantá que acá no lo tengo”, le dije y me fuí al lavadero, donde tenía escondido en otra caja más mercadería. Agarré lo que el pibe se llevaba siempre y volví a la cocina, dejando el paquetito en la mesa ratona frente al sillón. El pibe se había sentado al lado de la minita ya.
“Bueno, ahí tenés. Tenés la guita?”, le pregunté.

El flaco me miró y se recostó hacia atrás, apoyando la espalda en el sillón, “Ehhh.. bueh, che sabés que tengo un problema.”
“No me digas”
“Seh, viste… cobré en la empresa pero ya me lo patiné casi todo. Me compré una portátil… y ropa, viste… después salimos con Kari una banda… no me quedó casi nada”, me dijo.
“Y qué querés que haga yo?”, le dije, “Que pensás que te lo vas a llevar gratis?”
“Nooo… chabón, pará”, me dijo con una sonrisita, “Pensé que si estaba todo bien si te pago el mes que viene cuando cobre. Sabés que conmigo está todo bien, si vengo siempre…”.
“Ni en pedo, flaco”, le dije, “Conmigo esa no va. Si lo querés, lo pagás y te lo llevás”, le contesté firme.
“Ufff.. pasa que…”, lo escuché decir y lo vi mirarla a la pendeja a su lado. Karina ni lo miraba al flaco. Me estaba mirando a mi, con una miradita de esas intensas, haciéndose la seductora, lo cual no le costaba mucho de lo buena que estaba.

“Pasa que qué? Hablá, boludo…”, le dije al flaco. Yo sabía por dónde venía, pero quería que alguno de los dos juntara los huevos para decírmelo.
“Pasa que…”, el flaco se incorporó un poco, ya con un poquito de nervios visibles, “Estaba pensando… no lo podemos arreglar de alguna forma?”
“Si, gil, me das la guita y te llevas la merca. Ese es el arreglo”, le dije. Como vi que tardaba en contestar me arrimé y fui a manotear el paquetito que estaba en la mesa ratona pero el flaco enseguida saltó.
“No! Pará… pará, Monchi…”, me dijo nervioso, “No lo podemos arreglar? Eh… no querés hacer un cambiazo? Tipo trueque?”
Yo ya tenía el paquetito en la mano y lo miraba, parado frente a la parejita sentada, “Y si no tenés guita que mierda tenés que yo quiera?”
“Bueno, y si…”, la miró a la pendeja y me volvió a mirar a mi, “Ella no te gusta?”

Yo lo miré fijo y me salió una sonrisa. Lo veía todo avergonzado por lo que había dicho y me cagaba de risa por dentro. La miré a Karina y ella me estaba mirando fijo.
“Y vos linda que pensás de todo ésto?”, le pregunté, “Vos no sos gato y tu novio se piensa que vos me la vas a entregar a mi para que él se la pegue?”
“No, yo le dije que lo hacía”, me dijo sin sacarme los ojos de encima. Fiera. Como que me estaba desafiando.
“Y vos lo querés hacer por él?”, le pregunté, “Tan larga la tiene que te querés mandar conmigo para ponerlo contento con su falopa?”
“No, él no tiene nada que ver”, dijo, apurándome. A ver qué decía yo. Haciéndose la puta valiente.
Yo me sonreí y le mostré el paquetito que tenía en la mano, “Mirá vos… pensás que vos valés ésto?”, le dije mientras pensaba que esa pendeja que se partía sola lo recontra valía, pero quería ver que me decía. Ella nada más se encogió un poco de hombros y asintió, como que no le importaba. Me cayó bien el gesto. La pendeja tenía huevos, o por lo menos se pensaba que tenía.

Lo miré de vuelta al pibe, “Me hacés reír, flaco. Que te pensás que me voy a volver loco por atenderme a tu novia? Eso pensás?”, le pregunté para joderlo.
“Nooo, Monchi, yo pensé… no sé…”, dijo medio avergonzado.
“Que sos cafishio ahora? Ponés a laburar a tu minita?”, le dije mientras veía como el adicto miraba el paquetito en mi mano.
“No, loco, nada que ver… ya te dije que éste mes estoy re corto de guita, nada mas. Y Karina me dijo que me ayudaba”, dijo el flaco.
“Bueh, sabés qué?”, le dije mirándolo fijo, “Te doy la mitad de ésto y me la muevo a tu novia”
El flaco hizo una mueca de disgusto, “Naaah, Monchi, pará… la mitad no me alcanza para nada… no llego para todo el mes…”
“No me rompás las pelotas, chetito.”, le dije firmemente, “Es ésto o nada”

De pronto Karina habló, “No, Monchi. La mitad no. Todo el paquete.”
La vi que se paró y se cruzó medio de brazos enfrente mío, empujándose las tetas aún más paradas de lo que estaban por debajo de esa remerita apretada, “Ah, qué graciosa… si te regalo la mitad del paquete cómo querés que haga guita yo?”, le pregunté.
“Monchi, la oferta es esa”, me dijo Karina, “Si la querés, bueno. Y si no, vamos a buscar a otro lado”, me dijo seductora. Confiada. Con los huevos de alguien que hacía ésto todo el tiempo, aunque yo sabía perfectamente que no era así.

No terminaba de entender la actitud de la pendeja. Por qué estaría haciendo ésto? Ofreciéndose así a un villero que ni conocía? Tirándome miraditas, haciéndose la seductora… había algo que no me terminaba de cerrar y el instinto de que acá había algún gato encerrado me estaba haciendo sonar alarmas en la cabeza. Tenía que mandarme y apostar más fuerte para ver qué había detrás de todo ésto.

“Mirá, linda… a ver qué te parece”, le dije mirándola fijo, “Más tarde a la tarde van a venir un par de amigos míos. Te atendemos entre los tres y quedamos hechos por el paquete entero? Te va?”, le pregunté.
“Ni loca”, dijo inmediatamente y empezó a caminar para la puerta, “Vamos, Marian, conseguimos en otro lado…”
Lo miré al pibe y me miró con una sonrisita tímida, “Que se yo, Monchi… tiene carácter fuerte, viste…”, me dijo como disculpándose.
“Pará, loca, pará…no se vayan”, le dije cuando ya estaban llegando a la puerta. La pendeja me escuchó y se dió vuelta, “Que poca paciencia, che… Estás acostumbrada a que te den todos los gustos, no? No sabés negociar. Que pasa, papi te regala todo, no?”
Me frunció las cejas y me escupió la respuesta, “Mi papá abusaba de mí…”
“Y, bueno… no lo culpo…”, se me escapó una sonrisita mientras la veía enojada. Pensé que eso explicaba bastante de lo mal que estaba en la cabeza la minita.
“Ah, que lindo…”, dijo Karina y miró a Vilmita que todavía estaba sentada ahí, ausente de toda la conversación, “Vos te cogés a tu hija?”
“Loca, cuidate de lo que decís o acá no hay trato y se van de mi casa, oíste?”, le dije seriamente.

Karina se me acercó y se me puso cerca, enfrente mío, “Bueh, bueh… Entonces qué? Lo hacemos acá o querés ir a otro lado?”
“Pasá para el cuartito”, le dije y le indiqué con un dedo la otra piecita que estaba al lado de donde estaban todavía el Manija y Rayito, “Acá no hacemos nada porque está la nena”. Lo miré al pibe y le dije firmemente, “Y vos te quedás acá y la mirás a la nena, estamos? El paquetito me lo llevo yo para que no te pongas de la cabeza y te olvides de cuidar a la nena.”
“Si… si, loco, está bien…” me contestó y se fué a sentar al silloncito.
“Vení, dale…”, le dije a Karina y la guié hasta el otro cuartito. Entramos y cerré la puerta detrás nuestro. La vi sentarse al borde del catre que había, reclinándose un poco, apoyándose con sus manos hacia atrás en el colchón. Yo me acerqué y me le paré cerquita delante de ella. Tiré el paquetito en una mesita que había cerca y me la quedé mirando.

“La verdad que no te entiendo”, le dije.
“Que no entendés?”, me preguntó mientras sus ojos se deslizaban por mi cuerpo parado frente a ella.
“Cómo te entregás tan fácil. Que sos la putita de tu novio?”, le dije.
“No es mi novio. El se cree que es mi novio…”, dijo y se inclinó un poco hacia adelante, acercando esa carita hermosa al bulto que se me estaba haciendo debajo del pantalón, mirándome con esos ojazos marrones desde ahí abajo.
“Y entonces por qué?”, le pregunté.
“Que importa por qué?”, me dijo, “Estamos acá, no?”

La verdad que no supe qué decirle porque tenía razón. A veces es mejor no preguntarse el por qué de las cosas y disfrutar cuando se te dan. Pero me jode. Me jode mucho no saber por qué está pasando todo ésto. La veo que se sienta más derecha en el borde del colchón, separando un poco sus piernitas y empieza a jugar con la bragueta de mi pantalón. Mirándome me empieza a acariciar el bulto duro y me sonríe suavemente.

“Está bien si vamos directo al grano, no?”, me dijo y me desabrochó el pantalón, sus dedos delicados separando la tela y buscando mi verga, “No me interesan los mimitos…”
“Hacé lo que quieras…”, le dije mientras sentía cómo la verga me dió un tirón al sentir su toque. Luego de un momento me bajó los boxers y mi pija saltó como resorte enfrente de su cara. Mi trozo bien grueso y marrón oscuro contrastando contra su piel pálida. La vi que un poco se sorprendió.
Mi miró la pija en silencio, pero con una sonrisita y la empezó a acariciar, “Uf… Monchi… mirá lo que tenés…”
“Pija villera, nena”, le dije, “Pija de hombre, no de nene", le dije, "Sacate el top... dejame ver esas gomas..."


pendeja


Sonriendo suavemente se sacó su top y me la siguió acariciando y pajeando despacito, poniéndola más dura todavía. Besándola, lamiéndola... Yo sentía cómo se me endurecía todavía más en esa manito delicada y me estaba volviendo loco. Por fin al ratito se animó, cerró los ojos y se mandó la cabeza hinchada que yo ya tenía entre esos labios finitos y pintados, gimiendo suavemente al sentirle el gusto y el aroma, “Mmm…”
“Seeeh… ahí va, bebé…”, le dije y nos miramos a los ojos mientras me la empezó a chupar más profundo y con más ganas. Yo me saqué la remera ya anticipando la garchada que le iba a pegar a ésta pendeja puta y hermosa. Lo que me excitaba verle la cara a la chetita con la boca llena de mi verga villera era inexplicable. Y a ella parecía gustarle mucho también. Le puse una mano en la cabeza y le agarré el pelo, empecé también suavemente a bombearle la boca un poco con mis caderas, para que tragara más pija. Karina empezó a gemir más fuerte y me puso las manos en las piernas, aferrándose ahí.


pendeja puta


Yo no podía más y cerré los ojos, entregándome a ese placer hermoso, sintiendo como la lengua de la pendeja lamía y jugaba con mi verga dentro de su boca, húmeda y caliente. Escuchando los gemidos suaves que sacaba por la nariz. Sentí que se la sacó después de un rato de dulce placer de la boca y me empezó a lamer todo el palo de arriba a abajo. Abrí los ojos y me estaba mirando.
“Te gusta, mi amor?”, me preguntó suavecito mientras me lamía y veía lo húmedos que tenía los labios.
“No pares, bebé”, le dije, “Ya te vas a acostumbrar… una de éstas no te comés seguido.”
Ella largó una risita, “No…”, cerró los ojos y se la mandó de nuevo a la boca, chupándome mas y mas profundo. Yo no pude evitar tampoco largar un largo y suave gemido de placer. La agarré más fuerte de la cabeza y le empecé a coger esa boca increíble. Despacio, no quería hacerla atragantar, al menos no todavía… ya se la iba a enterrar hasta los huevos, pero ésto lo estaba disfrutando muchísimo.

La pendeja se había aferrado a mis piernas y me la estaba chupando hermoso. Suave y profundo. Ahí fue cuando escuché la puerta del cuartito abriéndose violentamente, de golpe, pegando contra la pared con un estruendo tremendo. Giré sobresaltado y lo ví al pendejo.

“Quedate quieto hijo de puta! Ni te muevas”, me gritó y lo ví que tenía un revolver en la mano, apuntandome a la cara desde la puerta.
Sentí a Karina que se sacó la verga de la boca enseguida, “... la puta que te parió, forro! Por que tardaste tanto, imbécil?!”
Yo no entendía nada y sentí la verga que se me bajó al instante, “Pero, que mierda…”, la miré a Karina pararse y limpiarse la boca fuerte con la tela de su remera.
“No podías tardar más, pelotudo?!”, le gritó al pibe, limpiándose la boca del gusto de mi verga.
“Perdona, amor… quería estar seguro que iba a estar distraído, viste…”, le contestó el pibe sin dejar de apuntarme.
“Hacía rato que estaba distraído, tarado!”, Karina lo seguía increpando, “La puta madre un poco más y me acaba en la boca! Que te pensás que quiero que un negro de mierda me acabe en la boca?!”, le dijo y para rematar de la bronca que tenía la pendeja le pegó al pibe en el hombro.
“Bueh, pará che! Ya está!”, le contestó el pibe.
“Forro de mierda…”, Karina seguía puteando y limpiándose la boca.
“La reconcha de tu madre, hijos de puta…”, metí bocado yo, sintiendo como me hervía la sangre. Más que nada por haber caído como un boludo.
“Callate villero de mierda!”, me gritó la pendeja, “Marian, si hace algo pegale un tiro”, le dijo al pibe.
“Que, me vas a tirar? A mi?”, le dije al pibe. Tenía ganas de dar un paso y acercarme a ver que hacía. Lo veía muy nervioso y un poco le temblaba la mano. Lo estaba superando la situación, se ve que nunca había hecho algo así. A mi, lamentablemente, no era la primera vez que me apuntaban.
“Si, hijo de puta.. Te quemo…”, me contestó con unos nervios que me dió un poco de cosa que se le escapara un tiro sin querer.

La pendeja se me vino al humo enseguida, casi gritándome en la cara, “Donde tenés la falopa, Monchi! La falopa y la guita, donde la tenés?! Dale!”
“Andá a la concha de tu madre…”, le dije.
Karina me gruñó y como yo todavía tenía la verga afuera, ya toda blandita, aprovechó y le dió un sopapo fuerte, “Que te pasa negro? Se te fueron las ganas, eh? Hijo de mil putas…”
“Cortala, Kari!”, le gritó el pibe. Veía como le temblaba el arma en la mano y ya me estaba dando pánico, “D-dale Monchi dejate de joder! Decile donde está y nos vamos! No jodas mas!”

No le dije nada. Tomé aire y me vestí de nuevo, para no tener la verga al aire. Estaba deseando que el pendejo no me prestara atención aunque sea un segundito asi me le tiraba encima y lo recontra cagaba bien a trompadas.

“Dejalo a éste negro de mierda…”, protestó Karina, “Si se mueve tirale, dejá que lo busco yo…”, terminó la pendeja y se puso a revolver cajones a ver que podía encontrar. Yo nada más me quedé mirándolo al pibe, rogando que me diera una oportunidad. Sólo una.

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