—No mames, compa, te juro que en ese momento sentí que se me iba a salir el alma del cuerpo—
Ella entró y se sentó en la orilla de la cama, con esas piernas temblando y ese corset negro que me volvía loco.
"Si hacemos esto, no hay vuelta atrás", me dijo, con la voz toda quebrada. Yo no pude aguantarme, le agarré la cara entre las manos y le contesté: "Lo sé, mamá, pero no puedo evitar desearlo".
Y entonces, wey, pasó lo que tenía que pasar.
Nos lanzamos a besarnos como si no hubiera mañana, como dos putos animales hambrientos.
Sus labios sabían a gloss y a pecado, y su lengua se enredaba con la mía mientras mis manos le apretaban esas nalgas que llevaba meses mirando.
Ella me jaló del pelo y yo le mordí el cuello, sintiendo cómo se estremecía toda.
—"No hay vuelta atrás", volvió a decir, pero ahora con un gemido, mientras su mano bajaba por mi pecho, mi abdomen, hasta agarrar mi verga como si fuera suya.
Y cuando esos dedos me tocaron, casi me vine ahí mismo.
Pero lo mejor estaba por venir, compa. Ella se arrodilló frente a mí, me miró con esos ojos de zorra que nunca le había visto, y sin decir nada, se tragó mi verga entera.
—¡GLUP!—
Se escuchó en el cuarto, y el sonido de ella ahogándose con mi miembro me puso más duro que nunca. "Mamá, no mames...", le gemí, mientras me chupaba como si su vida dependiera de ello.
Después de un rato, ya no aguanté. La levanté como muñeca y la tiré en la cama, arrancándole ese pinche cachetero negro que tanto me calentaba. Ahí estaba, su panocha rosadita, empapada, oliendo a puro deseo.
Me clavé entre sus piernas y le lamí todo, desde el clítoris hasta el culo, mientras ella gritaba y me jalaba del pelo.
"¡Alec, no pares! ¡Hijo, síguele!", gemía, y cada vez que decía "hijo", se me ponía más dura la verga.
—"Estoy lista... por favor, métemela", me suplicó, con los ojos llorosos de tanto placer.
"Sé que soy tu madre, pero te deseo", confesó, y yo no pude evitar responderle: "Y yo te deseo a ti, mamá".
Ahí estábamos, wey. Ella, con las piernas abiertas, gimiendo mi nombre.
Yo, con la verga en la mano, a punto de hacer lo que llevábamos meses deseando.
—Y todo el pinche infierno estaba a punto de comenzar—
Ella entró y se sentó en la orilla de la cama, con esas piernas temblando y ese corset negro que me volvía loco.
"Si hacemos esto, no hay vuelta atrás", me dijo, con la voz toda quebrada. Yo no pude aguantarme, le agarré la cara entre las manos y le contesté: "Lo sé, mamá, pero no puedo evitar desearlo".
Y entonces, wey, pasó lo que tenía que pasar.
Nos lanzamos a besarnos como si no hubiera mañana, como dos putos animales hambrientos.
Sus labios sabían a gloss y a pecado, y su lengua se enredaba con la mía mientras mis manos le apretaban esas nalgas que llevaba meses mirando.
Ella me jaló del pelo y yo le mordí el cuello, sintiendo cómo se estremecía toda.
—"No hay vuelta atrás", volvió a decir, pero ahora con un gemido, mientras su mano bajaba por mi pecho, mi abdomen, hasta agarrar mi verga como si fuera suya.
Y cuando esos dedos me tocaron, casi me vine ahí mismo.
Pero lo mejor estaba por venir, compa. Ella se arrodilló frente a mí, me miró con esos ojos de zorra que nunca le había visto, y sin decir nada, se tragó mi verga entera.
—¡GLUP!—
Se escuchó en el cuarto, y el sonido de ella ahogándose con mi miembro me puso más duro que nunca. "Mamá, no mames...", le gemí, mientras me chupaba como si su vida dependiera de ello.
Después de un rato, ya no aguanté. La levanté como muñeca y la tiré en la cama, arrancándole ese pinche cachetero negro que tanto me calentaba. Ahí estaba, su panocha rosadita, empapada, oliendo a puro deseo.
Me clavé entre sus piernas y le lamí todo, desde el clítoris hasta el culo, mientras ella gritaba y me jalaba del pelo.
"¡Alec, no pares! ¡Hijo, síguele!", gemía, y cada vez que decía "hijo", se me ponía más dura la verga.
—"Estoy lista... por favor, métemela", me suplicó, con los ojos llorosos de tanto placer.
"Sé que soy tu madre, pero te deseo", confesó, y yo no pude evitar responderle: "Y yo te deseo a ti, mamá".
Ahí estábamos, wey. Ella, con las piernas abiertas, gimiendo mi nombre.
Yo, con la verga en la mano, a punto de hacer lo que llevábamos meses deseando.
—Y todo el pinche infierno estaba a punto de comenzar—
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