El momento había llegado. Al díasiguiente, Jenny y su padre tomarían un vuelo a Miami para abordar el cruceroque los llevaría por el Caribe durante siete días de ensueño. Mientras su padrepasaba frente a la habitación de su hija, la puerta entreabierta le permitióvislumbrar a Jenny modelando su nuevo bikini frente al espejo.
—Dios mío… —pensó, conteniendola respiración—. Mi niña ya no es una niña.
Jenny, con sus generosos senos decopa C, su cintura de avispa y ese cabello castaño sedoso que caía sobre sushombros, era el vivo reflejo de su esposa en su juventud.
El vuelo transcurrió sinincidentes y, antes de lo esperado, ya estaban abordando el majestuoso barco.Sin embargo, al llegar a su cabina, descubrieron un pequeño inconveniente:en lugar de las dos camas individuales que habían reservado, había una queensize.
—Hubo un error —explicó elrecepcionista con una sonrisa incómoda—. Asumieron que eran matrimonio. Lolamentamos, pero el barco está completo.
Como compensación, les ofrecieronpases gratuitos para el club y el casino. Jenny soltó una risita al ver lapreocupación en el rostro de su padre.
—No seas ridículo, papá —dijo,deslizando una mano sobre el colchón—. Es enorme, podemos compartir sinproblemas.
—No sé si sea apropiado, cariño…—murmuró él, sintiendo un calor extraño invadiéndole el pecho.
—Lo que no sería apropiado es quedurmieras en el suelo como un perro —replicó ella, lanzándole una miradadesafiante—. No me trates como una niña.
Y así quedó decidido.
Esa primera noche, después derecorrer el barco y disfrutar del bufet, Jenny conoció a un grupo de chicos desu edad. Su padre, aunque solía ser protector, notó la felicidad en sus ojos ydecidió darle espacio. Que sea una adolescente normal, pensó.
Mientras tanto, él se refugió enel bar, ahogando su soledad en whisky y vodka. A su alrededor, solo vio parejasenamoradas y familias. Ninguna mujer soltera… ninguna compañía. Conel alcohol nublando su mente, regresó a la cabina y cayó rendido en la cama.
Jenny volvió pasada la 1:30 a.m., aliviada al ver que su padre ya dormía. Rápidamente se despojó de su ropa,quedando solo en bra y tanga, y se deslizó entre las sábanas. El ajuste delsujetador la molestaba, así que, con un movimiento hábil, lo desabrochó y lodejó caer. Total, con las cobijas puestas, no pasaría nada.
En la oscuridad, su padre giróinconscientemente y, en su estado de embriaguez y ensueño, creyó tener a Saraentre sus brazos otra vez. Su mano encontró el suave pecho desnudo de Jenny, yun gemido escapó de sus labios.
—Sara… —susurró, arrastrándosemás cerca.
Jenny, sumida en un sueñoprofundo, no despertó, pero su cuerpo respondió instintivamente. La respiraciónse le aceleró cuando sintió algo caliente y firme rozando su entrepierna. ¿Estabasoñando?
Su padre, perdido en la fantasía,frotó su erección contra la delgada tela de su tanga, humedeciéndola con susmovimientos. La tira de tela se corrió, dejando al descubierto su sexoadolescente. El roce se volvió más intenso, más urgente.
—Te extraño tanto… —murmuró él,embriagado por el calor de su hija.
Sin penetrarla, la punta de sumiembro encontró la entrada de su virginidad, ya empapada. Fue suficiente. Conun gruñido ahogado, eyaculó sobre su pubis, cubriéndola de semen caliente queresbaló por sus muslos.
Ninguno de los dos supo lo querealmente había ocurrido.
Jenny despertó primero. Un olorextraño flotaba en el aire, pero, adormilada, lo atribuyó al aire salado. Seduchó rápidamente, sin notar los restos secos entre sus piernas, y se vistiócon su bikini.
Él despertó más tarde,confundido. ¿Había soñado con Sara? Pero el pegajosorecordatorio en su ropa interior le confirmó que su orgasmo había sido muyreal. Avergonzado, se limpió y se vistió.
Al encontrarse en la cubierta,Jenny no pudo evitar notar cómo el nuevo traje de baño de su padre —más juvenilde lo habitual— se ajustaba a su figura. Qué curioso verlo así,pensó, observando las canas que plateaban su pecho.
El segundo día del crucero,mientras Jenny disfrutaba de la piscina principal, un grupo de chicos se acercóa jugar voleibol acuático. Entre ellos, uno destacaba inmediatamente: Lucas,un joven de 19 años, alto, piel bronceada por el sol y músculos definidos quedelataban su afición al surf. Su cabello castaño claro, despeinado por elviento marino, y sus ojos verdes como el agua cristalina del Caribe, hicieronque Jenny lo mirara más de lo debido.
—¿Juegas? —le preguntó Lucas conuna sonrisa descarada, lanzándole la pelota.
Jenny, aunque tímida alprincipio, no pudo resistirse a su tono juguetón.
—Claro que sí —respondió,devolviendo el balón con más fuerza de la esperada.
Lucas rio, impresionado.
—¡Vaya, tienes buen brazo!
No solo era su físico atlético,sino su confianza relajada. Lucas no trataba de impresionarla con falsasmodestias ni adulaciones exageradas. Hablaba con naturalidad, bromeaba sinfiltros y, sobre todo, la miraba como si realmente le interesara lo que elladecía.
Esa misma noche, después de unacena en la que coincidieron en el bufet, Lucas la invitó a caminar por lacubierta superior. El viento fresco y las estrellas brillantes creaban unambiente perfecto.
—Nunca había visto un cielo así—murmuró Jenny, mirando hacia arriba.
—Yo tampoco —respondió Lucas,pero no estaba mirando al cielo.
Jenny lo notó y, al girar, suslabios estuvieron a centímetros de los suyos. Sin pensarlo dos veces, él cerróla distancia.
El beso fue suave al principio,un roce tímido que pronto se volvió más intenso. Jenny sintió un escalofríocuando su lengua se deslizó entre sus labios, explorando su boca con una mezclade curiosidad y deseo.
Al tercer día, ya eraninseparables. Lucas, más audaz, la llevó a un rincón apartado cerca de lacubierta de popa, donde pocos pasajeros transitaban.
—Nadie nos verá aquí —susurró,acariciando su cintura.
—¿Y qué haremos exactamente?—preguntó Jenny, aunque ya lo intuía.
Lucas le tomó la mano y la guióhacia su entrepierna, donde un bulto firme palpitaba bajo su pantalón de baño.
—Quiero que lo pruebes —dijo convoz ronca.
Jenny tragó saliva, nerviosa peroexcitada.
—No sé si… si podré.
—No tienes que hacer nada que noquieras —respondió él, acariciándole la mejilla—. Pero si lo intentas, teaseguro que no te arrepentirás.
Con manos temblorosas, Jennydeslizó el elástico del bañador de Lucas, liberando su erección. Suverga era gruesa, de un rosa oscuro en la punta, con venas marcadas que latíanbajo su tacto. Sus testículos, tensos y pesados, se movieron cuando ella losrozó con timidez.
—Solo relájate —murmuró Lucas,guiando su cabeza con suavidad.
El primer contacto fueextraño: el sabor salado, la textura suave pero firme, el calor queemanaba. Al principio, Jenny solo lo lamio, explorando, pero cuando Lucasgimió, algo dentro de ella se encendió.
—Así… así está bien —jadeó él.
Poco a poco, tomó más confianza,hundiendo su boca alrededor de él, sintiendo cómo se expandía aún más.
Lucas, perdido en el placer, laempujó contra la pared, sus manos buscando el elástico de su bikini.
—Quiero estar dentro de ti—gruñó.
Jenny, aunque excitada, sedetuvo.
—No… no todavía —dijo entrejadeos—. Pero puedes… terminar en mi boca.
Lucas no necesitó más persuasión.Con movimientos acelerados, guió su cabeza hacia él y, con un gemidoahogado, explotó en su boca. El semen, espeso y caliente,llenó su lengua, y Jenny tragó con dificultad, sorprendida por el sabor saladoy amaderado.
—Mierda… eso fue increíble—murmuró Lucas, recostándose contra la baranda.
Jenny, con los labios brillantes,se limpió con el dorso de la mano, sintiendo una mezcla de vergüenza y orgullo.
—No digas nada a nadie —susurró,sonrojada.
Lucas rio y la besó nuevamente.
—Ni lo sueñes. Esto queda entrenosotros.
Y así, entre olas y susurros,Jenny descubrió un nuevo mundo de sensaciones, una que la dejaría pensando enLucas cada vez que cerrara los ojos.
Los días pasaron entre islasparadisíacas y noches de exploración. Jenny, cada vez más cercana al chico quehabía conocido.
Mientras Jenny vivía su romance,su padre se hundía en el alcohol. Solo, rodeado de parejas felices, bebió hastaperder el control.
—Señor, ¿necesita ayuda?—preguntó un guardia de seguridad, sosteniéndolo cuando tropezó en el pasillo.
—Mi habitación… —balbuceó.
Al abrir la puerta, el guardiavio a Jenny desnuda, tumbada en medio de la cama, y soltó una risita.
—Parece que su esposa lo espera.
—Sí… la amo —respondió él,automáticamente.
La mente borracha de su padreborró toda realidad. Al entrar, solo vio a Sara, su Sara, tendida como tantasveces antes.
—Te extrañé tanto —susurró,desnudándose y uniéndose a ella.
Jenny despertó de golpe al sentirsus manos en sus senos, sus dedos explorando su intimidad.
—Sara… necesito sentirte —murmuróél, acercando sus labios a su cuello.
Ella contuvo el aliento. ¿Debíadetenerlo? Pero el mismo morbo que la había llevado a explorar susexualidad esa noche ahora la paralizaba.
Y entonces, en la oscuridad delCaribe, los límites se desvanecieron…
La habitación del crucero estabaenvuelta en una penumbra cálida, el sonido del mar chocando contra el casco delbarco era el único testigo de lo que estaba por ocurrir. Jenny, , yacía en lacama, aún aturdida por el alcohol que había consumido horas antes. Su cuerpo,joven y virgen, estaba relajado, hasta que sintió unas manos ásperas y grandesrecorriéndole los muslos.
—Sara… mi amor… cuánto te heextrañado…— murmuró su padre, con la voz gruesa y cargada de alcohol. Sualiento apestaba a whisky barato, pero había algo perversamente excitante en suvoz ronca.
Jenny abrió los ojos,paralizada. ¿Esto está pasando? Su propio padre, un hombre de52 años, musculoso y con un miembro que ya se asomaba imponente entre suspiernas, la estaba tocando. ¿Me está confundiendo con mamá?
—P-Papá…— intentóprotestar, pero un gemido escapó de sus labios cuando sus dedos callososencontraron su clítoris y comenzaron a masajearlo con una pericia que jamáshubiera imaginado.
—Ahhh…— gimió, arqueandola espalda. Esto está mal… pero se siente tan bien…
Su padre, ebrio y perdido en susfantasías, no notó la diferencia. Para él, aquellos gemidos eran los de sudifunta esposa, y eso solo lo excitó más. Con movimientos expertos, sus dedospenetraron su coño virgen, abriéndola con lentitud pero sin piedad.
—Siempre fuiste tan apretada,cariño…— gruñó, hundiendo los dedos más profundo.
Jenny sintió cómo su cuerpotraicionaba sus pensamientos. El placer era abrumador, y antes de que pudierareaccionar, su padre retiró sus dedos y se colocó entre sus piernas.
—¡P-Papá! ¿Qué estás…?—pero sus palabras se convirtieron en un quejido cuando su lengua, gruesa yexperta, lamió su clítoris con voracidad.
—Mmm… sabes tan dulce, miamor…— murmuró entre lametones, hundiendo su rostro en su sexo.
Jenny no pudo resistirse. Susmanos se aferraron a su cabello, empujándolo contra su coño mientras suspiernas se cerraban alrededor de su cabeza. Esto es incesto… esto especado… pero no quiero que pare.
El orgasmo la golpeó como untsunami, sacudiendo su cuerpo entero. Gritó, arqueándose mientras su padreseguía devorándola, bebiendo cada gota de su néctar adolescente.
Pero no terminó ahí.
Con un gruñido animal, su padrese levantó y se colocó sobre ella. Su verga, enorme y gruesa, palpitaba contrasus labios vaginales. Dios mío… es enorme… Nunca había vistoun pene tan grande. El chico con el que había estado antes no se comparaba.
—Sara… voy a follarte comoantes…— susurró, alineando la cabeza de su miembro con su entrada.
Jenny contuvo el aliento. Sabíalo que venía. Está a punto de quitarme mi virginidad.
—Espera, papá, no soy… ahhh!—gritó cuando la punta de su enorme miembro se deslizó dentro de ella,estirándola de una manera que jamás había imaginado.
—Mierda… estás tan apretada…—gruñó, avanzando lentamente.
El dolor fue insoportable alprincipio. Su himen se rompió con un empujón brutal cuando su padre,impaciente, embistió con fuerza, enterrándose hasta el fondo en un solomovimiento.
—¡Aaahhh!— gritó Jenny,lágrimas asomando en sus ojos. Pero el dolor pronto se mezcló con placer cuandosu padre comenzó a moverse, sus caderas chocando contra las suyas con un ritmolento pero profundo.
—Eres tan perfecta…— gemíasu padre, agarrando sus caderas con fuerza mientras la penetraba una y otravez.
Jenny no podía creer lo queestaba pasando. Mi propio padre me está follando. Y lo peorera que su cuerpo respondía, moviéndose en sincronía con él, buscando más.
—Voy a venir…— gruñó supadre, clavándose hasta el fondo.
Jenny sintió el calor de su semenllenándola, chorro tras chorro, marcándola como suya. Su padre se derrumbósobre ella, aún dentro, mientras ambos jadeaban.
Pero la noche no terminó ahí.
Horas después, Jenny despertó conuna sensación familiar: su padre, aún borracho, la colocó encima de él,alineando su pene con su coño ya usado.
—Monta a tu papá…—susurró.
Y ella lo hizo.
Movió sus caderas con torpeza alprincipio, pero pronto encontró el ritmo, cabalgándolo como una experta.
—Así… mi buena niña…—gruñó su padre, agarrando sus nalgas mientras ella se movía arriba y abajo.
Esta vez, cuando él se corriódentro de ella, Jenny ya no tuvo remordimientos.
A la mañana siguiente, la verdadsalió a la luz. Pero en lugar de horror, hubo aceptación.
—Lo que pasó… no puede volvera pasar— dijo su padre, aunque su erección traicionaba sus palabras.
Jenny, ahora convertida en suamante, solo sonrió y se arrodilló frente a él.
—Claro que no, papá…—dijo, antes de tragarse su verga entera.
Y así comenzó su vida secreta.Padre e hija, amantes en las sombras.
—Dios mío… —pensó, conteniendola respiración—. Mi niña ya no es una niña.
Jenny, con sus generosos senos decopa C, su cintura de avispa y ese cabello castaño sedoso que caía sobre sushombros, era el vivo reflejo de su esposa en su juventud.
El vuelo transcurrió sinincidentes y, antes de lo esperado, ya estaban abordando el majestuoso barco.Sin embargo, al llegar a su cabina, descubrieron un pequeño inconveniente:en lugar de las dos camas individuales que habían reservado, había una queensize.
—Hubo un error —explicó elrecepcionista con una sonrisa incómoda—. Asumieron que eran matrimonio. Lolamentamos, pero el barco está completo.
Como compensación, les ofrecieronpases gratuitos para el club y el casino. Jenny soltó una risita al ver lapreocupación en el rostro de su padre.
—No seas ridículo, papá —dijo,deslizando una mano sobre el colchón—. Es enorme, podemos compartir sinproblemas.
—No sé si sea apropiado, cariño…—murmuró él, sintiendo un calor extraño invadiéndole el pecho.
—Lo que no sería apropiado es quedurmieras en el suelo como un perro —replicó ella, lanzándole una miradadesafiante—. No me trates como una niña.
Y así quedó decidido.
Esa primera noche, después derecorrer el barco y disfrutar del bufet, Jenny conoció a un grupo de chicos desu edad. Su padre, aunque solía ser protector, notó la felicidad en sus ojos ydecidió darle espacio. Que sea una adolescente normal, pensó.
Mientras tanto, él se refugió enel bar, ahogando su soledad en whisky y vodka. A su alrededor, solo vio parejasenamoradas y familias. Ninguna mujer soltera… ninguna compañía. Conel alcohol nublando su mente, regresó a la cabina y cayó rendido en la cama.
Jenny volvió pasada la 1:30 a.m., aliviada al ver que su padre ya dormía. Rápidamente se despojó de su ropa,quedando solo en bra y tanga, y se deslizó entre las sábanas. El ajuste delsujetador la molestaba, así que, con un movimiento hábil, lo desabrochó y lodejó caer. Total, con las cobijas puestas, no pasaría nada.
En la oscuridad, su padre giróinconscientemente y, en su estado de embriaguez y ensueño, creyó tener a Saraentre sus brazos otra vez. Su mano encontró el suave pecho desnudo de Jenny, yun gemido escapó de sus labios.
—Sara… —susurró, arrastrándosemás cerca.
Jenny, sumida en un sueñoprofundo, no despertó, pero su cuerpo respondió instintivamente. La respiraciónse le aceleró cuando sintió algo caliente y firme rozando su entrepierna. ¿Estabasoñando?
Su padre, perdido en la fantasía,frotó su erección contra la delgada tela de su tanga, humedeciéndola con susmovimientos. La tira de tela se corrió, dejando al descubierto su sexoadolescente. El roce se volvió más intenso, más urgente.
—Te extraño tanto… —murmuró él,embriagado por el calor de su hija.
Sin penetrarla, la punta de sumiembro encontró la entrada de su virginidad, ya empapada. Fue suficiente. Conun gruñido ahogado, eyaculó sobre su pubis, cubriéndola de semen caliente queresbaló por sus muslos.
Ninguno de los dos supo lo querealmente había ocurrido.
Jenny despertó primero. Un olorextraño flotaba en el aire, pero, adormilada, lo atribuyó al aire salado. Seduchó rápidamente, sin notar los restos secos entre sus piernas, y se vistiócon su bikini.
Él despertó más tarde,confundido. ¿Había soñado con Sara? Pero el pegajosorecordatorio en su ropa interior le confirmó que su orgasmo había sido muyreal. Avergonzado, se limpió y se vistió.
Al encontrarse en la cubierta,Jenny no pudo evitar notar cómo el nuevo traje de baño de su padre —más juvenilde lo habitual— se ajustaba a su figura. Qué curioso verlo así,pensó, observando las canas que plateaban su pecho.
El segundo día del crucero,mientras Jenny disfrutaba de la piscina principal, un grupo de chicos se acercóa jugar voleibol acuático. Entre ellos, uno destacaba inmediatamente: Lucas,un joven de 19 años, alto, piel bronceada por el sol y músculos definidos quedelataban su afición al surf. Su cabello castaño claro, despeinado por elviento marino, y sus ojos verdes como el agua cristalina del Caribe, hicieronque Jenny lo mirara más de lo debido.
—¿Juegas? —le preguntó Lucas conuna sonrisa descarada, lanzándole la pelota.
Jenny, aunque tímida alprincipio, no pudo resistirse a su tono juguetón.
—Claro que sí —respondió,devolviendo el balón con más fuerza de la esperada.
Lucas rio, impresionado.
—¡Vaya, tienes buen brazo!
No solo era su físico atlético,sino su confianza relajada. Lucas no trataba de impresionarla con falsasmodestias ni adulaciones exageradas. Hablaba con naturalidad, bromeaba sinfiltros y, sobre todo, la miraba como si realmente le interesara lo que elladecía.
Esa misma noche, después de unacena en la que coincidieron en el bufet, Lucas la invitó a caminar por lacubierta superior. El viento fresco y las estrellas brillantes creaban unambiente perfecto.
—Nunca había visto un cielo así—murmuró Jenny, mirando hacia arriba.
—Yo tampoco —respondió Lucas,pero no estaba mirando al cielo.
Jenny lo notó y, al girar, suslabios estuvieron a centímetros de los suyos. Sin pensarlo dos veces, él cerróla distancia.
El beso fue suave al principio,un roce tímido que pronto se volvió más intenso. Jenny sintió un escalofríocuando su lengua se deslizó entre sus labios, explorando su boca con una mezclade curiosidad y deseo.
Al tercer día, ya eraninseparables. Lucas, más audaz, la llevó a un rincón apartado cerca de lacubierta de popa, donde pocos pasajeros transitaban.
—Nadie nos verá aquí —susurró,acariciando su cintura.
—¿Y qué haremos exactamente?—preguntó Jenny, aunque ya lo intuía.
Lucas le tomó la mano y la guióhacia su entrepierna, donde un bulto firme palpitaba bajo su pantalón de baño.
—Quiero que lo pruebes —dijo convoz ronca.
Jenny tragó saliva, nerviosa peroexcitada.
—No sé si… si podré.
—No tienes que hacer nada que noquieras —respondió él, acariciándole la mejilla—. Pero si lo intentas, teaseguro que no te arrepentirás.
Con manos temblorosas, Jennydeslizó el elástico del bañador de Lucas, liberando su erección. Suverga era gruesa, de un rosa oscuro en la punta, con venas marcadas que latíanbajo su tacto. Sus testículos, tensos y pesados, se movieron cuando ella losrozó con timidez.
—Solo relájate —murmuró Lucas,guiando su cabeza con suavidad.
El primer contacto fueextraño: el sabor salado, la textura suave pero firme, el calor queemanaba. Al principio, Jenny solo lo lamio, explorando, pero cuando Lucasgimió, algo dentro de ella se encendió.
—Así… así está bien —jadeó él.
Poco a poco, tomó más confianza,hundiendo su boca alrededor de él, sintiendo cómo se expandía aún más.
Lucas, perdido en el placer, laempujó contra la pared, sus manos buscando el elástico de su bikini.
—Quiero estar dentro de ti—gruñó.
Jenny, aunque excitada, sedetuvo.
—No… no todavía —dijo entrejadeos—. Pero puedes… terminar en mi boca.
Lucas no necesitó más persuasión.Con movimientos acelerados, guió su cabeza hacia él y, con un gemidoahogado, explotó en su boca. El semen, espeso y caliente,llenó su lengua, y Jenny tragó con dificultad, sorprendida por el sabor saladoy amaderado.
—Mierda… eso fue increíble—murmuró Lucas, recostándose contra la baranda.
Jenny, con los labios brillantes,se limpió con el dorso de la mano, sintiendo una mezcla de vergüenza y orgullo.
—No digas nada a nadie —susurró,sonrojada.
Lucas rio y la besó nuevamente.
—Ni lo sueñes. Esto queda entrenosotros.
Y así, entre olas y susurros,Jenny descubrió un nuevo mundo de sensaciones, una que la dejaría pensando enLucas cada vez que cerrara los ojos.
Los días pasaron entre islasparadisíacas y noches de exploración. Jenny, cada vez más cercana al chico quehabía conocido.
Mientras Jenny vivía su romance,su padre se hundía en el alcohol. Solo, rodeado de parejas felices, bebió hastaperder el control.
—Señor, ¿necesita ayuda?—preguntó un guardia de seguridad, sosteniéndolo cuando tropezó en el pasillo.
—Mi habitación… —balbuceó.
Al abrir la puerta, el guardiavio a Jenny desnuda, tumbada en medio de la cama, y soltó una risita.
—Parece que su esposa lo espera.
—Sí… la amo —respondió él,automáticamente.
La mente borracha de su padreborró toda realidad. Al entrar, solo vio a Sara, su Sara, tendida como tantasveces antes.
—Te extrañé tanto —susurró,desnudándose y uniéndose a ella.
Jenny despertó de golpe al sentirsus manos en sus senos, sus dedos explorando su intimidad.
—Sara… necesito sentirte —murmuróél, acercando sus labios a su cuello.
Ella contuvo el aliento. ¿Debíadetenerlo? Pero el mismo morbo que la había llevado a explorar susexualidad esa noche ahora la paralizaba.
Y entonces, en la oscuridad delCaribe, los límites se desvanecieron…
La habitación del crucero estabaenvuelta en una penumbra cálida, el sonido del mar chocando contra el casco delbarco era el único testigo de lo que estaba por ocurrir. Jenny, , yacía en lacama, aún aturdida por el alcohol que había consumido horas antes. Su cuerpo,joven y virgen, estaba relajado, hasta que sintió unas manos ásperas y grandesrecorriéndole los muslos.
—Sara… mi amor… cuánto te heextrañado…— murmuró su padre, con la voz gruesa y cargada de alcohol. Sualiento apestaba a whisky barato, pero había algo perversamente excitante en suvoz ronca.
Jenny abrió los ojos,paralizada. ¿Esto está pasando? Su propio padre, un hombre de52 años, musculoso y con un miembro que ya se asomaba imponente entre suspiernas, la estaba tocando. ¿Me está confundiendo con mamá?
—P-Papá…— intentóprotestar, pero un gemido escapó de sus labios cuando sus dedos callososencontraron su clítoris y comenzaron a masajearlo con una pericia que jamáshubiera imaginado.
—Ahhh…— gimió, arqueandola espalda. Esto está mal… pero se siente tan bien…
Su padre, ebrio y perdido en susfantasías, no notó la diferencia. Para él, aquellos gemidos eran los de sudifunta esposa, y eso solo lo excitó más. Con movimientos expertos, sus dedospenetraron su coño virgen, abriéndola con lentitud pero sin piedad.
—Siempre fuiste tan apretada,cariño…— gruñó, hundiendo los dedos más profundo.
Jenny sintió cómo su cuerpotraicionaba sus pensamientos. El placer era abrumador, y antes de que pudierareaccionar, su padre retiró sus dedos y se colocó entre sus piernas.
—¡P-Papá! ¿Qué estás…?—pero sus palabras se convirtieron en un quejido cuando su lengua, gruesa yexperta, lamió su clítoris con voracidad.
—Mmm… sabes tan dulce, miamor…— murmuró entre lametones, hundiendo su rostro en su sexo.
Jenny no pudo resistirse. Susmanos se aferraron a su cabello, empujándolo contra su coño mientras suspiernas se cerraban alrededor de su cabeza. Esto es incesto… esto especado… pero no quiero que pare.
El orgasmo la golpeó como untsunami, sacudiendo su cuerpo entero. Gritó, arqueándose mientras su padreseguía devorándola, bebiendo cada gota de su néctar adolescente.
Pero no terminó ahí.
Con un gruñido animal, su padrese levantó y se colocó sobre ella. Su verga, enorme y gruesa, palpitaba contrasus labios vaginales. Dios mío… es enorme… Nunca había vistoun pene tan grande. El chico con el que había estado antes no se comparaba.
—Sara… voy a follarte comoantes…— susurró, alineando la cabeza de su miembro con su entrada.
Jenny contuvo el aliento. Sabíalo que venía. Está a punto de quitarme mi virginidad.
—Espera, papá, no soy… ahhh!—gritó cuando la punta de su enorme miembro se deslizó dentro de ella,estirándola de una manera que jamás había imaginado.
—Mierda… estás tan apretada…—gruñó, avanzando lentamente.
El dolor fue insoportable alprincipio. Su himen se rompió con un empujón brutal cuando su padre,impaciente, embistió con fuerza, enterrándose hasta el fondo en un solomovimiento.
—¡Aaahhh!— gritó Jenny,lágrimas asomando en sus ojos. Pero el dolor pronto se mezcló con placer cuandosu padre comenzó a moverse, sus caderas chocando contra las suyas con un ritmolento pero profundo.
—Eres tan perfecta…— gemíasu padre, agarrando sus caderas con fuerza mientras la penetraba una y otravez.
Jenny no podía creer lo queestaba pasando. Mi propio padre me está follando. Y lo peorera que su cuerpo respondía, moviéndose en sincronía con él, buscando más.
—Voy a venir…— gruñó supadre, clavándose hasta el fondo.
Jenny sintió el calor de su semenllenándola, chorro tras chorro, marcándola como suya. Su padre se derrumbósobre ella, aún dentro, mientras ambos jadeaban.
Pero la noche no terminó ahí.
Horas después, Jenny despertó conuna sensación familiar: su padre, aún borracho, la colocó encima de él,alineando su pene con su coño ya usado.
—Monta a tu papá…—susurró.
Y ella lo hizo.
Movió sus caderas con torpeza alprincipio, pero pronto encontró el ritmo, cabalgándolo como una experta.
—Así… mi buena niña…—gruñó su padre, agarrando sus nalgas mientras ella se movía arriba y abajo.
Esta vez, cuando él se corriódentro de ella, Jenny ya no tuvo remordimientos.
A la mañana siguiente, la verdadsalió a la luz. Pero en lugar de horror, hubo aceptación.
—Lo que pasó… no puede volvera pasar— dijo su padre, aunque su erección traicionaba sus palabras.
Jenny, ahora convertida en suamante, solo sonrió y se arrodilló frente a él.
—Claro que no, papá…—dijo, antes de tragarse su verga entera.
Y así comenzó su vida secreta.Padre e hija, amantes en las sombras.

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