Cumplía treinta y nueve, y aunquela edad no me pesa, lo que sí empezaba a doler era esa rutina silenciosa en laque Carlos y yo habíamos caído. Sexo con luces apagadas, sábados por la noche,siempre en la misma posición. Él era dulce, considerado… pero nunca salvaje.Nunca urgente.
Esa noche creí que sería más delo mismo. Hotel bonito, una copa de vino, y quizá —si la cosa se daba— un polvosuave antes de dormir. Llevaba el vestido negro ajustado que él adoraba, sinropa interior, porque sabía que eso lo excitaba.
Así que cuando llegamos al hotel,me puse ese vestido corto que a él le encanta —ajustado, sin sujetador, escoteprovocador. Quería sentirme deseada, aunque no esperaba nada fuera de lo común.
Pero Carlos estaba diferente.Nervioso. Evitaba mirarme a los ojos por más de unos segundos. Lo noté cuandoentramos a la suite: estaba decorada con velas, pétalos, una botella de vino… yuna tensión en el aire que no sabía identificar.
—¿Todo bien? —le pregunté.
Él solo asintió, tragando saliva.
—Tengo una sorpresa para ti —dijocon una voz que parecía temblar un poco.
Antes de que pudiera preguntar,alguien tocó la puerta.
Carlos fue a abrir, y entonces lovi. Marco.
Alto. Fuerte. Con una de esaspresencias que se sienten antes de que digan una sola palabra. Me miró como siya supiera lo que iba a pasar. Y de inmediato, lo sentí: ese calor en el pecho,en el vientre… esa tensión entre las piernas.
Me quedé inmóvil. ¿Carlos habíahecho esto por mí?
Al principio, mi cabeza gritaba"no". Me invadió la duda, la culpa, la vergüenza. ¿Iba a dejar queotro hombre me tocara… delante de mi esposo?
Marco me empujó suavemente sobrela cama, y se quitó la ropa. Cuando vi su miembro, solté un suspiro. Eragrande. Más grueso que el de Carlos. Más largo. La comparación fue inevitable…y brutal.
Marco bajó entre mis piernas y melamió con la lengua plana, lenta. Su boca se hundía entre mis pliegues conprecisión, con hambre. Sentí mi clítoris hincharse en segundos. Jadeé, mearqueé, gemí sin vergüenza. Nunca nadie me había comido así.
Abrí los ojos y miré a Carlos.Estaba pálido, con los labios entreabiertos. Lo vi apretar los muslos. No setocaba. No se atrevía. Disfrutaba sufriendo.
—¿Estás viendo, amor? —le dije,con la voz ronca de placer—. Esto es lo que me hacía falta.
Marco se colocó entre mis muslos meabrí para él, lo dejé entrar y me hundió todo de un golpe. Grité. Erademasiado. Me estiró. Me abrió. Me hizo sentir invadida como nunca antes.
—¡Dios! —grité, sujetándome delas sábanas.
Carlos se removió en la silla. Lovi sin dejar de gemir. Sus ojos, clavados en el punto donde otro hombre entrabay salía de mí con fuerza. Marco me follaba con ritmo, con profundidad, confuria contenida. Y yo me estaba viniendo abajo.
Cada embestida era un latigazo deplacer. El sonido de sus huevos chocando contra mi carne mojada llenaba lahabitación. Yo era toda suya. Me lo arrancaba todo.
—Nunca gritaste así conmigo—escuché la voz baja de Carlos. Temblorosa. Rota.
Me giré hacia él, jadeando,empujando mis caderas contra Marco.
—Porque nunca me llenaste así —leescupí con una sonrisa salvaje.
Marco me agarró por el pelo y mehizo mirarlo mientras me follaba más fuerte. Su polla entraba hasta el fondo,me abría como nunca. Sentía sus venas frotándome las paredes. Un segundoorgasmo me atravesó sin aviso, brutal. Grité hasta quedarme sin aire.
Carlos se masturbaba. Y no dejóde mirar.
Marco me puso a cuatro patas, mesujetó de las caderas y me empaló como un animal. Yo gritaba, me empujaba haciaatrás, rogaba más.
—Te está viendo correrte como unaputa —me gruñó al oído.
—Lo soy —dije—. Tu puta. No lasuya.
Sentí el chorro caliente de susemen llenar mi interior, y me corrí de nuevo, desgarrada, vencida. Mi cuerpose desplomó sobre la cama, empapada, latiendo. Marco se apartó y se quedó depie, su polla aún húmeda, brillante, arrogante.
Me giré, separé los muslos… y visu leche saliendo de mí, despacio, goteando sobre mis muslos.
—Gracias, amor. Esto… esto esexactamente lo que quería.
—¿Quieres limpiar esto?
Carlos se arrodilló sin decirpalabra.
Y yo supe que este era solo elprincipio.
Esa noche creí que sería más delo mismo. Hotel bonito, una copa de vino, y quizá —si la cosa se daba— un polvosuave antes de dormir. Llevaba el vestido negro ajustado que él adoraba, sinropa interior, porque sabía que eso lo excitaba.
Así que cuando llegamos al hotel,me puse ese vestido corto que a él le encanta —ajustado, sin sujetador, escoteprovocador. Quería sentirme deseada, aunque no esperaba nada fuera de lo común.
Pero Carlos estaba diferente.Nervioso. Evitaba mirarme a los ojos por más de unos segundos. Lo noté cuandoentramos a la suite: estaba decorada con velas, pétalos, una botella de vino… yuna tensión en el aire que no sabía identificar.
—¿Todo bien? —le pregunté.
Él solo asintió, tragando saliva.
—Tengo una sorpresa para ti —dijocon una voz que parecía temblar un poco.
Antes de que pudiera preguntar,alguien tocó la puerta.
Carlos fue a abrir, y entonces lovi. Marco.
Alto. Fuerte. Con una de esaspresencias que se sienten antes de que digan una sola palabra. Me miró como siya supiera lo que iba a pasar. Y de inmediato, lo sentí: ese calor en el pecho,en el vientre… esa tensión entre las piernas.
Me quedé inmóvil. ¿Carlos habíahecho esto por mí?
Al principio, mi cabeza gritaba"no". Me invadió la duda, la culpa, la vergüenza. ¿Iba a dejar queotro hombre me tocara… delante de mi esposo?
Marco me empujó suavemente sobrela cama, y se quitó la ropa. Cuando vi su miembro, solté un suspiro. Eragrande. Más grueso que el de Carlos. Más largo. La comparación fue inevitable…y brutal.
Marco bajó entre mis piernas y melamió con la lengua plana, lenta. Su boca se hundía entre mis pliegues conprecisión, con hambre. Sentí mi clítoris hincharse en segundos. Jadeé, mearqueé, gemí sin vergüenza. Nunca nadie me había comido así.
Abrí los ojos y miré a Carlos.Estaba pálido, con los labios entreabiertos. Lo vi apretar los muslos. No setocaba. No se atrevía. Disfrutaba sufriendo.
—¿Estás viendo, amor? —le dije,con la voz ronca de placer—. Esto es lo que me hacía falta.
Marco se colocó entre mis muslos meabrí para él, lo dejé entrar y me hundió todo de un golpe. Grité. Erademasiado. Me estiró. Me abrió. Me hizo sentir invadida como nunca antes.
—¡Dios! —grité, sujetándome delas sábanas.
Carlos se removió en la silla. Lovi sin dejar de gemir. Sus ojos, clavados en el punto donde otro hombre entrabay salía de mí con fuerza. Marco me follaba con ritmo, con profundidad, confuria contenida. Y yo me estaba viniendo abajo.
Cada embestida era un latigazo deplacer. El sonido de sus huevos chocando contra mi carne mojada llenaba lahabitación. Yo era toda suya. Me lo arrancaba todo.
—Nunca gritaste así conmigo—escuché la voz baja de Carlos. Temblorosa. Rota.
Me giré hacia él, jadeando,empujando mis caderas contra Marco.
—Porque nunca me llenaste así —leescupí con una sonrisa salvaje.
Marco me agarró por el pelo y mehizo mirarlo mientras me follaba más fuerte. Su polla entraba hasta el fondo,me abría como nunca. Sentía sus venas frotándome las paredes. Un segundoorgasmo me atravesó sin aviso, brutal. Grité hasta quedarme sin aire.
Carlos se masturbaba. Y no dejóde mirar.
Marco me puso a cuatro patas, mesujetó de las caderas y me empaló como un animal. Yo gritaba, me empujaba haciaatrás, rogaba más.
—Te está viendo correrte como unaputa —me gruñó al oído.
—Lo soy —dije—. Tu puta. No lasuya.
Sentí el chorro caliente de susemen llenar mi interior, y me corrí de nuevo, desgarrada, vencida. Mi cuerpose desplomó sobre la cama, empapada, latiendo. Marco se apartó y se quedó depie, su polla aún húmeda, brillante, arrogante.
Me giré, separé los muslos… y visu leche saliendo de mí, despacio, goteando sobre mis muslos.
—Gracias, amor. Esto… esto esexactamente lo que quería.
—¿Quieres limpiar esto?
Carlos se arrodilló sin decirpalabra.
Y yo supe que este era solo elprincipio.
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