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Compendio III
LA PROMESA II
❤️ ¿Quién es Sonia? – mi cuñada volvió a preguntar, al notar nuestro silencio.

Violeta no pudo haber entrado en peor momento.
La tensión en la cocina subió al límite en un solo instante. Me tensé instintivamente, adquiriendo el mismo nivel de pánico que minutos antes me burlaba de los rostros de Pamela y Marisol. Perfectamente, podría haberse quebrado el tragaluz en el dormitorio de Verónica y los 3 habríamos estado igual de lívidos…
Porque explicarle de quién era Sonia a Violeta nos significaba revelarle secretos que habíamos guardado por más de una década…
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Once años atrás, justo después que Marisol y yo nos casamos y mudamos al extranjero, Pamela cayó en una fuerte depresión. Marisol había sido su hermana y compañera y Pamela se había enamorado profundamente de mí.
Pero fue al notar la tristeza en Pamela que Verónica y su hermana Lucía, la madre de Pamela, decidieron llegar a un acuerdo. Las dos mujeres decidieron confrontar la horrible verdad que las había mantenido separadas: que el pedazo de mierda de Diego no solo había sido un monstruo con su propia hija, sino que, además, por puro despecho durante su divorcio de Lucía, había seducido a Verónica y la había embarazado de una hija: Violeta.

Aunque la noticia impactó a Pamela cuando se enteró, el golpe fue más leve al darse cuenta de que todas las veces que le pedí que cuidara de Violeta y se acercara más a ella se debían a que yo sabía la verdad. Marisol y yo nos enteramos de aquel secreto por accidente y sabíamos que tarde o temprano, saldría a relucir.
Pero curiosamente, la dolorosa revelación trajo un alivio inesperado en Pamela. Nunca nos dijo que ella envidiaba secretamente a su prima por tener 2 hermanas y en esos momentos, se dio cuenta que ahora Pamela tenía una hermanita también que la necesitaba. Ciertamente, nuestra partida dejó un vacío en la vida de Pamela, pero descubrir que Violeta era su hermana le devolvió las esperanzas, de abrir su corazón para alguien más.

Y fue de esta manera que Violeta se conformó en la maravillosa persona que es hoy en día: Amelia le enseñó disciplina física, empujándola a mantenerse activa y saludable; Pamela le ofreció las crudas verdades aprendidas por sus propias amargas experiencias, otorgándole a Violeta un entendimiento conciso sobre cómo los hombres piensan y actúan; Verónica le aportó con la diversión de la repostería y la cocina. Cómo algunas galletas podían arreglar el día…

Y también, estaban mis viejos. Mi papá, firme pero comprometido, se volvió la figura paterna que Violeta desesperadamente necesitaba, llenando el vacío que mi partida le dejó, mientras que mi mamá trabajaba sigilosamente en su conciencia, de la misma manera que la hizo conmigo y con mis hermanos.
Cada vez que Violeta se descarriaba, mi mamá la corregía sutilmente, diciéndole que “Marco no habría hecho eso así…” o que “Si Marco supiera, no le habría gustado saber que Violeta actuó de esta manera”, manteniendo mi importancia dentro de su vida.
Todos estos aportes contribuyeron en el desarrollo de Violeta, haciéndola que creciera en esta asombrosa mujer carismática, fuerte e inteligente.
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Pero al estar Violeta en el marco de la cocina, sentía ese espinazo de ansiedad en la espalda. Porque al igual que me había pasado once años atrás, Pamela, Marisol y yo sabíamos un secreto que no era nuestro para revelar y que, para colmo de males, Verónica no estaba presente para explicarlo. Y sin importar que ahora Violeta fuese una adulta, la cruda verdad de lo que pasó una década atrás era difícil de asimilar.
Tuve que partir yo, diciendo que Sonia era mi compañera de trabajo, a la cual había embarazado de Bastián, porque al igual que Pamela, quería tener un hijo.
Violeta nos contemplaba espantada, jamás creyendo que yo pudiese tener un hijo fuera del matrimonio. Fue entonces que Marisol le confesó su secreto que le gusta ser una cornuda y finalmente, Pamela se nos unió, admitiendo que en el tiempo que vivíamos juntos, mi “Amazona española” fue mi amante.
❤️ ¿Es por eso que Marco te lavaba los pechos cuando yo era chica? – nos preguntó Violeta intrigada.
•¿Qué? – exclamó Pamela, sonrosándose en vergüenza.
En una oportunidad, Violeta nos sorprendió haciendo el amor mientras Pamela y yo nos bañábamos y la excusa que le dio Marisol fue que yo le estaba ayudando a lavar sus pechos.
❤️ Después de eso, me empecé a bañar yo sola. – confesó Violeta con vergüenza. – No quise volverme grande y necesitar que alguien me lavara los pechos. Incluso, les puse mucho cuidado cada vez que me bañaba.
Y en realidad, se notaba que Violeta se había preocupado bastante de ellos…
• Pero no solo era que Marco fuese el tío que mejor me ha cogido. – exclamó Pamela desganada, haciendo que a Marisol y a mí se nos iluminara el rostro.
A mi esposa, porque por fin tenía algo que su prima envidiaba y a mí, porque conocía la trayectoria que había tenido Pamela.
Sin embargo, Pamela me miró cortante, puesto que al igual que a Emma, también le incomoda que yo le diga que le hago el amor, en lugar de coger.
• Marco me hacía sentir… cosas. – prosiguió Pamela, en un tono bastante genuino. – No sabría decírtelo bien, Violeta… pero yo sentía que Marco miraba más allá de mis tetas… y eso me gustaba… por lo que cuando cogíamos y dormíamos juntos… se sentía rico y no me sentía tan vacía como antes.

Y tanto mi esposa como Violeta me miraban. Mi cónyuge me miraba orgullosa, habiendo sido la primera en experimentarlo, mientras que, para mi cuñada, era algo que recién estaba viviendo.
• Por eso quería preguntarte, Marco… si acaso te gustaría… hacerme un crío.
El tono de voz de Pamela era dolido. Triste. Tanto Marisol como Violeta me miraban expectantes, porque cualquier otro tipo en mi condición habría aceptado de inmediato.
Pero para mí, habiendo vivido las dificultades criando a Bastián, no era una decisión fácil de aceptar.
- No lo sé, Pamela. – le respondí a Pamela abrumado, sintiendo que el mundo se me venía encima. – No es fácil de responder.
Y como un reflejo, sin entender mis sentimientos, la “Amazona española” se manifestó en su máxima expresión.
• ¡Hijo de puta! – exclamó en un grito desgarrador, colapsando en lágrimas. - ¡No me hagas suplicar!
Marisol saltó en un segundo para consolarla y contenerla.
+ ¡No, no, Pamela! ¡No es eso! – le dijo mi ruiseñor a Pamela, abrazándola como si fuese su hermana. – Pame, es que de verdad es difícil para él decidir esto. Incluso a Sonia, que era su mejor amiga, le costó aceptar.
Pamela alzó la mirada, contemplando la belleza angelical y honesta de mi esposa, trayéndole la calma.
+ Pame, tú y yo le conocemos. - le reafirmó mi ruiseñor. - Y las dos sabemos cuánto él quería ser papá.
Las 2 me miraron, haciéndome sentir incómodo. Violeta, en cambio, nos contemplaba confundida, sin saber bien qué había pasado.
- ¿Me puedes dar unos días? – le consulté, dubitativo. – Necesito pensarlo un poco y tomarme un tiempo.
Entre lágrimas, la sonrisa de Pamela apareció.
• ¡Sois un tío raro, pichón! – comentó riendo jocosa. – Cualquier otro tío habría saltado y tú, tú necesitas pensarlo… ¡Está bien!… esta semana tengo libre… pero quiero que me respondas, ¿Eh?... no quiero que te arranques a Australia de nuevo y me dejes sin respuesta.
Y esa noche fue especialmente larga, por las emociones que vivimos. Al acostarnos, Marisol sabía que estaba inquieto. Estaba tenso, rígido, pensando en decisiones que he pospuesto por un tiempo.

+ ¿Por qué lo piensas tanto, mi amor? Sabes que Pamela lo va a querer y cuidar bien. ¿Qué es lo que te preocupa? – preguntó mi ruiseñor, ya imaginando mi respuesta.
Fue entonces que miré a mi linda esposa temeroso, charlando uno de los pocos temas que nos hace discutir.
- Estaba pensando que… después de esto… debería hacerme una vasectomía. – le respondí a mi ruiseñor de forma escueta.
En relaciones como la nuestra, esa frase de “mi cuerpo, mi decisión” (my body, my choice) carece de significado. Nos hemos comprometido mutuamente a los intereses del otro: me afeito todos los días porque a Marisol le molesta que la pinche con la barba cuando nos besamos; ella usa faldas porque aparte que me gusta mirarle las piernas, también nos facilita pegarnos revolcones de improviso; hago ejercicio porque le gusta que mi pecho se vea firme y mantenga una figura atlética, mientras que a mí me gusta que ella use poco maquillaje, porque encuentro que le resta a su belleza natural. Nuestras decisiones no son precisamente demandas. Son maneras de expresar nuestro amor, respetando nuestros gustos.
Por lo que tomar este tipo de decisiones, de forma unilateral, era algo que a Marisol no le agradaba.
+ ¿Por qué dices eso? ¡A ti te gusta ser un papá! – Demandó con una voz tensa y sufrida, a punto de ponerse a llorar.

Me sentía avergonzado, sabiendo el dolor que le estaba causando a mi mejor amiga, pero tenía que seguir adelante.
- Pero me preocupa que me estoy haciendo viejo… y que pueda embarazar a otra mujer… además, ya tenemos varios hijos. – le dije con el dolor de mi corazón.
Si bien, trato de ser responsable cuando estoy con otras mujeres, siempre queda ese temor que Emma no se cuide o Izzie me trate de engañar y de un momento a otro, embarazo a alguien sin darme cuenta.
Pero es un tema al que Marisol no comprendía razones…
+ ¡Pero tú me prometiste dos hijos más! – me reclamó ya llorando. – ¡No te puedes echar para atrás!
Me dejó sin palabras. Jacinto es todavía un bebé. Las gemelas y Alicia ya nos tienen ocupados. Pero al igual que ella, no podía negarlo: sin importar el caos y el desorden, las noches en vela, la algarabía constante, criar a nuestros hijos había sido uno de los grandes logros de nuestras vidas.
Y también, están mis manías, las que Marisol sabe y aprecia. En particular, me gusta cumplir lo que prometo. A las gemelas, les prometí un perro al cumplir 5 años y lo cumplí. Le prometí a Marisol que sería una buena madre cuando pololeábamos y nos preparábamos para casarnos y lo logramos. Le aseguré que podría aprender inglés si practicaba conmigo y lo conseguimos.
Por lo que, que ella me dijera que no me puedo echar para atrás, me hacía sentir incómodo.
Y entonces, Marisol se mostró más tierna…
+ ¡Tú sabes que una de las razones por las que me enamoré de ti es porque eres un papito tan lindo! – comentó enternecida, con una voz coqueta y una sonrisa más amable entre las perlitas que rodaban por sus mejillas.
Debajo de esa linda sonrisa, comprendía la tristeza que Marisol ocultaba. Sergio había sido un padre ausente, que proveyó lo justo y necesario en lo material, pero dejando un vacío en lo afectivo y emocional.
Cuando Marisol me conoció, no estaba buscando un pololo. Ella necesitaba de un amigo: alguien que la escuchara, que creyera en ella, que le recordara que ella podía tomar lo que se merece del mundo. Y yo le di ese apoyo, conformándome solo con su amistad a cambio.
Tal vez, haya sido eso lo que le hizo darme todo su corazón.
Y ahí que empezó a tratar de convencerme.
+ ¿Qué puedo hacerte para que cambies de parecer? – me preguntó, acariciando mi pecho.
Tomé el tiempo para procesar sus palabras, sintiendo la calidez de sus lindas manos esparcirse por mi cuerpo. La miré a los ojos, encontrándola tan radiante como un ángel, haciendo temblar mis convicciones.
- ¿A qué te refieres? – le pregunté, soltando un suspiro.

Marisol sonrió, sabiendo que ya me tenía en sus redes. Deslizó su suave y tibia mano bajo mis pantalones y apretó mi pene con delicadeza, cortándome la respiración.
+ ¿Qué te parece esto? – preguntó, sus esmeraldas brillando maliciosas. – Te mostraré cuánto quiero esos dos hijos tuyos que me debes.
Y me dejé hacer. En la cama, Marisol no tiene rival. Prácticamente no hay tabús para ella y muchas veces me he preguntado si acaso mi “dulce e inocente esposa” tiene una mente de alcantarilla.

Sus labios suaves y dulces se mecían sobre la punta de mi pene, empezando a tragarlo como a menudo lo suele hacer. Me sentía en los cielos a medida que la cabeza de mi ruiseñor empezaba a subir y bajar.
Mi esposa se tomó el tiempo, saboreando cada centímetro de mí, su lengua jugueteando en torno a mi tallo a medida que soltaba más y más su garganta. Conocía mi sabor a la perfección y le fascinaba. Podía sentir cómo me estaba poniendo duro y sabía bien que me tenía en ascuas.
Pero para ella, no era suficiente. Me necesitaba llenándola. Haciéndola sentir completa. Una mujer maravillosa. Por lo que buscó mis labios, tomando mis manos para que acariciara sus pechos. Su húmeda oquedad latía, ya hambrienta buscando mi hombría.

Nos besamos apasionadamente, nuestros cuerpos volviéndose uno solo. El dolor de sentirme estirándola y mi placer al sentir lo apretada y cálida humedad de su conchita era intoxicante para ambos. Empezamos a mecernos, nuestro ritmo incrementándose vertiginosamente. Mis manos agarraban sus pechos con desesperación, mientras que sus manos vagaban alrededor de mi cintura. Me deseaba dentro y profundo de ella, como siempre le ha encantado.
Marisol gimió en mi boca, sintiendo mi pene llenarla completamente. Envolvió sus piernas alrededor de mi cintura, acercándome aún más. Nos movíamos como uno solo, el ritmo de nuestros cuerpos desnudos volviéndose más intenso. El sonido de nuestros cuerpos azotándose se combinaba con nuestros gemidos y suspiros de placer.
Le chupé los pechos como un bebé hambriento, haciendo estremecer todo su cuerpo. Para Marisol, la sola idea que no la volviera a embarazar jamás era enloquecedora, por lo que ella estaba placenteramente castigándome, azotándome violentamente con su cintura sobre mi pene. Mi ruiseñor gemía de placer, sintiéndome implacable. Enorme. Como siempre lo ha sentido.
Por mi parte, sentía una tormenta de emociones. Amaba la dedicación y pasión de mi esposa por mi familia, pero la idea de tener más hijos era apabullante. Aun así, la miraba a los ojos, llenos de amor y necesitados de cariño, de una manera tal que no podía decepcionarla.
Cambiamos de posiciones, con Marisol sobre su espalda, sus piernas al aire. Mi pene se deslizaba con facilidad, como si su vagina fuera hecha justa a mi medida. Me tomé el tiempo de apreciar la belleza de mi esposa, sus carnosos pechos rebotando con cada embestida, su respiración volviéndose más agitada con las fuertes sacudidas, instándome a seguir más fuerte.
+ ¡Uhm! ¡Ungh! – mi ruiseñor dejaba escapar unos gruñidos placenteros que me aceleraban el corazón. Empecé a embestirla más fuerte, sujetando su cintura con mayor fuerza.
Marisol podía sentir la presión en ella incrementándose. El gozo era tan intenso, una mezcla de amor y calentura que hacía sacudir a todo su cuerpo con cada embestida. Mi esposa sabía lo que quería de mí y no estaba dispuesta a rendirse sin dar una buena pelea.
Sus tejidos empezaron a apretarse en torno mío, su cuerpo suplicando por mi corrida. Parecía que quisiera mostrarme con todo su cuerpo lo mucho que me necesitaba. Su desesperación por querer llevar mis hijos en su vientre.
Los ojos de Marisol se empezaron a entrecerrar, sintiendo la calidez familiar de la marejada de orgasmos que estaba sintiendo hasta la médula.
+ ¡Marco, por favor! – dejó escapar en un jadeo entremezclado de placer y desesperación. - ¡Mi amor, por favor, no hagas eso!
Y la miraba, deliciosa, destartalada. Sus pechos rebotando, su peinado deshaciéndose. Pero su pasión y amor prevalecían imperturbables.
- ¡Marisol! – Le suplicaba, sintiendo que mis caderas se mecían a la velocidad de la luz. - ¡Solo estoy siendo práctico!
Y entonces, Marisol soltó un gemido intenso…
+ ¡Oh, Dios! – exclamó en un jadeo de placer demasiado fuerte para ser contenido. – Marco… por favor… no lo hagas… aahhh…
Y a pesar de todo, sentía remordimientos. Sabía lo mucho que Marisol quiere a esos dos hijos adicionales, y viéndola así, de llegar a estos extremos en ese estado de deseo era algo que me hacía difícil para rehusar. No quería decepcionarla, pero la preocupación y el miedo de eventualmente embarazar a alguien más hacía mella en mis convicciones.
A medida que nuestro amor alcanzaba el momento más álgido, tomé el compromiso de pensar más en sus sentimientos antes de tomar una decisión tan permanente. No quería fracturar la relación que tenemos, el amor y la pasión que queman con tanta fuerza en nuestro matrimonio.
Mi esposa podía sentir que me estaba convenciendo y lo usó como ventaja. Un orgasmo le impactó como una ola y me apretó entre sus piernas, acercándome más a ella mientras nos cabalgábamos mutuamente al clímax.
+ ¡Marco! – Me imploró entre jadeos, sus ojos fijos en la tempestad de nuestro placer. - ¡Embarázame de nuevo! ¡Dame los hijos que me prometiste!
Y ver esa convicción en sus ojos. Los ojos de mi amiga, que cuando la conocí, eran tan temerosos, hizo hinchar mi corazón. No quería decepcionarla y de haber sido por mí, la habría embarazado en el momento. El placer que sentía en esos momentos me sobrepasaba y el rostro angelical de Marisol, sus ardientes y sudorosos pechos y el ritmo de nuestras embestidas, me tenían casi a punto.
Con un último golpe, me descargué entero, rellenándola con la calidez de mis jugos. Nos quedamos ahí, agotados, jadeando y enredados, la tensión del tema temporalmente olvidada por la pasión del momento.
Pero contemplé a mi mejor amiga, mi corazón martillando dentro de mi pecho al acariciar sus cabellos.
- ¡Marisol! – Le susurré, en una voz agitada pero sometida. - ¡Te prometo que lo pensaré bien!
Pero Marisol me dio una sonrisa celestial, rehusándose a mi decisión.

+ ¡No, no lo harás! – respondió ella enérgica y confiada. - ¡Voy a sacarte esa idea tonta de tu cabeza sin importar qué!

Y sin darme tiempo para procesar, me empezó a chupar de nuevo apenas nos despegamos. La sensación era impresionante. Marisol se tragaba mi semen y sus jugos sin una pizca de remordimiento. Yo podía sentirla literalmente adorando mi pene. Y una vez que me dejó duro y listo, me ofreció su tierna colita.
Cuando pololeábamos, Marisol no tenía la remota idea de lo rico que era el sexo anal. Mi esposa era virgen por la cola y ya le intimidaba mi pene las primeras veces que lo hacíamos, dejando su conchita resentida. Pero la primera vez que me dejó hacerle la colita fue como si una nueva línea de placer fuese definida en su mente.
Yo sé lo mucho que le encanta, al punto que idealmente, le encantaría sentirlo cada noche, por lo que me tomé mi tiempo. Le besé el cuello, respirando sobre su piel para excitarla aún más.
- Sabes que te amo, ¿Verdad? – le susurré al oído con ternura.
Mi ruiseñor asintió, sus ojitos entrecerrándose al sentir mi pene coqueteando con su anillo más estrecho.
+ ¡Lo sé! – Me respondió, meneando su espalda como una gatita en celo que quiere empalarse con su macho. – Pero también sé que nos quieres mucho, y la idea que paremos de tener hijos… eso no está bien.
Acaricié su redonda nalga, besando su espalda, aplicando una suave presión sobre su anillito. La idea que la dominara, sometiera y amara al mismo tiempo la estremecía completa. Empecé a empujar de a poco, centímetro a centímetro, sus músculos tensándose para recibirme. La pobrecita se tuvo que morder el labio para no gemir más, aunque para esas alturas, Verónica y Violeta ya debían saber que a Marisol le estaban dando duro, con su cuerpo ajustándose a la enviciante sensación.

Sus ojitos lagrimearon alegres cuando me sintieron llenarla por completo.
+ ¡Mi amor! – susurró muy tierna.
Y aunque lo habíamos hecho varias veces, esa noche se sintió distinto. Era como una pelea silenciosa de voluntades, con su cuerpo abogando por sus deseos mientras que mi mente luchaba con mis miedos. La presión entre nosotros creció, el dolor en su corazón reflejando sus propios sentimientos.
Empecé a embestirla con todo, mis movimientos profundos y potentes. La sensación de su cálida, apretada colita envolviendo mi pene era enviciante, sacándome todos los pensamientos de la cabeza. Pero a pesar de todo, sabía que no podía ignorar los dolores de mi amada por siempre.
La respiración de mi ruiseñor se puso acelerada a medida que la iba recibiendo toda, su cuerpo tensándose y liberándose con cada suave embestida. Marisol sabía bien que podía convencerme con su amor y su pasión, entregándome su cuerpo. Por lo que le puso más empeño, enterrándose solita mi pene, para mostrarme de que, a pesar de todo, podía aguantarlo.
Tomó mis manos y las llevó a sus pechos, llenándola de éxtasis. Marisol se sentía tan contenta que sus embarazos le habían dado los grandes pechos carnosos que siempre desee de soltero.
+ ¡Ay, mi amor! – gimió exquisita, con una voz sedosa de placer. - ¡Me la metes tan rico!
Pero a pesar de todo, yo seguía negociando.
- ¡Ay, Marisol! – le dije con mi voz compungida, cerrando los ojos sintiendo mi orgasmo acercarse. – No sé si pueda… dos hijos más… es mucha responsabilidad…
Pero ella no escuchaba razones. En esos momentos de romance, le dije que al ver en sus ojos, veía dos hijos más esperándonos en el futuro y en esos momentos, se aferraba a mis palabras, sin dejar retractarme. Por lo que a pesar de sentir un placer asombroso en sus pechos y en su colita, mi esposa estaba decidida.
+ ¡Puedes hacerlo, mi amor! -me animó en una voz lujuriosa, seductora y decidida, llena de amor. - ¡Podemos lograrlo, te lo prometo!
Y sentí algo en la médula. Me costaba creer que Marisol me amara tanto. Sus pechos se sentían suavecitos y tibios y su colita todavía seguía muy apretada. A medida que le daba fuerte y duro, me daba cuenta lo puta que podía volverse Marisol para conseguir lo que quisiera.
Pero a pesar de todo, mi amor por ella era más fuerte que cualquier duda. Siempre supe que sería la mujer de mi vida. La madre “oficial” de mis hijos. La amiga amorosa a la que le había prometido 2 hijos más…
Sus enormes y carnosas nalgas se sacudían como un sueño. Su piel blanquecina era suave como la seda. Sus gemidos de placer eran cantos de un ángel. Y su culito estaba tan apretado y caluroso como yo lo deseaba.
Le empecé a dar como loco, mi pasión guiada por su fuerte dedicación. Sentí que mi cuerpo y mi pene se hinchaban más por ella, un amor tan puro y desbocado como nuestra relación. Y sabía que Marisol tenía razón.
Que no podíamos terminar ahí.
Y, aun así, sabía que Marisol no me iba dejar hacerlo. Se entregaría una y otra vez para satisfacer mis deseos, hasta que finalmente me rindiera.
Sentí la cabeza hinchándose, aguantándome ya con todo. Ella se clavaba en mí con toda su fuerza, aguantando toda mi envergadura, sintiendo su ano estirarse alrededor mío.
+ ¡Marco, mi amor! – Me suplicó otra vez, su voz llena de pasión. – ¡Dame dos niños más! ¡Por favor! ¡Seré la mejor mamá! ¡Seremos los mejores padres!
Y su voz salió tan cantarina, mis caderas moviéndose frenéticamente, mi orgasmo pegándome de golpe.
Me vine dentro de sus intestinos como un burro, los 2 berreando de placer. Mi pene derramándose dentro ella como leche caliente.
- ¡Lo voy a pensar! – le dije, disfrutando de su exquisita colita.
Pero Marisol, enfadada, la apretó más…
+ ¡Pensar en nada! ¡Me vas a llenar mi colita con leche!... y a lo mejor… a lo mejor… vamos a empezar a hablar de tener nuestro quinto hijo. – proclamó con autoridad.
Quedamos cansados y exhaustos, pero sonriendo contentos. La saqué de su colita, todavía brillando de nuestros jugos. Marisol se giró, su ano todavía abierto por la experiencia. Aunque sabía que le iba a doler deliciosamente, el sentimiento valía la pena.
Se acercó a mi lado y me besó enamorada.

+ Yo te amo. – me dijo, mirándome con puro amor. – Pero solo espera cuatro años más… es lo único que te pido.
- ¿Cuatro años? – Le pregunté, intrigado por la fecha específica. En particular, soy yo el que se compromete a fechas definidas, mientras que mi ruiseñor es más impulsiva.
+ ¡Sí! – admitió ella, mostrándose muy linda y decidida. – Yo también me estoy poniendo vieja. Pero tener nuestros niños, criarlos contigo… ha sido lo más lindo de toda mi vida. O sea, las pequeñas ya casi son adolescentes. Alicia todavía te pide que le leas cuentos y sé que todavía amamanto a Jacintito… pero la idea que no seas el papá de más hijos me choca. Me choca mucho.
Me tomó la mano y la apretó con delicadeza.
+ Así que por favor… no te apures en tu decisión. Danos un poquito más de tiempo.
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