El cielo estaba gris, pesado, como si fuera a llover en cualquier momento. La playa de La Pedrera estaba casi desierta, con un par de surfistas peleando contra las olas y alguna que otra sombra caminando lejos. Yo, guardavidas de turno, estaba medio aburrido en mi puesto, con la remera roja del Club y el short gastado, mirando el horizonte. El viento traía un olor salado que se me pegaba a la piel.
De repente, la vi. Una mina hermosa, con una bikini negra que le marcaba todo, el pelo rubio suelto y lacio, caminando descalza por la arena. Se acercó con una sonrisa pícara, como si ya supiera algo que yo no.“ ¿Che, vos sos el guardavidas?”, me tiró, apoyando una mano en la cadera. Suvoz tenía un tono juguetón, de esas que te enganchan al toque.
“Soy, sí. ¿Y vos quién sos?”, le devolví, bajándomelos lentes de sol para mirarla mejor. Tenía unos ojos verdes que cortaban, y un culo hermoso que era imposible no mirar.
“Eugenia”, dijo, y se sentó en la arena cerca de mi puesto, como si nada. Empezamos a charlar, primero pavadas: el clima, la playa, el pueblo. Pero la mina sabía lo que hacía. En un momento, se estiró para “ajustarse” la bikini y me dejó ver más de lo que cualquier cristiano podría ignorar. Se le marcó la concha con la sutileza de una cámara lenta “¿Siempre estás tan solo acá?”, me tiró, con una mirada que era puro fuego.
“No siempre, pero hoy está muerto. Mejor, así charlamos tranqui”, le dije, sintiendo cómo la sangre me empezaba a hervir. La charla se fue poniendo cada vez más caliente. Ella me contaba que estaba de vacaciones, que le gustaba “probar cosas nuevas”, y yo, que no soy de madera, le seguí el juego. “¿Y qué cosas nuevas te gustan, Eugenia?”, le tiré, con una sonrisa canchera.
“Uy, cosas que no te puedo contar así nomás… pero si querés, esta noche te muestro”, me dijo, mordiéndose el labio. Juro que sentí un tirón en la pija solo con eso. Quedamos en encontrarnos a la noche en un bar del pueblo. Nos pasamos los números y se fue, moviendo el orto como si supiera que yo no le sacaba los ojos de encima.
A la tarde, mientras estaba en el hostel cambiándome, le mandé un par de mensajes. Ella me contestaba con fotos sugerentes, una en la ducha, otra con una tanga que no tapaba nada. Yo ya estaba al palo, pero de repente me pintó la cagada. Mi novia, Sofía, estaba en el pueblo también, y justo me había escrito para vernos. Le tuve que cortar el mambo a Eugenia. “Euge, perdoná, no va a poder salir hoy. Surgió un tema”, le mandé, cagado de culpa pero también con la pija todavía dura y pajeandome recordando su hermoso orto.
A la noche, salí con Sofía a caminar por la peatonal. Ella estaba linda, con un vestidito corto que le marcaba las tetas y el culo, el pelo negro suelto. Íbamos de la mano, riéndonos, cuando de repente la vi a Eugenia. Estaba parada en una esquina, con un jean ajustado y una remera que que era un descalabro pornografico. Nos miró fijo, con una sonrisa que era mitad inocente, mitad diabólica.
“¡Qué lindo que son los dos!”, dijo, acercándose como si nada. Sofía, que no tenía idea de quién era, le sonrió y le siguió la charla. Yo estaba en shock, pero Eugenia se hizo la boluda de manual. “¿Son novios? Se los ve re bien juntos”, tiró, mirándome a mí con una cara que decía “te tengo”.
Para mi sorpresa, Sofía se enganchó. “Gracias, linda. ¿Y vos sos de acá?”, le preguntó, con un tono que no sé si era curiosidad o algo más. Eugenia se acercó un poco más, y de repente estaban las dos charlando como si se conocieran de siempre. Yo no entendía una mierda, pero noté que Sofía se mordía el labio en clara señal de excitacion y le miraba las tetas a Eugenia. Y yo la conocía a Sofia cuando se ponía putita. Ya tendría su concha mojada imaginando a Eugenia en cuatro. “¿Quieren tomar algo los tres?”, propuso Eugenia, y antes de que yo pudiera decir nada, Sofía dijo que sí.
Terminamos en un hotel del pueblo, uno chiquito pero amable, con una habitación que tenía una cama king size. No sé cómo carajo llegamos ahí, pero en un momento estábamos los tres adentro, con una botella devino a medio tomar. Sofía se acercó a Eugenia y, sin decir nada, le dio un beso. Un beso de esos profundos, con lengua, que me dejó con la boca abierta y la pija que se me salía del pantalon
Las dos se empezaron a sacar la ropa, y yo me quedé mirando como un pelotudo. Sofía le chupaba las tetas a Eugenia, que tenía unospezones rosados y duros como piedritas. Eugenia gemía bajito, mientras le metíala mano por abajo del jean a Sofía, tocándole la concha empapada. “Qué mojada que estás, boluda”, le dijo, y Sofía se rió, tirándose para atrás en la cama.
Eugenia se subió arriba de ella, y empezaron a frotarse. Sus conchas se rozaban, las dos bien depiladas, brillantes de lo calientes que estaban. Sofía le agarraba el culo a Eugenia, abriéndoselo, y yo podía ver todo: el ojete chiquito y apretado de Eugenia, la concha hinchada de Sofía. De a poco se fueron metiendo los dedos en todos lados. En la concha, en el culo, en la boca. Era una locura. Me saqué la ropa en dos segundos y me acerqué, con la pija dura como palo.
“Vení, boludo, no te quedes mirando nomás”, me dijo Eugenia, mientras le lamía la concha a Sofía. Me puse atrás de ella y le metí la pija de una, sin pensarlo. Su concha estaba caliente, apretada, y ella soltó un gemido que casi me hace acabar ahí mismo. Mientras me la cogía, Sofía se retorcía abajo, chupándole las tetas a Eugenia y tocándose la concha y metiéndoselos dedos que después se chupaba.
En un momento, Eugenia se dio vuelta y empezó a comerle la concha a Sofía, que gritaba de placer. Yo me puse atrás de Eugenia otra vez, pero ahora le apunté al culo. “Despacio, lindo”, me dijo, pero se lo abrió con las manos para que entrara. Le metí la pija en la cola, lento al principio, hasta que entró todo. Ella gemía como loca, mientras le chupaba la concha a Sofía, que ya estaba al borde de acabar.
Sofía acabo primero, como siempre porque ella acaba muchas veces, temblando y gritando, con la concha empapada. Eugenia la siguió apretándome la pija con el culo mientras se le escapaban gemidos. Yo no aguanté más y acabé en su culo hermoso, sintiendo cómo todo se me iba en un flash decalor.
Nos quedamos los tres tirados en la cama, jadeando, con el olor a sexo llenando la habitación. Sofía se rió y dijo: “Boludo, esto no me lo esperaba”. Eugenia le dio un beso y me guiñó un ojo. Yo no sabía si estaba en un sueño o qué, pero no iba a preguntar.
De repente, la vi. Una mina hermosa, con una bikini negra que le marcaba todo, el pelo rubio suelto y lacio, caminando descalza por la arena. Se acercó con una sonrisa pícara, como si ya supiera algo que yo no.“ ¿Che, vos sos el guardavidas?”, me tiró, apoyando una mano en la cadera. Suvoz tenía un tono juguetón, de esas que te enganchan al toque.
“Soy, sí. ¿Y vos quién sos?”, le devolví, bajándomelos lentes de sol para mirarla mejor. Tenía unos ojos verdes que cortaban, y un culo hermoso que era imposible no mirar.
“Eugenia”, dijo, y se sentó en la arena cerca de mi puesto, como si nada. Empezamos a charlar, primero pavadas: el clima, la playa, el pueblo. Pero la mina sabía lo que hacía. En un momento, se estiró para “ajustarse” la bikini y me dejó ver más de lo que cualquier cristiano podría ignorar. Se le marcó la concha con la sutileza de una cámara lenta “¿Siempre estás tan solo acá?”, me tiró, con una mirada que era puro fuego.
“No siempre, pero hoy está muerto. Mejor, así charlamos tranqui”, le dije, sintiendo cómo la sangre me empezaba a hervir. La charla se fue poniendo cada vez más caliente. Ella me contaba que estaba de vacaciones, que le gustaba “probar cosas nuevas”, y yo, que no soy de madera, le seguí el juego. “¿Y qué cosas nuevas te gustan, Eugenia?”, le tiré, con una sonrisa canchera.
“Uy, cosas que no te puedo contar así nomás… pero si querés, esta noche te muestro”, me dijo, mordiéndose el labio. Juro que sentí un tirón en la pija solo con eso. Quedamos en encontrarnos a la noche en un bar del pueblo. Nos pasamos los números y se fue, moviendo el orto como si supiera que yo no le sacaba los ojos de encima.
A la tarde, mientras estaba en el hostel cambiándome, le mandé un par de mensajes. Ella me contestaba con fotos sugerentes, una en la ducha, otra con una tanga que no tapaba nada. Yo ya estaba al palo, pero de repente me pintó la cagada. Mi novia, Sofía, estaba en el pueblo también, y justo me había escrito para vernos. Le tuve que cortar el mambo a Eugenia. “Euge, perdoná, no va a poder salir hoy. Surgió un tema”, le mandé, cagado de culpa pero también con la pija todavía dura y pajeandome recordando su hermoso orto.
A la noche, salí con Sofía a caminar por la peatonal. Ella estaba linda, con un vestidito corto que le marcaba las tetas y el culo, el pelo negro suelto. Íbamos de la mano, riéndonos, cuando de repente la vi a Eugenia. Estaba parada en una esquina, con un jean ajustado y una remera que que era un descalabro pornografico. Nos miró fijo, con una sonrisa que era mitad inocente, mitad diabólica.
“¡Qué lindo que son los dos!”, dijo, acercándose como si nada. Sofía, que no tenía idea de quién era, le sonrió y le siguió la charla. Yo estaba en shock, pero Eugenia se hizo la boluda de manual. “¿Son novios? Se los ve re bien juntos”, tiró, mirándome a mí con una cara que decía “te tengo”.
Para mi sorpresa, Sofía se enganchó. “Gracias, linda. ¿Y vos sos de acá?”, le preguntó, con un tono que no sé si era curiosidad o algo más. Eugenia se acercó un poco más, y de repente estaban las dos charlando como si se conocieran de siempre. Yo no entendía una mierda, pero noté que Sofía se mordía el labio en clara señal de excitacion y le miraba las tetas a Eugenia. Y yo la conocía a Sofia cuando se ponía putita. Ya tendría su concha mojada imaginando a Eugenia en cuatro. “¿Quieren tomar algo los tres?”, propuso Eugenia, y antes de que yo pudiera decir nada, Sofía dijo que sí.
Terminamos en un hotel del pueblo, uno chiquito pero amable, con una habitación que tenía una cama king size. No sé cómo carajo llegamos ahí, pero en un momento estábamos los tres adentro, con una botella devino a medio tomar. Sofía se acercó a Eugenia y, sin decir nada, le dio un beso. Un beso de esos profundos, con lengua, que me dejó con la boca abierta y la pija que se me salía del pantalon
Las dos se empezaron a sacar la ropa, y yo me quedé mirando como un pelotudo. Sofía le chupaba las tetas a Eugenia, que tenía unospezones rosados y duros como piedritas. Eugenia gemía bajito, mientras le metíala mano por abajo del jean a Sofía, tocándole la concha empapada. “Qué mojada que estás, boluda”, le dijo, y Sofía se rió, tirándose para atrás en la cama.
Eugenia se subió arriba de ella, y empezaron a frotarse. Sus conchas se rozaban, las dos bien depiladas, brillantes de lo calientes que estaban. Sofía le agarraba el culo a Eugenia, abriéndoselo, y yo podía ver todo: el ojete chiquito y apretado de Eugenia, la concha hinchada de Sofía. De a poco se fueron metiendo los dedos en todos lados. En la concha, en el culo, en la boca. Era una locura. Me saqué la ropa en dos segundos y me acerqué, con la pija dura como palo.
“Vení, boludo, no te quedes mirando nomás”, me dijo Eugenia, mientras le lamía la concha a Sofía. Me puse atrás de ella y le metí la pija de una, sin pensarlo. Su concha estaba caliente, apretada, y ella soltó un gemido que casi me hace acabar ahí mismo. Mientras me la cogía, Sofía se retorcía abajo, chupándole las tetas a Eugenia y tocándose la concha y metiéndoselos dedos que después se chupaba.
En un momento, Eugenia se dio vuelta y empezó a comerle la concha a Sofía, que gritaba de placer. Yo me puse atrás de Eugenia otra vez, pero ahora le apunté al culo. “Despacio, lindo”, me dijo, pero se lo abrió con las manos para que entrara. Le metí la pija en la cola, lento al principio, hasta que entró todo. Ella gemía como loca, mientras le chupaba la concha a Sofía, que ya estaba al borde de acabar.
Sofía acabo primero, como siempre porque ella acaba muchas veces, temblando y gritando, con la concha empapada. Eugenia la siguió apretándome la pija con el culo mientras se le escapaban gemidos. Yo no aguanté más y acabé en su culo hermoso, sintiendo cómo todo se me iba en un flash decalor.
Nos quedamos los tres tirados en la cama, jadeando, con el olor a sexo llenando la habitación. Sofía se rió y dijo: “Boludo, esto no me lo esperaba”. Eugenia le dio un beso y me guiñó un ojo. Yo no sabía si estaba en un sueño o qué, pero no iba a preguntar.
1 comentarios - la sorperesa fue Euge