Era una noche sin mucha expectativa en el bar, un antro del conurbano bonaerense donde la birra corría como río y el humo de los puchos flotaba como niebla. Yo, detrás de la barra, mezclaba un fernet con coca mientras el reggaetón retumbaba en los parlantes. El lugar estaba a full, pero mis ojos se clavaron en un grupo de minas que gritaban y reían en una mesa al fondo. Era una despedida de soltera, obvio: la novia con una corona de plástico brillosa y las amigas con remeras que decían “Team Novia”. Entre ellas, dos me llamaron la atención: una morocha de pelo largo y ojos pícaros, y una rubia con una sonrisa que te hacía olvidar el mundo.
La morocha, que después supe que se llamaba Sofi, se acercó a la barra con la rubia, Lu, pegada a su lado. “Che, barman, ¿nos hacés algo rico?”, dijo Sofi, con una mirada que era puro fuego. Le sonreí, tirando un poco de pinta. “Depende de qué tan rico querés, linda”, le contesté, y las dos se rieron, cómplices. Preparé un par de daiquiris de frutilla, exagerando los movimientos para hacerlas reír. Lu me miró fijo mientras chupaba la cañita, y juro que sentí un calor que no venía del ambiente.
La noche siguió, y ellas volvieron un par de veces por más tragos. Cada charla era más subidita de tono, más risas, más roces disimulados cuando me pasaban la plata. “¿Siempre sos tan simpático o es porque nosotras te ponemos nervioso?”, me tiró Sofi, apoyando los codos en la barra para que el escote hablara por ella. “Nervioso no, pero digamos que ustedes no son fáciles de ignorar”, retruqué, y Lu soltó una carcajada que me hizo querer cerrar el bar y llevármelas a cualquier lado.
A eso de las tres, cuando el boliche ya estaba medio vacío, la cosa se puso seria. La despedida se había disuelto, pero Sofi y Lu seguían ahí, sentadas en la barra, con las miradas clavadas en mí. “Che, ¿y si nos quedamos un rato más?”, dijo Lu, con un tono que no pedía permiso. El dueño ya me había dado la llave para cerrar, así que les dije que se quedaran mientras limpiaba. Apagué las luces del frente, puse un tema más tranqui en el equipo y me acerqué con una botella de tequila que guardaba para las ocasiones especiales.
Nos pusimos a charlar, pero el aire estaba cargado, como si todos supiéramos lo que iba a pasar. Sofi se paró, se acercó y, sin decir nada, me robó un beso. Fue rápido, pero suficiente para que el corazón me pegara un salto. Lu no se quedó atrás; se acercó por el otro lado y me agarró la cara, besándome con una intensidad que me dejó sin aire. “¿Y si cerramos con todo?”, susurró Sofi, con una sonrisa que prometía problemas.
No sé cómo llegamos al depósito de atrás, entre cajas de birra y el olor a humedad. Las luces eran tenues, apenas un foco que colgaba del techo. Sofi se sacó la remera sin ceremonia, dejando al aire un corpiño negro que apenas contenía sus curvas. Lu, más lenta, se desabrochó la camisa botón por botón, mirándome como si fuera un desafío. Yo no me quedé atrás: me saqué la camiseta y los jeans, quedándome en bóxer, con el corazón a mil. Ellas se miraron, se rieron y, como si lo hubieran planeado, se acercaron para desvestirse mutuamente. El corpiño de Sofi cayó al piso, seguido por la tanga de Lu. Verlas así, desnudas, con la piel brillando bajo la luz, fue como un golpe al pecho.
Nos tiramos sobre un colchón viejo que había en un rincón, cubierto con una sábana que alguien había olvidado. Sofi me empujó contra el colchón y se subió encima, moviéndose con una seguridad que me volvía loco. Sus manos recorrían mi pecho mientras Lu se acercaba, besándome el cuello, las manos explorando donde querían. Todo era un torbellino: sus gemidos, el roce de sus cuerpos, el calor que nos envolvía. Cambiamos de posiciones, primero yo con Sofi, después con Lu, mientras ellas también se buscaban entre sí, tocándose y besándose con una química que me hacía perder la cabeza. Era una danza desordenada, intensa, donde los tres nos entregamos sin pensar en nada más.
Sofi se arqueó contra mí, sus uñas clavándose en mi espalda mientras llegaba al clímax, y Lu, a su lado, dejó escapar un gemido que resonó en el depósito. Yo no aguanté mucho más; el placer...
2 comentarios - YO soy el Bar Man