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Cita bien gay

Era sábado, cerca de la una de la mañana, y yo venía de tomar un par de birras con amigos. Estaba medio entonado, con el cuerpo liviano y la cabeza flotando. Cuando volví a casa, no tenía sueño. Me tiré en la cama, abrí Grindr y empecé a scrollear.

A los cinco minutos me escribe uno. Sin foto de cara, solo un torso tatuado, en cuero, con casco en la mano.
—Zona oeste, moto. Si te cabe, pasame dirección.

Le pregunté si tenía foto de cara. Me la mandó. Estaba fuerte. Mirada brava, mandíbula marcada, barba cerrada. Le pregunté qué buscaba. Me contestó:
—Que te pongas en cuatro.

Me calentó al instante. Le pasé la dirección sin pensar. Me dijo que en 20 estaba. A los 15 escuché el ruido de la moto en la calle. Me asomé por la ventana. Estaba ahí, apoyado en el asiento, con campera negra, jeans ajustados, botas y una cara de chongo que no se ve todos los días.

Bajé.
—¿Sos vos?
—Obvio. Subite.

No hablamos más. Me llevó a su casa, en una zona media alejada. Vivía solo, según dijo. Al entrar, tiró las llaves sobre la mesa y me miró.
—Así que es tu primera vez… ¿seguro querés esto?
—No preguntes, hacelo —le dije con la voz temblando.

Me empujó contra la pared, me besó fuerte, con hambre. Me abrió el pantalón, me bajó el calzoncillo y me agarró de la cintura.
—Tenés un culo hermoso. No sabés lo que te espera.

Me tiró en el sillón. Me puso boca abajo, me bajó todo. Empezó a escupir y abrirme con los dedos. Yo gemía sin disimulo. Me la metió de a poco, con fuerza.
—Aguantá, tranquilo… ya va a entrar toda.

Y así fue. Me cogió con bronca, con deseo contenido. Me agarraba de las caderas y no paraba. Me decía cosas al oído, me pegaba suaves palmadas. Yo no pensaba en nada, solo me dejaba hacer.

En un momento, escucho que se abre la puerta.
—Tranca, es un amigo mío. Vive acá cerca. Le conté que venías y me pidió venir a ver.
—¿Qué? —dije, pero ya estaba todo tan caliente que no me importó.
El amigo entró, alto, morocho, con el mismo aire de chongo.
—¿Se puede sumar? —preguntó.
Yo asentí con la cabeza.

No dijeron nada más. El nuevo se sacó la remera y se puso atrás mío, mientras el otro me seguía cogiendo. Me besaban, me manoseaban, me tenían entre los dos.
Esa noche me usaron como quisieron. Y yo me dejé, con ganas, con placer, con la calentura a mil.

Cuando todo terminó, me tiré en el colchón, destruido, con los músculos flojos y el cuerpo marcado. Me quedé ahí un rato, respirando hondo.
—Volvé cuando quieras, culito —me dijo el de la moto.

Nunca volví, pero todavía sueño con esa noche.

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