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Capitulo 32: El garaje y la verguenza

25 de diciembre: El garaje y la verguenza


El 25 lo pasé en la casa de la abuela de Nico, como habíamos planeado para dividir las fiestas. Mi viejo puso cara de orto cuando le dije que me iba, pero qué iba a hacer, con Nico lo teníamos hablado. La reunión no era en la casa de sus padres, sino en la de su abuela, que era más grande, a unas pocas cuadras de la mía. Llegué con un vestido suelto, escote normal, largo hasta las rodillas, y un cagazo que me hacía temblar. No conocía a casi nadie: su abuela, tíos, primos, su hermano, sus padres, un montón más que la Nochebuena en casa. Me sentía como un bicho raro, con la cabeza todavía en el despelote de la noche anterior: la videollamada con Matías, la cogida con Nico en el baño, su dedo en mi colita. Para colmo, Nico cada tanto me miraba con esa sonrisa de pendejo y me tiraba: “Lo del baño fue zarpado, Emmita, te lo voy a devolver”. Yo le decía “Ni loca, boludo, no con toda esta gente”, pero él se reía, como si supiera que me iba a convencer.
La tarde arrancó tranqui. Nico se juntó con los hombres, hablando de fútbol y pavadas, mientras yo charlaba con las mujeres: su mamá, su abuela, unas primas y tías. Eran mucho más copadas que mis primas, nada de viajes ni selfies pedorras, solo historias de la familia, risas, y bebida que iba y venía. Me relajé un poco, aunque la culpa por Matías me seguía dando vueltas. Su mensaje de “Feliz Navidad, putita” todavía me quemaba en el celular, y cada vez que Nico me miraba, recordaba su pija en mi conchita, su dedo en mi colita, y un calor me subía desde abajo. Pero no, posta, no iba a hacer nada con tanta gente dando vueltas.
La reunión siguió, pero a medida que caía la tarde, algunos se fueron yendo. Los tíos más grandes, un par de primos, y la cosa se puso más íntima. Yo estaba charlando con una prima de Nico, Lara, que era un amor, contándome una anécdota de cuando Nico se cayó de una bici de pendejo. De repente, él se acercó, con esa cara de que algo se traia entre manos, que me ponía nerviosa. “Emmita, acompañame”, dijo, y yo, desconfiada, le tiré: “¿A dónde ?”. Se rió, sin un gramo de vergüenza, y soltó delante de todos: “Quiero mostrarte algo”. La familia lo miró con ternura, como si fuera un nene, y yo respiré aliviada. Si quisiera cogerme, no sería tan idiota de decirlo así, ¿no? “Quiero mostrarte una bicicleta mía de cuando era chico, mi abuela todavía la guarda en el garaje”, agregó, y todos sonrieron, como si fuera lo más tierno del mundo.
Me levanté, siguiéndolo, con las miradas de su mamá y Lara clavadas en mí, como diciendo “qué lindo”. Pero apenas cruzamos la puerta al garaje, Nico cambió. Me arrinconó contra la pared, con una mano en mi cintura y esa mirada que me hacía temblar. “Te dije que te iba a devolver lo de ayer”, susurró, y su otra mano se metió bajo mi vestido, subiendo rápido por mi muslo, rozándome la conchita por encima de la tanga. Sentí un flash, la conchita palpitando, pero también un cagazo enorme. “Para, Nico, en serio”, dije, firme, empujándolo un poco. “No quiero hacerlo acá, puede venir alguien”. Él se rió, como si fuera una pavada. “No seas boba, nadie va a venir”, dijo, y se desabrochó el pantalón, sacando su pija, ya dura, gruesa, pidiéndome acción.
Mi cabeza gritaba “no, boluda, no”, pero la conchita me traicionó, mojándose más solo de verlo. Tenía un mal presentimiento, posta, como si el universo me estuviera diciendo “no te mandes esta cagada”. Pero Nico, con esa cara de hambre, me desarmaba. “Rápido, Nico, y ni se te ocurra más”, murmuré, agarrándole la pija con una mano, apretándola justo como le gustaba. Empecé a pajearlo, lento primero, mirando sus ojos, esperando que se acabara en dos segundos. Quería que esto fuera un rayo, sin quilombo. Él gimió bajito, apoyándose contra la pared, y yo aceleré, moviendo la mano con ritmo, sintiendo cómo se ponía más dura, la pija latiendo bajo mis dedos. “Asi, mi amor, seguí”, susurró, y yo apretaba los dientes, rogando que nadie abriera la puerta, con el vestido subido y la mano de el en mi concha.
Y entonces, la puerta se abrió. “Nico, te saludo que nos vam…”, dijo una voz, y ahí estaba Lara, la prima copada, entrando al garaje. Se quedó helada, con los ojos como platos, viendo mi mano en la pija de Nico. Solté todo como si quemara, bajándome el vestido a las apuradas, con la cara ardiendo. “¡Perdón, perdón!”, balbuceó Lara, dándose vuelta y saliendo más rápido que un cohete. Nico se subió el pantalón en un segundo, murmurando “La concha de la lora”, y yo me quería meter bajo la tierra. El corazón me latía en la garganta, la vergüenza me quemaba, y la culpa me pegó como un camión. ¿Y si Lara le decía a alguien? ¿A su mamá? ¿A mis suegros?
“Boludo, te dije que no”, le siseé a Nico, con los ojos echando chispas. Él se rió, nervioso, tratando de calmarme. “Tranquila, Lara es copada, no va a decir nada”. Pero yo no estaba tan segura. Volvimos al comedor como si nada, yo con las piernas temblando y la conchita todavía mojada, aunque ahora más por el cagazo que por calentura. Lara estaba con su mamá, hablando bajito, y cuando me miró, me sonrió, pero no sabía si era un “no pasa nada” o un “te pillé, guacha”. Nico se sentó con su hermano, como si no hubiera pasado un carajo, y yo me quedé callada, fingiendo escuchar a las tías, con el pulso a mil.
Un rato después, cuando la charla se dispersó y algunos fueron a buscar más bebidas, Lara se acercó a mí, apartándome un poco del grupo. “Vení, Emmita, hablemos un segundo”, dijo, y mi estómago se hizo un nudo. Nos fuimos a un rincón del living, lejos de las miradas, y ella me miró con una mezcla de risa y seriedad. “Quedate tranquila, boluda, no voy a decir nada”, dijo, bajando la voz. “Son cosas que pasan, qué sé yo, todos nos mandamos alguna. Pero tené cuidado, si llega a ser mi tía la que entraba, ibas a tener más vergüenza aún”. Me reí, nerviosa, sintiendo que el aire volvía a mis pulmones, pero también un calor en la cara que no se iba. “Gracias, Lara, posta, me muero si alguien más se entera”, murmuré, y ella me dio un apretón en el brazo. “Todo piola, pero la próxima cerrá con llave, guacha”, dijo, guiñándome un ojo, y volvió con su mamá como si nada.

2 comentarios - Capitulo 32: El garaje y la verguenza

nukissy2236
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luisferloco
hiciste un quilombo renumerando los capítulos. Repetiste números, cambiaste el orden de los anteriores...
Emma_2025
Si, estaban mal , pero ahí están en el orden que son