La Noche del 24: El baño y el dedito en la cola
Esa videollamada con Matías me dejó en llamas. Sus gemidos, mi conchita toda mojada, su leche salpicando en la pantalla… pensé que acabar así me iba a calmar, pero fue como tirar nafta a un incendio. Salí del baño con las piernas como gelatina, y la tanga roja empapada, como si llevara un secreto que me iba a delatar. Necesitaba coger, lo juro, más que nunca, pero Nico estaba ahí, con mi viejo, y la casa llena de familia. ¿Cómo mierda iba a bancar esto?
La cena ya estaba servida, y nos sentamos todos a la mesa. Yo, con la conchita mojada, fingía ser la nena buena, pasando la ensalada con una sonrisa de mentira. Nico, a mi lado, puso su mano en mi pierna por debajo del mantel, y en un momento, cuando mi mamá y mis tías estaban en la suya, sus dedos subieron, buscando más. Me puse rígida, cruzando las piernas al toque para frenarlo. “¿Qué timida?”, susurró, con cara de morbo, y yo solté un “Nada, estoy incómoda”, con la cara ardiendo. ¿Cómo le explicaba que estaba mojada por pajearme con Matías? La culpa me apretaba como un torniquete, pero la conchita seguía palpitando, pidiéndome acción.
Terminamos de comer, y la cosa se puso más tranqui. Nos quedamos en el comedor, tomando sidra y charlando. Mi viejo, Nico y mi tío se clavaron en una discusión sobre Peñarol que no terminaba más. Mis primas, con sus uñas perfectas, soltaban pavadas sobre su viaje a Floripa, como si yo quisiera saber de sus fotos en la playa. Asentía, pero mi cabeza estaba en el baño, en los gemidos de Matías, en su pija soltando leche. De repente, mi celular vibró en el bolsillo del vestido. Lo saqué en modo ninja, asegurándome de que nadie pillara. Era Matías, obvio. “Feliz Navidad, putita”, decía, con un emoji de fuego. La concha de la lora, no se cansaba este.
Me reí por lo bajo, pero un calor me quemó desde la conchita hasta la nuca. “Estás enfermo, boludo, cortala”, escribí, tratando de frenarlo, pero mis dedos temblaban. No podía seguir con él, no con Nico a metros, pero la calentura era más fuerte que yo. Miré a Nico, riendo con mi viejo, y supe que tenía que ser él. Necesitaba que me cogiera, que me sacara este fuego antes de que explotara y mandara todo al carajo.
“Voy al baño”, dije, levantándome con una excusa pedorra. Agarré a Nico por la muñeca, susurrándole: “Vení, te quiero mostrar algo”. Me miró, con esa sonrisa de pendejo que no entendia nada, y me siguió, pensando que era un juego. Lo guie hasta el baño de la barbacoa, cerré la puerta con llave, y lo empujé contra el lavabo, besándolo con todo, mi lengua metiéndose en su boca como si no hubiera mañana. “Qué calentita estas", dijo, riendo, pero yo ya le estaba desabrochando el pantalón. “Callate, Nico, te necesito ahora”, murmuré, con la conchita chorreando y el corazón a mil.
Me arrodillé, sacándole la pija, que ya estaba dura, pidiéndome acción. La agarré con una mano, lamiendo la punta despacito, saboreándola, mientras lo miraba con ojos de fuego. “Dios Emma”, gimió, y yo me la metí entera, chupando profundo, mientras mi saliba hacia ruidito con su pija. Lamí desde los huevos hasta la punta, volví a meterla, y aceleré, con ritmo, dejando que me llenara la boca. Sus gemidos me prendían más, pero el ruido de las charlas en el comedor me recordaba que estábamos a nada de que nos pudieran encontrar.
“Garchame, Nico, no aguanto”, dije, levantándome y subiéndome el vestido. Me corrí la tanga roja a un lado, mostrando la conchita empapada, y él, con los ojos encendidos, sacó un forro de la billetera y se lo puso. Me giró, apoyándome contra el lavabo, y entró de una, fuerte, haciéndome gemir bajito. “Shh, amor, que nos escuchan”, susurró, pero yo no podía controlarme. “Dame todo, Nico, haceme acabar”, gemí, empujando para atrás, sintiendo cómo me llenaba. Él embistió rápido, con la pija llegándome hasta el fondo, y la conchita era un rio.
Quería más, agarré su mano, llevándole un dedo a mi colita, que seguía virgen, solo para él. “Tocame ahí, amor”, susurré, y él, sin pensarlo, metió el dedo un poco, despacito, mientras me cogía. “mmm que picara”, dijo, y ese roce en mi colita, junto con su pija en la conchita, me volvió loca. Gemí más fuerte, tapándome la boca, mientras él empujaba el dedo un poquito más, sin romper nada, solo jugando. El riesgo me calentaba tanto que apenas podía respirar. Las voces de mi viejo y mis primas seguían afuera, pero yo estaba en otro planeta.
“Ya no aguanto, Nico”, gemí, y el calor me explotó, un orgasmo que me hizo temblar entera, con la conchita apretándole la pija y el dedo en mi colita. “Me voy, amor”, dijo él, embistiendo más rápido, y sentí cómo su pija latía. “Acabá, dale”, susurré, y él se quedó adentro, soltando todo, la leche espesa llenándo el forro mientras gemía bajito. Saqué su dedo de mi colita, todavía temblando, y me limpié la conchita con papel, con las piernas flojas y el vestido arrugado.
“Sos una loca”, dijo Nico, riéndose, y me besó, pero la culpa ya me estaba pegando como un cross. Matías, con su mensaje de “putita”, y el pete a Diego me daban vueltas en la cabeza. Salimos del baño disimulando, yo con la conchita sensible y el recuerdo de su dedo quemándome. Volví al comedor, sentándome como si nada, mientras Nico se metió en la charla de fútbol con mi viejo. Mis primas seguían con sus pavadas de Floripa, pero yo no podía concentrarme. Quería a Nico, posta, pero esta calentura no se iba, y el mensaje de Matías seguía en mi celular, como una bomba a punto de estallar.
Esa videollamada con Matías me dejó en llamas. Sus gemidos, mi conchita toda mojada, su leche salpicando en la pantalla… pensé que acabar así me iba a calmar, pero fue como tirar nafta a un incendio. Salí del baño con las piernas como gelatina, y la tanga roja empapada, como si llevara un secreto que me iba a delatar. Necesitaba coger, lo juro, más que nunca, pero Nico estaba ahí, con mi viejo, y la casa llena de familia. ¿Cómo mierda iba a bancar esto?
La cena ya estaba servida, y nos sentamos todos a la mesa. Yo, con la conchita mojada, fingía ser la nena buena, pasando la ensalada con una sonrisa de mentira. Nico, a mi lado, puso su mano en mi pierna por debajo del mantel, y en un momento, cuando mi mamá y mis tías estaban en la suya, sus dedos subieron, buscando más. Me puse rígida, cruzando las piernas al toque para frenarlo. “¿Qué timida?”, susurró, con cara de morbo, y yo solté un “Nada, estoy incómoda”, con la cara ardiendo. ¿Cómo le explicaba que estaba mojada por pajearme con Matías? La culpa me apretaba como un torniquete, pero la conchita seguía palpitando, pidiéndome acción.
Terminamos de comer, y la cosa se puso más tranqui. Nos quedamos en el comedor, tomando sidra y charlando. Mi viejo, Nico y mi tío se clavaron en una discusión sobre Peñarol que no terminaba más. Mis primas, con sus uñas perfectas, soltaban pavadas sobre su viaje a Floripa, como si yo quisiera saber de sus fotos en la playa. Asentía, pero mi cabeza estaba en el baño, en los gemidos de Matías, en su pija soltando leche. De repente, mi celular vibró en el bolsillo del vestido. Lo saqué en modo ninja, asegurándome de que nadie pillara. Era Matías, obvio. “Feliz Navidad, putita”, decía, con un emoji de fuego. La concha de la lora, no se cansaba este.
Me reí por lo bajo, pero un calor me quemó desde la conchita hasta la nuca. “Estás enfermo, boludo, cortala”, escribí, tratando de frenarlo, pero mis dedos temblaban. No podía seguir con él, no con Nico a metros, pero la calentura era más fuerte que yo. Miré a Nico, riendo con mi viejo, y supe que tenía que ser él. Necesitaba que me cogiera, que me sacara este fuego antes de que explotara y mandara todo al carajo.
“Voy al baño”, dije, levantándome con una excusa pedorra. Agarré a Nico por la muñeca, susurrándole: “Vení, te quiero mostrar algo”. Me miró, con esa sonrisa de pendejo que no entendia nada, y me siguió, pensando que era un juego. Lo guie hasta el baño de la barbacoa, cerré la puerta con llave, y lo empujé contra el lavabo, besándolo con todo, mi lengua metiéndose en su boca como si no hubiera mañana. “Qué calentita estas", dijo, riendo, pero yo ya le estaba desabrochando el pantalón. “Callate, Nico, te necesito ahora”, murmuré, con la conchita chorreando y el corazón a mil.
Me arrodillé, sacándole la pija, que ya estaba dura, pidiéndome acción. La agarré con una mano, lamiendo la punta despacito, saboreándola, mientras lo miraba con ojos de fuego. “Dios Emma”, gimió, y yo me la metí entera, chupando profundo, mientras mi saliba hacia ruidito con su pija. Lamí desde los huevos hasta la punta, volví a meterla, y aceleré, con ritmo, dejando que me llenara la boca. Sus gemidos me prendían más, pero el ruido de las charlas en el comedor me recordaba que estábamos a nada de que nos pudieran encontrar.
“Garchame, Nico, no aguanto”, dije, levantándome y subiéndome el vestido. Me corrí la tanga roja a un lado, mostrando la conchita empapada, y él, con los ojos encendidos, sacó un forro de la billetera y se lo puso. Me giró, apoyándome contra el lavabo, y entró de una, fuerte, haciéndome gemir bajito. “Shh, amor, que nos escuchan”, susurró, pero yo no podía controlarme. “Dame todo, Nico, haceme acabar”, gemí, empujando para atrás, sintiendo cómo me llenaba. Él embistió rápido, con la pija llegándome hasta el fondo, y la conchita era un rio.
Quería más, agarré su mano, llevándole un dedo a mi colita, que seguía virgen, solo para él. “Tocame ahí, amor”, susurré, y él, sin pensarlo, metió el dedo un poco, despacito, mientras me cogía. “mmm que picara”, dijo, y ese roce en mi colita, junto con su pija en la conchita, me volvió loca. Gemí más fuerte, tapándome la boca, mientras él empujaba el dedo un poquito más, sin romper nada, solo jugando. El riesgo me calentaba tanto que apenas podía respirar. Las voces de mi viejo y mis primas seguían afuera, pero yo estaba en otro planeta.
“Ya no aguanto, Nico”, gemí, y el calor me explotó, un orgasmo que me hizo temblar entera, con la conchita apretándole la pija y el dedo en mi colita. “Me voy, amor”, dijo él, embistiendo más rápido, y sentí cómo su pija latía. “Acabá, dale”, susurré, y él se quedó adentro, soltando todo, la leche espesa llenándo el forro mientras gemía bajito. Saqué su dedo de mi colita, todavía temblando, y me limpié la conchita con papel, con las piernas flojas y el vestido arrugado.
“Sos una loca”, dijo Nico, riéndose, y me besó, pero la culpa ya me estaba pegando como un cross. Matías, con su mensaje de “putita”, y el pete a Diego me daban vueltas en la cabeza. Salimos del baño disimulando, yo con la conchita sensible y el recuerdo de su dedo quemándome. Volví al comedor, sentándome como si nada, mientras Nico se metió en la charla de fútbol con mi viejo. Mis primas seguían con sus pavadas de Floripa, pero yo no podía concentrarme. Quería a Nico, posta, pero esta calentura no se iba, y el mensaje de Matías seguía en mi celular, como una bomba a punto de estallar.
1 comentarios - Capitulo 31: La noche del 24 El baño y el dedito en la cola
me calento mucho esta serie de relatos !!!