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Capítulo 24: El cumple que se descontroló

Capítulo 24: El cumple que se descontroló

La noche de mi cumple llegó, y la casa estaba a reventar. El patio se llenó de luces, música y las 40 personas que al final se juntaron, aunque yo juraba que iba a ser algo tranqui. Había comida por todos lados —cosas ricas que mi vieja se aseguró de que no faltaran— y unas pizzas que llegaron más tarde para rematar. Mi viejo seguía gruñendo por los gastos, pero para cuando empezó la fiesta, ya estaba con una cerveza en la mano, charlando con mis tíos como si nada. Mi vieja, siempre la genia, iba y venía asegurándose de que todo estuviera en orden, mientras yo corría saludando a todos.Me había puesto un vestido negro cortito, ajustado, que me marcaba todo sin pasarse, y unos tacos bajos para no matarme bailando. Debajo, una tanga blanca de encaje, chiquita, que en principio había elegido pensando en Nico, porque sabía que ese color lo volvía loco. La música arrancó con reggaetón viejo que puso mi amiga Sofi, y en dos minutos ya estábamos todas las chicas rompiendo el patio, perreando y riendo como locas. Nico estaba ahí, con una cerveza en la mano, mirándome con una sonrisa. “Qué linda que estás, amor”, me dijo al oído, y me robó un beso que me calentó un poco. Nos besamos un par de veces más, bailando pegados, con sus manos en mi cintura y yo moviéndome contra él, perdiéndome en la música y el Fernet que ya me subía a la cabeza.El Fernet con coca y las cervezas iban y venían, y yo no paraba de tomar, brindando con las chicas, con mis primos, con cualquiera que me cruzara. Estaba contenta, borracha, riendo por pavadas, pero entonces lo vi. Matías. Había llegado con mi amiga, su hermano y la esposa, tal como lo planeé. Estaba apoyado contra una pared, con una cerveza en la mano, vestido con un jean claro y una camisa celeste medio desabrochada. Nuestras miradas se cruzaron, y ahí estaba otra vez ese cosquilleo, ese fuego que no se apagaba. Me miró de arriba abajo, con esa sonrisa que me decía todo sin hablar, y yo le devolví una mirada rápida, como diciendo “portate bien”. Pero sabía que no iba a ser tan fácil.La noche siguió, y yo estaba desacatada. Bailé con las chicas hasta que me dolieron los pies, perreando con Sofi y otra amiga mientras cantábamos “No me doy por vencido” de Luis Fonsi a los gritos, haciendo joda con la letra y tirándonos indirectas entre risas. Nico se sumó un rato, agarrándome por atrás, besándome el cuello mientras nos movíamos al ritmo del reggaetón. “Sos la reina de la noche”, me dijo, y yo me reí, dándole un beso largo que sabía a Fernet y cerveza. Estaba divertida, suelta, pero cada tanto miraba de reojo y ahí estaba Matías, charlando con alguien, pero siempre con un ojo en mí. Sus miradas me quemaban, y aunque intentaba ignorarlo, el alcohol no ayudaba a mantener la cabeza fría.Ya entrada la madrugada, con la fiesta en su punto más alto y yo bastante borracha, no me aguanté más. Mientras bailaba cerca de la mesa de bebidas, le hice una seña disimulada a Matías, un movimiento rápido con la cabeza hacia la puerta del garage. Él entendió al toque, dejó la cerveza en una mesa y se perdió por ahí. Esperé un minuto, dije que iba al baño y me fui al garage, donde estaba oscuro, solo con la luz de una lamparita que parpadeaba. El ruido de la música llegaba apagado, y el aire frío me pegó en la cara. Matías ya estaba ahí, apoyado contra el auto de mi viejo. “¿Cumple especial, bebota?”, me dijo, con esa voz que me ponía la piel de gallina. Yo me reí, tambaleándome un poco, “Capaz, vení a felicitarme como se debe”.No sé si fue el alcohol, el morbo o esa calentura que nunca se iba, pero no lo frené. Me apoyó contra el auto, y nos besamos fuerte, con unas ganas que me hicieron olvidar dónde estaba. “Esto es una locura”, le dije entre besos, y él se rió, “Me encantan tus locuras, Emma”. Me arrodillé ahí mismo, con el vestido subiéndoseme por los muslos, y le desabroché el jean claro, bajándoselo lo justo para sacar su pija, que ya estaba dura como piedra. La agarré con una mano, mirándolo a los ojos, y me la metí en la boca despacio, chupándole la punta, saboreando ese gustito salado que me calentaba tanto.La chupé con ganas, subiendo y bajando, apretándola con los labios y dándole lengüetazos largos por los lados. Con una mano le masajeé los huevos, suave pero firme, y con la otra le trabajaba la base, moviéndola al ritmo de mi boca. “Me matás con esa lengua, me encanta”, me dijo, jadeando, y yo aceleré, metiéndomela más profundo, casi hasta la garganta, mientras la lengua le rozaba por abajo. Me la saqué un segundo, pasándole la lengua por la punta y chupando fuerte, haciéndole círculos rápidos, y él gemía, “Seguí, no pares”. Volví a metérmela, chupándola con todo, sintiendo cómo latía contra mi paladar, dejando que la saliva me chorreara un poco por la comisura mientras lo miraba con los ojos borrachos de alcohol y calentura.“Emma, me hacés acabar”, me dijo, y yo seguí, chupando más rápido, metiéndomela hasta donde podía, apretándola con los labios y dándole con la lengua sin parar. Quería esa leche, quería todo, y cuando lo sentí tensarse, no me detuve. “Tomá, bebota”, dijo, y se acabó, soltándome una cantidad de leche caliente y espesa que me llenó la boca, tanta que casi no podía con todo. Seguí chupando despacito, sacándole hasta la última gota, y me la tragué, pasándome la lengua por los labios mientras él temblaba contra el auto.Me levanté, acomodándome el vestido, y nos miramos, todavía jadeando. “Feliz cumpleaños, Emma”, me dijo, con una sonrisa pícara, y yo le contesté, “Gracias, papi, esto no me lo olvido”. Nos reímos, y volví a la fiesta como si nada, con el sabor de su leche en la boca y el corazón a mil, sabiendo que esa noche había cruzado otra línea

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