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Capítulo 23: El cumple que se armó

Antes de que lean este relato, sepan que en el nadie me cogió ni nada parecido, cada tanto se van a encontrar algo así, pero es para que estén en contexto y realmente se metan en mi historia y todo lo que pasó.
Lamento si no les gusta encontrarse pero así lo escribí y así se los comparto
Gracias a todos los que están ahí del otro lado leyendo e imaginado cada paso de mi vida
Capítulo 23: El cumple que se armó


Y llegó mi cumple. Ese 19 de octubre amaneció frío, como siempre en Montevideo, y mi casa era un despelote desde que abrí los ojos. Mi viejo andaba como loco, más por lo que estaba gastando que por otra cosa, refunfuñando mientras cargaba cajas de cerveza y fernet al patio. “Esto es un ojo de la cara, Emma, ¡un ojo de la cara!”, me decía cada vez que pasaba con algo en las manos. Mi vieja, un amor, estaba en modo generala, ayudándome con todo: poniendo la mesa, organizando el lunch —sándwiches de miga, pizzetas, bocaditos de queso y fiambre, cosas ricas que sabíamos que iban a volar—, y preguntándome cada cinco minutos si necesitaba más vasos o si ya había confirmado cuántos venían. Había decidido hacer algo en casa, en principio tranqui, solo las chicas, Nico, un par de amigos cercanos. Pero, como siempre me pasa, la cosa se fue de las manos: al final había como 40 personas invitadas. No era una multitud, pero tampoco era poca cosa, y el patio de casa iba a estar a reventar.Esa mañana me desperté temprano, con el ruido de mi vieja moviendo cosas en la cocina y mi viejo discutiendo por teléfono con el tipo de la bebida porque “se habían olvidado del hielo”. Me puse una remera vieja y un jogging, todavía medio dormida, y bajé a ayudar. Mientras colgaba unas luces de colores en el patio, con el viento frío pegándome en la cara, mi cabeza ya estaba en la noche. Quería que fuera una fiesta piola, con buena música, risas, algo que me sacara de la rutina de los últimos días. Pero, siendo honesta, también estaba pensando en él. Sí, en Matías.Entre los planes, los bocaditos que mi vieja seguía trayendo de la rotisería y la lista de música que estaba armando en el celular, hice una movida. Invité a Matías. Técnicamente, invité a mi amiga, a su hermano —el novio de la boda— y a la flamante esposa, pero sabía que Matías iba a venir de acompañante. Era una coartada perfecta por si Nico preguntaba “¿Ese quién es?”. No le iba a decir “Ese es al que le hice tremendo pete en la boda y después me cogí en su casa”, jaja. Era una forma de tenerlo cerca sin levantar sospechas, aunque solo pensarlo me daba un cosquilleo que subía desde la panza y no me dejaba tranquila. ¿Por qué lo hice? No sé, supongo que esa otra Emma, la que no se frenaba, seguía teniendo ganas de jugar con fuego, aunque sabía que podía quemarme.Mientras ponía reggaetón viejo para probar los parlantes —un “Gasolina” que me hizo reír de lo antiguo que sonaba—, mi vieja entró al patio con una bandeja de sándwiches y me miró. “Emma, ¿segura que no querés que contratemos a alguien para la comida? Esto se está poniendo grande”. Yo negué con la cabeza, “No, ma, está bien, con el lunch y las pizzas que pedimos después zafamos”. Ella suspiró, pero siguió ayudando, siempre con esa mezcla de preocupación y ganas de que todo saliera bien. Mi viejo, en cambio, seguía peleándose con el presupuesto. “¿40 personas? ¡40, Emma! ¿No podían ser 20?”, me dijo mientras apilaba sillas plegables que había traído del garaje. Yo me reía, “Pa, relajá, va a estar bueno”. Pero por dentro, mi cabeza estaba en otro lado.No paraba de pensar en cómo iba a ser esa noche. Nico iba a estar ahí, con su sonrisa de siempre, sus “te quiero” que todavía me llegaban, aunque no tan hondo como antes. Mis amigas, las de fierro, que seguro iban a romper todo en la pista improvisada del patio. Mi familia, controlando que no se desbandara la cosa. Y Matías. Ese Matías que no me había escrito desde nuestra última charla, pero que con solo nombrarlo me hacía acordar de su pija en mi boca, de su leche en mis tetas, de cómo me había cogido hasta dejarme temblando. ¿Qué carajo estaba haciendo invitándolo? Era mi cumpleaños, se suponía que iba a ser una noche para mí, para pasarla bien, pero yo misma estaba armando un quilombo sin saber cómo iba a terminar.A la tarde, mientras ayudaba a mi vieja a poner los platos descartables y los vasos de plástico en la mesa, me tomé un segundo para mirarme al espejo. Todavía no me había cambiado, pero ya estaba pensando en qué ponerme. Algo que me hiciera sentir zarpada, que me diera esa seguridad para manejar lo que viniera. Porque, aunque no lo admitiera, sabía que esa noche no iba a ser solo una fiesta tranqui. Con Nico y Matías en el mismo lugar, mi cumple número 18 tenía todo para ser un incendio, y yo no estaba segura de querer apagarlo.

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