Capítulo 21: La calma que no duró
Pasaron los días y me porté bien, o eso me decía. Iba a la casa de Nico, nos veíamos, charlábamos, y terminábamos cogiendo como cualquier pareja normal. No eran polvos que me volaran la cabeza, pero estaban buenos, cómodos, de esos que te hacen sentir que todo está en orden. Creí que estaba volviendo a la normalidad, que había saldado mis pendientes por la traición de Nico —y con creces, después de lo que hice con Matías en la chacra y en su departamento—. Pensé que podía dejar atrás ese morbo que me había consumido, que la Emma desinhibida iba a quedarse quieta un rato.Hasta empecé a ir al gimnasio, algo que nunca había sido lo mío, pero quería moverme, sentirme bien. Me ponía unas calzas negras ajustadas que me marcaban todo el culo, una remerita gris que se me pegaba al cuerpo con el sudor, y zapatillas viejas que todavía servían. No iba pensando en buscar nada, de verdad, solo quería entrenar, soltar la cabeza. Pero las propuestas me llegaron solas, como si el universo se riera de mi intento de portarme bien. En el gimnasio, entre las máquinas y el olor a transpiración, siempre había algún tipo que me miraba de más, que se acercaba con una excusa tonta para charlar.Uno, un flaco grandote que levantaba pesas como si nada, me tiró un “¿Querés que te ayude con la técnica?”, mientras me clavaba los ojos en el culo cuando hacía sentadillas. Otro, más atrevido, me dijo “Con esas calzas vas a distraer a medio gimnasio” mientras se reía, y yo le contesté con una sonrisa, “Que se concentren, no es mi culpa”. No buscaba nada, pero esas miradas, esos comentarios, me hacían sentir otra vez ese cosquilleo, ese subidón de saber que podía tener lo que quisiera si me dejaba llevar. Y aunque no respondía a esas propuestas, no podía evitar que me calentaran un poco, que me hicieran pensar en Mati, en su mensaje sin contestar, en cómo me había cogido hasta dejarme temblando.Con Nico todo seguía igual, pero tranquilo, demasiado tranquilo. Íbamos a su casa, cogíamos, veíamos una peli, y él me decía “Te quiero” como si nada hubiera pasado. Pero yo, mientras sudaba en el gimnasio o miraba el celular en la cama, sabía que esa normalidad no era tan sólida. Había saldado la traición, sí, pero algo en mí seguía buscando ese extra, esa chispa que no encontraba en la rutina. ¿Era yo? ¿Era Nico? ¿O era que el juego, una vez que empieza, no se para tan fácil?
Pasaron los días y me porté bien, o eso me decía. Iba a la casa de Nico, nos veíamos, charlábamos, y terminábamos cogiendo como cualquier pareja normal. No eran polvos que me volaran la cabeza, pero estaban buenos, cómodos, de esos que te hacen sentir que todo está en orden. Creí que estaba volviendo a la normalidad, que había saldado mis pendientes por la traición de Nico —y con creces, después de lo que hice con Matías en la chacra y en su departamento—. Pensé que podía dejar atrás ese morbo que me había consumido, que la Emma desinhibida iba a quedarse quieta un rato.Hasta empecé a ir al gimnasio, algo que nunca había sido lo mío, pero quería moverme, sentirme bien. Me ponía unas calzas negras ajustadas que me marcaban todo el culo, una remerita gris que se me pegaba al cuerpo con el sudor, y zapatillas viejas que todavía servían. No iba pensando en buscar nada, de verdad, solo quería entrenar, soltar la cabeza. Pero las propuestas me llegaron solas, como si el universo se riera de mi intento de portarme bien. En el gimnasio, entre las máquinas y el olor a transpiración, siempre había algún tipo que me miraba de más, que se acercaba con una excusa tonta para charlar.Uno, un flaco grandote que levantaba pesas como si nada, me tiró un “¿Querés que te ayude con la técnica?”, mientras me clavaba los ojos en el culo cuando hacía sentadillas. Otro, más atrevido, me dijo “Con esas calzas vas a distraer a medio gimnasio” mientras se reía, y yo le contesté con una sonrisa, “Que se concentren, no es mi culpa”. No buscaba nada, pero esas miradas, esos comentarios, me hacían sentir otra vez ese cosquilleo, ese subidón de saber que podía tener lo que quisiera si me dejaba llevar. Y aunque no respondía a esas propuestas, no podía evitar que me calentaran un poco, que me hicieran pensar en Mati, en su mensaje sin contestar, en cómo me había cogido hasta dejarme temblando.Con Nico todo seguía igual, pero tranquilo, demasiado tranquilo. Íbamos a su casa, cogíamos, veíamos una peli, y él me decía “Te quiero” como si nada hubiera pasado. Pero yo, mientras sudaba en el gimnasio o miraba el celular en la cama, sabía que esa normalidad no era tan sólida. Había saldado la traición, sí, pero algo en mí seguía buscando ese extra, esa chispa que no encontraba en la rutina. ¿Era yo? ¿Era Nico? ¿O era que el juego, una vez que empieza, no se para tan fácil?
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