Capítulo 10: El vicio que me atrapó
Había probado el gustito de coger, y casi se hacía un vicio. Por momentos pensé “quizás tendría que haberlo hecho antes”, pero era otro tiempo. Tal vez ahora las pendejas cogen más temprano, no sé, pero yo lo hice cuando me sentí cómoda, cuando encontré a ese que quería que me lo hiciera. O quizás él me encontró a mí justo cuando tenía que ser. Como sea, la estaba pasando bárbaro, y les confieso que empecé a sentir una fascinación con chupar la pija. Era —y es— algo que me vuelve loca. Tenerla en la boca, sentir cómo crece y se pone dura, mirarlos a los ojos mientras lo hago… te da una sensación de poder que no te explica nadie. De solo pensarlo, me mojo.Habían pasado unos días desde la primera vez, y con Nico ya no había tanta vuelta. Nos conocíamos mejor, nos sentíamos más sueltos, y cada vez que nos veíamos, la calentura estaba a flor de piel. Una tarde, me mandó un mensaje: “Venite al parque, Emma, estoy con ganas de verte”. Era una plaza cerca de su casa, un lugar tranqui donde a veces nos juntábamos a boludear. Me puse un vestido cortito, negro, de esos que se pegan al cuerpo con el calor, y una tanga finita debajo, nada más, porque sabía que esto no iba a quedar en una charla. Llegué tipo 5, con el sol todavía pegando fuerte, y lo vi sentado en un banco, con un short gris y una remera blanca, las piernas abiertas como si me estuviera esperando.“Hola, amor”, me dijo cuando me acerqué, y yo le sonreí, “Hola, lindo”. Me senté al lado, pegándome a él, y me agarró la mano, rozándome los dedos mientras charlábamos pavadas un rato. Pero no duró mucho la tranquilidad. Él me miró fijo, y yo ya sabía lo que venía. “Emma, me tenés caliente todo el día pensando en vos”, me tiró, directo, y yo me reí, “Y vos a mí, Nico, no te creas que me olvido de esa pija”. Nos miramos un segundo, y la cosa se puso pesada rápido.“Vení, vamos a casa, no aguanto más”, me dijo, y nos levantamos, caminando las pocas cuadras hasta su puerta. Él me pasaba el brazo por los hombros, apretándome contra él, y yo le rozaba la cintura con la mano como si no pudiéramos esperar. Sus viejos no estaban, y apenas entramos, me empujó contra la pared del living. “Te quiero comer entera, Emma”, me dijo al oído, y yo le contesté, “Dale, Nico, meteme la lengua donde quieras”. Me levantó el vestido hasta la cintura, bajándome la tanga de un tirón, y se arrodilló frente a mí, abriéndome las piernas con las manos. Me chupó la concha sin darme respiro, metiendo la lengua bien adentro, lamiéndome los labios y dándole al clítoris con esa calentura que me hacía gemir fuerte. “Estás empapada, me encanta”, me dijo, y yo le agarré el pelo, “Chupame más, no pares”.Estaba temblando contra la pared, pero quería devolverle el favor. Lo levanté, “Ahora me toca a mí”, y lo tiré al sillón, sacándole la remera y el short gris de una. La pija ya estaba dura, parada contra su panza, y yo me arrodillé frente a él, agarrándola con una mano. “Te voy a chupar hasta que me des la leche, Nico”, le dije, mirándolo a los ojos, y él me contestó, “Hacelo, Emma, metétela toda”. Me la metí en la boca despacio, saboreando la punta, y empecé a chuparla con ganas, bajando hasta donde podía, sintiendo cómo se le ponía más dura contra mi lengua. La apretaba con los labios, dándole lengüetazos en la punta cada vez que la sacaba un poco, y con una mano le masajeaba los huevos, mientras con la otra le apretaba la base, moviéndola rápido.“Emma, me matás, seguí así”, jadeaba, y yo aceleré, metiéndomela casi hasta la garganta, mirándolo fijo mientras él me agarraba el pelo. “Te gusta, ¿no? Mirá cómo te la chupo”, le tiré, sacándomela un segundo para pasarle la lengua por los lados, y él me dijo, “Sos una diosa, no pares”. Volví a metérmela, chupándola con todo, hasta que me dijo, “Quiero cogerte ya”. Me levantó, tirándome al sillón boca arriba, y se puso un forro rápido, sacándolo de un cajón cerca. Me abrió las piernas, “Te la voy a poner toda, Emma”, me dijo, y entró de una, llenándome mientras yo gemía, agarrándome de los almohadones.Me levantó las piernas, poniéndomelas en sus hombros, y me cogió con ganas, entrando y saliendo profundo, pegándome justo donde me volvía loca. “Nico, rompeme, dale”, le pedí, y él aceleró, sudando encima mío, con las manos apretándome las tetas y pellizcándome los pezones. “Emma, me hacés acabar así”, me dijo, y yo me moví con él, subiendo las caderas para sentirlo más adentro. Me vine primero, temblando debajo suyo, un orgasmo que me hizo arquearme y soltar un grito. Él siguió un poco más, jadeando fuerte, y se acabó dentro del forro, diciendo mi nombre mientras me daba unas últimas embestidas.Nos quedamos tirados en el sillón, respirando pesado, con él todavía encima mío un segundo antes de salir y sacarse el forro. Lo tiró a un costadito, riéndose entre jadeos, y me miró: “Emma, sos demasiado”. Yo, todavía temblando, le sonreí: “Vos también, Nico”. Me abrazó, pegándome a su pecho sudado, y nos quedamos así, con ese vicio que ya no podía —ni quería— sacarme de encima
Había probado el gustito de coger, y casi se hacía un vicio. Por momentos pensé “quizás tendría que haberlo hecho antes”, pero era otro tiempo. Tal vez ahora las pendejas cogen más temprano, no sé, pero yo lo hice cuando me sentí cómoda, cuando encontré a ese que quería que me lo hiciera. O quizás él me encontró a mí justo cuando tenía que ser. Como sea, la estaba pasando bárbaro, y les confieso que empecé a sentir una fascinación con chupar la pija. Era —y es— algo que me vuelve loca. Tenerla en la boca, sentir cómo crece y se pone dura, mirarlos a los ojos mientras lo hago… te da una sensación de poder que no te explica nadie. De solo pensarlo, me mojo.Habían pasado unos días desde la primera vez, y con Nico ya no había tanta vuelta. Nos conocíamos mejor, nos sentíamos más sueltos, y cada vez que nos veíamos, la calentura estaba a flor de piel. Una tarde, me mandó un mensaje: “Venite al parque, Emma, estoy con ganas de verte”. Era una plaza cerca de su casa, un lugar tranqui donde a veces nos juntábamos a boludear. Me puse un vestido cortito, negro, de esos que se pegan al cuerpo con el calor, y una tanga finita debajo, nada más, porque sabía que esto no iba a quedar en una charla. Llegué tipo 5, con el sol todavía pegando fuerte, y lo vi sentado en un banco, con un short gris y una remera blanca, las piernas abiertas como si me estuviera esperando.“Hola, amor”, me dijo cuando me acerqué, y yo le sonreí, “Hola, lindo”. Me senté al lado, pegándome a él, y me agarró la mano, rozándome los dedos mientras charlábamos pavadas un rato. Pero no duró mucho la tranquilidad. Él me miró fijo, y yo ya sabía lo que venía. “Emma, me tenés caliente todo el día pensando en vos”, me tiró, directo, y yo me reí, “Y vos a mí, Nico, no te creas que me olvido de esa pija”. Nos miramos un segundo, y la cosa se puso pesada rápido.“Vení, vamos a casa, no aguanto más”, me dijo, y nos levantamos, caminando las pocas cuadras hasta su puerta. Él me pasaba el brazo por los hombros, apretándome contra él, y yo le rozaba la cintura con la mano como si no pudiéramos esperar. Sus viejos no estaban, y apenas entramos, me empujó contra la pared del living. “Te quiero comer entera, Emma”, me dijo al oído, y yo le contesté, “Dale, Nico, meteme la lengua donde quieras”. Me levantó el vestido hasta la cintura, bajándome la tanga de un tirón, y se arrodilló frente a mí, abriéndome las piernas con las manos. Me chupó la concha sin darme respiro, metiendo la lengua bien adentro, lamiéndome los labios y dándole al clítoris con esa calentura que me hacía gemir fuerte. “Estás empapada, me encanta”, me dijo, y yo le agarré el pelo, “Chupame más, no pares”.Estaba temblando contra la pared, pero quería devolverle el favor. Lo levanté, “Ahora me toca a mí”, y lo tiré al sillón, sacándole la remera y el short gris de una. La pija ya estaba dura, parada contra su panza, y yo me arrodillé frente a él, agarrándola con una mano. “Te voy a chupar hasta que me des la leche, Nico”, le dije, mirándolo a los ojos, y él me contestó, “Hacelo, Emma, metétela toda”. Me la metí en la boca despacio, saboreando la punta, y empecé a chuparla con ganas, bajando hasta donde podía, sintiendo cómo se le ponía más dura contra mi lengua. La apretaba con los labios, dándole lengüetazos en la punta cada vez que la sacaba un poco, y con una mano le masajeaba los huevos, mientras con la otra le apretaba la base, moviéndola rápido.“Emma, me matás, seguí así”, jadeaba, y yo aceleré, metiéndomela casi hasta la garganta, mirándolo fijo mientras él me agarraba el pelo. “Te gusta, ¿no? Mirá cómo te la chupo”, le tiré, sacándomela un segundo para pasarle la lengua por los lados, y él me dijo, “Sos una diosa, no pares”. Volví a metérmela, chupándola con todo, hasta que me dijo, “Quiero cogerte ya”. Me levantó, tirándome al sillón boca arriba, y se puso un forro rápido, sacándolo de un cajón cerca. Me abrió las piernas, “Te la voy a poner toda, Emma”, me dijo, y entró de una, llenándome mientras yo gemía, agarrándome de los almohadones.Me levantó las piernas, poniéndomelas en sus hombros, y me cogió con ganas, entrando y saliendo profundo, pegándome justo donde me volvía loca. “Nico, rompeme, dale”, le pedí, y él aceleró, sudando encima mío, con las manos apretándome las tetas y pellizcándome los pezones. “Emma, me hacés acabar así”, me dijo, y yo me moví con él, subiendo las caderas para sentirlo más adentro. Me vine primero, temblando debajo suyo, un orgasmo que me hizo arquearme y soltar un grito. Él siguió un poco más, jadeando fuerte, y se acabó dentro del forro, diciendo mi nombre mientras me daba unas últimas embestidas.Nos quedamos tirados en el sillón, respirando pesado, con él todavía encima mío un segundo antes de salir y sacarse el forro. Lo tiró a un costadito, riéndose entre jadeos, y me miró: “Emma, sos demasiado”. Yo, todavía temblando, le sonreí: “Vos también, Nico”. Me abrazó, pegándome a su pecho sudado, y nos quedamos así, con ese vicio que ya no podía —ni quería— sacarme de encima
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