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Capítulo 8: El rato que no dejamos pasar

Capítulo 8: El rato que no dejamos pasar


Esa noche me quedé dormida en el sillón, pegada a Nico. Lo que había pasado me había agotado, entre los nervios, la calentura y ese primer polvo que me había dejado temblando. No sé cuánto tiempo pasó, pero de repente sentí su voz suave llamándome: “Emma, Emma, son las 2”. Abrí los ojos, medio dormida todavía, y lo vi mirándome, con la cara iluminada por la luz tenue que entraba desde la ventana. “¿Querés irte o querés quedarte?”, me preguntó, y yo, con la cabeza pesada, murmuré: “No puedo quedarme, voy a lavarme la cara”. Me levanté despacio, un poco mareada, y caminé al baño arrastrando los pies. Me tiré agua fría en la cara, me miré al espejo un segundo, y volví al living, todavía medio zombie.
Cuando entré, Nico estaba desnudo, sentado en el sillón, con la pija en la mano, pajeándose tranqui mientras me miraba. Yo solo tenía la tanga puesta, lo único que me había vuelto a poner después de esa primera cogida, y el resto de mi ropa seguía tirado por ahí. Sus ojos se me clavaron encima, recorriéndome de arriba abajo, y con esa voz ronca que me mataba me dijo: “Vení, Emma, aprovechemos un rato más”. La calentura me pegó de nuevo, como si no me hubiera agotado lo de antes, y me acerqué, sintiendo cómo se me aceleraba el pulso otra vez.
Me paré frente a él, y Nico me agarró de las caderas, tirándome hacia él. Me bajó la tanga de un tirón, dejándola caer a mis pies, y me acomodó encima suyo, a horcajadas, como la primera vez. Su pija ya estaba dura otra vez, gruesa y caliente, rozándome la concha mientras me miraba con esa cara de querer comerme entera. “Estás tremenda, Emma”, me dijo, y me besó fuerte, metiéndome la lengua en la boca mientras sus manos me apretaban el culo, abriéndome un poco. Yo le devolví el beso con ganas, apoyándole las manos en los hombros, y me moví despacio contra él, sintiendo cómo se me mojaba todo otra vez.
Él se estiró un segundo a la mesita, agarró otro forro de su billetera y se lo puso rápido, sin despegar los ojos de mí. “¿Lista?”, me preguntó, y yo asentí, todavía medio dormida pero con el cuerpo despierto de calentura. Me levantó un poco con las manos, y yo misma me acomodé, sintiendo la punta de su pija rozándome la entrada. Me bajó despacio, entrando en mí de a poquito, y esta vez no hubo ese estirón raro, solo una sensación rica que me llenó de golpe. Gemí bajito cuando estuvo todo adentro, y él me agarró las caderas más fuerte, moviéndome arriba y abajo con un ritmo suave pero firme.
“Así, Emma, movete conmigo”, me dijo, y yo empecé a subir y bajar, sintiendo cómo me rozaba por dentro, cada vez más profundo. Sus manos me guiaban, apretándome el culo, y yo le clavaba las uñas en los hombros, gimiendo contra su cuello mientras él me chupaba las tetas, mordiéndome los pezones con esa mezcla de suavidad y ganas que me volvía loca. La calentura era distinta esta vez, más urgente, como si los dos quisiéramos aprovechar cada segundo antes de que se acabara la noche. Él subió el ritmo, embistiéndome desde abajo, y yo me dejé llevar, moviéndome más rápido, sintiendo cómo me pegaba justo donde me hacía temblar.
“Emma, me matás”, me gruñó al oído, y yo le mordí el hombro, gimiendo más fuerte mientras él me daba con todo, pero sin perder el control. Me apretó el culo con una mano y con la otra me agarró una teta, pellizcándome el pezón mientras me cogía, y yo sentía que me iba a romper de lo bien que se sentía. “Nico, seguí, no pares”, le pedí, y él me dio más fuerte, entrando y saliendo con un ritmo que me hacía jadear. Me vine otra vez, temblando encima suyo, un orgasmo que me subió desde la concha hasta la cabeza, y me apreté contra él, gimiendo sin poder contenerme. Él siguió un poco más, jadeando contra mi piel, y de repente se tensó, gruñendo mientras se corría dentro del forro, pegándome unas últimas embestidas que me dejaron sin aire.
Nos quedamos quietos un segundo, respirando pesado, con él todavía adentro de mí. Me besó despacio, como trayéndome de vuelta, y después se sacó el forro, lo anudó y lo tiró al lado del otro, riéndose entre jadeos. “Emma, sos demasiado”, me dijo, y yo, todavía temblando, le sonreí: “Vos también, Nico”. Me bajé de encima suyo, agotada otra vez, y me tiré al sillón a su lado, con la tanga todavía en los tobillos. Nos miramos, sudados y hechos mierda, y él me pasó un brazo por encima, pegándome a él. “Mejor te llevo a casa antes de que mis viejos lleguen”, me dijo, y yo asentí, sabiendo que esa noche ya había sido más de lo que podía pedir.

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