Capítulo 2: El dia despues
Nico me escribió al otro día, no dejó pasar ni un segundo. “¿Nos vemos hoy?”, me puso, y yo, que todavía tenía la cabeza en esa noche del boliche, le dije que sí sin pensarlo demasiado. Quedamos en encontrarnos en un shopping, yo iba a ir con mis amigas y él con un par de amigos. Después de lo del boliche, esto era como nuestra primera cita, o algo por el estilo. Llegué con una remerita ajustada y unos jeans que me marcaban todo, porque quería que me mirara como la noche anterior. Cuando nos encontramos en la entrada, me saludó con un beso suave en los labios, nada pesado, pero suficiente para que se me subiera el calor a la cara. Pensarán que soy una boluda, pero me sentía como enamorada, cosas de pendeja o no, qué sé yo. Me miraba con esos ojos y me derretía.
Esa tarde fue un despelote de risas con los chicos. Sus amigos eran copados, uno medio gordito que no paraba de tirar chistes y otro más callado pero buena onda. El gordito pegó onda con una de mis amigas, y se pasaron toda la tarde tirándose indirectas mientras nosotros nos matábamos de risa. Comimos unas papas fritas en el patio de comidas, jugamos un rato al metegol en los juegos, y Nico no me sacaba la mano de encima: me agarraba la cintura, me rozaba el brazo, me miraba fijo cada vez que hablaba. Yo le seguía el juego, le apoyaba la mano en la pierna cuando nos sentábamos, o le sonreía como idiota cada vez que me decía algo al oído. Estaba en una nube, entre las ganas que me daban y esa sensación rara de que esto podía ser más que una calentura de una noche.
Cuando se hizo tarde y nos íbamos a despedir, los chicos se fueron yendo de a poco. Nico se me acercó mientras mis amigas se alejaban charlando entre ellas y me dijo bajito: “¿Venís un rato a casa? Estoy solo, miramos una peli o algo”. Por dentro me reí, “jaja, ¿tan ingenua me creés?”, pensé, pero la verdad es que tenía ganas de repetir lo del boliche, esa electricidad que me había dejado temblando. Le dije que sí, me despedí de las chicas con una excusa cualquiera y me fui con él.
Llegamos a su casa, un departamento chico pero ordenado, y apenas entramos puso una película que ninguno de los dos miró. Nos tiramos en el sillón, él sentado y yo al lado, pero al toque me agarró la cara con las dos manos y me besó, primero despacio, como probándome. Rápido se le soltó todo, y me apretó contra él, comiéndome la boca con ganas mientras me mordía el labio suave. Yo le devolví el beso con la misma intensidad, metiéndole las manos por debajo de la remera, tocándole la espalda, sintiendo cómo se le tensaban los músculos cada vez que me apretaba más. “Emma, me volvés loco”, me dijo entre besos, y yo, medio riéndome, le tiré: “Vos también, lindo, no te quedás atrás”.
Me subió encima de él, a horcajadas, sentándome sobre sus piernas, y sus manos se fueron directo a mi cintura, metiéndose por debajo de la remerita, rozándome la piel de la panza con los dedos. Yo le agarré el cuello y lo tiré más contra mí, enredándole los dedos en el pelo mientras nos comíamos la boca sin parar. Desde esa posición sentía todo, cómo me apretaba las caderas y me pegaba contra él, sus dedos clavándose en mi piel mientras me besaba con más ganas. Me arqueé un poco, apoyándole las tetas contra el pecho, y él bajó las manos despacio, acariciándome por encima de los jeans, justo donde se me marcaba todo. “Estás tremenda, Emma”, me susurró al oído, y yo le contesté bajito: “Seguí así, Nico, que me gusta”. Me apretó el culo con las dos manos, subiéndome más contra él, y yo le pasé la lengua por el cuello, rozándole la piel hasta que se le escapó un gemido.
Nos seguimos manoseando un rato, yo montada encima suyo, moviéndome despacio mientras sus manos se colaban por mi espalda, bajando hasta el borde de los jeans, tocándome la piel justo arriba del culo. Él me agarró las tetas por encima de la remera, apretándolas suave pero con ganas, y yo le mordí el labio, tirándole el pelo para pegarlo más a mí. “¿Querés que pare?”, me susurró, y yo, con la voz entrecortada, le dije: “Ni se te ocurra, lindo”. Nos quedamos así, besándonos y tocándonos como si el mundo se fuera a acabar, pero no pasó de ahí, no esa vez. Después de un rato, nos quedamos jadeando en el sillón, riéndonos entre besos más cortos, como bajando las revoluciones.
“Mejor te llevo a la parada, linda, o te vas a quedar acá toda la noche”, me dijo, y yo le sonreí: “Capaz no me quejaría”. Igual me acompañó a la parada del bondi, caminando despacio, con su mano en mi cintura todo el trayecto. Me dio un último beso antes de que subiera, suave pero con esa chispa que me dejaba temblando, y me fui a casa con la cabeza a mil, sabiendo que esto con Nico estaba empezando a ser algo más grande de lo que esperaba.
Nico me escribió al otro día, no dejó pasar ni un segundo. “¿Nos vemos hoy?”, me puso, y yo, que todavía tenía la cabeza en esa noche del boliche, le dije que sí sin pensarlo demasiado. Quedamos en encontrarnos en un shopping, yo iba a ir con mis amigas y él con un par de amigos. Después de lo del boliche, esto era como nuestra primera cita, o algo por el estilo. Llegué con una remerita ajustada y unos jeans que me marcaban todo, porque quería que me mirara como la noche anterior. Cuando nos encontramos en la entrada, me saludó con un beso suave en los labios, nada pesado, pero suficiente para que se me subiera el calor a la cara. Pensarán que soy una boluda, pero me sentía como enamorada, cosas de pendeja o no, qué sé yo. Me miraba con esos ojos y me derretía.
Esa tarde fue un despelote de risas con los chicos. Sus amigos eran copados, uno medio gordito que no paraba de tirar chistes y otro más callado pero buena onda. El gordito pegó onda con una de mis amigas, y se pasaron toda la tarde tirándose indirectas mientras nosotros nos matábamos de risa. Comimos unas papas fritas en el patio de comidas, jugamos un rato al metegol en los juegos, y Nico no me sacaba la mano de encima: me agarraba la cintura, me rozaba el brazo, me miraba fijo cada vez que hablaba. Yo le seguía el juego, le apoyaba la mano en la pierna cuando nos sentábamos, o le sonreía como idiota cada vez que me decía algo al oído. Estaba en una nube, entre las ganas que me daban y esa sensación rara de que esto podía ser más que una calentura de una noche.
Cuando se hizo tarde y nos íbamos a despedir, los chicos se fueron yendo de a poco. Nico se me acercó mientras mis amigas se alejaban charlando entre ellas y me dijo bajito: “¿Venís un rato a casa? Estoy solo, miramos una peli o algo”. Por dentro me reí, “jaja, ¿tan ingenua me creés?”, pensé, pero la verdad es que tenía ganas de repetir lo del boliche, esa electricidad que me había dejado temblando. Le dije que sí, me despedí de las chicas con una excusa cualquiera y me fui con él.
Llegamos a su casa, un departamento chico pero ordenado, y apenas entramos puso una película que ninguno de los dos miró. Nos tiramos en el sillón, él sentado y yo al lado, pero al toque me agarró la cara con las dos manos y me besó, primero despacio, como probándome. Rápido se le soltó todo, y me apretó contra él, comiéndome la boca con ganas mientras me mordía el labio suave. Yo le devolví el beso con la misma intensidad, metiéndole las manos por debajo de la remera, tocándole la espalda, sintiendo cómo se le tensaban los músculos cada vez que me apretaba más. “Emma, me volvés loco”, me dijo entre besos, y yo, medio riéndome, le tiré: “Vos también, lindo, no te quedás atrás”.
Me subió encima de él, a horcajadas, sentándome sobre sus piernas, y sus manos se fueron directo a mi cintura, metiéndose por debajo de la remerita, rozándome la piel de la panza con los dedos. Yo le agarré el cuello y lo tiré más contra mí, enredándole los dedos en el pelo mientras nos comíamos la boca sin parar. Desde esa posición sentía todo, cómo me apretaba las caderas y me pegaba contra él, sus dedos clavándose en mi piel mientras me besaba con más ganas. Me arqueé un poco, apoyándole las tetas contra el pecho, y él bajó las manos despacio, acariciándome por encima de los jeans, justo donde se me marcaba todo. “Estás tremenda, Emma”, me susurró al oído, y yo le contesté bajito: “Seguí así, Nico, que me gusta”. Me apretó el culo con las dos manos, subiéndome más contra él, y yo le pasé la lengua por el cuello, rozándole la piel hasta que se le escapó un gemido.
Nos seguimos manoseando un rato, yo montada encima suyo, moviéndome despacio mientras sus manos se colaban por mi espalda, bajando hasta el borde de los jeans, tocándome la piel justo arriba del culo. Él me agarró las tetas por encima de la remera, apretándolas suave pero con ganas, y yo le mordí el labio, tirándole el pelo para pegarlo más a mí. “¿Querés que pare?”, me susurró, y yo, con la voz entrecortada, le dije: “Ni se te ocurra, lindo”. Nos quedamos así, besándonos y tocándonos como si el mundo se fuera a acabar, pero no pasó de ahí, no esa vez. Después de un rato, nos quedamos jadeando en el sillón, riéndonos entre besos más cortos, como bajando las revoluciones.
“Mejor te llevo a la parada, linda, o te vas a quedar acá toda la noche”, me dijo, y yo le sonreí: “Capaz no me quejaría”. Igual me acompañó a la parada del bondi, caminando despacio, con su mano en mi cintura todo el trayecto. Me dio un último beso antes de que subiera, suave pero con esa chispa que me dejaba temblando, y me fui a casa con la cabeza a mil, sabiendo que esto con Nico estaba empezando a ser algo más grande de lo que esperaba.
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