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el diario de una pulga X Katherine Riveros relato clásico 3

Capítulo IV
 

el diario de una pulga X Katherine Riveros relato clásico 3

 
Sacaron variasbotellas de vino de una añeja y excepcional
cosecha, y bajosu potente influjo, Cielo Riveros recobró poco a poco
las fuerzas.
 
En cuestión deuna hora, los tres sacerdotes, al ver que
Cielo Riverosestaba lo bastante recuperada como para corresponder a
sus insinuacioneslascivas, volvieron a mostrar indicios de
que deseabandisfrutar más de su persona.
 
Excitada en nomenor medida por el abundante vino que
por la visión yel manoseo de sus lujuriosos acompañantes, la
muchacha comenzóa sacar de sus sotanas los miembros de
los tressacerdotes, cuyo poco comedimiento puso claramente
de manifiestocuánto disfrutaban de la escena.
 
En menos de unminuto Cielo Riveros tenía los tres largos y
rígidos asuntos ala vista. Los besó y jugueteó con ellos,
oliendo la tenuefragancia que desprendían y toqueteando los
sonrojadosastiles con todo el afán de una experimentada
Afrodita.
 
—i¡Jodamos!—propuso piadosamente el superior, cuya
polla estaba enese momento en los labios de Cielo Riveros.
 
—Amén —entonóAmbrose.
 
El tercereclesiástico permaneció en silencio, pero su
enorme peneamenazaba los cielos.
 
Cielo Riverosrumiaba acerca de a cuál escogería como primer
contrincante enesta nueva ronda. Eligió a Ambrose.
 
Mientras tanto,con las puertas bien cerradas, los tres
sacerdotes sedesnudaron pausadamente, y de este modo
pusieron ante losojos destellantes de la juvenil Cielo Riveros sus tres
vigorososcampeones en la flor de la vida, cada uno
pertrechado deuna robusta arma que, una vez más, se alzaba
tiesa al frente yse meneaba amenazadora cuando se movían.
 
—¡Ay de mí, quémonstruos! —exclamó la damita, cuya

 
vergüenza,empero, no le impedía manosear alternativamente
los formidablesaparatos.
 
La sentaron en elextremo de la mesa y uno por uno
fueron lamiéndolesus tiernas partes, haciendo rodar una y
otra vez suslenguas calientes por la húmeda hendidura roja
en la querecientemente todos ellos habían saciado su lujuria.
Cielo Riveros seprestó a ello con dicha y abrió las piernas todo lo que
pudo paracomplacerlos.
 
—Propongo que nosmame a uno tras otro —exclamó el
superior.
 
—Desde luego—asintió el padre Clement, el hombre del
cabello pelirrojoy la enorme erección—. Pero no como
colofón. Quieroposeerla una vez más.
 
—No. Desde luegoque no, Clement —dijo el superior—.
Ha estado usted apunto de partirla en dos; debe culminar en
su garganta o nohacerlo en absoluto.
 
Cielo Riveros notenía intención de volver a someterse a un ataque
de Clement, demodo que zanjó la discusión cogiendo el
carnoso miembro ymetiéndoselo hasta donde le cupo en su
hermosa boca.
 
La muchacha movíasus suaves labios humedecidos de
arriba abajo porel capullo azulado, y de vez en cuando se lo
introducía en lamedida de lo posible en su boca. Sus blancas
manos pasaronsobre el largo y voluminoso astil y lo asieron
con fuerzamientras ella veía endurecerse el monstruoso pene
debido a lasintensas sensaciones que le procuraba con sus
deliciosostoqueteos.
 
En menos de cincominutos Clement empezó a emitir
sonidos mássemejantes a los aullidos de una bestia salvaje
que a lasexclamaciones de pulmones humanos, y se derramó
en abundancia enla garganta de Cielo Riveros.
 
Ésta retiró elprepucio del largo astil y estimuló la
culminación deldiluvio.
 
Las derramadurasde Clement eran tan espesas y calientes
como copiosas, yen la boca de la muchacha caía un chorro
de leche trasotro.
 
Cielo Riveros selo tragó todo.

—He aquí unanueva experiencia en la que ahora debo
 
 
instruirte, hijamía —anunció el superior, al tiempo que Cielo Riveros
aplicaba sussuaves labios a su miembro candente—. Al
principio notarásque produce más dolor que placer, pero los
caminos de Venusson arduos y sólo se pueden aprender y
disfrutar poretapas.
 
—Me someteré atodo, padre mío —replicó la muchacha
—, ahora soy másconsciente de mis obligaciones y de que
soy una de esassobre las que ha recaído la gracia de aliviar
los deseos de losbondadosos padres.
 
—Sin duda, hijamía, y notarás la dicha celestial de
antemano mientrasobedeces hasta nuestros más leves deseos
y satisfacestodas nuestras inclinaciones, por extrañas e
irregulares quepuedan ser.
 
Dicho esto, alzó a la muchacha con sus fuertes brazos y la
llevó una vez más al diván, donde la colocó bocaabajo,
dejando así expuesto su hermoso trasero desnudoante todos
los presentes. A continuación, colocándose entrelos muslos
de su víctima, dirigió la punta de su rígidomiembro hacia el
menudo orificio entre las rollizas nalgas de CieloRiveros y,
empujando poco a poco su arma bien lubricada,empezó a
penetrarla de esta manera nueva y antinatural.
 
—¡Ay de mí! —gritó Cielo Riveros—. Se equivocausted de lugar...
Me hace daño. ¡Se lo suplico, oh! ¡Se lo suplico!¡Tenga
piedad! ¡Ay! Le ruego se apiade de mí. ¡Ay! ¡Madresanta!
¡Me muero!
 
Esta última exclamación la había provocado una
embestida vigorosa y definitiva por parte delsuperior, que
condujo a su miembro de semental hasta la mata depelo que
cubría la zona inferior de su vientre e hizo que aCielo Riveros no le
cupiera duda de que se había introducido hasta laspelotas.
 
Pasando su fuerte brazo en torno a las caderas de la joven,
se pegó a la espalda de ésta; restregó su macizabarriga
contra las nalgas de Cielo Riveros y su gruesomiembro quedó
hincado en su recto hasta donde alcanzó. Laspulsaciones de
placer eran evidentes en toda su hinchadalongitud, y Cielo Riveros,
mordiéndose los labios, esperó los movimientosque, bien
sabía ella, estaba a punto de iniciar el varón conobjeto de
culminar su goce.
 
 
Los otros dossacerdotes los miraban con envidia lasciva
sin dejar defrotarse lentamente los grandes miembros.
 
En cuanto alsuperior, enloquecido al notar la estrechez
de esta nueva ydeliciosa vaina, le trabajó las torneadas
nalgas hasta que,con una arremetida final, le llenó las
entrañas con sucálida descarga. Después, al tiempo que
extraía elinstrumento todavía erecto y humeante del cuerpo
de Cielo Riveros,declaró que había abierto una nueva ruta hacia el
placer yrecomendó a Ambrose que se sirviera de ella.
 
Ambrose, cuyassensaciones durante este rato pueden
mejor imaginarseque describirse, estaba ahora ardiendo de
deseo. La visióndel disfrute de sus cofrades había dado lugar
paulatinamente aun estado de excitación erótica que se tornó
necesario saciarlo antes posible.
 
—¡De acuerdo!—gritó—. Entraré por el templo de
Sodoma y usted,mientras tanto, llenará con su tenaz
centinela losvestíbulos de Venus.
 
—Diga más bienlos vestíbulos «del legítimo disfrute» —se
burló el superioresbozando una mueca—. Que sea como
usted dice; no mevendría mal catar otra vez vientre tan
estrecho.
 
Cielo Riverosseguía tumbada boca abajo sobre el diván, con su
torneado traserototalmente expuesto, más muerta que viva a
causa del brutalataque que acababa de sufrir. Ni una gota
del abundantesemen que le había sido inyectado escapó del
oscuro nicho,pero de su hendidura todavía fluía, mezclada,
la emisión de lossacerdotes. Ambrose se apoderó de ella.

Sentada ahora ahorcajadas sobre los muslos del superior,
Cielo Riverosreparó en que su miembro aún vigoroso llamaba a los
labios de surosada hendidura; lo guió hacia el interior
pausadamente ydescendió sobre él. En breve entró por
completo: lotenía metido hasta la raíz.
 
Sin embargo, elvigoroso superior, pasando los brazos en
torno a sucintura, la atrajo hacia él, y echándose hacia atrás,
colocó lasabundantes y exquisitas nalgas de Cielo Riveros ante la
airada arma deAmbrose, que sin tardanza se lanzó hacia el
ojete, bienhumedecido ya, que tenía entre sus montículos.
 
Se presentaron unmillar de dificultades que hubo que
 
 
superar, pero alfin el lujurioso Ambrose se sintió enterrado
en las entrañasde su tierna víctima.
 
Movió lentamentesu miembro arriba y abajo por el
resbaladizocanal. Prolongó su placer y disfrutó de los
vigorosos botesque el superior hacía dar a la hermosa Cielo Riveros
desde delante.
 
En breve,lanzando un profundo gemido, el superior
alcanzó elclímax, y Cielo Riveros sintió de inmediato que le llenaba
la hendidura deleche.
 
La joven no podíaaguantar más, y sus propias emisiones
se mezclaron conlas de su asaltante.
 
Ambrose, encambio, había ahorrado sus recursos, y ahora
sostenía a lahermosa muchacha delante de sí, firmemente
empalada en suenorme asunto.
 
Al verla así,Clement no pudo resistirse, y al ver su
oportunidadmientras el superior se enjugaba el miembro, se
situó delante de CieloRiveros y casi de inmediato logró insertarle el
suyo en lahendidura, ahora abundantemente rociada con los
viscosos restos.
 
A pesar de queera enorme, Cielo Riveros se las arregló para
recibir almonstruo pelirrojo que ahora le dilataba el delicado
cuerpo con sulargo instrumento, y por unos minutos no se
oyó sino lossuspiros y los lascivos gemidos de los
combatientes.

Poco después susmovimientos se volvieron más violentos;
Cielo Riverosesperaba que cualquier momento fuera el último para
ella. Mientras elenorme miembro de Ambrose estaba metido
en su pasajeposterior hasta las pelotas, la gigantesca porra de
Clement volvía aechar espuma en el interior de su vientre.
 
Entre los dossostenían a la niña en el aire, sus pies a un
buen trecho delsuelo, y a merced de los embates, primero
por delante yluego por detrás, que propinaban los sacerdotes
con sus excitadosartefactos en sus respectivos canales.
 
Cuando CieloRiveros creía que iba a perder el conocimiento, cayó
en la cuenta, porlos jadeos y la tremenda rigidez del bruto
que teníadelante, de que éste estaba a punto de correrse, y al
instante notócómo la cálida inyección fluía de la gigantesca
polla en intensosy viscosos chorros.
—¡Ah, me corro!—gritó Clement, y diciendo esto arrojó
un copiosotorrente en el interior de Cielo Riveros, para infinita dicha
de ésta.

—A mí también mellega —chilló Ambrose, que introdujo
por completo suvigoroso miembro y lanzó un tibio chorro de
leche en lasentrañas de Cielo Riveros al tiempo que su cofrade.
 
De este modocontinuaron los dos desembuchando los
fecundoscontenidos de sus cuerpos en el de la dulce niña,
mientras ellaexperimentaba la doble anegación y nadaba en
un diluvio dedichas.
 
Cualquierahubiera supuesto que una pulga de
inteligenciamedia ya habría tenido suficiente con las
desagradablesexhibiciones que he considerado mi deber
revelar; sinembargo, cierto sentimiento de amistad, así como
de simpatía,hacia la joven Cielo Riveros me animó a permanecer en
su compañía.
 
El eventojustificó mis expectaciones, y como se verá más
adelante,determinó mis movimientos posteriores.
 
 
Sólotranscurrieron tres días antes de que la joven se
reuniera con lostres sacerdotes, previa cita, en el mismo
lugar.
 
En esta ocasión, CieloRiveros se había tomado especial interés en
lo tocante a suatuendo, y como resultado, ahora estaba más
encantadora quenunca: llevaba el más precioso de los
vestidos de seda,unas ceñidísimas botas de piel de cabritilla
y unos guanteshermosísimos, diminutos y ajustados.
 
Los tres hombresestaban extasiados, y Cielo Riveros fue recibida
de un modo tanefusivo que de inmediato sintió tales deseos
que la sangre sele subió al rostro.
 
Se cerró lapuerta sin tardanza y cayeron las prendas
íntimas de losreverendos padres, y Cielo Riveros, entre caricias y
lascivostoqueteos del trío, contempló los miembros de los
tres, con lacabeza descubierta y ya amenazadores.
 
El superior fueel primero que avanzó con la intención de
disfrutar deella. Colocándose enérgicamente delante de su
pequeño talle,arremetió contra ella con aspereza, y
 
 
tomándola en susbrazos, le cubrió la boca y la cara de besos
apasionados.
 
La excitación de CieloRiveros igualó a la suya.

Obedeciendo aldeseo de ambos, Cielo Riveros se despojó de las
bragas y lasenaguas; conservó únicamente su exquisito
vestido, lasmedias de seda y las botas de piel de cabritilla, y
se prestó a quela admirara y la toqueteara con lascivia.
 
Apenas un momentodespués, el padre, hundiéndose
deliciosamentesobre la joven, ahora postrada, se había
hincado hasta lospelos en sus jóvenes encantos y se
regodeaba en laestrecha unión con evidente goce.
 
Con empujones,apretones y frotamientos, el superior
comenzó arealizar unos movimientos deliciosos que tuvieron
el efecto decaldear las partes sensibles de su compañera y las
suyas propias. Supolla, más grande y más dura, daba buena
prueba de ello.
 
—¡Empuje, sí!¡Empuje más fuerte! —murmuró Cielo Riveros.
 
Ambrose yClement, cuyos deseos difícilmente podían
permitirse demoraalguna, ansiaban que la muchacha les
dedicara parte desus atenciones.
 
Clement le pusoel enorme miembro en su manita blanca
y Ambrose, sininmutarse, al tiempo que se subía al diván,
llevó la punta desu voluminoso asunto a sus delicados labios.
 
Tras unosinstantes, el superior se retiró de su lasciva
posición.
 
Cielo Riveros seincorporó en el extremo del diván. Ante ella
estaban los treshombres, cada uno con su miembro expuesto
y erecto delantede sí, y la enorme testa del instrumento de
Clement casirozando su oronda barriga.
 
El vestido de CieloRiveros se alzó hasta su cintura, sus piernas y
muslos quedaron ala vista, y entre ellas la suculenta
hendidura rosada,ahora enrojecida y excitada por la abrupta
inserción yretirada de la polla del superior.
 
—Esperen unmomento —dijo éste—. Procedamos a
disfrutar denuestros placeres con orden. Esta hermosa niña
nos ha desatisfacer a los tres; por tanto, será necesario que
regulemosnuestros disfrutes y también que le permitamos
soportar losataques a que se verá sometida. En lo que a mí
 

respecta, no meimporta si entro en primer o en segundo
lugar, peropuesto que Ambrose derrama como un burro y
probablementearrase las regiones que penetre, propongo
pasar el primero.Desde luego, Clement debe contentarse con
el segundo otercer lugar; de otro modo, su enorme miembro
no sólo partiríaen dos a la muchacha, sino, lo que es mucho
peor, daría altraste con nuestro placer.
 
—Y o fui eltercero la última vez —exclamó Clement—. No
veo por qué he deser siempre el último. Exijo el segundo
lugar.
 
—¡Bueno, pues queasí sea! —gritó el superior—. A usted,
Ambrose, letocará en suerte un nido resbaladizo.
 
—No lo creo así—replicó el decidido eclesiástico—. Si
usted va enprimer lugar y ese monstruo que tiene Clement
después, yoatacaré «por la recámara» y derramaré mi
ofrenda en otradirección.
 
—¡Hagan conmigo lo que les plazca! —exclamó Cielo Riveros—.
Intentaré soportarlo todo. Pero ¡ay, padres míos!,dense prisa
y comiencen.

El superiorvolvió a introducir su robusta arma. Cielo Riveros
recibió con dichael rígido miembro. Abrazó al superior, se
apretó contra ély recibió los borbotones de su emisión con
estallidos deplacer de cosecha propia.
 
Se presentóentonces Clement. Su monstruoso asunto
estaba ya entrelas rollizas piernas de la joven Cielo Riveros. La
desproporción eraterrible, pero el sacerdote era fuerte y
lascivo en lamisma medida que grande era su hechura, y tras
varios intentosviolentos y poco efectivos, la penetró y
empezó a embestira la muchacha con todo su miembro
asnal.
 
Resulta imposiblerelatar cómo las terribles proporciones
de este varóncaldearon la obscena imaginación de Cielo Riveros, ni
con quéapasionado frenesí se encontró deliciosamente
henchida ydilatada por los enormes genitales del padre
Clement.
 
Tras una refriegade diez minutos, Cielo Riveros recibió la masa
palpitante hastalas pelotas, que golpeaban contra su trasero.
 
Cielo Riverosabrió sus hermosas piernas y permitió al bruto que
 
 
se refocilara aplacer en sus encantos.
 
Clement nomostraba ansiedad alguna por atajar su
lasciva fruición,y transcurrió un cuarto de hora antes de que
dos violentasdescargas pusieran fin a su placer.
 
Cielo Riveros lasrecibió con profundos gemidos de deleite y
arrojó a su vezuna copiosa emisión sobre las viscosas
derramaduras delrijoso padre.
 
Apenas habíaretirado Clement su monstruoso asunto del
vientre de lajoven Cielo Riveros cuando, desprendiéndose de los
brazos de sucorpulento amante, cayó en los de Ambrose.
 
Fiel a laintención expresada, son sus hermosas nalgas lo
que ahora atacaAmbrose, y busca con feroz energía encajar
el bálanopalpitante en los tiernos pliegues de su abertura
posterior.

En vano intentaencontrar acomodo. La ancha testa de su
arma es rechazadaen cada asalto cuando con lujuria brutal
intenta por todoslos medios franquearse la entrada.
 
Sin embargo,Ambrose no va a darse por vencido tan
fácilmente; lointenta de nuevo, y tras un esfuerzo decidido,
aloja el bálanoen el interior de la delicada abertura.
 
Ahora le toca aél: con un vigoroso empujón, penetra un
par decentímetros más, y de una arremetida, el lascivo
sacerdote seentierra hasta la pelotas.
 
Las hermosasnalgas ejercían una indudable atracción
sobre ellujurioso sacerdote. Estaba extremadamente agitado
mientras se abríapaso con furiosos esfuerzos. Extasiado,
empujaba haciadentro su largo y grueso miembro, ajeno al
dolor que ladilatación causaba a Cielo Riveros y sólo preocupado por
sentir losdeliciosos constreñimientos de sus tiernas y
delicadas partes.
 
Cielo Riveroslanza un grito espantoso. Está empalada en el rígido
miembro de subrutal profanador. Siente la carne palpitante
en lo más vivo, ycon movimientos frenéticos, se afana por
escapar.
 
Sin embargoAmbrose la retiene rodeando con sus fuertes
brazos la delgadacintura de la chica mientras sigue cada
movimiento queella hace y se mantiene en el interior su
cuerpo trémulomerced a un continuo esfuerzo de
 
 
penetración.
 
Forcejeando deeste modo, paso a paso, la muchacha
cruzó la estanciacon el feroz Ambrose firmemente
empotrado en supasaje posterior.
 
Este impúdicoespectáculo no dejó de tener efecto en
quienes locontemplaban. Brotó de sus gargantas una risotada
y ambosaplaudieron el vigor de su compañero, cuyo
semblanteinflamado y jadeante daba cumplido testimonio de
sus placenterasemociones.
 
Pero elespectáculo también azuzó de inmediato los
deseos de ambos,y el estado de sus miembros demostraba
que aún no habíanquedado en modo alguno satisfechos.

Puesto que, aestas alturas, Cielo Riveros había llegado cerca del
superior, éste latomó en sus brazos, y Ambrose,
aprovechándose deeste oportuno tope, comenzó a horadar
con su miembrolas entrañas de Cielo Riveros mientras el intenso
calor del cuerpode la muchacha le proporcionaba un placer
intensísimo.
 
Merced a laposición en que habían quedado los tres, el
superior seencontró con que tenía la boca a la altura de los
encantosnaturales de Cielo Riveros, y tras pegar de inmediato sus
labios a éstos,le lamió la humedecida rajita.
 
Pero laexcitación que provocaba de este modo requería
un disfrute mássólido, y poniendo a horcajadas sobre sus
rodillas a lahermosa niña al tiempo que tomaba asiento,
liberó su miembrohinchado y lo introdujo sin tardanza en su
terso vientre.
 
Cielo Riverosquedó así entre dos fuegos, y los feroces embates del
padre Ambrosesobre sus rollizas nalgas se vieron ahora
complementadospor los fervientes esfuerzos del superior en
la otradirección.
 
Ambos nadaban enun mar de gozo sensual, ambos se
sumergían a másno poder en las deliciosas sensaciones que
experimentaban,mientras su víctima, perforada por delante y
por detrás porsus dilatados miembros, tenía que sufrir como
mejor podía losembates de sus miembros enardecidos.
 
Sin embargo, a lajoven Cielo Riveros aún le aguardaba otra
prueba, pues encuanto el vigoroso Clement presenció la
 
 
íntima unión desus compañeros, inflamado de envidia y
aguijoneado porla violencia de sus pasiones, se subió al
asiento, detrásdel superior, sujetó la cabeza de la pobre Cielo Riveros
y acercó su armallameante a sus labios sonrosados, forzó la
entrada delbálano —cuya estrecha apertura ya exudaba
gotas deanticipación— en su hermosa boca, y le indicó que
le acariciara ellargo y duro astil con la mano.
 
Ambrose reparó enque la penetración del miembro del
superior pordelante favorecía en gran medida sus propios
actos, en tantoque el superior, igualmente excitado por la
acción trasera desu cofrade, empezaba a notar
fulminantementela proximidad de los espasmos que
preceden yacompañan al acto final de emisión.
 
Clement fue elprimero en abandonarse y lanzó su
descargaglutinosa a chorros por la garganta de la pequeña
Cielo Riveros.
 
Ambrose lesiguió, y al tiempo que se desplomaba sobre la
espalda de lajoven, arrojó un torrente de leche en sus
entrañas mientrasel superior le llenaba a la vez el útero con
sus ofrendas.
 
Rodeada de estamanera, Cielo Riveros recibió al unísono la
descarga de lostres vigorosos sacerdotes.
 
 
Capítulo V
 
 
Tres días despuésde que tuvieran lugar los sucesos
detallados en laspáginas anteriores, Cielo Riveros, tan sonrosada y
encantadora comosiempre, hizo acto de presencia en el salón
de su tío.
 
Durante esos tresdías, mis movimientos habían sido
erráticos, puesmi apetito no era en modo alguno exiguo, y
mi ansia denovedades me impedía residir demasiado tiempo
en un mismolugar.
 
Fue así cómo melas arreglé para oír una conversación
que me pasmó enno poca medida, pero que, al tener que ver
directamente conlos acontecimientos que describo, no
dudaré enrevelar.
 
Fue así como averigüéla auténtica hondura y sutileza del
carácter delpadre Ambrose.
 
No voy areproducir aquí este discurso como lo oí desde
mi estratégicaposición; bastará si explico las principales
ideas quecontenía y relato cómo éstas se pusieron en
práctica.
 
Era evidente queAmbrose estaba molesto e incómodo a
causa de larepentina participación de sus cofrades en el
disfrute de sumás reciente adquisición, y tramó un osado y
maligno plan parafrustrar su interferencia, y al mismo
tiempo, quedarlibre de toda culpa en el asunto.
 
Con esasintenciones, en breve Ambrose acudió a ver al
tío de CieloRiveros y le contó cómo había descubierto a su sobrina y
al joven amantede ésta en plena alianza de Cupido, y cómo
no había duda deque ella había recibido y correspondido con
las últimasprendas de su pasión.
 
Al hacerlo, elastuto sacerdote planeaba un objetivo
ulterior. Conocíabien el carácter del hombre con el que tenía
que vérselas.También era consciente de que ese hombre
 
 
estaba al tantode buena parte de la vida auténtica del
eclesiástico.
 
De hecho, los dosse entendían bien. Ambrose tenía
fuertes pasionesy su naturaleza era erótica en un grado
extraordinario.Lo mismo podía decirse del tío de Cielo Riveros.
 
Este último asíse lo había confesado a Ambrose, y en el
transcurso de suconfesión había dado pruebas de deseos muy
irregulares,tanto como para no plantear dificultades a la
hora deconvertirse en partícipe en los planes que el otro
había tramado.
 
Hacía tiempo queMister Verbouc había echado el ojo a su
sobrina. Lo habíaconfesado. Y ahora Ambrose le traía de
repente unanoticia que le abrió los ojos: Cielo Riveros empezaba a
albergarsentimientos de la misma índole por otros hombres.
 
Le vino deinmediato a la mente el carácter de Ambrose.
Era su directorespiritual y le pidió consejo.
 
El eclesiásticole dio a entender que había llegado su
oportunidad y queambos saldrían ganando si compartían la
presa.
 
Esta proposicióntocó una fibra sensible en Verbouc, que
no le habíapasado del todo desapercibida a Ambrose. Si algo
le hacíadisfrutar más de su sensualidad, o infundía más
intensidad a susdesenfrenos, era contemplar a otro en el acto
de culminar lacópula, y consumar después su propio goce
con una segundapenetración y emisión en el cuerpo de la
misma víctima.

De este modo,quedó pronto establecido el trato; se buscó
una oportunidad;se obtuvo la intimidad necesaria, pues la tía
de Cielo Riverosera inválida y estaba recluida en su habitación; y
luego Ambrosepreparó a Cielo Riveros para el evento que iba a tener
lugar.
 
Tras un brevediscurso preliminar —en el que la previno
de que no dijerani una palabra de su relación previa y le
informó de que supariente había descubierto de algún modo
sus amoríos conCharlie—, la fue llevando poco a poco hacia
el terreno que élquería. Incluso le habló de la pasión que
había concebidosu tío hacia ella, y declaró sin tapujos que el
modo más segurode evitar su profunda indignación era
 
 
mostrarseobediente a todo lo que él requiriera.
 
Mister Verboucera un hombre de constitución sana y
vigorosa, y deunos cincuenta años de edad. En tanto que tío
suyo, siemprehabía inspirado a Cielo Riveros un gran respeto, en el
que seentreveraba un notable miedo a su presencia y
autoridad. Desdela muerte de su hermano, la había tratado,
si no con afecto,al menos sin crueldad, aunque con la
circunspecciónpropia de su carácter.
 
Evidentemente, CieloRiveros no tenía motivos para esperar
clemencia algunaen esta ocasión, ni para contar con ningún
modo de escaparde las iras de su tío.
 
Paso por alto elprimer cuarto de hora, las lágrimas de
Cielo Riveros yel azoramiento con que se vio al mismo tiempo objeto
de los abrazosexcesivamente tiernos de su tío y de la
reprensión quebien se merecía.
 
La interesantecomedia prosiguió poco a poco, hasta que
Mister Verbouc,poniendo a su hermosa sobrina sobre sus
propias rodillas,expuso con audacia el propósito que había
concebido:disfrutar él mismo de ella.
 
—No debe haberninguna resistencia absurda por tu parte,
Cielo Riveros—continuó su tío—; no vacilaré, ni tampoco fingiré
pudor alguno. Essuficiente con que el buen padre Ambrose
haya dado subendición al asunto, y por tanto debo poseerte
y disfrutar de tucuerpo como ya ha hecho tu joven
compañero con tuconsentimiento.
 
Cielo Riverosestaba totalmente perpleja. Aunque era sensual,
como ya hemosvisto, y en un grado que pocas veces se
observa enmuchachas de tan tierna edad, había sido educada
según las ideasestrictas y convencionales acordes con el
carácter severo ydistante de su pariente. De inmediato, todo
el horror desemejante crimen se alzó ante ella. Ni siquiera la
presencia ydeclarada aprobación del padre Ambrose
menguaban ladesconfianza con que veía la horrible
proposición quecon toda tranquilidad se le hacía ahora.
 
Cielo Riverostembló de sorpresa y terror ante la naturaleza del
crimenproyectado. Esta nueva situación la conmocionó. El
hecho de que sutío —reservado y severo, cuya ira siempre
había lamentado ytemido, y cuyos preceptos hacía tiempo ya
 
 
que se habíaacostumbrado a recibir con reverencia— se
hubieraconvertido en un ardiente admirador, sediento de
obtener aquellosfavores que tan recientemente había
otorgado a otro,la dejó muda de asombro y repugnancia.
 
Mister Verbouc,que evidentemente no estaba dispuesto a
dejarla quereflexionara ni un instante, y cuya turbación era
evidente en másde un sentido, cogió en sus brazos a su joven
sobrina, y apesar de su reticencia, le cubrió la cara y el
cuello de besosprohibidos y apasionados.
 
Ambrose, haciaquien se volvió la muchacha, no le
proporcionóconsuelo alguno en este apuro, sino que, al
contrario,dirigiendo una sonrisa inexorable al emocionado
Verbouc, animabaa éste con miradas taimadas a que llevase
hasta las últimasconsecuencias sus placeres y su lubricidad.
 
Resultaba arduoresistirse en circunstancias tan difíciles.
 
Cielo Riveros erajoven, y se hallaba indefensa ante su fornido
pariente.Espoleado hasta el frenesí merced al contacto y los
obscenostoqueteos en los que ahora se complacía, Mister
Verbouc, conenergías redobladas, trataba de tomar al asalto
el cuerpo de susobrina. Sus dedos nerviosos ya oprimían el
hermoso satén quecubría sus muslos. Otro empellón
decidido, y apesar de la firme resistencia que oponía Cielo Riveros
para rechazarlo,la lasciva mano le cubrió los labios
sonrosados, y losdedos trémulos abrieron la prieta y húmeda
hendidura delbaluarte del pudor.
 
Hasta estemomento, Ambrose había observado en
silencio laexcitante escena; ahora, en cambio, también
avanzó, y altiempo que pasaba su poderoso brazo izquierdo
en torno a laleve cintura de la muchacha, tomó sus dos
manilas en sumano derecha, y al sujetarla así, la convirtió en
fácil presa delos salaces asaltos de su pariente.

—Por piedad—gimoteó Cielo Riveros, que jadeaba a causa de los
esfuerzos—,déjeme marchar... Esto es horrible. ¡Es usted un
monstruo! ¡Y muycruel! ¡Estoy perdida!
 
—Nada de eso,sobrinita mía, no estás perdida —replicó
su tío—, sólo hasdespertado a los placeres que Venus tenía
reservados parasus devotos y que el amor guarda para
quienes son lobastante osados como para aprehenderlos y
 
 
disfrutar deellos, mientras puedan.
 
—He sido víctimade un horrible engaño —gritó Cielo Riveros,
escasamentealiviada con esta ingeniosa explicación—. Ahora
lo veo todoclaro. ¡Ay, qué vergiienza! ¡No se lo puedo
permitir, no selo puedo permitir, no puedo! ¡Ah, no! No
puedo. ¡Santamadre de Dios! Déjeme marchar, tío. ¡Ay! ¡Ay!
 
—-Calla, CieloRiveros; debes someterte; disfrutaré de ti por la
fuerza si no mepermites hacerlo de otro modo. Venga, separa
esas hermosaspiernas, déjame que palpe esas exquisitas
pantorrillas,esos suaves y suculentos muslos; deja que pose
mi mano sobre esevientrecillo palpitante; no, quédate quieta,
tontita. Eres míaal fin. ¡Oh, cómo he ansiado este momento,
Cielo Riveros!

Ésta, noobstante, seguía ofreciendo cierta resistencia que
sólo servía paraaguzar el apetito antinatural de su asaltante
mientras Ambrosela sujetaba firmemente entre sus garras.
 
—¡Oh, qué hermosotrasero! —exclamó Verbouc, al
tiempo quedeslizaba su mano intrusa por debajo de los
muslos deterciopelo de la pobre Cielo Riveros y palpaba los
torneados globosde su encantador derriére—. ¡Ah, qué
glorioso trasero!Ahora es todo mío. Todo se festejará en su
debido momento.
 
—¡Déjeme marchar!—gritó Cielo Riveros—. ¡Ay, no! —exclamó
la hermosa jovencuando los dos hombres la forzaron a
tumbarse sobre eldiván, que habían dispuesto
convenientementeal alcance.
 
Al caer, se apoyósobre el recio cuerpo de Ambrose
mientras MisterVerbouc, que ahora le había levantado las
ropas y dejaba aldescubierto con lascivia las piernas
enfundadas enseda y las exquisitas proporciones de su
sobrina, seretiraba un momento para disfrutar a placer del
indecenteespectáculo que había dispuesto, a la fuerza, para
su propiodisfrute.
 
—;¡Tío!, ¿estáusted loco? —gritó Cielo Riveros, una vez más, al
tiempo queagitaba las extremidades en un vano intento de
ocultar lasuculenta desnudez ahora del todo expuesta—. Se
lo ruego, déjememarchar.
 
—Sí, CieloRiveros, estoy loco, loco de pasión por ti, loco de

 
lujuria porposeerte, por disfrutar de ti, por saciarme de tu
cuerpo. Todaresistencia es inútil; me saldré con la mía y
gozaré de esosencantos, de esa estrecha y exquisita vaina.
 
Mientras decíaesto, Mister Verbouc se preparaba para el
acto final delincestuoso drama. Se desabrochó las prendas
íntimas, ydejando de lado cualquier atisbo de recato,
permitió que susobrina contemplara sin impedimentos las
rollizas yrubicundas proporciones de su excitado miembro,
que, erecto yreluciente, ahora la amenazaba a ojos vistas.
 
Al momento,Verbouc se lanzó sobre su presa, firmemente
sujeta por elsacerdote, que se había recostado; luego,
aplicando su armaerecta a quemarropa sobre el tierno
orificio, probó aculminar el coito insertando sus grandes y
luengasproporciones en el cuerpo de su sobrina.
 
Sin embargo, loscontinuos meneos de la joven, la
repulsión y elhorror que ella sentía, y la pequeñez y casi
inmadurez de suspartes, impidieron eficazmente que
Verbouc obtuvierauna victoria tan fácil como la que
anhelaba.
 
Yo nunca habíaansiado tan ardientemente como en esta
ocasióncontribuir al malestar de un campeón e, impelida por
las quejas de ladulce Cielo Riveros, con el cuerpo de una pulga y el
alma de unaavispa me lancé de un salto al rescate.
 
Hincar miprobóscide en la sensible cobertura del escroto
de Mister Verboucfue cosa de un segundo. Tuvo el efecto
deseado. Un dolorrepentino y penetrante le obligó a
detenerse. Elintervalo resultó fatal, y al instante los muslos y
el estómago de lajoven Cielo Riveros estaban cubiertos con los
fluidosmalgastados del incestuoso vigor de su pariente.

A este inesperadocontratiempo le siguieron maldiciones
—no en voz alta,pero sí subidas—. El aspirante a violador se
retiró de sulugar estratégico, e incapaz de prolongar el
asalto, retiró aregañadientes el arma desconcertada.
 
En cuanto MisterVerbouc liberó a su sobrina de tan difícil
trance, el padreAmbrose empezó a manifestar la violencia de
su propiaexcitación, producida por la contemplación de la
escena eróticaprecedente. Mientras sujetaba aún firmemente
a Cielo Riveros,y por tanto gratificaba su sentido del tacto, el aspecto
 
 
de la partedelantera de su hábito denotaba sin tapujos su
disposición asacar provecho de la situación. Su formidable
arma, desdeñandoal parecer la reclusión de sus hábitos,
asomó, la enormecabeza ya descapuchada y palpitante por
sus ansias degoce.
 
—¡Ay! —exclamó elotro al posar su mirada obscena sobre
el arma dilatadade su confesor—, he aquí un campeón que
no permitiráderrota, estoy seguro —y tomando
pausadamente elenorme astil en su mano, lo manipuló con
satisfacciónevidente—. ¡Vaya monstruo! ¡Qué fuerte es! ¡Qué
tieso se yergue!

El padre Ambrosese incorporó, su rostro carmesí delataba
la intensidad desu deseo; colocando a la arredrada Cielo Riveros en
una postura máspropicia, llevó la ancha y colorada
protuberancia ala húmeda abertura y procedió a forzar su
entrada conempujones desesperados.
 
El dolor, laagitación y el ansia se sucedieron en el sistema
nervioso de lajoven víctima de la lujuria.
 
Aunque no era laprimera vez en que el reverendo padre
tomaba por asaltolas murallas cubiertas de musgo, la
presencia de sutío, el escaso decoro de toda la escena y la
convicción —queahora empezaba a vislumbrar— de ser
víctima de lasmañas y el egoísmo del eclesiástico, se
combinaron pararepeler en su mente las extremas
sensaciones deplacer que tan intensamente se habían
manifestado en sucuerpo con anterioridad.
 
Sin embargo, elproceder de Ambrose no le dejó tiempo
para reflexionar,pues éste, al sentir la deliciosa vaina
enfundada como unguante en torno a su voluminosa arma,
se apresuró aconsumar la unión, y dando unos cuantos
embates vigorososy diestros, se zambulló en su hendidura
hasta laspelotas.
 
Sobrevino unrápido intervalo de feroz goce, de rápidas
arremetidas ypresiones, firmes e íntimas, hasta que un grito
profundo ygorjeante de Cielo Riveros anunció que la naturaleza se
había impuesto yque la muchacha había llegado a esa
exquisita crisisque se da en las lides amorosas y en la que
espasmos deplacer inexplicable pasan  rauda,
 
 
voluptuosamente,a través de los nervios, y con la cabeza
echada haciaatrás, los labios entreabiertos, los dedos
convulsamenteretorcidos, y el cuerpo rígido por ese esfuerzo
tan absorbente,la ninfa arroja su esencia juvenil para dar la
bienvenida a losinminentes borbotones de su amante.
 
La figuracontorsionada de Cielo Riveros, los ojos en blanco y los
puños apretadosdaban testimonio suficiente de su estado sin
necesidad delgemido de éxtasis que salió laboriosamente de
sus labiostrémulos.

Todo el volumendel potente astil, ahora bien lubricado,
maniobrabadeliciosamente en el interior de sus tiernas
partes. Laexcitación de Ambrose aumentaba por instantes, y
su instrumento,duro como el hierro, amenazaba en cada
arremetida condescargar su olorosa esencia.
 
—¡Ah, no puedohacer más!... Noto que voy a derramar
mi leche.¡Verbouc, debe follársela! ¡Es deliciosa! ¡Su
hendidura me ciñecomo un guante! ¡Oh! ¡Oh! ¡Ah!
 
Embestidas másintensas e íntimas, una vigorosa
arremetida, unhundirse el hombretón sobre la liviana figura
de la muchacha,un gemido áspero y profundo, y Cielo Riveros, con
deleite inefable,notó que la cálida inyección brotaba de su
profanador y sederramaba en abundancia, espesa y viscosa,
hasta lo másrecóndito de sus tiernas partes.
 
Ambrose retiró aregañadientes su polla humeante y dejó
a la vista laspartes relucientes de la jovencita, de las que
desbordaba laespesa masa de sus emisiones.
 
—¡Bien! —exclamóVerbouc, a quien la escena le había
excitado enextremo—. ¡Ahora me toca a mí, buen padre
Ambrose! Usted hadisfrutado de mi sobrina delante de mis
narices; así lodeseaba, y ha sido convenientemente
mancillada.También ha participado del placer con usted, lo
que confirma missospechas: es capaz de recibir y capaz de
disfrutar, unopuede saciarse con ella y con su cuerpo; bien,
voy a empezar.Por fin ha llegado mi oportunidad, ahora no
puede huir de mí.Voy a satisfacer el deseo que tanto tiempo
he abrigado. Voya satisfacer esta insaciable lujuria por la
hija de mihermano. ¿Ves cómo alza la cabeza colorada este
miembro? Esdebido al deseo que siento por ti, Cielo Riveros. Palpa,
 

dulce sobrinamía, lo duras que están las pelotas de tu tío:
están llenas portu causa. Eres tú la que ha hecho que mi
miembro se hayapuesto tan rígido, tan largo e hinchado, y
eres tú quienestá destinada a aliviarlo. ¡Franquéale el paso,
Cielo Riveros!Deja que guíe tu hermosa mano, hija mía. ¡Vamos!, no
te andes conremilgos, nada de sonrojos ni de pudor. ¿No ves
su longitud?Debes dejarla entrar por completo en esa rajita
caliente que elestimado padre Ambrose acaba de colmar tan
abundantemente.¿Ves los grandes globos que cuelgan
debajo, querida CieloRiveros? Están cargados con la leche que voy a
descargar para tuplacer y el mío. Sí, Cielo Riveros, descargaré en el
vientre de lahija de mi hermano.
 
La idea delhorrible incesto que proyectaba cometer
reavivaba a todasluces su desenfreno y producía en él una
extraordinariaimpaciencia lujuriosa, que se evidenciaba
tanto en susemblante encendido como en el rígido y erecto
astil que ahoraamenazaba las partes humedecidas de Cielo Riveros.
 
Mister Verbouctomó sus medidas con firmeza. Desde
luego, como éldecía, la pobre Cielo Riveros no tenía escape. Se
colocó sobre éstay le abrió las piernas. Ambrose la sujetó con
fuerza contra supropio estómago a la vez que se recostaba. El
violador vio suoportunidad, el camino estaba despejado, las
blancos muslos yaseparados, los labios rojos y relucientes de
su hermoso coñitoencarados hacia él. No podía esperar más;
tras separar loslabios y apuntar con tiento el bálano liso y
rojo hacia lahendidura oferente, se lanzó hacia delante, y en
una acometida,lanzando un grito de placer, se enterró en
toda su longituden el vientre de su sobrina.
 
—¡Ay, Señor! ¡Porfin estoy en su interior! —gritó
Verbouc—. ¡Oh!¡Ah! ¡Qué placer, qué deliciosa es, qué
apreturas! ¡Oh!

El buen padreAmbrose la sostenía con firmeza.
 
Cielo Riveros diouna violenta sacudida y lanzó un gritito de dolor
y terror al notarla entrada del miembro hinchado de su tío,
mientras queéste, firmemente encajado en el cálido cuerpo
de su víctima, selanzaba a una rápida y furiosa carrera de
placer egoísta.Era la oveja en las zarpas del lobo, la paloma
en las garras deláguila. Despiadado, insensible a los
 
 
sentimientos dela muchacha, el bruto se lo llevó todo por
delante, hastaque, demasiado pronto para su propia lujuria
caldeada, con ungrito de disfrute agónico, descargó y vertió
en el interior desu sobrina un copioso torrente de flujo
incestuoso.
 
Una y otra vezdisfrutaron los dos canallas de su joven
víctima. Suardiente lujuria, estimulada por la perspectiva de
los placeres delotro, los llevaba a la locura.
 
Ambrose intentóatacarla por las nalgas, pero Verbouc,
que sin dudatenía sus motivos para prohibirlo, vetó la
violación, y elsacerdote, en modo alguno corrido, desplazó la
punta de suenorme herramienta y desde atrás la insertó con
furia en surajita. Verbouc se arrodilló y contempló el acto, y
a su términolamió con placer evidente los ensopados labios
del rebosantecoño de su sobrinita.

Esa nocheacompañé a Cielo Riveros a su lecho, pues aunque mis
nervios habíansufrido una terrible conmoción, mi apetito no
había disminuido,y quizás era una suerte que mi joven
protegida noposeyera una piel tan irritable como para
resentirse muchode los esfuerzos que hacía yo por satisfacer
mis ansiasnaturales.
 
El sueño habíasucedido a la comida con que me había
obsequiado, yhabía encontrado un retiro cálido y seguro
entre el suave ytierno musgo que cubría el monte de Venus
de la dulce CieloRiveros cuando, a eso de la medianoche, un violento
alboroto me sacóbruscamente de mi merecido reposo.
 
Alguien habíahecho presa repentina y firmemente de la
joven, y unaforma gruesa se apretaba con vigor contra su
liviana figura.De sus labios asustados salió un grito sofocado,
y entre vanosesfuerzos por su parte por escapar, y esfuerzos
más fructuosospor evitar una consumación tan poco
deseable,reconocí la voz y la persona de Mister Verbouc.
 
La sorpresa habíasido absoluta; vana fue la débil
resistencia quesu sobrina podía ofrecer, pues con premura
febril yterriblemente enardecido por el suave contacto de sus
extremidades deterciopelo, el incestuoso tío poseyó con
fiereza susencantos más ocultos, y tenaz en su horrible
lujuria, condujosu arma erecta hasta el interior de su joven
 
 
cuerpo.
 
Sobrevino unforcejeo en el que cada uno desempeñó un
papel inequívoco.
 
El violador,estimulado igualmente por las dificultades de
su conquista ypor las exquisitas sensaciones que
experimentaba,enterró su rígido miembro en la deliciosa
vaina y buscó pormedio de sus fervientes acometidas
desahogar suconcupiscencia en una copiosa descarga,
mientras que CieloRiveros, cuyo prudente temperamento no era
invulnerable a unataque tan lascivo y denodado, luchó en
vano porresistirse a los violentos impulsos de la naturaleza,
que, caldeadospor la excitante fricción, amenazaban con
traicionarla,hasta que, al cabo, con las extremidades
trémulas y casisin aliento, se rindió y emitió los dulces
fluidos desde lomás hondo de su alma sobre el hinchado astil
que tandeliciosamente palpitaba en su interior.
 
Mister Verbouc,consciente de que jugaba con ventaja,
cambió detáctica, como un general prudente; tuvo buen
cuidado de noalcanzar el clímax y de provocar un nuevo
avance por partede su dulce adversaria.

Mister Verbouc notuvo grandes dificultades para
conseguirlo, y elcombate al parecer le espoleó hasta la furia.
La cama temblabay se sacudía, toda la habitación vibraba
con la energía desu lascivo ataque, los dos cuerpos se
agitaban,revolcaban y zambullían, convertidos en una masa
indistinguible.
 
La lujuria,calenturienta e impaciente, reinaba suprema en
ambos bandos. Élse introdujo, luchó, empujó, arremetió, se
retiró hasta quela ancha testa de su abultado pene quedó
entre los labiossonrosados de las ardientes partes de Cielo Riveros. Se
hincó hasta quelos pelos negros y crespos de su vientre se
entreveraron conla pelusa suave y musgosa que cubría el
pronunciado montede su sobrina, hasta que, con un sollozo
tembloroso, ellamanifestó a la par su dolor y su placer.
 
Una vez más lavictoria era de Verbouc, y al enfundar su
vigoroso miembrohasta la empuñadura en el tierno cuerpo,
un lamentoprofundo y delicado le indicó que la muchacha
había llegado aléxtasis, al tiempo que una vez más se
 
 
propagaba por susistema nervioso el penetrante espasmo del
placer; y acontinuación, con un brutal gemido de triunfo,
Mister Verbouclanzó un delgado y cálido chorro de flujo
hacia lo másrecóndito de su útero.
 
Con el frenesídel deseo recién avivado, y todavía
insatisfecho conla posesión de una flor tan Cielo Riveros, el brutal
Verbouc colocóboca abajo a su sobrina, que estaba medio
desmayada, ycontempló a placer sus preciosas nalgas. Su
objetivo se hizoevidente cuando, procurándose parte de las
emisiones de querebosaba ahora su rajita, le untó el ano y
luego introdujoel índice hasta donde pudo.
 
Sus pasioneshabían alcanzado otra vez un punto febril.
Su pollaamenazaba el rollizo trasero, y al tiempo que se
encaramaba sobreel cuerpo postrado de Cielo Riveros, llevó la
relucienteprotuberancia al estrecho ojete y se afanó por
introducirla. Alcabo de un rato lo consiguió, y Cielo Riveros recibió
en su recto laverga de su tío en toda su longitud. La
estrechez de suano le proporcionó a éste el más intenso de
los deleites, ycontinuó maniobrando lentamente arriba y
abajo durante almenos otro cuarto de hora, al término del
cual su pollaalcanzó la dureza del hierro y Cielo Riveros notó que
arrojaba cálidostorrentes de leche en sus entrañas.
 
Ya habíaamanecido cuando Mister Verbouc liberó a su
sobrina de loslujuriosos abrazos en que había saciado su
pasión y seescabulló exhausto a su propia y fría cama; Cielo Riveros,
cansada yhastiada, se sumió en un profundo sueño debido al
agotamiento, delque no despertó hasta avanzada la mañana.

amateur

 
Cuando CieloRiveros salió de su habitación, sintió que en su
interior se habíaoperado un cambio que no le preocupó ni se
interesó enanalizar. La pasión se había impuesto en su
carácter; habíandespertado en ella intensas emociones
sexuales ytambién habían sido aplacadas. El refinamiento
con que éstas sehabían satisfecho había generado lujuria y la
lujuria habíadespejado el camino hacia un goce
desenfrenado eincluso antinatural.

Cielo Riveros,joven, infantil y hasta hace tan poco inocente, se
había convertidode pronto en una mujer de violentas
pasiones ylujuria incontenible.
 
 

1 comentarios - el diario de una pulga X Katherine Riveros relato clásico 3

nukissy1329
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