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"Mensajes en la Cafetería"

Una cafetería acogedora, con muebles de madera oscura y luces cálidas. En la parte trasera, hay un rincón semioculto por estanterías con libros y plantas, lejos de las miradas curiosas.

Luciano y Valentina están sentados en mesas separadas, fingiendo indiferencia, pero sus miradas se cruzan cuando el otro no nota. Deciden comunicarse a través del mesero, un cómplice divertido que lleva notas escritas en servilletas o en las tazas de café.

La primera nota llegó con el cortado de Luciano. Valentina desdobló la servilleta con dedos que apenas temblaban:

"¿Te atreverías a probar algo más fuerte que el café?"

Ella rio entre dientes y escribió su respuesta en la misma servilleta, pidiéndole al mesero que la llevara de vuelta junto a un postre de chocolate:

"Depende… ¿qué propones y cuánto riesgo conlleva?"

Luciano lamió los labios al leerlo. La siguiente nota vino con una cucharita manchada de caramelo:

"El rincón de atrás está vacío. Nadie mira allí. Podríamos… improvisar."

Valentina sintió un escalofrío. Miró disimuladamente hacia el lugar: era perfecto, aislado pero no del todo cerrado, con el riesgo latente de que alguien pudiera sorprenderlos. Escribió rápido:

"Solo si me demuestras que no solo tienes labios para escribir notas, sino también para… callarme en el momento adecuado."

El juego estaba en marcha. Luciano dejó un billete generoso en la mesa, se levantó y caminó lentamente hacia el fondo, sin mirarla. Valentina esperó unos segundos, bebió un trago de su vino para calmar los nervios y lo siguió…

El rincón trasero olía a granos de café recién molidos y a vainilla de las velas sin apagar. La madera del divisor les rozaba la espalda, áspera pero excitante en su crudeza. Luciano atrapó a Valentina por la cintura antes de que ella pudiera sentarse, acercando sus labios a su oído:

—¿En serio pensaste que te dejaría escribir todas las reglas?— Su voz era un ronquido deliberado, caliente contra su piel.

Ella respondió con un mordisco disimulado en su hombro, justo donde el cuello de su camisa se abría:

—Las reglas son aburridas… como, esperar a que el mesero nos traiga otra nota.—

Él rio y deslizó una mano bajo su falda, encontrando la seda de sus bragas ya húmeda. Valentina ahogó un gemido contra su pecho cuando sus dedos presionaron el tejido fino.

—Aquí no hay servilletas ni disculpas— susurró él, mordiendo su lóbulo—. Solo mi boca donde tú quieras… y el sonido que intentarás no hacer.

Ella arqueó la espalda al sentir sus dedos rasgando la tela, empujándola contra la estantería. El crujido de la madera se mezcló con su respiración entrecortada.

—Si alguien viene…— empezó a decir, pero Luciano la interrumpió con un beso profundo, saboreando el vino tinto en su lengua.

—Entonces tendrás que quedarte muy quieta— gruñó, desabrochando su propio cinturón con mano firme—. O dejar que te descubran… con mis labios entre tus piernas.

El primer empellón la hizo agarrarse a sus hombros, clavando las uñas. Él llenó cada centímetro con un movimiento deliberadamente lento, disfrutando cómo ella temblaba. El calor, el café quemado en el aire, el roce de sus cuerpos contra los estantes… todo intensificaba el ritmo.

—Más…— jadeó Valentina, mordiendo su propio puño para silenciarse.

Luciano obedeció, cambiando el ángulo para hundirse más profundo. Un vaso cayó en la barra principal, lejos de ellos, pero el riesgo solo avivó la fricción.

—¿Así?— provocó, agarrando sus muslos para abrirla más—. ¿O prefieres que el mesero nos traiga la cuenta… antes de que termine contigo?

Ella respondió con una contracción interna que casi lo hizo perder el control. Ya no había palabras, solo jadeos sofocados y el sonido húmedo de sus cuerpos moviéndose en esa esquina mal iluminada.

Cuando el orgasmo la golpeó, Luciano selló su grito con un beso brutal, saboreando su sabor a peligro y azúcar. Él la siguió segundos después, derramándose dentro de ella con un gruñido ahogado contra su cuello.

Afuera, la cafetería seguía llena de gente ignorante. El mesero sonrió al encontrar las mesas vacías… y una última servilleta manchada de carmín en el suelo:

"Esta vez, el café lo pago yo."

"Mensajes en la Cafetería"

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