Nota importante: Este es el primer relato erótico que escribí en mi vida. Es sobre algo que realmente pasó hace años, así que puede que no sea perfecto y carezca de detalles que posiblemente olvidé poner, pero igualmente espero que sea de su agrado.
Todo comenzó un día cualquiera, hace ya bastante tiempo. Estaba en mi casa, viendo videos sin mayor pretensión, cuando de repente mi teléfono vibró con un mensaje inesperado. Era Ali, una ex pareja mía con la que había tenido una relación intensa años atrás. Ali era una mujer bajita, de apenas 1.60 de altura, con unas curvas que siempre me volvieron loco: pechos grandes, generosos, de copa D, y un cuerpo llenito que se antojaba abrazar. Su rostro era dulce, con unos ojos que parecían sonreír incluso cuando estaba seria.
El mensaje decía que quería volver a hablar conmigo, que me extrañaba y que deseaba tenerme de vuelta en su vida. La verdad, me sorprendió. Después de todo ese tiempo, ¿por qué ahora? Pero decidí darle una oportunidad. Empezamos a conversar, tomándonos las cosas con calma, sin prisas. Hablábamos de cualquier cosa, como si el tiempo no hubiera pasado. No había insinuaciones sexuales ni conversaciones incómodas, solo dos personas reconectando.
Pasaron unos días así, hasta que un día me invitó a salir. Acepté sin dudarlo. Nos vimos en un café tranquilo, lejos del bullicio de la ciudad. Ella llegó con una falda ajustada y una blusa que, sin ser escotada, dejaba adivinar el volumen de sus pechos. Desde el primer momento, el ambiente entre nosotros era eléctrico. Nos sentamos en una mesa apartada, pedimos café y algo de comer, pero apenas podía concentrarme en la conversación. Mis ojos no dejaban de recorrer su cuerpo, recordando cada curva que alguna vez había tocado.
Después del café, fuimos a un parque cercano. Era un lugar tranquilo, con pocas personas alrededor. Nos sentamos en el pasto, bajo la sombra de un árbol, y seguimos hablando. Pero no pasó mucho tiempo antes de que la tensión entre nosotros se volviera insoportable. Empezamos con besos suaves, casi tímidos, como si ambos estuviéramos recordando cómo sabía el otro. Pero rápidamente, esos besos se volvieron más intensos.
Yo la tomé de la mejilla, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. Mis labios se movían contra los suyos con una mezcla de nostalgia y deseo. Ella respondía con la misma intensidad, sus manos aferrándose a mi camisa como si temiera que me fuera a alejar. Noté cómo su respiración se aceleraba, cómo su cuerpo se inclinaba hacia el mío, buscando más contacto.
—No te muevas tanto —le susurré al oído, sintiendo el calor de su aliento en mi cuello—. O llamarás la atención.
Ella asintió, pero era evidente que le costaba contenerse. Mis manos, que antes solo acariciaban su rostro, comenzaron a descender. Primero, pasé mis dedos por su cuello, sintiendo el latido rápido de su pulso bajo la piel. Luego, sin prisa, apreté un poco más, lo suficiente para que sintiera mi control, pero sin lastimarla. A ella le encantaba eso, lo sabía.
Nuestros besos se volvieron más profundos, más urgentes. Ya no era solo un juego; era hambre. Mi mano izquierda se deslizó por su espalda, sintiendo la curva de su cintura, mientras que la derecha, después de acariciar su cuello, bajó más. Sin apuro, deslicé los dedos por su pecho, su torso, hasta llegar al borde de su falda.
Ella estaba mojada. No solo un poco, sino empapada. Podía sentir la humedad a través de su ropa interior incluso antes de tocarla. Moví mis dedos con lentitud, acariciando sus muslos, rozando la tela de sus bragas sin llegar a donde más lo deseaba. Ella gimió contra mi boca, sus caderas moviéndose imperceptiblemente, buscando más fricción.
—¿Quieres que lo haga? —pregunté, separándome apenas un centímetro de sus labios.
—Sí —respondió, con una voz que era casi un gemido.
Me acerqué de nuevo, como si fuera a besarla, pero en el último momento me detuve. Me aparté por completo y me levanté, extendiéndole la mano para ayudarla a ponerse de pie.
—Mejor hagamos otra cosa —dije, con una sonrisa que sabía que la volvería loca.
Ella frunció el ceño, claramente frustrada.
—No seas así —protestó, pero ya estaba sonriendo.
Podía ver cómo su excitación no había disminuido en lo más mínimo. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus labios ligeramente hinchados por los besos, y su respiración seguía agitada. Incluso la forma en que se ajustó la falda delataba lo mojada que estaba.
—Nos están mirando —mentí, solo para provocarla un poco más.
Ella se mordió el labio, pero no dijo nada. Sabía que estaba jugando con ella, y aunque le molestaba, también le encantaba.
—Me dejaste empapada —susurró, lo suficientemente bajo como para que solo yo lo escuchara.
Y era cierto. Podía verlo en su postura, en la forma en que sus piernas se rozaban levemente, en cómo sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y deseo. Parecía que acabáramos de tener sexo, aunque no hubiéramos llegado a tanto.
Pero el juego no había terminado. Solo estaba comenzando.
Mientras nos separábamos en el parque, Ali se ajustó la falda con movimientos nerviosos. Sus dedos temblaban ligeramente al acomodar el pelo detrás de las orejas, una señal clara de lo afectada que estaba. "Deberíamos irnos", murmuré, fingiendo preocupación por los curiosos imaginarios. Ella asintió, pero sus pupilas dilatadas y el rubor en su pecho delataban que no quería que esto terminara.
El sol comenzaba a esconderse cuando caminamos hacia la salida del parque. Noté cómo Ali se frotaba discretamente los muslos al caminar, intentando aliviar la presión entre sus piernas. "¿Por qué no pasamos la noche juntos?" propuse casualmente, como si se me hubiera ocurrido en ese momento. Ella negó con la cabeza de inmediato: "Mi familia...". Pero conocía ese tono, ese "no" que en realidad significaba "convénceme".
Durante los siguientes veinte minutos, mientras caminábamos sin rumbo fijo, fui tejiendo mi estrategia. "Podríamos cocinar algo, ver una película... como amigos", insistí, haciendo énfasis en la última palabra mientras mi mano "accidentalmente" rozaba su cintura. Ali mordió su labio inferior -esa mueca que siempre hacía cuando estaba a punto de ceder-. "Sólo si realmente nos comportamos", dijo finalmente, aunque ambos sabíamos que era una mentira que nos contábamos para sentirnos menos culpables.
El trayecto a su casa fue una tortura deliciosa. En el taxi, sus muslos apretados se mecían imperceptiblemente con cada bache del camino. Yo fingía no notarlo, hablando de trivialidades mientras mi erección presionaba contra el cierre de mi pantalón. "Tenemos que comprar ingredientes", murmuró ella al pasar frente a un supermercado. "Ya hay suficiente comida en casa", respondí rápido, apretando su mano con fuerza.
Cuando finalmente entramos a su apartamento, la tensión era tan espesa que casi podía saborearla. Ali encendió las luces con movimientos bruscos, demasiado consciente de mi presencia. "¿Quieres algo de beber?" preguntó, yendo directamente a la cocina. La seguí sin prisa, admirando cómo su falda se pegaba a sus nalgas con cada paso. Antes de que pudiera alcanzar los vasos, la rodeé con mis brazos desde atrás.
Su cuerpo se tensó por un instante, luego se derritió contra mí. "Dijiste que seríamos buenos", protestó débilmente, incluso mientras su cabeza caía hacia atrás para descansar en mi hombro. "Lo estamos siendo", mentí, mientras mis manos subían por su estómago hasta rodear sus pechos. A través de la tela, sentí sus pezones endurecerse instantáneamente.
Lo que siguió fue un torbellino. Ali se giró bruscamente y sus labios encontraron los míos con una urgencia que hizo temblar mis rodillas. Empujándome hacia el sofá, se subió a horcajadas sobre mí con una fluidez que demostraba cuánto había fantaseado con esto. Sus manos me sujetaban la cara con ferocidad mientras nuestros lenguajes se enredaban en un baile familiar pero renovado.
Cuando nos separamos para respirar, sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y desesperación. "A la cama", ordené, levantándola en mis brazos. Ella emitió un pequeño grito sorprendido que se convirtió en risa nerviosa, pero no protestó.
El dormitorio olía a su perfume -ese aroma dulce que recordaba tan bien-. Sin ceremonia, la dejé caer suavemente sobre el edredón. Ali rebotó levemente, su falda subiéndose hasta revelar las bragas empapadas que había estado ocultando. "Te gusta hacerme esperar, ¿verdad?" acusó, respirando pesadamente mientras yo me colocaba entre sus piernas.
En respuesta, deslicé mis dedos bajo la banda elástica de sus bragas, tirando de ellas con dolorosa lentitud. Su cuerpo se arqueó del colchón, buscando contacto. "Todavía no", susurré, dejando las prendas a medio quitar para concentrarme en su falda. El cierre cedió con un sonido metálico, y el tejido se deslizó por sus caderas como agua.
Ali no era paciente. Con movimientos bruscos, sus dedos encontraron mi cinturón y lo desabrocharon con una habilidad que hablaba de práctica. "Llevo años esperando esto", jadeó mientras empujaba mis pantalones y boxers hacia abajo de un tirón. Su mano me agarró con firmeza, bombeando una vez, dos veces, antes de guiarme hacia su entrada.
El primer empuje fue eléctrico. Ali gritó, sus uñas clavándose en mis brazos mientras yo me hundía en su calor húmedo. "Dios, como si nunca me hubiera ido", gruñí, sintiendo cómo su interior se ajustaba perfectamente a mí como un guante. Ella respondió moviendo sus caderas en círculos, tomando más de mí con cada rotación.
Pronto establecimos un ritmo frenético. Mis manos encontraron su cuello, aplicando la presión exacta que sabía que la volvía loca. Sus gemidos se hicieron más agudos, más urgentes. "Ahí, justo ahí", suplicaba cada vez que encontraba el ángulo perfecto. Podía sentir sus músculos contrayéndose alrededor de mí, su cuerpo preparándose para el clímax que deliberadamente le negaba.
El calor se volvió insoportable. Con movimientos torpes, nos despojamos de la ropa restante -su blusa volando por algún lado, mis zapatos golpeando la pared-. Ahora piel con piel, cada centímetro de contacto era fuego puro. Ali se envolvió alrededor de mí como una enredadera, sus piernas apretando mi cintura con fuerza casi dolorosa.
"Quiero escucharte", ordené en su oído, acelerando el ritmo. Sus dientes se clavaron en mi hombro para sofocar los sonidos, pero eso no iba a funcionar. Una embestida particularmente fuerte rompió su resistencia. "¡Ahhh! ¡Sí, así, por favor!", gritó, su voz rompiéndose en el éxtasis. Sus pechos rebotaban con cada movimiento, los pezones rozándose contra mi pecho en una deliciosa fricción.
El espejo del armario reflejaba nuestra imagen: sus muslos temblorosos alrededor de mis caderas, mis músculos tensos bajo la piel sudorosa, nuestras expresiones de puro abandono. Ali alcanzó hacia atrás, agarrando mi nuca para jalar mi boca hacia la suya. Nuestro beso era desordenado, dientes chocando, sabores mezclándose -café, sudor y algo indescriptiblemente ella-.
Cuando separé nuestros labios para respirar, sus ojos me miraron con una intensidad que casi me hizo perder el control. "No pares", ordenó, sus caderas moviéndose en contra de las mías con determinación. No tenía intención de detenerme. No ahora, cuando cada gemido, cada temblor de su cuerpo me llevaba más cerca del borde. Pero esto no era sólo sobre mí -quería arrastrarla conmigo, hacerla caer más fuerte que nunca-.
El sonido que salió de la boca de Ali cuando finalmente se dejó llevar fue glorioso. Un gemido largo y tembloroso que resonó por toda la habitación, seguido de una serie de jadeos cortos y entrecortados cada vez que mi pelvis chocaba contra sus nalgas. "¡Dios, sí! Así... justo así...", gritaba, sus palabras mezclándose con sus gemidos que no formaban palabras pero decían todo lo necesario.
Con un movimiento fluido, la giré hasta ponerla en cuatro patas sobre la cama. La vista era espectacular -sus nalgas redondas y temblorosas, su espalda arqueada como un gato en celo, sus pechos balanceándose con cada embestida-. Mis manos se aferraron a sus caderas con fuerza, los dedos hundiéndose en su carne suave mientras aumentaba el ritmo. El sonido húmedo de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con sus gemidos, creando una sinfonía obscena que solo nos excitaba más.
El espejo a un lado de la cama nos mostraba todo. Podía ver cómo su rostro se contorsionaba de placer, sus labios entreabiertos dejando escapar saliva que le corría por la barbilla. Sus ojos, normalmente tan expresivos, ahora estaban vidriosos, perdidos en el éxtasis. "Mírate", le ordené, agarrando su pelo para obligarla a levantar la cabeza hacia el reflejo. "Mira cómo te follo".
Ali gimió más fuerte al verse -sus pechos oscilando salvajemente, su cuerpo empapado de sudor, mi miembro apareciendo y desapareciendo entre sus muslos-. "¡Qué rico! ¡No pares, por favor!", suplicaba entre gritos, sus manos aferrándose a las sábanas arrugadas. Para darle mejor ángulo, agarré sus muñecas y las jalé hacia atrás, usando su cuerpo como palanca para penetrarla más profundamente. Su espalda se arqueó aún más, presentándome su trasero de una manera que hacía imposible resistirse a darle una palmada fuerte.
La piel de sus nalgas enrojeció al instante, y ella respondió con un chillido de sorpresa y placer. "¡Otra vez!", exigió, moviendo sus caderas hacia atrás para encontrarse con mis empujes. Complací su petición, alternando entre palmadas y caricias sobre la piel caliente, disfrutando cómo se estremecía con cada contacto.
Después de lo que pareció una eternidad -pero que en realidad fueron quizás varias horas frenéticss- colapsamos juntos sobre el colchón, ambos jadeando como si hubiéramos corrido un maratón. Ali se derritió contra las sábanas, su cuerpo brillante de sudor temblaba levemente. Yo rodé a su lado, sintiendo cómo mi corazón latía a un ritmo alarmante.
Durante unos minutos, solo hubo silencio y el sonido de nuestra respiración agitada. Ali fue la primera en hablar, su voz ronca por los gritos: "¿De verdad me quieres?". La pregunta me tomó por sorpresa. No era el momento más romántico para preguntarlo -ambos desnudos, empapados, el olor a sexo pesando en el aire-. Pero conocía a Ali; necesitaba escucharlo, incluso ahora.
En lugar de responder con palabras, me deslicé sobre ella, nuestros cuerpos sudorosos pegándose inmediatamente. La besé lentamente, saboreando el sabor salado de su piel. "¿Te quedó claro?", murmuré contra sus labios mientras mi mano bajaba entre sus piernas, encontrándola aún sensible pero dispuesta. Ella sacudió la cabeza, sus ojos entrecerrados desafiándome.
Con movimientos deliberadamente lentos, me posicioné entre sus muslos y volví a entrar. Esta vez no había prisa, solo movimientos largos y profundos diseñados para torturarla. "¿Ya lo entendiste?", pregunté de nuevo, sintiendo cómo sus músculos internos se contraían alrededor de mí. Otra negativa, pero su voz quebrada delataba lo afectada que estaba.
El ritmo se intensificó gradualmente. Mis manos exploraban cada centímetro de su cuerpo -pellizcando sus pezones endurecidos, acariciando su clavícula, agarrando sus muslos para abrirlos más-. Ali respondía arañando mi espalda, mordiendo mi hombro, sus piernas envolviéndose alrededor de mi cintura para atraerme más profundamente.
Cuando sentí que estaba cerca del límite, deslicé mi pulgar hacia su clítoris, frotándolo en círculos firmes al mismo ritmo de mis embestidas. Ali gritó, su cuerpo arqueándose violentamente. "¡Para! ¡Ya no puedo!", suplicó, pero sus caderas seguían moviéndose en contra de las mías, traicionando sus verdaderos deseos.
"No mientas", gruñí, aumentando la presión. Sus palabras se convirtieron en un torrente incoherente de súplicas y gemidos. Podía sentir cómo su interior comenzaba a palpitar alrededor de mí, cómo sus músculos se tensaban en señal de advertencia. "Dilo", exigí, sin deterneme justo en el borde.
"¡Sí! ¡Sí, eres el único que me hace sentir así!", gritó, sus uñas clavándose en mi espalda. Fue suficiente. Con un último empuje profundo, la sentí estallar alrededor de mí. Su orgasmo fue violento -su squirt fue un torrente cálido empapando ambos, sus músculos contrayéndose espasmódicamente-. El espectáculo fue demasiado, y con unos pocos movimientos más, yo también caí sobre ella, enterrado hasta el fondo mientras la llenaba.
Nos quedamos inmóviles por un largo momento, solo nuestros corazones acelerados demostrando que seguíamos vivos. Ali temblaba bajo mí, pequeñas sacudidas post-orgásmicas que hacían que su interior siguiera moviéndose alrededor de mi miembro ya sensible.
La realidad comenzó a regresar lentamente. El reloj en la mesita de noche mostraba que habíamos estado en la cama casi tres horas. "Tu familia...", murmuré, aunque hacer cualquier movimiento parecía imposible. Ali asintió débilmente, sus párpados pesados. "Hay que bañarnos", dijo simplemente.
Nota final: Como dije al principio, esta es una historia real que me sucedió hace unos años. Cada detalle que describo sigue vivo en mi memoria con una claridad que a veces me sorprende. Quizás haya omitido cosas menores, pero las sensaciones, los sonidos, la forma en que nuestros cuerpos se movían juntos... eso permanece imborrable. No soy un escritor profesional, pero he hecho mi mejor esfuerzo por transmitir una experiencia que, para mí, fue significativa. Si este relato les ha provocado aunque sea una fracción de lo que yo sentí ese día, consideren dejarme su puntuación. Gracias por acompañarme en este relato de lujuria y deseo. 😃
Todo comenzó un día cualquiera, hace ya bastante tiempo. Estaba en mi casa, viendo videos sin mayor pretensión, cuando de repente mi teléfono vibró con un mensaje inesperado. Era Ali, una ex pareja mía con la que había tenido una relación intensa años atrás. Ali era una mujer bajita, de apenas 1.60 de altura, con unas curvas que siempre me volvieron loco: pechos grandes, generosos, de copa D, y un cuerpo llenito que se antojaba abrazar. Su rostro era dulce, con unos ojos que parecían sonreír incluso cuando estaba seria.
El mensaje decía que quería volver a hablar conmigo, que me extrañaba y que deseaba tenerme de vuelta en su vida. La verdad, me sorprendió. Después de todo ese tiempo, ¿por qué ahora? Pero decidí darle una oportunidad. Empezamos a conversar, tomándonos las cosas con calma, sin prisas. Hablábamos de cualquier cosa, como si el tiempo no hubiera pasado. No había insinuaciones sexuales ni conversaciones incómodas, solo dos personas reconectando.
Pasaron unos días así, hasta que un día me invitó a salir. Acepté sin dudarlo. Nos vimos en un café tranquilo, lejos del bullicio de la ciudad. Ella llegó con una falda ajustada y una blusa que, sin ser escotada, dejaba adivinar el volumen de sus pechos. Desde el primer momento, el ambiente entre nosotros era eléctrico. Nos sentamos en una mesa apartada, pedimos café y algo de comer, pero apenas podía concentrarme en la conversación. Mis ojos no dejaban de recorrer su cuerpo, recordando cada curva que alguna vez había tocado.
Después del café, fuimos a un parque cercano. Era un lugar tranquilo, con pocas personas alrededor. Nos sentamos en el pasto, bajo la sombra de un árbol, y seguimos hablando. Pero no pasó mucho tiempo antes de que la tensión entre nosotros se volviera insoportable. Empezamos con besos suaves, casi tímidos, como si ambos estuviéramos recordando cómo sabía el otro. Pero rápidamente, esos besos se volvieron más intensos.
Yo la tomé de la mejilla, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. Mis labios se movían contra los suyos con una mezcla de nostalgia y deseo. Ella respondía con la misma intensidad, sus manos aferrándose a mi camisa como si temiera que me fuera a alejar. Noté cómo su respiración se aceleraba, cómo su cuerpo se inclinaba hacia el mío, buscando más contacto.
—No te muevas tanto —le susurré al oído, sintiendo el calor de su aliento en mi cuello—. O llamarás la atención.
Ella asintió, pero era evidente que le costaba contenerse. Mis manos, que antes solo acariciaban su rostro, comenzaron a descender. Primero, pasé mis dedos por su cuello, sintiendo el latido rápido de su pulso bajo la piel. Luego, sin prisa, apreté un poco más, lo suficiente para que sintiera mi control, pero sin lastimarla. A ella le encantaba eso, lo sabía.
Nuestros besos se volvieron más profundos, más urgentes. Ya no era solo un juego; era hambre. Mi mano izquierda se deslizó por su espalda, sintiendo la curva de su cintura, mientras que la derecha, después de acariciar su cuello, bajó más. Sin apuro, deslicé los dedos por su pecho, su torso, hasta llegar al borde de su falda.
Ella estaba mojada. No solo un poco, sino empapada. Podía sentir la humedad a través de su ropa interior incluso antes de tocarla. Moví mis dedos con lentitud, acariciando sus muslos, rozando la tela de sus bragas sin llegar a donde más lo deseaba. Ella gimió contra mi boca, sus caderas moviéndose imperceptiblemente, buscando más fricción.
—¿Quieres que lo haga? —pregunté, separándome apenas un centímetro de sus labios.
—Sí —respondió, con una voz que era casi un gemido.
Me acerqué de nuevo, como si fuera a besarla, pero en el último momento me detuve. Me aparté por completo y me levanté, extendiéndole la mano para ayudarla a ponerse de pie.
—Mejor hagamos otra cosa —dije, con una sonrisa que sabía que la volvería loca.
Ella frunció el ceño, claramente frustrada.
—No seas así —protestó, pero ya estaba sonriendo.
Podía ver cómo su excitación no había disminuido en lo más mínimo. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus labios ligeramente hinchados por los besos, y su respiración seguía agitada. Incluso la forma en que se ajustó la falda delataba lo mojada que estaba.
—Nos están mirando —mentí, solo para provocarla un poco más.
Ella se mordió el labio, pero no dijo nada. Sabía que estaba jugando con ella, y aunque le molestaba, también le encantaba.
—Me dejaste empapada —susurró, lo suficientemente bajo como para que solo yo lo escuchara.
Y era cierto. Podía verlo en su postura, en la forma en que sus piernas se rozaban levemente, en cómo sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y deseo. Parecía que acabáramos de tener sexo, aunque no hubiéramos llegado a tanto.
Pero el juego no había terminado. Solo estaba comenzando.
Mientras nos separábamos en el parque, Ali se ajustó la falda con movimientos nerviosos. Sus dedos temblaban ligeramente al acomodar el pelo detrás de las orejas, una señal clara de lo afectada que estaba. "Deberíamos irnos", murmuré, fingiendo preocupación por los curiosos imaginarios. Ella asintió, pero sus pupilas dilatadas y el rubor en su pecho delataban que no quería que esto terminara.
El sol comenzaba a esconderse cuando caminamos hacia la salida del parque. Noté cómo Ali se frotaba discretamente los muslos al caminar, intentando aliviar la presión entre sus piernas. "¿Por qué no pasamos la noche juntos?" propuse casualmente, como si se me hubiera ocurrido en ese momento. Ella negó con la cabeza de inmediato: "Mi familia...". Pero conocía ese tono, ese "no" que en realidad significaba "convénceme".
Durante los siguientes veinte minutos, mientras caminábamos sin rumbo fijo, fui tejiendo mi estrategia. "Podríamos cocinar algo, ver una película... como amigos", insistí, haciendo énfasis en la última palabra mientras mi mano "accidentalmente" rozaba su cintura. Ali mordió su labio inferior -esa mueca que siempre hacía cuando estaba a punto de ceder-. "Sólo si realmente nos comportamos", dijo finalmente, aunque ambos sabíamos que era una mentira que nos contábamos para sentirnos menos culpables.
El trayecto a su casa fue una tortura deliciosa. En el taxi, sus muslos apretados se mecían imperceptiblemente con cada bache del camino. Yo fingía no notarlo, hablando de trivialidades mientras mi erección presionaba contra el cierre de mi pantalón. "Tenemos que comprar ingredientes", murmuró ella al pasar frente a un supermercado. "Ya hay suficiente comida en casa", respondí rápido, apretando su mano con fuerza.
Cuando finalmente entramos a su apartamento, la tensión era tan espesa que casi podía saborearla. Ali encendió las luces con movimientos bruscos, demasiado consciente de mi presencia. "¿Quieres algo de beber?" preguntó, yendo directamente a la cocina. La seguí sin prisa, admirando cómo su falda se pegaba a sus nalgas con cada paso. Antes de que pudiera alcanzar los vasos, la rodeé con mis brazos desde atrás.
Su cuerpo se tensó por un instante, luego se derritió contra mí. "Dijiste que seríamos buenos", protestó débilmente, incluso mientras su cabeza caía hacia atrás para descansar en mi hombro. "Lo estamos siendo", mentí, mientras mis manos subían por su estómago hasta rodear sus pechos. A través de la tela, sentí sus pezones endurecerse instantáneamente.
Lo que siguió fue un torbellino. Ali se giró bruscamente y sus labios encontraron los míos con una urgencia que hizo temblar mis rodillas. Empujándome hacia el sofá, se subió a horcajadas sobre mí con una fluidez que demostraba cuánto había fantaseado con esto. Sus manos me sujetaban la cara con ferocidad mientras nuestros lenguajes se enredaban en un baile familiar pero renovado.
Cuando nos separamos para respirar, sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y desesperación. "A la cama", ordené, levantándola en mis brazos. Ella emitió un pequeño grito sorprendido que se convirtió en risa nerviosa, pero no protestó.
El dormitorio olía a su perfume -ese aroma dulce que recordaba tan bien-. Sin ceremonia, la dejé caer suavemente sobre el edredón. Ali rebotó levemente, su falda subiéndose hasta revelar las bragas empapadas que había estado ocultando. "Te gusta hacerme esperar, ¿verdad?" acusó, respirando pesadamente mientras yo me colocaba entre sus piernas.
En respuesta, deslicé mis dedos bajo la banda elástica de sus bragas, tirando de ellas con dolorosa lentitud. Su cuerpo se arqueó del colchón, buscando contacto. "Todavía no", susurré, dejando las prendas a medio quitar para concentrarme en su falda. El cierre cedió con un sonido metálico, y el tejido se deslizó por sus caderas como agua.
Ali no era paciente. Con movimientos bruscos, sus dedos encontraron mi cinturón y lo desabrocharon con una habilidad que hablaba de práctica. "Llevo años esperando esto", jadeó mientras empujaba mis pantalones y boxers hacia abajo de un tirón. Su mano me agarró con firmeza, bombeando una vez, dos veces, antes de guiarme hacia su entrada.
El primer empuje fue eléctrico. Ali gritó, sus uñas clavándose en mis brazos mientras yo me hundía en su calor húmedo. "Dios, como si nunca me hubiera ido", gruñí, sintiendo cómo su interior se ajustaba perfectamente a mí como un guante. Ella respondió moviendo sus caderas en círculos, tomando más de mí con cada rotación.
Pronto establecimos un ritmo frenético. Mis manos encontraron su cuello, aplicando la presión exacta que sabía que la volvía loca. Sus gemidos se hicieron más agudos, más urgentes. "Ahí, justo ahí", suplicaba cada vez que encontraba el ángulo perfecto. Podía sentir sus músculos contrayéndose alrededor de mí, su cuerpo preparándose para el clímax que deliberadamente le negaba.
El calor se volvió insoportable. Con movimientos torpes, nos despojamos de la ropa restante -su blusa volando por algún lado, mis zapatos golpeando la pared-. Ahora piel con piel, cada centímetro de contacto era fuego puro. Ali se envolvió alrededor de mí como una enredadera, sus piernas apretando mi cintura con fuerza casi dolorosa.
"Quiero escucharte", ordené en su oído, acelerando el ritmo. Sus dientes se clavaron en mi hombro para sofocar los sonidos, pero eso no iba a funcionar. Una embestida particularmente fuerte rompió su resistencia. "¡Ahhh! ¡Sí, así, por favor!", gritó, su voz rompiéndose en el éxtasis. Sus pechos rebotaban con cada movimiento, los pezones rozándose contra mi pecho en una deliciosa fricción.
El espejo del armario reflejaba nuestra imagen: sus muslos temblorosos alrededor de mis caderas, mis músculos tensos bajo la piel sudorosa, nuestras expresiones de puro abandono. Ali alcanzó hacia atrás, agarrando mi nuca para jalar mi boca hacia la suya. Nuestro beso era desordenado, dientes chocando, sabores mezclándose -café, sudor y algo indescriptiblemente ella-.
Cuando separé nuestros labios para respirar, sus ojos me miraron con una intensidad que casi me hizo perder el control. "No pares", ordenó, sus caderas moviéndose en contra de las mías con determinación. No tenía intención de detenerme. No ahora, cuando cada gemido, cada temblor de su cuerpo me llevaba más cerca del borde. Pero esto no era sólo sobre mí -quería arrastrarla conmigo, hacerla caer más fuerte que nunca-.
El sonido que salió de la boca de Ali cuando finalmente se dejó llevar fue glorioso. Un gemido largo y tembloroso que resonó por toda la habitación, seguido de una serie de jadeos cortos y entrecortados cada vez que mi pelvis chocaba contra sus nalgas. "¡Dios, sí! Así... justo así...", gritaba, sus palabras mezclándose con sus gemidos que no formaban palabras pero decían todo lo necesario.
Con un movimiento fluido, la giré hasta ponerla en cuatro patas sobre la cama. La vista era espectacular -sus nalgas redondas y temblorosas, su espalda arqueada como un gato en celo, sus pechos balanceándose con cada embestida-. Mis manos se aferraron a sus caderas con fuerza, los dedos hundiéndose en su carne suave mientras aumentaba el ritmo. El sonido húmedo de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con sus gemidos, creando una sinfonía obscena que solo nos excitaba más.
El espejo a un lado de la cama nos mostraba todo. Podía ver cómo su rostro se contorsionaba de placer, sus labios entreabiertos dejando escapar saliva que le corría por la barbilla. Sus ojos, normalmente tan expresivos, ahora estaban vidriosos, perdidos en el éxtasis. "Mírate", le ordené, agarrando su pelo para obligarla a levantar la cabeza hacia el reflejo. "Mira cómo te follo".
Ali gimió más fuerte al verse -sus pechos oscilando salvajemente, su cuerpo empapado de sudor, mi miembro apareciendo y desapareciendo entre sus muslos-. "¡Qué rico! ¡No pares, por favor!", suplicaba entre gritos, sus manos aferrándose a las sábanas arrugadas. Para darle mejor ángulo, agarré sus muñecas y las jalé hacia atrás, usando su cuerpo como palanca para penetrarla más profundamente. Su espalda se arqueó aún más, presentándome su trasero de una manera que hacía imposible resistirse a darle una palmada fuerte.
La piel de sus nalgas enrojeció al instante, y ella respondió con un chillido de sorpresa y placer. "¡Otra vez!", exigió, moviendo sus caderas hacia atrás para encontrarse con mis empujes. Complací su petición, alternando entre palmadas y caricias sobre la piel caliente, disfrutando cómo se estremecía con cada contacto.
Después de lo que pareció una eternidad -pero que en realidad fueron quizás varias horas frenéticss- colapsamos juntos sobre el colchón, ambos jadeando como si hubiéramos corrido un maratón. Ali se derritió contra las sábanas, su cuerpo brillante de sudor temblaba levemente. Yo rodé a su lado, sintiendo cómo mi corazón latía a un ritmo alarmante.
Durante unos minutos, solo hubo silencio y el sonido de nuestra respiración agitada. Ali fue la primera en hablar, su voz ronca por los gritos: "¿De verdad me quieres?". La pregunta me tomó por sorpresa. No era el momento más romántico para preguntarlo -ambos desnudos, empapados, el olor a sexo pesando en el aire-. Pero conocía a Ali; necesitaba escucharlo, incluso ahora.
En lugar de responder con palabras, me deslicé sobre ella, nuestros cuerpos sudorosos pegándose inmediatamente. La besé lentamente, saboreando el sabor salado de su piel. "¿Te quedó claro?", murmuré contra sus labios mientras mi mano bajaba entre sus piernas, encontrándola aún sensible pero dispuesta. Ella sacudió la cabeza, sus ojos entrecerrados desafiándome.
Con movimientos deliberadamente lentos, me posicioné entre sus muslos y volví a entrar. Esta vez no había prisa, solo movimientos largos y profundos diseñados para torturarla. "¿Ya lo entendiste?", pregunté de nuevo, sintiendo cómo sus músculos internos se contraían alrededor de mí. Otra negativa, pero su voz quebrada delataba lo afectada que estaba.
El ritmo se intensificó gradualmente. Mis manos exploraban cada centímetro de su cuerpo -pellizcando sus pezones endurecidos, acariciando su clavícula, agarrando sus muslos para abrirlos más-. Ali respondía arañando mi espalda, mordiendo mi hombro, sus piernas envolviéndose alrededor de mi cintura para atraerme más profundamente.
Cuando sentí que estaba cerca del límite, deslicé mi pulgar hacia su clítoris, frotándolo en círculos firmes al mismo ritmo de mis embestidas. Ali gritó, su cuerpo arqueándose violentamente. "¡Para! ¡Ya no puedo!", suplicó, pero sus caderas seguían moviéndose en contra de las mías, traicionando sus verdaderos deseos.
"No mientas", gruñí, aumentando la presión. Sus palabras se convirtieron en un torrente incoherente de súplicas y gemidos. Podía sentir cómo su interior comenzaba a palpitar alrededor de mí, cómo sus músculos se tensaban en señal de advertencia. "Dilo", exigí, sin deterneme justo en el borde.
"¡Sí! ¡Sí, eres el único que me hace sentir así!", gritó, sus uñas clavándose en mi espalda. Fue suficiente. Con un último empuje profundo, la sentí estallar alrededor de mí. Su orgasmo fue violento -su squirt fue un torrente cálido empapando ambos, sus músculos contrayéndose espasmódicamente-. El espectáculo fue demasiado, y con unos pocos movimientos más, yo también caí sobre ella, enterrado hasta el fondo mientras la llenaba.
Nos quedamos inmóviles por un largo momento, solo nuestros corazones acelerados demostrando que seguíamos vivos. Ali temblaba bajo mí, pequeñas sacudidas post-orgásmicas que hacían que su interior siguiera moviéndose alrededor de mi miembro ya sensible.
La realidad comenzó a regresar lentamente. El reloj en la mesita de noche mostraba que habíamos estado en la cama casi tres horas. "Tu familia...", murmuré, aunque hacer cualquier movimiento parecía imposible. Ali asintió débilmente, sus párpados pesados. "Hay que bañarnos", dijo simplemente.
Nota final: Como dije al principio, esta es una historia real que me sucedió hace unos años. Cada detalle que describo sigue vivo en mi memoria con una claridad que a veces me sorprende. Quizás haya omitido cosas menores, pero las sensaciones, los sonidos, la forma en que nuestros cuerpos se movían juntos... eso permanece imborrable. No soy un escritor profesional, pero he hecho mi mejor esfuerzo por transmitir una experiencia que, para mí, fue significativa. Si este relato les ha provocado aunque sea una fracción de lo que yo sentí ese día, consideren dejarme su puntuación. Gracias por acompañarme en este relato de lujuria y deseo. 😃
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