
La noche siguiente, el hotel parecía contener la respiración. Manuel había evitado mirarnos durante el día, entregando llaves o menús con una rigidez militar, pero sus ojos traicionaban el fuego que Clara había encendido. Lo sabíamos. Ella lo sabía.
—Esta vez no escapará —dijo Clara, deslizando un vestido rojo ceñido sobre su cuerpo desnudo antes de salir a cenar.
El plan era simple: invitarlo a la habitación tras la cena. Pero el destino, o quizás el deseo de Manuel, intervino antes. Al regresar al hotel, lo encontramos cerrando el bar, las luces ya apagadas.
—Señores —murmuró, sorprendido, al vernos entrar al vestíbulo vacío—. ¿Necesitan algo?
Clara se acercó, taconeando lentamente hasta quedar a un palmo de él. El vestido rojo brillaba bajo la luz de la luna que entraba por los ventanales.

—Sí —respondió, deslizando un dedo por el botón superior de su camisa—. Necesitamos que termines lo que empezaste anoche.
Manuel tembló, pero no retrocedió.
La habitación 304 olía a su perfume y a anticipación. Clara se sentó en el borde de la cama, cruzando las piernas con lentitud mientras yo cerraba la puerta. Manuel permanecía de pie, sudando a pesar del aire acondicionado.
—No sé si… —comenzó a decir, pero Clara se levantó y lo interrumpió con un beso.
Fue un movimiento rápido, un robo de labios que dejó al joven jadeando. Sus manos se elevaron, vacilantes, hasta posarse en sus caderas.
—Tocame —ordenó ella, tomando sus muñecas y guiándolas hacia sus tetas—. O ¿nunca hiciste esto antes?
Manuel emitió un sonido gutural, sus dedos hundiéndose en la carne suave bajo el vestido. Yo me apoyé contra la pared, observando cómo mi esposa desataba la bestia que llevaba días alimentando.
—Quitate la ropa —le dije, y Clara me lanzó una mirada de advertencia divertida.
—No —corrigió—. Él me la quitará.
Manuel obedeció con dedos torpes. Abrió la parte superior del vestid , revelando que Clara no usaba nada debajo. Sus grandes tetas suaves, cálidas y libres del encierro se mecían levemente mientras empujaba al joven hacia la cama.
—Ahora tú —dijo, desabrochando su cinturón.
Yo me acerqué, deslizando las manos por los hombros de Clara mientras observábamos a Manuel desnudarse. Su cuerpo era joven, ágil, con una erección que palpitaba de urgencia. Su pija era muy parecida a la mía, pero recta, la mía está desviada.
—Solo mira —susurré, tomando su cabeza entre mis manos para que no apartara la vista de nosotros.
Clara se sentó abrió sus piernas y comenzó a acariciarse mirando la erección de Manuel. Yo me desvestí rapidísimo mientras ella nos decía -Hoy quiero que me besen, quiero que me toquen, quiero que me laman, quiero que me chupen, quiero que me cojan….AHHHH!!!- terminó mientras acababa

Me acerqué a ella y comenzamos a tocarnos frente a él, la terminé de desvestir y le brindamos un espectáculo coreografiado por años de pasión. Mis labios en su cuello, sus uñas en mi espalda, hasta que al final, la entrelacé contra el espejo del armario.
—Abrilas—le ordené refiriéndome a sus piernas, y cuando lo hizo, nos reflejamos triplicados: ella, yo, y Manuel observando con la boca abierta desde la cama.
El acto fue lento, deliberado, cada gemido de Clara amplificado por la vergüenza y el deseo en los ojos del conserje. Hasta que, finalmente, ella extendió una mano hacia él.
—Vení —jadeó—. Tocá lo que tanto has mirado.
Manuel se levantó como un sonámbulo. Sus dedos temblorosos acariciaron por detrás las tetas de Clara primero, luego su vientre, hasta que no pudo resistir más y la abrazó apoyando su pija contra las tibias nalgas de mi mujer. Con un gemido ronco, se unió a nosotros, su cuerpo joven y ansioso fundiéndose en el ballet de sudor y piel.
Al sentir el abrazo del muchacho Clara acabó nuevamente, sentí como se contraían las paredes de su vagina apretando mi verga. Eso casi siempre me hace explotar dentro de ella, pero esta vez por suerte pude frenar el orgasmo.
Pronto ella se recompuso y tomó las riendas de la situación. Nos hizo sentar en la cama, se arrodilló y comenzó a pajearnos a la vez. Estaba sedienta de pijas y las nuestras eran las que la saciarían.

Cuando estábamos a punto de acabar ella nos soltó y mirando a Manuel:—Ahora tú —jadeó—. Pero solo donde yo diga. Se acostó boca arriba y abrió sus piernas, su con conchita depilada brillaba por sus jugos.
Manuel se acercó, tembloroso, sus dedos siguiendo las instrucciones de Clara como un novicio. Besos en el cuello, mordiscos en los pezones, chupada de tetas, todo siempre bajo su mirada vigilante. Cuando intentó tomar iniciativa, ella le apretó la nuca con fuerza. -—No —gruñó—. Así no. Hacerme acabar con tu boca-
Lo guió hacia abajo, hacia sus muslos, enseñándole a usar la lengua no como un amante, sino como un siervo. Yo observaba, acariciando los las tetas de Clara mientras ella arqueaba la espalda, dividiendo sus gemidos entre mi boca y la de Manuel. Acerqué mi pija a su boca y empezó a chuparme como poseída, la escena parecía sacada de una película porno y mi mujer, mi Clara, era la pornstar.
—Cambien —ordenó de pronto, empujándome hacia el sillón. Se agachó frente a mí y poniendo su culo en pompa lo miró a Manuel y le dijo-¿Qué esperás?- Ahora era él quien la penetraba, pero con un ritmo dictado por el movimiento de sus caderas—. Despacio… así… ahora más rápido.-
Manuel jadeaba, perdido entre el placer y la sumisión, mientras yo masturbaba a Clara con los dedos, sincronizados con sus embestidas. A la vez y como podía le chupaba las tetas. Era un trío, sí, pero Clara era el núcleo, la maestra que dirigía cada nota. En cuanto a mi me debatía entre la excitación y los celos, no es fácil ver a la mujer de tu vida entregada a otro hombre.
Ella, como si se tratase de una obra de teatro, quiso un último acto. Hizo acostar a Manuel en la cama y se montó sobre él, lo hizo lentamente, para disfrutar de cómo cada centímetro de su pija se abría paso en su interior. Cuando ya estuvo toda adentro giró la cabeza, me miró y sin hablar yo entendí lo que ella quería. Me acerqué, chupé un de mis dedos y se lo metí en el culo, suavecito, luego otro y cuando iba a meter el tercero ella me dijo-Ya, cogeme fuerte-

Ni bien apoyé mi glande contra su agujerito entró la mitad de mi pija. Cuando entró toda comenzamos la danza de placer entre los tres, sincronízanos muy rápidamente los movimientos. Clara gemía y gozaba como nunca, perdí la cuenta de las veces que acabó. Nosotros nos corrimos a la vez, solo cuando ella nos lo ordenó.
Al final, nos derrumbamos en un enredo de miembros sudorosos. Manuel, exhausto, miraba el techo como si acabara de sobrevivir a un huracán. Clara se incorporó, envuelta en la sábana, su cara reflejaba placer, poder y satisfacción.
—Nunca… nunca había… —murmuró el joven, pero ella le tapó los labios.
—No hables —dijo—. Solo recuerdá.
Al amanecer, cuando Manuel se marchó con pasos tambaleantes, Clara se recostó en mi pecho.
—¿Satisfecha? —pregunté, trazando la línea de su columna.
Ella sonrió, estirándose como un gato.
—Esto fue Alicante —respondió—. Pero el mundo es grande… y hay tantos Manolos por corromper.
Reí, sabiendo que era cierto. Clara no necesitaba un final. Solo nuevos escenarios donde reinar.
Te calentaste? Te leo o charlamos en tlgrm @eltroglodita
1 comentarios - Nosotros y el español III, final