
El micro avanza como un animal doméstico, rugiendo entre cardales y polvo. La ruta se pierde en el horizonte, un laberinto de tierra y pastizales. Adentro, el aire espeso huele a colonia barata y a café recalentado. Laura se acomoda el escote del cual sus tetas luchan por salir, las uñas pintadas de rojo sangre van arañando mi brazo. Su vestido a tono con su esmalte, delgado como papel de arroz, se pega a sus curvas con cada bache.
—¿Qué hora es? —pregunta, fingiendo inocencia. Sus dedos descienden por mi pecho hasta el cinturón, jugueteando con la hebilla.
—Tiempo de empezar —respondo, mordiendo su hombro. Al frente el conductor baja el volumen de la radio y, con una risa ronca, cambia la estación. De pronto, el saxofón lánguido de *You Can Leave Your Hat On* inunda el pasillo. Joe Cocker gruñe sobre los altavoces, y Laura me mira con ojos de incendio.
El micro está lleno de hombres solos: camioneros de manos callosas, jóvenes con gafas de sol y sonrisas torcidas. En las filas del fondo, dos parejas intercambian miradas cómplices. Una rubia con escote de encaje negro aprieta la mano de su compañero mientras hablan por lo bajo.
Afuera, la llanura bonaerense se despliega infinita, un mar de pastizales sin importar hacia donde se mire.
—¿Cuánto falta? —murmura, fingiendo aburrimiento. Su mano derecha se posa sobre mi muslo, desafiando, más arriba de lo aconsejable para una mujer casada.
—Unas dos horas —respondo, deslizando la palma por su cintura. El vestido cruje bajo mis dedos, una invitación—. Tiempo suficiente.
Ella ríe bajito, un sonido que me eriza la piel. Al frente, un hombre hojea un diario; atrás, dos adolescentes comparten audífonos. Nadie nos mira. Aún.
Laura se estira, arqueando la espalda de modo que el escote revela la curva superior de los senos, redondos y pesados. Un diamante falso cuelga en su centro, brillando con cada bache del camino.
—Hace calor —dice alto, fingiendo abanicarse con una revista—. ¿No crees, amor?
El conductor ajusta el aire acondicionado sin volverse. Aprovecho el murmullo de aprobación de los pasajeros para deslizar un dedo bajo su hombrera, rozando la marca que dejó el sostén ayer. Ella contiene un gemido.
—Vos siempre tenés calor —susurro, mordiendo su lóbulo. Huelo a vainilla y deseo—. ¿Querés que te ayude?
Su respuesta es inclinarse hacia mí, frotando su muslo contra el mío. El vestido sube unos centímetros, mostrando la liga negra que ciñe su pierna. La mujer del asiento frente al nuestro gira la cabeza, tose. Laura no se inmuta.
—Se me enredó el collar —dice, fingiendo torpeza al llevarse las manos a la nuca. El cierre del vestido cede un diente, luego otro. La tela se separa como una cortina, revelando la espalda tostada, el lunar junto al omóplato izquierdo que sólo yo conozco.
—Dejá, yo —murmuro, haciendo teatro de desenredar el cierre. Mis dedos bajan lentamente: primero hasta la mitad de su espalda, luego hasta la cintura. El vestido ahora pende de sus caderas, sostenido apenas por el volumen de sus pechos. Laura jadea al rozar su piel, y no sé si es actuación o verdad.
El micro frena brusco en una curva. Ella se lanza contra mí, y en el forcejeo, su seno derecho escapa del escote. La piel es más clara allí, una media luna de seda que los pasajeros de la fila derecha pueden ver si miran. Y miran. El hombre del del diario ajusta sus lentes; una joven se muerde el labio.
—Perdón —dice Laura con voz de niña, enderezándose. Pero en vez de cubrirse, se acomoda el cabello, alargando el momento. El seno sigue al aire, el pezón endurecido visible bajo la tela traslúcida del vestido.
—Cuidado —le advierto, voz ronca—. Te vas a lastimar.
Ella ríe, moviendo las caderas para recolocarse en el asiento. El vestido sube otro centímetro. Ahora se ve la liga completa, el encaje negro contrastando con su piel dorada.
—Tengo frío —miente, rozando su pecho contra mi brazo—. Abrazame.
Lo hago, pero mi mano izquierda se cuela bajo su espalda descubierta, buscando el cierre del sostén. Tres ganchos pequeños, ya practicados. Al primero, ella arquea las cejas. Al segundo, muerde su labio inferior. Al tercero, exhala un "ah" que hace temblar al adolescente de atrás.
—Mejor —susurra, y al moverse, el sostén se desliza dentro de mi chaqueta. Sus grandes tetas ahora se mueven libres bajo el vestido, los pezones dibujando círculos perfectos en la tela.
El micro entra en un camino de tierra, sacudiéndonos como dados en un cubilete. Laura aprovecha cada bache para frotarse contra mí, cada curva para dejar que mi mano suba por su muslo. Cuando llego a la liga, ella separa las piernas un instante, suficiente para que vean la ausencia de medias, su tanga ya está húmeda y se transparentan los labios de su vagina.
El conductor ya presta más atención al espejo con el cual mira a mi mujer que al camino. Hace rato que bajó la velocidad, creo que para alargar el viaje.
Laura gira la cabeza lentamente, inocencia personificada.—¿Pasa algo? —pregunta, mientras bajo la mano para pellizcarle el trasero. El vestido sube otro centímetro.
El conductor gruñe algo y acelera. Ella me mira, ojos brillantes como tigresa, y lleva mi mano a su pecho. Allí, bajo las miradas que arden en nuestras espaldas, desabrocho el primer botón del escote. Luego el segundo. Para el tercero, su seno izquierdo asoma completo, rosado y firme. Alguien deja caer una moneda. Alguien más suspira.
—¿Te gusta verme así? —me pregunta, clavándome las uñas en la muñeca—. ¿Tu puta en público?
Asiento, desabrochando el cuarto botón. Ahora ambos pechos están libres, balanceándose con el movimiento del micro. Ella los sostiene con un brazo, fingiendo pudor, pero la sonrisa que me dedica es pura malicia.
—Señores —anuncia el conductor—. Parada en veinte minutos.
Laura me mira, y sin palabras, sabemos el juego. Mientras los pasajeros se preparan, ella se gira hacia la ventanilla, alzando los brazos como para estirarse. El vestido cae por un instante, mostrando el arco completo de su espalda, el trasero redondo, la ausencia total de ropa interior. Un hombre de traje se atraganta con su café.
Mi mujer me mira e intenta recomponer la vestimenta, se acomoda y la ayudo a cerrar su vestido. Me dice-Ahora vuelvo- y se para llamando la atención de todos
Laura se levanta de un movimiento felino, agarrada a las correas del techo. El vestido se le pega al sudor de los muslos, revelando la sombra oscura entre sus piernas.
—Ay, perdón —dice al tropezar deliberadamente contra el asiento de un tipo con barba de tres días. Sus pechos, grandes, se aplastan contra su hombro. El hombre traga saliva, mirándome como pidiendo permiso. Yo asiento con un guiño.
—¿Te molesto? —Laura susurra al oído del desconocido, mientras mi mano sube por su pierna desde atrás. El vestido ahora está enrollado en mi puño, mostrando su trasero redondo y pálido.
—Nunca —responde el hombre, voz quebrada.
Ella ríe, arrastrando mis dedos hacia su entrepierna. Está húmeda, y cuando froto dos dedos sobre la tela delgada, el sonido es audible. La rubia del fondo se muerde los labios; su novio no disimula la erección bajo el pantalón.
—*Baby, take off your coat…* —murmuro al oído de Laura, citando la canción mientras desato el lazo de su espalda. El vestido cae como un suspiro, atrapado sólo por sus caderas. Sus tetas, libres ahora, balanceándose al ritmo del micro. Un pezón rosa roza el brazo del hombre barbudo, que jadea como si lo hubieran electrocutado.
—Cuidado —le dice Laura, fingiendo pudor—. Mi marido es celoso.
Pero yo estoy lejos de detenerla. Con una mano en su cuello, la obligo a arquearse contra mí mientras la otra mano desciende a su vientre. El conductor acelera, haciendo que todos griten, y aprovecho para hundir dos dedos en ella. Laura grita, un sonido genuino que se mezcla con el gemido del saxofón.
—Así, ahí mismo —jadea, agarrando la mano del barbudo y guiándola a su teta izquierdo—. ¿Vos también querés?
El micro parece contener la respiración. La rubia del fondo desabrocha ahora su propio vestido, su hombre enterrando la cara en su cuello. Otros dos pasajeros se palpan las pijas por encima de los pantalones, sin disimulo. El conductor baja los espejos retrovisores, cómplice, mientras la música sube de volumen.
—Mostrales —le ordeno a Laura, retirando los dedos brillantes de su sexo y restregándolos sobre su boca—. Mostrales cómo te gusta.
Saco mi pija del pantalón, corro su tanga y la siento sobre mí, enterrando cada centímetro en su concha. Ella suspira, gime y se deja caer. Sus nalgas se apoyan en mi pubis. Sus caderas rotan, lentas, mientras con las manos se aparta los senos, exhibiendo cada centímetro. Gotas de sudor corren entre ellos, y cuando un joven del asiento 12 se acerca con un pañuelo, ella lo usa para limpiarse los pezones, uno por uno.
—¿Te gustan mis tetas chiquito? —pregunta al muchacho, quien asiente sin voz—. Tocá. Todos pueden tocar.
Ella ríe, un sonido bajo y vibrante, y se gira para besarme. Su lengua es caliente, insistente, y cuando separo sus labios, sus senos, libres ahora, se balancean frente a las miradas ávidas del pasillo.
—*You can leave your hat on…* —tararea el conductor, bajando los espejos y acercándose con la pija en la mano, sacudiéndola, una pija más corta que la mía pero bastante más gorda.
El muchacho se inclina, sus labios rozando el ombligo de Laura mientras sus manos palpan sus caderas. Ella arquea la espalda, dejando escapar un gemido que hace estremecer al hombre de traje gris. Laura toma de las manos al muchacho y al tipo de barba y los guía a sus pezones, quiere sus lenguas lamiéndoselos, sus bocas chupándoselos, sus dientes mordiéndoselos…
El micro se detiene y se convierte en una jaula de deseo. Manos callosas, suaves, jóvenes, viejas, se extienden hacia Laura. Ella guía una a su boca, otra a su muslo, otra a su clítoris….yo la mantengo sobre mí, moviendo suavemente mi pelvis, ritmo sincopado que hace que su cuerpo se sacuda como un arpa.
—*You can leave your hat on…* —canta el conductor, ronco, mientras el hombre de traje gris se desabrocha el cinturón baja su pantalón y acerca su pija a la boca de la rubia del fondo quien cabalga ahora desaforadamente a su novio y le empieza a chupar la verga al tipo, el vestido negro yace en el suelo.
Laura se viene con un temblor que hace vibrar sus pezones, gritando mi nombre como un lamento. El barbudo eyacula en su propio pantalón, el muchacho, quien se estaba pajeando, acaba manchando el asiento, la señora que miraba casi con asco al principio se tocaba la concha por encima de su bombacha y acaba ruidosamente.
El micro parece detenerse en el tiempo. La música ahoga los jadeos, las miradas, el roce de manos ansiosas. En la fila del fondo, la mujer de la otra pareja desabrocha ahora la camisa de su compañero, mientras la rubia ya tiene a su novio y al hombre de traje dentro suyo, uno en su concha y el otro en el culo.
—¿Te excita verme ser de todos? —pregunta, desgarrando mi camisa—. ¿Saber que soy tu puta y la de ellos?
Asiento, hundiendo los dedos en su pelo mientras el chofer se acerca lenta e inexorablemente a Laura. Su pija apunta a sus labios. En la radio cambian la canción: ahora suena *I Was Made For Lovin' You* de Kiss, y el micro se convierte en un antro móvil. La verga del conductor está muy cerca de sus labios, su glande brilla y gotea líquido preseminal. Laura me mira y me pregunta-¿Puedo?- Solo sonrío y con mis ojos le apuntó a la verga gorda del chofer.
Ella saca la lengua, lo prueba, lo toma con una mano de la base y con la otra mano agarra sus huevos. Tiene que esforzarse mucho para que entre ese pedazo en su boca pero puede, empezando a chupar con frenesí. Es demasiado para mi, acabo casi interminablemente dentro de su concha. El muchacho y el tipo de barba ya se habían recuperado y se pajeaban cerca de la cara de mi mujer. Ella mira a todas esas pijas con deseo.
Las parejas del fondo ya habían terminado de coger y a medio vestir se habían acercado para ver el espectáculo.
Cuando Laura se dio cuenta de que el chofer estaba a punto de acabar se arrodilló y les pidió a él, al muchacho y al tipo de barba que quería que le acabaran en las tetas. No necesitó decirlo dos veces, como si se hubiesen puesto de acuerdo los tres soltaron su leche a la vez, cubriendo sus grandes tetas de semen caliente y espeso que ella se encargó de desparramar.
Todo esto ya me había puesto de nuevo al palo y ni corta ni perezosa Laura me monta nuevamente. Siento el semen de los tres tipos pegándose en mi pecho cuando ella me abraza y me besa apasionadamente, rodeada de miradas, cámaras y manos que se alargan para tocar sus senos, sus muslos, su culo…cuando me corro por segunda vez lo hago con su nombre en los labios y la certeza de que esto no terminará aquí.
Y sé que será así, con el polvo de la ruta pegándose a nuestra piel y el eco de Joe Cocker persiguiéndonos como un himno perverso.
Todos nos acomodamos cómo podemos antes de llegar a destino.
—Hasta la próxima —dice Laura al conductor al bajar, dejando el su tanga y su corpiño sobre el asiento 14
—La próxima —murmura ella, mordiendo mi cuello—, vos también te sacás todo. Y quiero ver como otra mujer te chupa la pija.
Te calentaste? Te leo o charlamos en tlgrm @eltroglodita
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