Juan había tenido un día agotador en la oficina. Como era habitual, se había quedado hasta tarde, asegurándose de que todos los pendientes estuvieran al día antes de marcharse. La pérdida de su esposo hacía dos años lo había dejado con una carga de trabajo adicional, pero se esforzaba por mantener la empresa a flote, un legado que ambos habían construido con dedicación.
Esa noche, mientras organizaba algunos archivos, notó que no era el único que aún permanecía en el edificio. Manuel, su asistente personal, trabajaba en la sala contigua, concentrado en su computadora. Juan no podía evitar sentir una extraña atracción por ese joven de ojos profundos y cabello oscuro. Manuel era mucho más joven, pero había algo en su mirada que lo intrigaba.
A medida que la noche avanzaba, la oficina se sumía en un silencio tranquilo. Juan decidió tomar un descanso y se sirvió una taza de café en la pequeña cocina. Al regresar a su escritorio, se sorprendió al encontrar a Manuel de pie junto a la ventana, observando la ciudad iluminada.
— ¿No deberías irte a casa, Manuel? —preguntó Juan, interrumpiendo la tranquilidad del momento.
El joven se giró, una leve sonrisa asomando en su rostro. —Me gusta quedarme un rato más.
Juan se acercó, sintiendo la tensión en el aire. —Entiendo. A veces, la soledad puede ser... liberadora.
Manuel se apoyó en el marco de la ventana, su mirada fija en Juan. —¿Liberadora? ¿De qué manera?
Juan se sintió incómodo bajo su intensa mirada, pero algo en su interior lo impulsaba a continuar. —Bueno, digamos que... cuando estás solo, puedes explorar tus deseos sin restricciones.
Una chispa de curiosidad brilló en los ojos de Manuel. —¿Explorar deseos? ¿A qué te refieres, Juan?
Juan suspiró, decidiendo confiar en él. Después de todo, Manuel había demostrado ser más que un simple asistente; se había convertido en un amigo cercano. —Verás, Manuel, hace un par de años, después de perder a mi esposo, me aventuré a salir con alguien nuevo. Fue una relación breve, pero intensa.
Manuel dio un paso hacia él, su curiosidad ahora evidente. —¿Y qué pasó?
Juan se sentó en el borde del escritorio, recordando aquellos momentos. —Descubrí aspectos de mí mismo que no sabía que existían. Experimenté cosas... placeres que nunca imaginé. Pero, al final, no funcionó. Él era más joven y tenía sus propias aventuras por vivir.
Manuel se acercó aún más, su presencia llenando el espacio entre ellos. —¿Y te arrepientes de haberlo intentado?
Juan levantó la mirada, encontrándose con los intensos ojos de Manuel. —No, para nada. Me enseñó que la vida es corta y que debemos aprovechar cada momento.
En ese instante, Manuel tomó una decisión impulsiva. Se inclinó y posó sus labios suavemente sobre los de Juan. El beso fue breve, pero eléctrico. Juan se quedó inmóvil, sorprendido por la audacia del joven.
Manuel se apartó, una mezcla de emoción y nerviosismo en su rostro. —Lo siento, Juan. No pude evitarlo.
Juan, en lugar de reprocharle, sonrió con comprensión. —No te preocupes. Entiendo cómo te sientes.
Sin decir una palabra, Manuel se arrodilló frente a él, sus manos temblorosas mientras desabrochaba los pantalones de Juan. La verga de Juan, ya dura por la tensión del momento, emergió libre, ansiosa por la atención que estaba a punto de recibir.
Manuel la tomó con delicadeza, admirando su longitud y grosor. Era la primera vez que tocaba otra verga que no fuera la suya, y la sensación lo llenó de un deseo ardiente. Empezó a masturbarlo lentamente, aprendiendo los contornos de su miembro con sus dedos.
Juan cerró los ojos, entregándose al placer. La boca de Manuel era cálida y húmeda, y su lengua sabía exactamente dónde lamer y chupar. Sentía las oleadas de placer recorriendo su cuerpo, intensificadas por la inesperada intimidad con su asistente.
—Oh, Manuel... —jadeó Juan, agarrando el cabello oscuro del joven para guiarlo en su ritmo.
Manuel obedeció, tomando el control de la situación. Su boca bajó hasta los testículos, lamiéndolos y chupándolos con delicadeza. Luego, volvió a subir, engullendo la verga de Juan hasta la garganta, provocando gemidos de placer que resonaron en la tranquila oficina.
Juan se aferró al borde del escritorio, luchando por mantenerse en pie ante la intensa estimulación. La boca de Manuel era un torbellino de placer, y sus manos no dejaban de acariciar sus nalgas, incitándolo a entregarse por completo.
—¿Te gusta, jefe? —murmuró Manuel entre jadeos, mirando a Juan a los ojos mientras su verga desaparecía y aparecía en su boca.
Juan asintió, sin poder articular una respuesta. El placer lo consumía, y la sensación de tener a Manuel, su joven y curioso asistente, arrodillado ante él, lo excitaba más allá de lo imaginable.
Manuel se levantó, dejando escapar un suspiro de satisfacción. La verga de Juan brillaba con su saliva, erecta y palpitante. Sin dudar, Manuel se desabrochó el cinturón y liberó su propia verga, dura y ansiosa por unirse a la diversión.
Juan, aún recuperándose del intenso oral, observó fascinado cómo Manuel se masturbaba frente a él. El joven tenía una verga impresionante, larga y gruesa, que se movía rítmicamente en su mano.
—¿Te gusta lo que ves, Juan? —preguntó Manuel, su voz ronca por la excitación.
Juan asintió, sintiendo cómo su propia verga volvía a endurecerse. —Me encanta. Nunca imaginé que tendrías algo así escondido.
Manuel sonrió, sus ojos brillando con deseo. —Siempre hay sorpresas, ¿no crees?
Sin previo aviso, Manuel se acercó y tomó la verga de Juan con una mano, mientras con la otra se guiaba la suya propia. La sensación de tener ambas vergas juntas, rozándose y endureciéndose mutuamente, fue electrizante.
—Oh, sí... —jadeó Juan, sintiendo cómo la excitación lo consumía. —Esto es... increíble.
Manuel comenzó a masturbarse con más intensidad, su respiración agitada llenando la habitación. —¿Quieres que me corra para ti, jefe?
Juan, en un impulso, tomó la mano de Manuel y la detuvo. —No tan rápido. Quiero que sientas lo que es ser dominado.
Con firmeza, Juan lo guió hacia el escritorio, empujándolo suavemente hasta que sus nalgas reposaron sobre la superficie. Manuel, ahora a su merced, lo miró con una mezcla de curiosidad y excitación.
Juan se arrodilló entre sus piernas, admirando la verga erecta que apuntaba hacia él. Con una sonrisa traviesa, tomó la verga de Manuel en su boca, saboreando su longitud y grosor. Manuel gimió, su cuerpo arqueándose ante la inesperada sensación.
Juan lo tomó con fuerza, bombeando su boca arriba y abajo, mientras sus manos exploraban las nalgas firmes de Manuel. Con un dedo lubricado, comenzó a masajear su entrada, preparando el terreno para lo que estaba por venir.
Sin más preámbulos, Juan empujó su dedo dentro de Manuel, que gimió y se tensó. Pero Juan no se detuvo, añadiendo un segundo dedo y moviéndolos en un ritmo lento y deliberado.
—Relájate... —susurró Juan, su voz baja y cargada de deseo. —Déjame mostrarte lo bueno que puede ser.
Manuel, a pesar de su inexperiencia, se dejó llevar por la confianza que Juan inspiraba. Su cuerpo se relajó, permitiendo que los dedos de Juan lo prepararan para la invasión que estaba por llegar.
Juan, satisfecho con la respuesta de Manuel, se levantó y se despojó de su ropa, revelando un cuerpo tonificado y marcado por los años. Su verga, ahora completamente erecta, apuntaba hacia el cielo, ansiosa por reclamar lo que era suyo.
—Termina en mi boca, Manuel —ordenó Juan, su voz firme y dominante. —Quiero saborear tu leche.
Manuel, obediente y sumiso, agarró su verga y comenzó a masturbarse con urgencia. La sensación de tener a Juan observándolo, esperando su corrida, lo llevó al borde del orgasmo en cuestión de segundos.
—¡Ah, Juan! —gimió Manuel, su cuerpo convulsionándose.
Un chorro de leche caliente salió disparado de su verga, impactando directamente en la boca abierta de Juan, que la recibió con deleite, saboreando la esencia de su joven amante.
Manuel se dejó caer al suelo, exhausto y satisfecho. Juan se incorporó, su verga aún dura y palpitante, y se dirigió a la cocina para servirse otra taza de café.
—¿Te ha gustado, Manuel? —preguntó Juan, ofreciéndole una sonrisa cómplice.
Manuel, aún recuperándose del intenso orgasmo, asintió con la cabeza, sin poder articular una respuesta.
Juan se acercó y le dio un beso suave en los labios. —Esto es solo el comienzo, mi querido Manuel. Tenemos mucho más que explorar juntos.
Esa noche, mientras organizaba algunos archivos, notó que no era el único que aún permanecía en el edificio. Manuel, su asistente personal, trabajaba en la sala contigua, concentrado en su computadora. Juan no podía evitar sentir una extraña atracción por ese joven de ojos profundos y cabello oscuro. Manuel era mucho más joven, pero había algo en su mirada que lo intrigaba.
A medida que la noche avanzaba, la oficina se sumía en un silencio tranquilo. Juan decidió tomar un descanso y se sirvió una taza de café en la pequeña cocina. Al regresar a su escritorio, se sorprendió al encontrar a Manuel de pie junto a la ventana, observando la ciudad iluminada.
— ¿No deberías irte a casa, Manuel? —preguntó Juan, interrumpiendo la tranquilidad del momento.
El joven se giró, una leve sonrisa asomando en su rostro. —Me gusta quedarme un rato más.
Juan se acercó, sintiendo la tensión en el aire. —Entiendo. A veces, la soledad puede ser... liberadora.
Manuel se apoyó en el marco de la ventana, su mirada fija en Juan. —¿Liberadora? ¿De qué manera?
Juan se sintió incómodo bajo su intensa mirada, pero algo en su interior lo impulsaba a continuar. —Bueno, digamos que... cuando estás solo, puedes explorar tus deseos sin restricciones.
Una chispa de curiosidad brilló en los ojos de Manuel. —¿Explorar deseos? ¿A qué te refieres, Juan?
Juan suspiró, decidiendo confiar en él. Después de todo, Manuel había demostrado ser más que un simple asistente; se había convertido en un amigo cercano. —Verás, Manuel, hace un par de años, después de perder a mi esposo, me aventuré a salir con alguien nuevo. Fue una relación breve, pero intensa.
Manuel dio un paso hacia él, su curiosidad ahora evidente. —¿Y qué pasó?
Juan se sentó en el borde del escritorio, recordando aquellos momentos. —Descubrí aspectos de mí mismo que no sabía que existían. Experimenté cosas... placeres que nunca imaginé. Pero, al final, no funcionó. Él era más joven y tenía sus propias aventuras por vivir.
Manuel se acercó aún más, su presencia llenando el espacio entre ellos. —¿Y te arrepientes de haberlo intentado?
Juan levantó la mirada, encontrándose con los intensos ojos de Manuel. —No, para nada. Me enseñó que la vida es corta y que debemos aprovechar cada momento.
En ese instante, Manuel tomó una decisión impulsiva. Se inclinó y posó sus labios suavemente sobre los de Juan. El beso fue breve, pero eléctrico. Juan se quedó inmóvil, sorprendido por la audacia del joven.
Manuel se apartó, una mezcla de emoción y nerviosismo en su rostro. —Lo siento, Juan. No pude evitarlo.
Juan, en lugar de reprocharle, sonrió con comprensión. —No te preocupes. Entiendo cómo te sientes.
Sin decir una palabra, Manuel se arrodilló frente a él, sus manos temblorosas mientras desabrochaba los pantalones de Juan. La verga de Juan, ya dura por la tensión del momento, emergió libre, ansiosa por la atención que estaba a punto de recibir.
Manuel la tomó con delicadeza, admirando su longitud y grosor. Era la primera vez que tocaba otra verga que no fuera la suya, y la sensación lo llenó de un deseo ardiente. Empezó a masturbarlo lentamente, aprendiendo los contornos de su miembro con sus dedos.
Juan cerró los ojos, entregándose al placer. La boca de Manuel era cálida y húmeda, y su lengua sabía exactamente dónde lamer y chupar. Sentía las oleadas de placer recorriendo su cuerpo, intensificadas por la inesperada intimidad con su asistente.
—Oh, Manuel... —jadeó Juan, agarrando el cabello oscuro del joven para guiarlo en su ritmo.
Manuel obedeció, tomando el control de la situación. Su boca bajó hasta los testículos, lamiéndolos y chupándolos con delicadeza. Luego, volvió a subir, engullendo la verga de Juan hasta la garganta, provocando gemidos de placer que resonaron en la tranquila oficina.
Juan se aferró al borde del escritorio, luchando por mantenerse en pie ante la intensa estimulación. La boca de Manuel era un torbellino de placer, y sus manos no dejaban de acariciar sus nalgas, incitándolo a entregarse por completo.
—¿Te gusta, jefe? —murmuró Manuel entre jadeos, mirando a Juan a los ojos mientras su verga desaparecía y aparecía en su boca.
Juan asintió, sin poder articular una respuesta. El placer lo consumía, y la sensación de tener a Manuel, su joven y curioso asistente, arrodillado ante él, lo excitaba más allá de lo imaginable.
Manuel se levantó, dejando escapar un suspiro de satisfacción. La verga de Juan brillaba con su saliva, erecta y palpitante. Sin dudar, Manuel se desabrochó el cinturón y liberó su propia verga, dura y ansiosa por unirse a la diversión.
Juan, aún recuperándose del intenso oral, observó fascinado cómo Manuel se masturbaba frente a él. El joven tenía una verga impresionante, larga y gruesa, que se movía rítmicamente en su mano.
—¿Te gusta lo que ves, Juan? —preguntó Manuel, su voz ronca por la excitación.
Juan asintió, sintiendo cómo su propia verga volvía a endurecerse. —Me encanta. Nunca imaginé que tendrías algo así escondido.
Manuel sonrió, sus ojos brillando con deseo. —Siempre hay sorpresas, ¿no crees?
Sin previo aviso, Manuel se acercó y tomó la verga de Juan con una mano, mientras con la otra se guiaba la suya propia. La sensación de tener ambas vergas juntas, rozándose y endureciéndose mutuamente, fue electrizante.
—Oh, sí... —jadeó Juan, sintiendo cómo la excitación lo consumía. —Esto es... increíble.
Manuel comenzó a masturbarse con más intensidad, su respiración agitada llenando la habitación. —¿Quieres que me corra para ti, jefe?
Juan, en un impulso, tomó la mano de Manuel y la detuvo. —No tan rápido. Quiero que sientas lo que es ser dominado.
Con firmeza, Juan lo guió hacia el escritorio, empujándolo suavemente hasta que sus nalgas reposaron sobre la superficie. Manuel, ahora a su merced, lo miró con una mezcla de curiosidad y excitación.
Juan se arrodilló entre sus piernas, admirando la verga erecta que apuntaba hacia él. Con una sonrisa traviesa, tomó la verga de Manuel en su boca, saboreando su longitud y grosor. Manuel gimió, su cuerpo arqueándose ante la inesperada sensación.
Juan lo tomó con fuerza, bombeando su boca arriba y abajo, mientras sus manos exploraban las nalgas firmes de Manuel. Con un dedo lubricado, comenzó a masajear su entrada, preparando el terreno para lo que estaba por venir.
Sin más preámbulos, Juan empujó su dedo dentro de Manuel, que gimió y se tensó. Pero Juan no se detuvo, añadiendo un segundo dedo y moviéndolos en un ritmo lento y deliberado.
—Relájate... —susurró Juan, su voz baja y cargada de deseo. —Déjame mostrarte lo bueno que puede ser.
Manuel, a pesar de su inexperiencia, se dejó llevar por la confianza que Juan inspiraba. Su cuerpo se relajó, permitiendo que los dedos de Juan lo prepararan para la invasión que estaba por llegar.
Juan, satisfecho con la respuesta de Manuel, se levantó y se despojó de su ropa, revelando un cuerpo tonificado y marcado por los años. Su verga, ahora completamente erecta, apuntaba hacia el cielo, ansiosa por reclamar lo que era suyo.
—Termina en mi boca, Manuel —ordenó Juan, su voz firme y dominante. —Quiero saborear tu leche.
Manuel, obediente y sumiso, agarró su verga y comenzó a masturbarse con urgencia. La sensación de tener a Juan observándolo, esperando su corrida, lo llevó al borde del orgasmo en cuestión de segundos.
—¡Ah, Juan! —gimió Manuel, su cuerpo convulsionándose.
Un chorro de leche caliente salió disparado de su verga, impactando directamente en la boca abierta de Juan, que la recibió con deleite, saboreando la esencia de su joven amante.
Manuel se dejó caer al suelo, exhausto y satisfecho. Juan se incorporó, su verga aún dura y palpitante, y se dirigió a la cocina para servirse otra taza de café.
—¿Te ha gustado, Manuel? —preguntó Juan, ofreciéndole una sonrisa cómplice.
Manuel, aún recuperándose del intenso orgasmo, asintió con la cabeza, sin poder articular una respuesta.
Juan se acercó y le dio un beso suave en los labios. —Esto es solo el comienzo, mi querido Manuel. Tenemos mucho más que explorar juntos.
1 comentarios - Jefe necesita al emplado (Gay)