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El Juego de la Puerta - Parte 8

Esos dìas fueron raros, y yo me sentí rara también. Fuera de foco, como desencajada. Como si las piezas de rompecabezas que me armaban no terminaban de ajustar y no entraban.

Los dos días que siguieron luego de que Mateo vino a casa yo lo mensajeaba para ver si quería que nos veamos de nuevo y me decía que no podía. Lo notaba evasivo. Para eso me había pedido mi número? Para no hacer nada? Yo me moría de ganas de verlo de nuevo, y si me decía de salir a algún lado yo ya pensaba que iba a aceptar, que iba a encontrar alguna manera de pilotearla con Ariel. Decirle que salía con Roxy, o que iba a la casa de ella, cualquier cosa, pero me moría por verme de nuevo con Mateo.

Y sin embargo él no parecía darme mucha bola y me esquivaba diplomáticamente cada vez que yo le sugería algo. Ya estaba? Me había cogido y ya estaba? Nada más? Entonces que era todo el verso que me había dicho que lo triste que lo ponía que yo tuviera novio y eso? No entendía. El tercer día directamente decidí no mensajearlo mas, a ver que hacía… y lo que hizo fue no mensajearme. Silencio total.

Me entristeció mucho, pero peor me ponía el no entender que había pasado, en qué pensaba él. Por qué se había abierto tanto y separado así de repente, luego de que estuvimos juntos tan hermoso y tan dulce… al menos para mí lo había sido. No la habíamos pasado bien? Él no? Todo ésto era otra de todas las cosas que me daban vueltas en la cabeza, sola en casa, mientras el timbre no sonaba. Al menos Roxy tampoco me reportaba ningún gol. Yo no podía acercarme. En cuanto yo marcaba, ella de alguna manera también lo hacía y no me podía acercar nunca. Me tenía un poco mal ese tema también, pero yo sabía que en el fondo era una boludez. No sé por qué dejaba que me afectara tanto a veces.

Pero ese día, en realidad esa noche… esa puta, maldita noche… fue cuando se empezó a deshilachar todo en serio. A despedazarse. Y me pareció que había ocurrido todo tan de golpe… y fue tan pero tan fuerte para mí que no lo supe manejar.

Esa noche Ariel llegó tarde. Atípicamente tarde, casi dos horas después de la hora que siempre llegaba. No sólo eso, cuando llegó a casa en lugar de abrir la puerta con su llave sentí que me golpeaba la puerta. Cuando abrí ví que estaba sosteniendo precariamente un par de cajas grandes, de esas de tipo archivo de papeles, llenas de varias cosas.

“... ayudame…”, me dijo. Yo tomé una para hacérselo más fácil y entramos todo al living.
“Que te pasó? Que es todo ésto?”, le pregunté. La caja que yo había tomado estaba llena de chucherías. Papeles, cartulinas, carpetas…
“Nada, para el laburo…”, me dijo y dejó sus cajas en la mesa del living, recuperando un poco el aire.
“Bueno, okey…”, le dije y empecé a caminar para la cocina, “... por suerte no arranqué con la comida, qué tarde llegaste….”
Lo escuché atrás mío en la cocina, sirviéndose algo para tomar de la heladera mientras yo empezaba a calentar algo para comer, “Si… pasé por lo de Roxana a buscar todo ésto…”

Yo me quedé dura. Petrificada donde estaba. La sangre se me hizo hielo y ahí me quedé, colgada, mirando a la nada. A la pileta, a los platos. A las manos que sentía como se me crispaban solas un poquito y me empezaban a temblar, fuera de la vista de Ariel.
“... qué?”, le pregunté bajito sin mirar.
“Si… necesitaba ésto para la semana que viene… viste que ella está con todo el tema de librería y eso…”, lo oí decirme.
“... qué?”, le repetí. Las cosas que se me estaban viniendo a la cabeza, las imágenes, no las puedo describir. Eran oleadas, una detrás de otra.
Me dí vuelta y Ariel me miró, con su vaso de gaseosa en la mano, “Que, qué?”
“Te llamó ella?”, le pregunté.
Ariel se extrañó apenas un poco, “No? Yo le pregunté a la tarde si tenía algo de ésto y le dije que pasaba después del laburo…”

Yo ya me estaba agitando. Lento, creciente, pero ya sentí un montón de emociones brotándome. Bronca. Celos. Tristeza. Dolor…. “... le tocaste el timbre?”, le pregunté mirándolo fijo, con mi ceño fruncido.
“Eh?!”, me miró extrañado entre lo raro (para él) de la pregunta y cómo me había visto, cómo me estaba cambiando el semblante y la onda.
“Contestame, le tocaste el timbre?!”, le gruñí.
“Y… sssi, boluda… cómo querés que entre si no, por la ventana?”, me miró, “Qué te pasa?”

El repasador que yo tenía en la mano lo tiré a la mierda, al piso de bronca. Sentí como me hervía la sangre y cerré los ojos, notando enseguida cómo se me humedecían los ojos. No podía ser. No podía ser cierto, no. No Roxy. No mi Roxy, no… Sollozando lo dejé a Ariel ahí en la cocina y corrí a encerrarme en mi pieza, mientras Ariel me llamaba desde atrás, sin entender nada de mi comportamiento y de mi reacción.

Me tiré en la cama y le empecé a pegar piñas al colchón, para descargarme. Tenía todos los nervios del cuerpo chillándome, la respiración se me agitaba y ya sentía mis mejillas húmedas de lágrimas.

Estuve un minuto así hasta que algo, muy poco me calmé, y me acosté en la cama, boca abajo llorando de bronca, despacito para que Ariel no me oyera. Llorando de rabia, de bronca, de dolor. Pronto sentí cómo Ariel abrió la puerta y espió para adentro, sin meter la cabeza, “Estás bien? Que te pasa?”, me preguntó suavemente.
“Nada… andate…”, le dije entre sollozos, como pude.
“No, cómo…”, me empezó a decir pero de la bronca me saqué una de las sandalias que tenía puesta y se la tiré.
“Andate te dije!!!!”, le grité fuerte y lo ví cómo cerraba la puerta rápido, dejando a la loca de su novia ahí, con lo que fuera que le estaba pasando.

Luego de unos momentos ahí sola, lloré lo que tenía que llorar y me calmé, pero la bronca no se me había ido. Al contrario, me había aumentado. También el dolor. No era que Ariel me importaba… yo ya medio jodiendo, medio en serio, hacía meses que me venía diciendo a mí misma que si él quería estar con otra, que estuviera. Que mucho no me iba a joder, con lo poco que todavía lo quería.

Pero que lo hubiera hecho con Roxy… eso era un puñal. Era la daga fría que sentía en el corazón. No, en el corazón no, en la espalda. Porque era una traición. Una traición que me mató. No iba a ganar nada con mensajearla a Roxy ahora, me lo iba a negar. Si no me dijo nada cuando Ariel le dijo a la tarde de ir. Claro. Claro que me lo iba a negar, como me lo haría ahora Ariel, haciéndose bien el boludo si le preguntaba o le decía algo. No iba a ganar nada. Pensaba en todo el amor que yo le tenía a Roxy, y cómo ella lo pisoteó así, aparentemente tan fácil. No era el hecho que había sido Ariel, él ya ni me importaba. Era el hecho que se metió con algo mío. No sé, es difícil de explicar. Siempre pensé que por mas que yo a Ariel ya casi ni lo quisiera, que era algo mío. Fuera de límites. Estuviera el juego o no, no importaba.

Así me iba a tratar ésta hija de puta? Así? Recurriendo a cosas así quería hacer goles? Cayendo tan bajo? No me había llegado ningún mensaje de ella gritándome el gol, era lo único que faltaba. Gritándome el gol con el que era, todavía mal que mal, mi novio que vivía conmigo.

Ustedes me dirán, “Uh, Trini, dejate de joder… Ariel no sólo ya no te importa sino que te la pasas corneándolo a la primera de cambio”. Si, ya lo sé. Ya sé cómo se ve de afuera. Pero yo no lo sentía así. No con Ariel. No con Roxy. En especial no con Roxy.

Se me empezaron a venir imágenes a la cabeza, mientras yo seguía tirada ahí en la cama, de cómo se debía haber desarrollado todo. El boludazo de Ariel sin saber tocándole el timbre, y ésta hija de mil putas abriéndole la puerta bien sexy… bien puta… bien perra… El forro de Ariel quedándose embobado con esas tetas, esas tetas que en casa no tenía, y con esa nena melosa que se le tiraba encima. Hija de puta. Hija de mil reputas.



El Juego de la Puerta - Parte 8


Ví en mi cabeza cómo se besaban y se empezaban a disfrutar. Abrazaditos, diciéndose cosas. Ariel sintiendo ese cuerpazo de mujer bella que Roxy tenía, y ésta hija de puta dándoselo. Diciéndole que ahora podía tener una mujer en serio, que lo iba a amar y complacer. Y el otro estúpido perdido en sus ojos, y sus manos perdidas en su cuerpo.


juego


Roxy lo complacía, se la chupaba bien, dándole todo el placer que yo no le daba, la satisfacción que él ya no tenía y había encontrado ahí, en los brazos, en la boca y en el cuerpo de mi mejor amiga. Y a ella le encantaba también. Y se sonreía por dentro del gol que me estaba metiendo con cada dulce mamada, con cada suave gemido de Ariel.


jovencita


Cuando sus cuerpos se unieron se cogieron hermoso. Con familiaridad, con amor, soltándose la pasión que hacía rato seguro se tenían por el otro. Sus cuerpos se unían, Ariel la llenaba y le daba placer una y otra vez, disfrutando, gimiéndose fuerte sus nombres una y otra vez. Hasta que Roxy empezó a orgasmear dulce y profundo, dándole todo a él. Y él al mismo tiempo también, se vaciaba con el placer mas dulce y la llenaba de su semen y su amor, el que a mi no me daba…


delgada



Volví en mí. Casi en la oscuridad. Mis mejillas todavía estaban húmedas. Escuchaba bajito la tele que Ariel había puesto en el living y estaría viendo. Comiéndose algo. Me había dejado ahí, como le había gritado que lo hiciera. Sí, perfectamente podía salir de mi pieza y hablarle. Confrontarlo. Que me diga lo que había pasado realmente.

Pero sabía que era un cagón que no lo iba a hacer. Me lo iba a negar. Una parte de mí todavía estaba un poco sensata. Me decía, me imploraba, que no fuera tan dura con Roxy. Que yo realmente no sabía nada y que perfectamente podría no haber pasado nada. Que era injusto juzgar a Roxy así, sin saber, e inmediatamente imaginarme y hacerme la cabeza con absolutamente lo peor. Con esa bajeza, con esa traición.

No salí de mi pieza hasta que me dormí, mascando bronca y pensando qué hacer.

Al otro día me levanté, todavía enojada. Ví que Ariel ya se había ido al trabajo. Ni me había despertado ni dicho nada. Me había dejado ahí durmiendo y se había ido. Tranquila, desayuné y me senté a pensar qué hacer. Estuve toda la mañana dándole vueltas al tema en mi cabeza. Yo no le había mandado ningún mensaje a Roxy y ella tampoco lo había hecho. Raro. Sospechoso. No me quería hablar? Era eso? No sabía qué decirme? No sabía que yo sabía? O me estaba realmente imaginando todo ésto, haciéndome una película increíble yo sola?

Había una sola forma de saberlo. A la tarde, recién después de comer, salí de casa, me tomé el bondi y me fuí hasta el departamento de Roxy en Boedo. Iba decidida, seria, mascando bronca todavía, anticipando lo que le iba a decir. Cuando llegué le toqué el portero eléctrico y le dije que era yo. Enseguida lo escuché chillar y empujé la puerta, metiéndome rápido y con bronca en el ascensor.

Al llegar a su piso ya me estaba esperando ella con la puerta medio abierta, yo caminaba rápido y con los puños crispados, no sé si se dió cuenta pero me sonrió, “Que hacés bichi… no me dijiste que venías…”
Yo medio que empujé la puerta y ella se corrió un poco. Entré y casi que la cerré de un portazo. Roxy me miraba un poco preocupada. No sabía si ella entendía ya o no tenía idea y yo había pifiado terriblemente. Me la quedé mirando enojada, sentía que la respiración se me agitaba sola.
“Trini qué te pasa? Qué pasó?”, me preguntó. Se me acercó, no sé si para tocarme, abrazarme o qué de lo alterada que me veía, pero yo le saqué la mano.
“... decime que no lo hiciste…”, le dije bajito, pero mirándola con bronca.
Ví que la cara le cambió de repente, se le cayó toda la estantería y no sabía qué decir. Y no importaba que me iba a decir, pensé. En ese segundito, esa cara me lo había dicho todo y a mi se me partió todo por dentro. Me dieron unas ganas de llorar que casi no me aguanté.
“Que… qué hice qué? Qué pasa?”, se hizo la boluda.
“... decime que no lo hiciste, te dije…”, le repetí con bronca.

Roxy se quedó dura, mirándome, tratando de encontrar qué decir.
“Bichi, pará… qué…”
“No me digas bichi, forra.”, le escupí. Con bronca. Con odio. Con dolor.
“Pará que te pasa?”
Al final tragué saliva y me le acerqué un paso. Ella retrocedió casi por instinto, “... decime que no te cogiste a Ariel…”
“A … a Ariel…?”, me preguntó con un tono que no me convenció para nada, “Que decís…”
“Sé que vino. Sé que vino acá y te tocó el timbre. Me lo dijo.”, le gruñí.
Roxy sólo se quedó callada, sin saber que hacer y qué decirme. Yo la seguí, “... así que decime que no cogieron…”
“Trini, no… yo…”, me balbuceaba.
“Dale, hablá”, la apuré.
Después de un largo, pero largo rato en que nos miramos, yo con bronca y ella cada vez visiblemente más cerca de largarse a llorar, me dijo “... no… no puedo.”
“No puedo qué!”, casi que le grité.
“... no puedo decirte eso…”, me contestó bajito.

Yo estallé. La sangre me explotó como una olla a presión, lo juro. Vi rojo. Dí un paso para adelante y le quise tirar una cachetada, que ella esquivó y la ví entre asustada y de repente enojada por lo que acababa de hacer, “Ay estúpida que te pasa?! Pará!!!!”, me chilló.
“Sos una hija de puta!”, le grité fuerte.
“Pero pará, loca, pará calmate!!!”
“Forra de mierda!”, le grité de nuevo, yo ya lloraba, sentía mis mejillas humedecidas, pero sólo veía a Roxy delante mío y cómo la quería moler a golpes, “Te cogiste a mi novio, hija de puta! Tanto te importa el juego de mierda! Para cagarme así!”
A Roxy ya no le gustó que le hablara así en ese momento. Las dos teníamos nuestro carácter, cuando explotábamos, y ya no se lo bancó. Se me puso un poco desafiante, ya no retrocedía y nos empezamos a gritar casi en la cara, “Pero dejá de hacer escándalo, TARADA!”, me escupió, “Ahora te importa el pelotudo de Ariel? Dejame de joder!”, me dijo y me hizo un gesto medio despectivo con la mano que no me gustó nada.
“Que decís!?”
“Andate a cagar, imbécil…”, me tiró ya visiblemente enojada ella también, “Venís acá a putearme… ay, mi novio! Mi novio! Te cogiste a mi novio!… pero crecé de una vez, pelotuda!”
Yo tomé aire con una bronca que resoplaba, “Qué me dijiste?!”
“Lo que escuchaste, FORRA!”, me gritó, “... te comés cualquier pija que te toca el timbre y te venís a hacer la ofendida conmigo ahora?! Encima por un tipo que ya ni te importa! Andá a cagar! Tarada! Hipócrita!”
“Puta de mierda!”, le quise gritar, pero de tanta bronca me salió un chillido, “Es Ariel! Cómo te lo vas a coger? Cómo me vas a hacer eso?!”
“Pero chupame las tetas, boluda! En serio me decís?!”, me resopló.
“Es Ariel! No tiene nada que ver!”, le contesté fuerte, “Qué… si un día mi viejo te toca el timbre te lo cogés también?!”
Roxy me miró con bronca y no lo pudo resistir. Fué más fuerte que ella, creo. Tenía que mandar el comentario pelotudo y filoso para terminar de hacerme estallar, “... bueh, a tu papá siempre le tuve ganas. De chiquita…”

Yo dí un paso y le pegué un empujón con las dos manos que creo que si ella hubiese estado con los tacos altos que tenía en esa foto que me había enviado, la hubiese mandado a la mierda al piso. Pero sólo trastabilló y se atajó. Me miró echando chispas por los ojos y se me vino encima. Y yo también me fuí encima de ella. Enseguida estábamos chillando como dos cerdas que las estaban carneando o algo así, tirándonos de nuestros largos pelos y puteándonos de arriba a abajo. Ni me acuerdo en ese embrollo todo lo que pasó, pero nos agarramos MUY fuerte, tratando de tirarnos piñas, arañazos, tirarnos al piso… lo que viniera. Ninguna de las dos sabíamos pelear, no significaba que no queríamos. En nuestro agarrón y locura hasta volteamos un par de sillas y tiramos una mesita que tenía ella en el living con botellas que de pura suerte no se rompió ninguna.

Habremos estado un par de minutos así, no sé, no sabría decirles si eso es mucho o es poco. Pero cuando las dos más o menos volvimos a nuestros cabales estábamos las dos despatarradas, de culo en el piso, llorando y tratando de recuperar el aire. A mi me empezó a quemar el hombro y cuando miré tenía un arañazo muy, muy feo. Muy largo y que me abrió la piel bastante. Y ella de arriba tampoco se la había llevado, creo que la mordí en el brazo o algo así porque se agarraba y sollozaba, mirándome entre lágrimas. Mi costado izquierdo me dolía un montón, sobre las costillas. Roxy se había enfrascado en tratar de pegarme ahí y sé que me habían entrado varios de sus golpes. Entre las lágrimas y lo feo que nos habíamos agarrado de los pelos, parecíamos dos brujas.

Pero no nos decíamos nada ya. Estábamos las dos en el piso, quejándonos suavecito y sollozando, mirándonos a ver quien era la primera que iba a decir algo. No era la primera vez que con Roxy teníamos agarradas así, ya nos había pasado, pero nunca así de grandes. Cuando éramos chicas sí, seguro, a veces una mamá u otra (o las dos!) nos tenían que separar, alguna vez, por algo. En media hora ya nos estábamos amando de nuevo.

Pero ahora estábamos grandes.

La miré a Roxy así deshecha como estaba, yo me sentía igual. Y seguro me debería ver igual. La miré con tristeza, con odio, mientras me seguían cayendo las lágrimas, igual que a ella. Me miraba como esperando que yo le dijera algo, cualquier cosa, pero lo único que hice después de un rato fue levantarme trabajosamente e irme hacia la puerta, sin decirle nada.

Cuando abrí la puerta para irme la escuché atrás mío, vi que todavía estaba tirada ahí en el piso. Me miraba entre lágrimas y me dijo sollozando, “... Trini… no te vayas… porfa…”
Yo nada más le grité, fuerte sintiendo como se me tensaban los tendones del cuello, con toda la bronca que todavía tenía, “SOS UNA HIJA DE MIL PUTAS!”
Lo último que vi de Roxy antes de cerrar la puerta de un portazo e irme fue que había enterrado la cara en el sillón donde se estaba apoyando y le escuché un llanto desconsolado.

Cuando llegué a planta baja por suerte estaba el portero del edificio y me abrió. En el bondi yo volvía llorando despacito, sin hacer ruido, pero me caían las lágrimas mientras miraba perdida por la ventanilla. Una señora que viajaba al lado se preocupó y me preguntó si me habían querido robar o algo así, de lo zaparrastrosa que me vió llorando. Le dije que no, que gracias, que se quedara tranquila. Por suerte no preguntó más.

Cuando llegué a casa me limpié el arañazo que tenía en el hombro y ví que tenía un buen par de moretones en las costillas. Pero la bronca ya me había bajado bastante y me dediqué a atenderme en silencio. Me puse una remera larga que me tapaba todo y me compuse de nuevo. No esperaba que Ariel se diera cuenta de nada cuando volvía y eso fué exactamente lo que sucedió.

Por supuesto que no me podía sacar de la cabeza la pelea. Y a Roxy. Y si bien me siguió pareciendo una traición y una mierda lo que hizo, la bronca, lentamente como la marea que va bajando, despacito, se me fué diluyendo. No había desaparecido, pero si descendido a un punto que no me sobrepasaba y no me hacía perder los cabales. Ni llorar. Yo sabía que no iba a pasar mucho tiempo hasta que Roxy me llamara, mensajeara o algo así. Y ahí vería cómo iba a lidiar con eso.

Al tercer día, Roxy resucitó de entre los muertos. De la nada a la mañana me mandó un GIF de dos nenas de anime peleándose. Pese al enojo, tengo que reconocer que una mueca me sacó. Me empezó a mensajear pero yo no le contestaba. Y no lo iba a hacer por un largo, largo rato


pelea


Yo quería que sufriera un poco. Aunque sea, un poco más. Tranquila me hice algo para comer, olvidándome del whatsapp y de la cantidad de fotos de gatitos que me debería estar mandando hasta que al final a eso de las dos nada mas le puse, “Vení”.

Había estado feo todo el día, desde la mañana, y desde el mediodía que estaba lloviendo pero mal. A cántaros. Una de esas tormentas fuertes que parecían no detenerse nunca. Esas tormentas que te dan ganas de quedarte abajo de dos frazadas y dormir todo el día. Pero a las tres y media me sonó el timbre.

Cuando fuí a abrir la puerta de calle ahí estaba Roxy. No estaba empapada ni nada, estaba ahí bajo su paraguas. Algo mojada estaba, seguro, por haber caminado desde donde el colectivo la dejó, pero no estaba chorreando ni mucho menos. Yo estaba con un bizcochito de grasa en la mano, mordiéndolo despacito y mirándola sin decir nada. Ella parada ahí, en la lluvia bajo su paraguas, también mirándome.

“Qué querés…”, le dije seriamente.
“Pasar, boluda… no ves que llueve?”, me dijo.
Yo la quería dejar ahí un ratito más. Y por suerte lo hice, ya que justo como venganza o justicia divina se levantó una ráfaga de viento de costado que la salpicó y la hizo largar una puteada por lo bajo.
“Daleeee…”, me dijo, “Que estás filmando una escena de algo?”
Esperé un par de segundos más, que disfruté muchísimo, hasta que me corrí un poco abriendo la puerta y la dejé pasar.

Una vez en casa se fué a buscar una toalla al baño para secarse un poco, mientras se sentó en el sillón. Ya se había quitado las zapatillas y las medias mojadas que tenía. Yo estaba parada y nada más nos miramos. Le dije con un tono seco, “Querés algo?”
“Dale… okey…”
“Podrías haber traído algo vos, no?”, me di vuelta y me fuí a la cocina. La escuché largar una risita y yo también, sin que me viera me sonreí.
Nos llevé un par de tazas de café caliente y la bolsa con el resto de los bizcochitos. Ahí nos sentamos en el sillón, tranquilas, mientras la lluvia repiqueteaba en el patio.

Nos dijimos varias cosas. Estuvimos charlando un muy buen rato. Y nos dijimos todo lo que nos teníamos que decir. Lo más importante, que no íbamos a dejar que Ariel ni ningún tipo arruinara nuestra relación, que no valía la pena. No se si la cosa estaba mejorando entre nosotras en ese momento, yo no lo sentía mucho, hasta que la ví sacar su celu y buscar algo.

“Mirá… mirá lo que me mandó mi mamá ayer… que justo encontró…”, me dijo y me empezó a mostrar un par de fotos. Yo me sorprendí y no pude evitar dejar que una suave sonrisa me apareciera en los labios. Era yo. Fotos viejas de cuando éramos más chicas. Ni me acordaba de esas fotos yo.



infidelidad


infieles y amateurs


Roxy ni me miraba, tenía los ojos posados en las dos fotos. Constantemente pasando de una a la otra.
“Uf… ni me acuerdo de eso…”, le dije.
“Yo sí”, me contestó sin mirar, “Ésta es en casa… que te la saqué con la camarita digital esa que tenía.”
“Uh… cuanto teníamos?”, le pregunté.
“Catorce. Me acuerdo. Venías a casa a hacer la tarea… y después boludeabamos toda la tarde.. En casa, o en la plaza… te acordás?”, se sonrió sola.
“Mmm-hmm…”
“Y ésta… ésta es de mi cumple de dieciséis, pero vos todavía tenías quince por un par de meses… mirá lo que eras, Dios…”, dijo sonriendo y mirando a los ojos a la nena de la foto, “Me habías traído de regalo esa poronga que ni sabía que era…”
“.. era un arreglito floral, lo elegí con mi mamá…”, acoté suavemente..
“Seh… y yo me enojé un poco porque quería otra cosa, pero bueh, me trajiste eso, que se yo. Pero después, a la noche…”
“Qué?”
Roxy seguía sin mirarme, sus ojos ya habían viajado hacía casi quince años atrás, y estaba con la nena de la foto, “... después a la noche cuando me acosté lo puse en mi mesita de luz. Y lo miraba… apagué la luz y todavía se veía un poquito. Y lo miraba… y me hacía bien, me hacía feliz, porque me hacía acordar a vos… y sentía que estabas ahí conmigo… mi viejo estaba medio enfermo ya… pero vos estabas ahí conmigo, en el arreglito… y sentía que me abrazabas y me cuidabas sin estar…”, dijo tragando saliva fuerte y las lágrimas le empezaron a brotar como dos canillas abiertas, mirando el celu, “... y s-sos mi vida, mi ángel, mi sol… s-siempre fuiste… cuando pienso en lo que te hice, e-en lo que hice, me quiero matar Trini… no sé que me pasó, en qué estaba pensando… yo….”

Cuando levantó la cabeza del celu para mirarme y seguir hablando yo ya tenía las cataratas del Iguazú saliéndome de los ojos y un estrujón en el pecho que no podía respirar.

Nos miramos las dos y nos fundimos en un abrazo enorme, fuerte, y así nos quedamos por una eternidad, las dos llorando fuerte en el hombro y en el cuello de la otra, alternando decirnos todo lo que nos amábamos y pidiéndonos perdón, una y otra vez, como dos pendejas.

El resto de la tarde lluviosa la pasamos ahí, en el sillón, mirando la tele o alguna película. Roxy tirada con la cabeza apoyada en mi falda, abrazándome las piernas y yo acariciándole el pelo hermoso que tenía, mientras comíamos bizcochitos. Y cuando me cansaba cambiabamos y era yo la que me recostaba sobre sus piernas, comiendo bizcochitos, sintiendo sus dedos rastrillarme suavemente el pelo… y sin mirar sopapeándole la mano cuando cada media hora más o menos me deslizaba una mano discreta para querer apretarme una teta.

Así nos quedamos y se fué la hora. Se fué tanto la hora que no nos dimos cuenta y Ariel volvió del trabajo. Cuando entró y nos vió a las dos ahí se quedó duro, helado, como una estatua.

“Uh… eh… qué hacés Ro…”, sólo dijo. Se hizo bien el boludo y desapareció un momento en la cocina, volviendo con un vaso de algo que se había servido. En cuanto quiso empezar a darnos algo de charla, Roxy se paró.
“Yo me voy, Tri, me abrís?”, me dijo poniéndose de nuevo sus medias y zapatillas que ya estaban secas
“Si, dale…”

Cuando estuvo lista se detuvo un segundo y lo miró a Ariel… con una mirada de puro desprecio que no me la olvido más. Sin decirle nada, desapareció por el pasillo mientras yo la acompañaba.

Al volver me puse a discutir feo, muy feo con Ariel. Por fin sucedió que tuvimos la charla y la pelea que hacía tiempo, mucho pero mucho más de un año, se venía postergando. Le eché todo en cara y él me lo hizo a mí. Nos empezamos a putear y a gritarnos mal. Yo no le dije lo del juego, por supuesto, pero sí en mi bronca le dije que me había cogido a otro. Y el hijo de puta también de la bronca me blanqueó que había estado con otra mina, una tercera aparentemente en su historial de corneadas, que yo ni sabía quién era. La discusión no se llegó a poner física, Ariel no era un tipo violento por suerte, pero sí los dos de la bronca y en el medio de los gritos para desahogarnos nos la agarramos un poco con el mobiliario de la casa, volteando sillas y tirando cosas por ahí de pura furia y frustración. Estuvimos más de media hora gritándonos así hasta que por fin me llenó de unas lindas puteadas, cosas que jamás le había oído decir en la vida, y que me hirieron bastante. Sin agarrar nada dijo que se iba a la mierda, a lo de un amigo que vivía cerca y dando un portazo se fué.

Yo más tarde le conté un poco a Roxy lo que había pasado, aún con todos los nervios de la pelea con Ariel. Me dijo que se volvía a estar conmigo, recién había llegado de vuelta a la casa, pero le dije que no, que se quedara tranquila. Sólo quería tirarme a la cama y dormir. Dormir mucho y quizás soñar que éstos días de mierda, de emociones tanto intensas como feas, alguna vez tendrían que terminar.

Y a veces los sueños se cumplen.

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