
La mañana llegó cargada de brisa salada y luz dorada que se colaba por las persianas de madera. Lucas, sentado frente a un plato de frutas tropicales, evitaba mirar a Clara. Ella desayunaba con un remerón blanco. Ella se había bañado y sin secarse se puso la prenda, con lo cual se le transparentaban sus enormes y hermosa tetas. Además cada vez que podía se la estiraba volviendo loco al joven.
—¿Durmió bien sobrinito? —preguntó Marco, leyendo el periódico con gafas de sol. Su pie descalzo acariciaba la pantorrilla de Clara bajo la mesa.
Lucas asintió, aunque la experiencia de la noche anterior lo había desvelado. Además de
la ida en seco que había tenido se había pajeado dos veces más escuchando los gemidos que venían de la habitación de sus tíos.
—Tiene cara de necesitar… *clases prácticas* —comentó Clara, lamiendo miel de un cuchillo. La gota dorada resbaló por su muñeca.
Marco dobló el periódico con calma. —¿Quieres aprender cómo se trata a una mujer, Lucas? —preguntó, mientras su mano subía por el muslo de Clara hasta el borde de su tanga—. La teoría solo te llevará hasta cierto punto.
Clara se paró y acercó su cuerpo voluptuoso hacia Lucas, sus tetas rozaban su espalda, su hombro, su nuca y hasta parte de sus mejillas.
—Marco —llamó, sin apartar los ojos del rostro congestionado del joven—. ¿Puedo aliviarlo un poco? Solo con las manos. Prometo no… consumirlo todavía.
Marco, sentado en el sillón de mimbre, alzó la mirada. La luz de la mañana a su espalda no permitía que su sobrino viera su cara.
—¿Vos qué decís, Lucas? —preguntó, con voz ronca —. ¿Querés que mi mujer te toque?
Clara, mirando fijamente a los ojos al muchacho y sin esperar respuesta apretó suavemente la punta del miembro de Lucas a través de la tela de las bermudas que traía puestas. Él tragó saliva, incapaz de articular palabra, y asintió con la cabeza.
—Usa palabras, cariño —susurró ella, deslizando un dedo por el cuello húmedo del chico—. Los hombres educados piden lo que desean.
—Sí… por favor —logró decir Lucas, sintiendo cómo cada sílaba lo quemaba por dentro.
Marco se levantó, acercándose hasta quedar detrás de Clara. Sus manos rodearon su cintura, posándose sobre las suyas, que aún acariciaban la entrepierna de Lucas.
—Despacio —ordenó en su oído, aunque la advertencia era para ambos—. Quiero ver cómo se le rompe la respiración.
Clara desabrochó el botón de las bermudas con los dientes. Lucas jadeó al sentir el aire de la mañana rozando su piel al descubierto. Cuando ella tiró del elástico de su calzoncillo, su erección saltó libre, palpitando contra la cara de Clara.
—Dios… —murmuró Marco, mordiendo el lóbulo de la oreja de su esposa—. Es casi un insulto que esté virgen.
Clara escupió en su palma y envolvió la pija de Lucas con una suavidad deliberadamente lenta. Su pulgar dibujó círculos en el frenillo, deteniéndose cada vez que él cerraba los ojos.
—Mírame —le ordenó, acelerando el ritmo solo un latido antes de reducir la presión—. Quiero que recuerdes cada segundo.
Lucas aferró los brazos al asiento de la silla, las venas sobresaliendo en su cuello. Clara, jugando, se inclinó y sopló sobre la punta húmeda de su verga.
—¿Te gustaría acabar así? —preguntó, mientras Marco deslizaba una mano dentro de su remera para pellizcarle un pezón—. O… —apretó la base con fuerza, deteniendo el flujo—, podríamos guardarlo para algo mejor.
—Clara… no puedo…no aguanto… —suplicó Lucas, con los ojos llenos de deseo.
—Shhh —Marco intervino, tomando la botella de aceite de coco que usaban para el bronceado—. Aquí. —Se la entregó a Clara, quien vertió un chorro espeso sobre su puño—. Las primeras veces deben ser… memorables.
Clara aplicó el líquido tibio con ambas manos, masajeando desde la base hasta la punta, recorriendo esos al menos 20 centímetros de verga joven y palpitante, deseosa de ser desvirgada, en un ritmo que imitaba el vaivén del mar. Lucas gimió, los dedos se clavaban en la parte de abajo del asiento de la silla.
—Así… —murmuró ella, sintiendo cómo el cuerpo del joven se tensaba como un arco—. Pero no todavía. —Soltó de repente, dejándolo al borde del abismo. Pasó un dedo por la punta del glande rojo y brillante del joven juntando todo el líquido preseminal que salía del mismo, se lo llevó a la boca y lo lamió con lujuria.-Que rico- dijo lamiéndose sus carnosos labios.
—Abrochate el cinturón, sobrino —bromeó Marco, mientras Clara degustaba los jugos de Lucas—. Ella no perdona a los novatos.
Marco, en tanto ya jugaba dentro de la tanga de su mujer, sus dedos entraban y salían de su concha caliente y mojada lo cual hacía suspirar a la mujer.
Entre jadeos ella le preguntó-¿Qué más te gustaría que hiciera?
Y antes de que Lucas pudiera responder, ella acercó su boca a la punta de la pija y sacando la lengua probó su sabor…-¿Te gusta?- le preguntó y sin esperar respuesta movió su cabeza hacia abajo hundiéndose hasta la base de ese mástil con una habilidad que lo hizo gritar. Sus manos, sin embargo, no estaban ociosas: estiró sus brazos hacia atrás y aprovechó para agarrar la pija de su marido. Este a su vez rompió con fuerza la remera que tenía Clara dejando que sus senos pesados cayeran libres.
—Tocalos —ordenó Marco, sin dejar de tocar a su mujer—. Los pezones son claves de piano. Toca la melodía correcta y ella… —Clara ahogó un gemido cuando Lucas pellizcó uno—,así, perfecto.
Lucas, embriagado por el vaivén de la boca de Clara, exploró los pezones duros con dedos torpes pero ansiosos. Ella retrocedió un momento, jadeando, y le guió las manos.
—Más fuerte —exigió—. Soy de cuero, no de porcelana.
Cuando Lucas obedeció, Clara arqueó la espalda, dejando que su pelo oscuro rozara sus muslos. —¿Ves Clara? Te lo dije —le dijo a Marco, sin apartar los ojos del rostro desencajado del chico—. Solo necesitaba motivación.
Clara se arrodilló y unió sus pechos alrededor de la verga de Lucas. Marco echó un generoso chorro de aceite de coco y ella empezó a pajearlo entre sus tetas. —Así… —susurró, moviéndose en un ritmo que imitaba el de su boca minutos antes—. Los hombres inteligentes hacen durar esto.
Pero Lucas, con los dientes y los puños apretados ya estaba al borde. —No… no puedo… —balbuceó, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su vientre. Le dolían los testículos, la leche pugnaba por salir.
Clara aceleró el ritmo, sus pezones rozando la piel sensible del glande hacían que el joven delirara de placer. —Ahora —ordenó—. ¡¡¡Cubrime de leche virgen, acabá en las tetas de tu tía!!!. Quiero ver cuanta leche te saco.
El gemido de Lucas se mezcló con el crujido de las tablas del piso cuando eyaculó varios espesos chorros de leche caliente entre sus tetas. Clara, riendo baja, mantuvo la presión hasta la última contracción.
—Bravo —aplaudió Marco, limpiando una gota del mentón de Clara con el pulgar antes de dárselo a ella en la boca para que lo limpiara—. Aunque… —observó el semen que resbalaba hacia su ombligo—, parece que necesitas lecciones de puntería.
Clara se incorporó, estregándose el líquido blanco sobre los pechos como si fuera loción. —La próxima vez —prometió, besando a Lucas con una mezcla de dulzura y sal—, te enseñaré a satisfacer a una mujer.
Mientras el joven caía hacia atrás, exhausto, Marco abrió las persianas de un golpe. La luz reveló cada sombra, cada gota, cada secreto.
—Descansa —dijo Clara, dejando que el sol dorara su piel manchada—. Después de todo… —su sonrisa fue un desafío—, esto es solo el desayuno.
Afuera, las olas rompían con un ritmo que Lucas ya reconocía: era el mismo que llevaba semanas latiendo en sus venas. Y supo, con una mezcla de terror y euforia, que Clara no mentía.
Te calentaste? Te leo
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