Había pasado casi un mes desde aquel día con Ricardo, y aunque el tema no había salido a flote, el peso de la culpa y el secreto aún me aplastaba. Decidí enterrar el asunto del video, pero las imágenes de Flor bajo el agua seguían invadiendo mis pensamientos como un eco incesante de mi engaño.
Una tarde de sábado, fui a lo de Flor para una juntada familiar. Ella me recibió con su sonrisa habitual, esa que siempre lograba calmar mi alma torcida, pero esta vez, algo en mí estaba diferente. Mi mirada se desvió hacia Pili, la hermana de Flor, mientras ella reía con alguna serie en la tele. Pili, con su cabello rubio y su figura que nunca pasaba desapercibida, me hizo detenerme un momento. La observé, su manera de moverse, cómo sus tetas se movían bajo su remera ajustada. La idea de verla desnuda se instaló en mi mente como un susurro prohibido.
Durante la reunión, aproveché cualquier oportunidad para estar cerca de Pili. Su risa, su manera de hablar, todo se volvió objeto de mi atención. Y con cada mirada, la fantasía de verla sin ropa se hacía más intensa.
Esa noche, después de que todos se habían ido a dormir, me quedé un rato más, diciendo que iba a ayudar a limpiar. Cuando la casa estaba en silencio, fui al baño, supuestamente para lavarme las manos, pero en realidad tenía otra intención. Decidí ir al cuarto de Pili bajo el pretexto de buscar un cargador que había dejado en su habitación la última vez que estuve ahí. Al entrar, noté que la puerta del placard estaba entreabierta. Miré rápidamente hacia la puerta de la habitación para asegurarme de que nadie vendría, y luego, cediendo a un impulso que no pude controlar, abrí un poco más el cajón de la ropa interior. Ahí estaban, varias prendas íntimas de Pili, cada una con su toque personal. Reconocí una tanga rosa con un pequeño lazo en el frente, idéntica a la que había visto colgada en el baño de Pili hace unos días cuando ella se estaba cambiando, sin saber que yo estaba cerca.
Esa imagen se quedó grabada en mi mente, pero no hice nada más esa noche. Volví a mi casa con la cabeza llena de pensamientos tumultuosos.
Unos días después, encontré otra oportunidad. Flor me había invitado a pasar la tarde en su casa mientras ella y Pili iban al supermercado. Me quedé solo, y la tentación fue demasiado grande. Fui directo al cuarto de Pili, recordando la tanga rosa que había visto. El cajón seguía entreabierto, como si el destino me estuviera invitando a pecar. Ahí estaba, la tanga rosa, justo como la recordaba. La adrenalina me inundó mientras la metía en mi bolsillo con cuidado.
De vuelta en mi casa, la batalla entre la culpa y el deseo era feroz. Pero el deseo se impuso. Tomé la tanga de Pili, aún con su olor, y me senté en mi cama. Cerré los ojos, imaginando a Pili, su cuerpo, sus movimientos, cómo sería verla en la intimidad de la ducha, igual que había visto a Flor. Mi mano comenzó a moverse, la tela suave de la tanga contra mi piel, y me pajeé pensando en ella, en cómo sería tocarla, verla desde la distancia, sentir esa mezcla de prohibición y excitación.
Cuando terminé, la realidad me pegó con fuerza. ¿Qué estaba haciendo? No solo había cruzado una línea con Flor, ahora estaba invadiendo la privacidad de Pili, alguien que confiaba en mí como cuñado. La culpa se multiplicó, pero también había una parte de mí que se sentía intrigada por este nuevo juego de voyeurismo, por la emoción de lo oculto.
Sabía que tenía que frenar, que esto no podía seguir. Pero la semilla ya estaba plantada, y cada vez que veía a Pili, la fantasía se hacía más vívida, más tentadora. No sabía si podría controlarme, si podría mantener este secreto dentro de mí sin que se convirtiera en algo más grande, más destructivo.
Una tarde de sábado, fui a lo de Flor para una juntada familiar. Ella me recibió con su sonrisa habitual, esa que siempre lograba calmar mi alma torcida, pero esta vez, algo en mí estaba diferente. Mi mirada se desvió hacia Pili, la hermana de Flor, mientras ella reía con alguna serie en la tele. Pili, con su cabello rubio y su figura que nunca pasaba desapercibida, me hizo detenerme un momento. La observé, su manera de moverse, cómo sus tetas se movían bajo su remera ajustada. La idea de verla desnuda se instaló en mi mente como un susurro prohibido.
Durante la reunión, aproveché cualquier oportunidad para estar cerca de Pili. Su risa, su manera de hablar, todo se volvió objeto de mi atención. Y con cada mirada, la fantasía de verla sin ropa se hacía más intensa.
Esa noche, después de que todos se habían ido a dormir, me quedé un rato más, diciendo que iba a ayudar a limpiar. Cuando la casa estaba en silencio, fui al baño, supuestamente para lavarme las manos, pero en realidad tenía otra intención. Decidí ir al cuarto de Pili bajo el pretexto de buscar un cargador que había dejado en su habitación la última vez que estuve ahí. Al entrar, noté que la puerta del placard estaba entreabierta. Miré rápidamente hacia la puerta de la habitación para asegurarme de que nadie vendría, y luego, cediendo a un impulso que no pude controlar, abrí un poco más el cajón de la ropa interior. Ahí estaban, varias prendas íntimas de Pili, cada una con su toque personal. Reconocí una tanga rosa con un pequeño lazo en el frente, idéntica a la que había visto colgada en el baño de Pili hace unos días cuando ella se estaba cambiando, sin saber que yo estaba cerca.
Esa imagen se quedó grabada en mi mente, pero no hice nada más esa noche. Volví a mi casa con la cabeza llena de pensamientos tumultuosos.
Unos días después, encontré otra oportunidad. Flor me había invitado a pasar la tarde en su casa mientras ella y Pili iban al supermercado. Me quedé solo, y la tentación fue demasiado grande. Fui directo al cuarto de Pili, recordando la tanga rosa que había visto. El cajón seguía entreabierto, como si el destino me estuviera invitando a pecar. Ahí estaba, la tanga rosa, justo como la recordaba. La adrenalina me inundó mientras la metía en mi bolsillo con cuidado.
De vuelta en mi casa, la batalla entre la culpa y el deseo era feroz. Pero el deseo se impuso. Tomé la tanga de Pili, aún con su olor, y me senté en mi cama. Cerré los ojos, imaginando a Pili, su cuerpo, sus movimientos, cómo sería verla en la intimidad de la ducha, igual que había visto a Flor. Mi mano comenzó a moverse, la tela suave de la tanga contra mi piel, y me pajeé pensando en ella, en cómo sería tocarla, verla desde la distancia, sentir esa mezcla de prohibición y excitación.
Cuando terminé, la realidad me pegó con fuerza. ¿Qué estaba haciendo? No solo había cruzado una línea con Flor, ahora estaba invadiendo la privacidad de Pili, alguien que confiaba en mí como cuñado. La culpa se multiplicó, pero también había una parte de mí que se sentía intrigada por este nuevo juego de voyeurismo, por la emoción de lo oculto.
Sabía que tenía que frenar, que esto no podía seguir. Pero la semilla ya estaba plantada, y cada vez que veía a Pili, la fantasía se hacía más vívida, más tentadora. No sabía si podría controlarme, si podría mantener este secreto dentro de mí sin que se convirtiera en algo más grande, más destructivo.
1 comentarios - La fantasía de Flor - Parte 3