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Dani, encuentro con su alumno

El boliche estaba en pleno auge esa noche. Las luces estroboscópicas parpadeaban al ritmo de la música electrónica, y el aire olía a una mezcla de alcohol, sudor y perfume barato. Dani se movía entre la multitud con una confianza que no pasaba desapercibida. A sus 32 años, medía 1.65 m y pesaba unos 66 kg, un cuerpo firme y curvilíneo que sabía cómo destacar. Sus grandes pechos se alzaban bajo una camiseta ajustada de tirantes negros, dejando poco a la imaginación, mientras sus mallas marcaban su cola mediana pero bien formada, fruto de años como profesora de educación física. Su cabello castaño caía en ondas sueltas sobre los hombros, y sus ojos café brillaban con un destello travieso bajo las luces del lugar.
Había ido al boliche a desconectar después de una semana agotadora, pero no esperaba encontrarse con Marcos, uno de sus alumnos más persistentes de las clases nocturnas. Lo vio en la barra, con una cerveza en la mano, observándola desde lejos. Era alto, de hombros anchos y con esa mirada intensa que siempre la había puesto un poco nerviosa. Dani decidió jugar un poco: se acercó contoneando las caderas, consciente de cómo sus pechos rebotaban ligeramente con cada paso.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, inclinándose hacia él para que la escuchara por encima de la música, su aliento rozándole la oreja.
—Podría preguntarte lo mismo —respondió Marcos, dejando la cerveza sobre la barra y girándose hacia ella—. Pero creo que prefiero aprovechar que te veo fuera del gimnasio.
Dani sonrió, y antes de que pudiera contestar, él la tomó de la muñeca y la llevó hacia una esquina más apartada del boliche, donde las sombras y el ruido se mezclaban en un caos perfecto. La empujó suavemente contra la pared, y ella no opuso resistencia. Sus ojos café se encontraron con los de él, y la tensión entre ellos estalló como una chispa.
Marcos no perdió tiempo. Sus manos subieron por la cintura de Dani, deslizándose bajo la camiseta hasta encontrar la piel cálida de su abdomen. Ella respiró hondo, sintiendo cómo sus dedos subían más, rozando el borde de su sostén. Con un movimiento rápido, él levantó la tela lo suficiente para exponer sus grandes pechos, los pezones ya endurecidos por la excitación y el aire fresco del lugar. Marcos gruñó al verlos y bajó la cabeza, atrapando uno con la boca. Lo chupó con fuerza, su lengua girando alrededor del pezón mientras su otra mano masajeaba el pecho libre, pellizcando y tirando ligeramente hasta hacerla gemir.
Dani arqueó la espalda contra la pared, el placer recorriendo su cuerpo como una corriente eléctrica. La música retumbaba en sus oídos, pero lo único que podía sentir era la boca de Marcos y el calor creciendo entre sus piernas. Ella deslizó una mano por el pecho de él, bajando hasta el botón de sus jeans. Con dedos hábiles, lo desabrochó y metió la mano dentro, encontrando su erección ya dura y caliente. Lo acarició con movimientos lentos pero firmes, sintiendo cómo se tensaba bajo su toque.
—Aquí no —susurró Marcos contra su piel, su voz ronca—. Vamos al baño.
Sin esperar respuesta, la tomó de la mano y la guió entre la gente hasta el baño de mujeres, que por suerte estaba vacío en ese momento. Cerró la puerta con pestillo y la empujó contra el lavamanos, sus manos yendo directo a las mallas de Dani. Las bajó de un tirón, dejando a la vista su cola mediana pero firme, y ella sintió el aire frío contra su piel desnuda. Marcos se arrodilló detrás de ella, y antes de que Dani pudiera procesarlo, su lengua estaba entre sus muslos, lamiendo la humedad que ya se había acumulado allí. Ella jadeó, aferrándose al borde del lavamanos mientras él exploraba cada rincón, su lengua jugando con su clítoris hasta hacerla temblar.
—No pares —gimió Dani, y él obedeció, chupando con más fuerza mientras sus manos apretaban sus nalgas, abriéndola para él. El placer era intenso, casi insoportable, y Dani sintió cómo sus piernas empezaban a ceder. Pero Marcos no la dejó caer: se puso de pie, bajó sus propios jeans y la giró para que lo mirara.
Sus ojos café se clavaron en los de él mientras Marcos la levantaba ligeramente, apoyándola en el borde del lavamanos. Sin preámbulos, la penetró de una embestida profunda, su miembro grueso llenándola por completo. Dani gritó, el sonido ahogado por la música del boliche, y él empezó a moverse con un ritmo rápido y brutal. Sus grandes pechos rebotaban con cada golpe, y Marcos no pudo resistirse: volvió a tomar uno con la boca, mordiendo suavemente el pezón mientras sus caderas chocaban contra las de ella.
Dani envolvió las piernas alrededor de su cintura, clavándole las uñas en la espalda mientras el placer la llevaba al límite. Él deslizó una mano entre sus cuerpos, encontrando su clítoris y frotándolo en círculos rápidos. Fue suficiente para hacerla estallar: el orgasmo la golpeó como una ola, su cuerpo temblando mientras gritaba su nombre, las paredes internas apretándolo con espasmos. Marcos gruñó, embistiéndola una última vez antes de venirse dentro de ella, su calor llenándola mientras jadeaba contra su cuello.
Por un momento, solo se escucharon sus respiraciones agitadas. Dani lo miró, con una sonrisa satisfecha en los labios, el cabello castaño pegado a su frente por el sudor.
—No está mal para una noche de sábado —dijo, bajándose del lavamanos con las piernas aún temblorosas—. Pero la próxima vez, te toca invitarme un trago primero.
Marcos rio, ajustándose los jeans, y Dani se arregló la ropa con una calma provocadora, sabiendo que ambos recordarían esa noche por mucho tiempo.

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