Al otro día me levanté extrañamente descansado y bien. Me sentía bien, en paz. Pensé que me iba a sentir agobiado por lo que había pasado, pero no. Me quedé tirado ahí en la cama pensando y llegué a la conclusión que si bien me molestaba lo que pasó, por otro lado me importaba cada vez menos Analía. Si eso era lo que ella quería hacer y a mi no me molestaba, allá ella.
La pregunta era si yo me daba por aludido o no. Si yo le decía que sabía o no. La verdad que no tenía ganas de agregar otro motivo mas de pelea. Me sentía tan extrañamente bien que decidí no decir nada y que las cosas evolucionen solas. Por ahí Analía se empezaba a coger a éste pibe, o por ahí el pibe no volvía y no se daba. Ya vería eso cuando llegara el momento. Tenía curiosidad también por ver que hacía mi mujer. Si pisaba el palito ella sola con algo o si pensaba que aquí no había pasado nada y seguía normal, sin decir o hacer nada.
Pensé que Analía iba a tardar mas en mover las piezas, la verdad.
Tuvimos un par de días normales (léase, malos como siempre) hasta que al tercer día por fin la hija de puta se deschavó sola. Esa mañana lo llamó a un amigo mío de muchos años, Roberto, de mi misma edad, para tirarle el verso que me notaba medio deprimido, que no quería salir de casa, a ver si Roberto me empezaba a decir de salir aquí o allá, para que no estuviera todo el tiempo encerrado en casa. Me quería sacar de ahí, aunque fuera unas pocas horas de vez en cuando, con eso aparentemente le alcanzaba.
Roberto, por supuesto sin saber, aceptó gustoso y me empezó a decir de salir por ahí. A lo que sea, a tomarnos un café o unas cervezas, al hipódromo o al casino, cualquier cosa. Y yo le seguí el juego, le aceptaba siempre. Con Roberto tenía mucha confianza, es un muy buen amigo, así que durante una charla en una de éstas salidas le conté lo que estaba pasando, como Analía lo había engañado con el llamado, y el por qué. Igualmente le dije que no hiciera nada, que no se diera por aludido, que me siguiera invitando que, dicho sea de paso, a mi me gustaba siempre salir con él y despejarme un poco, mas allá de lo que estuviera tramando mi mujer o no.
Lo que sí empecé a hacer, me forcé a acostumbrarme, era que cada vez que yo volvía a casa luego de éstas salidas, lo hacía lo mas sigilosamente posible y tratando de nunca llegar a la hora que había dicho que iba a llegar, siempre un poco antes. A ver si la encontraba haciendo algo. La verdad que no sabía que iba a hacer yo si la sorprendía in fraganti, no había llegado a ese punto, pero ese río lo iba a cruzar cuando llegara. Me interesaba mas no ser predecible con mis horarios de regreso y entrar sin hacer ruido, para no espantar ninguna situación que se estuviera dando dentro de casa.
Yo ya me estaba desanimando un poco porque luego de un par de semanas de salir de vez en cuando con Roberto, al regresar a casa antes de tiempo y entrar sigilosamente a casa, nunca había encontrado nada. A veces Analía había salido, o a veces la encontraba nada mas mirando la TV o durmiendo una siesta o haciendo algo de la casa. Siempre fue así.
Pensé que estaba siendo víctima de mi propia paranoia hasta que un buen día, por fin después de tantos intentos, por fin la pesqué.
Era un jueves. Yo había salido a almorzar con Roberto. Dije que volvía después de las tres de la tarde, seguro, pero ya eran las dos y cuarto y yo ya estaba lenta y silenciosamente metiendo la llave en la puerta de calle de la casa y abriéndola despacito. Me adentré muy cuidadosamente. La casa estaba inmersa en el silencio de la tarde, pero ya desde el pasillo sentí un olor todavía muy fuerte a comida. Analía había cocinado algo para el almuerzo y no hacía mucho. Con cuidado me fui adentrando hasta que escuché los murmullos y sentí la presencia de alguien en el living. Cuando estiré la cabeza para espiar lo que estaba pasando, rogando no ser descubierto, ahí los vi.
Analía le debe haber cocinado un almuerzo y después de comer se habrían sentado en el sillón del living. A charlar o a besuquearse, vaya a saber que. Pero Analía ya se había bajado el vestido y estaba con las tetas al aire, arrodillada frente al pendejo y saboreándole la verga, con los ojitos cerrados de placer.
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Se la estaba chupando con un amor y unas ganas que me quedé mirando un rato. No, ésta situación no es una de esas típicas que el tipo ve a la mujer con otro y ahí se le para de nuevo después de años y se da cuenta que le gusta ser cornudo. A mi ya, sin la ayuda de la pastilla, no se me para nada. Y la verdad me dió bastante bronca verlo, pese a todo lo que me había dicho a mi mismo que no me importaba. Pero al mismo tiempo algo de morbo me dio así que me quedé mirando, seguro que no me iban a ver desde donde estaba.
Los dos la estaban pasando lindo, mirándose y diciéndose cositas por lo bajo cuando mi mujer tenía que tomar aire, antes de mandarse la verga del pendejo de nuevo en la boca hasta los huevos. Yo se muy bien como chupa pija Analía cuando tiene ganas, eso me lo acuerdo bien pese a que ya hacía años que a mi no me lo hacía, así que estaba seguro que el pibe la estaba pasando bárbaro. Y así se le oía, gimiendo su placer despacio mientras mi mujer le adoraba la verga con su boca.
Estuvieron así un rato hasta que mi mujer se paró y se empezaron a besuquear y manosear. Se terminaron de sacar la ropa, el pibe se sentó en el sillón y Analía se le subió encima, montándoselo y sentándose encima de la verga dura del pibe. La verdad que un poco lo envidiaba al pendejo, acordándome de mis épocas cuando a mi se me ponía así de dura, y realmente el pibe tenía un buen pijón. Analía lo estaba disfrutando mucho. El pibe se aferró a los dos gomones que le brincaban frente a la cara y los chupaba con gusto, mientras que mi mujer se empezó a coger ella sola sobre la pija dura del pibe, gritando y gimiendo el placer de cómo esa verga dura y joven le llenaba y le ensanchaba bien la concha de madura y de puta que tenía. El pibe le disfrutaba las gomas bastante, se ve que le encantaba, y de vez en cuando también le aferraba el culo para cogérsela más fuerte, dándole embestidas desde abajo que la hacían chillar de placer, pero enseguida volvía a estrujarle y chuparle las gomas, que parecía que era lo que más le gustaba.
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Analía no duró mucho. Le dió una sentada profunda al pibe, enterrándose bien toda la verga y empezó a gemir así su orgasmo, temblando y frotándose contra el pibe, que nada mas le seguía chupando las tetas y diciéndole guarangadas. A ella no parecía molestarle. Pronto ella se salió de él y después de unos besos, rápidamente le dió otra mamada. No se si quería hacerlo acabar de esa manera, o nada mas de lo mucho que le encantaba tener esa verga en la boca.
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Pero pronto el pendejo no aguantó más, la separó de su verga tomándola del pelo y se la sentó encima de nuevo, esta vez de espaldas. Así como estaba desde abajo le entró a dar una machacada a mi mujer que le sacó unos gemidos y chillidos de placer inusitados. El pibe necesitaba acabar y se la estaba cogiendo bien fuerte. Ahí fue cuando decidí irme. No se por que no me quería quedar a ver eso, ya había visto suficiente. Y por las cosas que se decían mientras cogían, me quedó claro que no era la primera vez que lo hacían. Nada más era la primera vez que yo lo veía. Ya tenían una familiaridad con el sexo que me daba la pauta que lo habían hecho ya varias veces.
Si me quedó grabada la cara de éxtasis de la puta de mi mujer mientras el pibe se la cogía así, duro, fuerte y parejo, haciendo que las tetas le reboten y se le sacudan en el aire.
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Me fui de ahí despacio, sin hacer ruido, y al salir de casa lo único que escuchaba eran los gemidos de placer de Analía, bajito, apenas por sobre el silencio de la tarde. Me fui al cafetín que había en la esquina a tomarme un café mientras miraba por la ventana y vigilaba la puerta de casa, a ver cuando el pibe se iba. Ya se acercaba la hora, ya eran casi las tres menos cuarto y si el pibe no se iba pronto, la iban a estar cortando muy pero muy justo, acercándose a la hora que yo había dicho que iba a regresar. Quería ver cuanto se la querían jugar.
Pero enseguida vi la puerta de casa a la distancia abrirse y al pibe irse. Faltaban quince minutos para las tres, se arriesgaron, pero no mucho.
Finalmente volví a casa casi a las cuatro, haciéndome bien el boludo y saludando como si nada. Todo parecía normal, nada estaba desordenado, todo limpio y Analía seguía con el trato normal de no darme mucha bola. Aunque yo sabía que por dentro debía estar feliz y llena de paz por la cogida que le acababa de dar el turrito ese. Si estaba feliz, no me lo hizo saber. Seguía con su trato normal, de mierda, conmigo.
Así fueron pasando las cosas, los días, las semanas y mis salidas con Roberto. Pero a mi me interesaba más quedarme de espía en el cafetín, para ver cuándo y cuántas veces el pibe iba a casa. No tenía intenciones de meterme de nuevo en casa a espiarlos. Si ella se lo quería coger, problema de ella. Pero yo sí quería tener una idea de cuantas visitas hubo a casa y por cuánto tiempo. Yo no tenía puestas cámaras ni nada de eso, así que por lo menos el tener anotadas las veces, días y horarios que lo había visto al pibe en casa me iba a servir como material.
Material ya sea para demostrarle a Analía que yo sabía, si la confrontaba por ésto en algún momento, o material que sirva para un eventual divorcio si es que la mano se daba por ahí.
Había veces que yo nada mas decía que salía con Roberto, pero me iba al cafetín a vigilar la casa. Por supuesto, como un relojito, a la media hora mas o menos que yo me iba en mi salida, el pibe aparecía, tocaba el timbre y entraba. Era tan metódico que yo estaba seguro que Analía le avisaba por celular cuando yo me iba o algo asi. No podía ser tan casual todo.
Yo seguía por supuesto sin culpar a Jony. La verdad, es más, hasta lo entendía. El pibe vio que se le dió la oportunidad y la tomó. Es inimputable. Vaya uno a saber cómo y dónde viviría. Al pibe le avisaban, caía en casa, mi mujer le hacía de comer y como postre le dejaba una buena cogida a la muy puta. Quien no agarraría? Nada que decirle al pibe, lo felicito.
Pero a la conchuda de Analía cada día que veía al pibe ir, tocar el timbre y pasar, mas bronca le tenía. Y por algún motivo me daba cuenta que era mutuo. Nuestro trato se fue haciendo cada vez mas seco y peor cuando estábamos en casa. No se si sospechaba que yo sabía, no lo creo, no tenía forma de saber. Pero estaba bastante claro que cuanto más verga recibía del pibe, menos bola me daba. Y lo mal que se ponía cuando yo, a propósito, por ahí me pasaba dos o tres días seguidos en casa sin querer salir, ya que no lo podía llamar a Jony para que fuera y se la garche. Sin decirme por qué, se desquitaba conmigo en pequeñas cosas. Pero yo sí sabía por qué y me reía por dentro.
Finalmente un día en el que salí con Roberto (una de las salidas en serio, no mis vigilancias) salió el tema y como teníamos toda la confianza le conté lo que estaba pasando en casa y lo que estaba pasando con mi mujer y éste pibe. Roberto se puso mal porque pensaba que eso era lo que me tenía mal a mi, pero le expliqué que realmente no me importaba. Pero si me jodía que lo hiciera en casa. Eso era lo que más me molestaba.
Y cuando llegamos a charlar el tema de un posible divorcio, si es que se llegaba a dar, Roberto se rió un poco cuando le dije lo de mi libretita en donde anotaba las visitas del pibe. Me dijo que era tierno eso, pero que no servía como evidencia. La verdad que tenía razón, sería inadmisible. Eran, al fin y al cabo, anotaciones que yo perfectamente me podría haber inventado. Lo que sí serviría y mucho, me dijo, como evidencia para tener, eran fotos o algún video de mi mujer y el pibe juntos en casa. Si era posible, durante el acto, mucho mejor. Eso si era evidencia irrefutable, no garabatos en una libretita.
Yo lo pensé. Me exponía mucho a que me descubrieran si me metía en casa cuando estaban los dos. Si, lo había hecho una vez y había salido bien, los dos estaban bastante distraídos el uno con el otro. Y por ahí si lo hacía otra vez iba a salir igual. Pero por ahí no. Por ahí me descubrían o se daban cuenta que estaba ahí y saltaba flor de quilombo.
Roberto se rió de nuevo. Me dijo que problema había si me descubrían? Si me descubrían yo me hacía el marido indignado que se encontró con eso sin saber, lo echaba al pendejo de casa y me peleaba con mi mujer, como hacía todo el mundo en una situación así. Yo no tenía nada que perder. Salvo que…
“Salvo que… qué?”, le pregunté mientras me tomaba un sorbito de café.
“Nada, salvo que … que se yo, Miguel…”, me dijo Roberto mientras pensaba, “Por ahí no es así, pero si Analía se enamoró del pendejo te va a decir que se quiere ir de la casa a vivir con él… algo asi, no se”
“Por mi que se vaya. Problema de ella”, le dije.
“Si bueno, o por ahí quiere esperar que te mueras y llevarse al pibe a vivir ahí!”, se rió y me guiñó un ojo, jodiéndome. Yo no le contesté, nada más me quedé pensando con el café en la mano y en el aire. “Eh, che, es un chiste no te calentes…”
“Eh? No, no me calenté… es que… puede ser, no?”, le pregunté.
“Que? Eso? Nah, no creo…”
“No se si no creo. Es posible. Por ahí tenés razón.”, le dije. Roberto se me quedó mirando y yo seguí, “Por ahí si le gusta el pendejo y… fletarme de casa no lo va a hacer. No puede. Pero ésta hija de puta, mirá, con lo mal que nos llevamos y lo poco que me traga… no sé.”
“Boludo… en serio es para tanto?”, me preguntó.
“Y no se, Rober…”, le dije, “El mes pasado si me preguntabas si Analía por ahí estaría con otro te hubiese dicho que si, puede ser, por que no? Pero si me decías que era con un pibe asi de la calle, cartonero, que va, almuerza y se la garcha… eso si que no te lo creía. Pero acá estamos.”
Roberto guardó silencio un largo rato mientras pensaba. Los dos lo hicimos. Finalmente me dijo, “A vos te parece en serio que va a querer hacerte algo para quedarse con la casa?”
Yo me encogí de hombros, “Yo no pongo las manos en el fuego por nadie. Y menos por esa conchuda.”
“Vos crees que es capaz?”, me preguntó.
“No? Si? No se? Depende de que tan metejoneada esté con el pendejo?”, le dije, “Ella sabe que si me llegara a decir… ponele que salte todo no? Si me llegara a decir que quiere estar con el pibe y que el pibe se mude a casa para eso… sabe que la saco cagando. Ni en pedo voy a aceptar algo así. Si se quiere separar y se quiere ir a vivir con él por ahí, que se vaya. Por mi encantado. Pero lo otro no se lo aceptaría nunca.”
“Uf… bueno… no sabía que estaba tan jodida la cosa”, me dijo y me sonrió suavemente, “Tené cuidado, boludo. Las minas pueden ser muy jodidas cuando se ponen asi”
“Si, ya se. Y ésta hija de puta más.”
“Pero bueno, todo depende de que tan metida esté con el pibe, no?”, me sonrió, “Por ahí le gusta que se la garche y nada mas, no pasa de eso.”
“Si, puede ser… no se, ya me daré cuenta, me imagino”, le dije.
“Igual, por lo pronto, hace lo de la foto y el video. Eso sirve en cualquier caso. Tener eso sirve, Miguel. Hacelo. Y no te preocupes si te descubren, ya sabés que hacer.”
Yo le asentí. Tenía razón. Tenía que documentar lo que estaba pasando. No tenía cámaras ni nada, y tampoco iba a empezar a ponerlas ahora. Era cuestión de dejar las cosas armadas para otra de mis salidas fantasma con Roberto, esperar que el pibe vaya a casa y meterme a ver que encontraba. Celular en mano, listo para sacar alguna foto o algún video a escondidas y rogar que se viera bien todo.
No tenía otra opción.
La pregunta era si yo me daba por aludido o no. Si yo le decía que sabía o no. La verdad que no tenía ganas de agregar otro motivo mas de pelea. Me sentía tan extrañamente bien que decidí no decir nada y que las cosas evolucionen solas. Por ahí Analía se empezaba a coger a éste pibe, o por ahí el pibe no volvía y no se daba. Ya vería eso cuando llegara el momento. Tenía curiosidad también por ver que hacía mi mujer. Si pisaba el palito ella sola con algo o si pensaba que aquí no había pasado nada y seguía normal, sin decir o hacer nada.
Pensé que Analía iba a tardar mas en mover las piezas, la verdad.
Tuvimos un par de días normales (léase, malos como siempre) hasta que al tercer día por fin la hija de puta se deschavó sola. Esa mañana lo llamó a un amigo mío de muchos años, Roberto, de mi misma edad, para tirarle el verso que me notaba medio deprimido, que no quería salir de casa, a ver si Roberto me empezaba a decir de salir aquí o allá, para que no estuviera todo el tiempo encerrado en casa. Me quería sacar de ahí, aunque fuera unas pocas horas de vez en cuando, con eso aparentemente le alcanzaba.
Roberto, por supuesto sin saber, aceptó gustoso y me empezó a decir de salir por ahí. A lo que sea, a tomarnos un café o unas cervezas, al hipódromo o al casino, cualquier cosa. Y yo le seguí el juego, le aceptaba siempre. Con Roberto tenía mucha confianza, es un muy buen amigo, así que durante una charla en una de éstas salidas le conté lo que estaba pasando, como Analía lo había engañado con el llamado, y el por qué. Igualmente le dije que no hiciera nada, que no se diera por aludido, que me siguiera invitando que, dicho sea de paso, a mi me gustaba siempre salir con él y despejarme un poco, mas allá de lo que estuviera tramando mi mujer o no.
Lo que sí empecé a hacer, me forcé a acostumbrarme, era que cada vez que yo volvía a casa luego de éstas salidas, lo hacía lo mas sigilosamente posible y tratando de nunca llegar a la hora que había dicho que iba a llegar, siempre un poco antes. A ver si la encontraba haciendo algo. La verdad que no sabía que iba a hacer yo si la sorprendía in fraganti, no había llegado a ese punto, pero ese río lo iba a cruzar cuando llegara. Me interesaba mas no ser predecible con mis horarios de regreso y entrar sin hacer ruido, para no espantar ninguna situación que se estuviera dando dentro de casa.
Yo ya me estaba desanimando un poco porque luego de un par de semanas de salir de vez en cuando con Roberto, al regresar a casa antes de tiempo y entrar sigilosamente a casa, nunca había encontrado nada. A veces Analía había salido, o a veces la encontraba nada mas mirando la TV o durmiendo una siesta o haciendo algo de la casa. Siempre fue así.
Pensé que estaba siendo víctima de mi propia paranoia hasta que un buen día, por fin después de tantos intentos, por fin la pesqué.
Era un jueves. Yo había salido a almorzar con Roberto. Dije que volvía después de las tres de la tarde, seguro, pero ya eran las dos y cuarto y yo ya estaba lenta y silenciosamente metiendo la llave en la puerta de calle de la casa y abriéndola despacito. Me adentré muy cuidadosamente. La casa estaba inmersa en el silencio de la tarde, pero ya desde el pasillo sentí un olor todavía muy fuerte a comida. Analía había cocinado algo para el almuerzo y no hacía mucho. Con cuidado me fui adentrando hasta que escuché los murmullos y sentí la presencia de alguien en el living. Cuando estiré la cabeza para espiar lo que estaba pasando, rogando no ser descubierto, ahí los vi.
Analía le debe haber cocinado un almuerzo y después de comer se habrían sentado en el sillón del living. A charlar o a besuquearse, vaya a saber que. Pero Analía ya se había bajado el vestido y estaba con las tetas al aire, arrodillada frente al pendejo y saboreándole la verga, con los ojitos cerrados de placer.
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Se la estaba chupando con un amor y unas ganas que me quedé mirando un rato. No, ésta situación no es una de esas típicas que el tipo ve a la mujer con otro y ahí se le para de nuevo después de años y se da cuenta que le gusta ser cornudo. A mi ya, sin la ayuda de la pastilla, no se me para nada. Y la verdad me dió bastante bronca verlo, pese a todo lo que me había dicho a mi mismo que no me importaba. Pero al mismo tiempo algo de morbo me dio así que me quedé mirando, seguro que no me iban a ver desde donde estaba.
Los dos la estaban pasando lindo, mirándose y diciéndose cositas por lo bajo cuando mi mujer tenía que tomar aire, antes de mandarse la verga del pendejo de nuevo en la boca hasta los huevos. Yo se muy bien como chupa pija Analía cuando tiene ganas, eso me lo acuerdo bien pese a que ya hacía años que a mi no me lo hacía, así que estaba seguro que el pibe la estaba pasando bárbaro. Y así se le oía, gimiendo su placer despacio mientras mi mujer le adoraba la verga con su boca.
Estuvieron así un rato hasta que mi mujer se paró y se empezaron a besuquear y manosear. Se terminaron de sacar la ropa, el pibe se sentó en el sillón y Analía se le subió encima, montándoselo y sentándose encima de la verga dura del pibe. La verdad que un poco lo envidiaba al pendejo, acordándome de mis épocas cuando a mi se me ponía así de dura, y realmente el pibe tenía un buen pijón. Analía lo estaba disfrutando mucho. El pibe se aferró a los dos gomones que le brincaban frente a la cara y los chupaba con gusto, mientras que mi mujer se empezó a coger ella sola sobre la pija dura del pibe, gritando y gimiendo el placer de cómo esa verga dura y joven le llenaba y le ensanchaba bien la concha de madura y de puta que tenía. El pibe le disfrutaba las gomas bastante, se ve que le encantaba, y de vez en cuando también le aferraba el culo para cogérsela más fuerte, dándole embestidas desde abajo que la hacían chillar de placer, pero enseguida volvía a estrujarle y chuparle las gomas, que parecía que era lo que más le gustaba.
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Analía no duró mucho. Le dió una sentada profunda al pibe, enterrándose bien toda la verga y empezó a gemir así su orgasmo, temblando y frotándose contra el pibe, que nada mas le seguía chupando las tetas y diciéndole guarangadas. A ella no parecía molestarle. Pronto ella se salió de él y después de unos besos, rápidamente le dió otra mamada. No se si quería hacerlo acabar de esa manera, o nada mas de lo mucho que le encantaba tener esa verga en la boca.
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Si me quedó grabada la cara de éxtasis de la puta de mi mujer mientras el pibe se la cogía así, duro, fuerte y parejo, haciendo que las tetas le reboten y se le sacudan en el aire.
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Me fui de ahí despacio, sin hacer ruido, y al salir de casa lo único que escuchaba eran los gemidos de placer de Analía, bajito, apenas por sobre el silencio de la tarde. Me fui al cafetín que había en la esquina a tomarme un café mientras miraba por la ventana y vigilaba la puerta de casa, a ver cuando el pibe se iba. Ya se acercaba la hora, ya eran casi las tres menos cuarto y si el pibe no se iba pronto, la iban a estar cortando muy pero muy justo, acercándose a la hora que yo había dicho que iba a regresar. Quería ver cuanto se la querían jugar.
Pero enseguida vi la puerta de casa a la distancia abrirse y al pibe irse. Faltaban quince minutos para las tres, se arriesgaron, pero no mucho.
Finalmente volví a casa casi a las cuatro, haciéndome bien el boludo y saludando como si nada. Todo parecía normal, nada estaba desordenado, todo limpio y Analía seguía con el trato normal de no darme mucha bola. Aunque yo sabía que por dentro debía estar feliz y llena de paz por la cogida que le acababa de dar el turrito ese. Si estaba feliz, no me lo hizo saber. Seguía con su trato normal, de mierda, conmigo.
Así fueron pasando las cosas, los días, las semanas y mis salidas con Roberto. Pero a mi me interesaba más quedarme de espía en el cafetín, para ver cuándo y cuántas veces el pibe iba a casa. No tenía intenciones de meterme de nuevo en casa a espiarlos. Si ella se lo quería coger, problema de ella. Pero yo sí quería tener una idea de cuantas visitas hubo a casa y por cuánto tiempo. Yo no tenía puestas cámaras ni nada de eso, así que por lo menos el tener anotadas las veces, días y horarios que lo había visto al pibe en casa me iba a servir como material.
Material ya sea para demostrarle a Analía que yo sabía, si la confrontaba por ésto en algún momento, o material que sirva para un eventual divorcio si es que la mano se daba por ahí.
Había veces que yo nada mas decía que salía con Roberto, pero me iba al cafetín a vigilar la casa. Por supuesto, como un relojito, a la media hora mas o menos que yo me iba en mi salida, el pibe aparecía, tocaba el timbre y entraba. Era tan metódico que yo estaba seguro que Analía le avisaba por celular cuando yo me iba o algo asi. No podía ser tan casual todo.
Yo seguía por supuesto sin culpar a Jony. La verdad, es más, hasta lo entendía. El pibe vio que se le dió la oportunidad y la tomó. Es inimputable. Vaya uno a saber cómo y dónde viviría. Al pibe le avisaban, caía en casa, mi mujer le hacía de comer y como postre le dejaba una buena cogida a la muy puta. Quien no agarraría? Nada que decirle al pibe, lo felicito.
Pero a la conchuda de Analía cada día que veía al pibe ir, tocar el timbre y pasar, mas bronca le tenía. Y por algún motivo me daba cuenta que era mutuo. Nuestro trato se fue haciendo cada vez mas seco y peor cuando estábamos en casa. No se si sospechaba que yo sabía, no lo creo, no tenía forma de saber. Pero estaba bastante claro que cuanto más verga recibía del pibe, menos bola me daba. Y lo mal que se ponía cuando yo, a propósito, por ahí me pasaba dos o tres días seguidos en casa sin querer salir, ya que no lo podía llamar a Jony para que fuera y se la garche. Sin decirme por qué, se desquitaba conmigo en pequeñas cosas. Pero yo sí sabía por qué y me reía por dentro.
Finalmente un día en el que salí con Roberto (una de las salidas en serio, no mis vigilancias) salió el tema y como teníamos toda la confianza le conté lo que estaba pasando en casa y lo que estaba pasando con mi mujer y éste pibe. Roberto se puso mal porque pensaba que eso era lo que me tenía mal a mi, pero le expliqué que realmente no me importaba. Pero si me jodía que lo hiciera en casa. Eso era lo que más me molestaba.
Y cuando llegamos a charlar el tema de un posible divorcio, si es que se llegaba a dar, Roberto se rió un poco cuando le dije lo de mi libretita en donde anotaba las visitas del pibe. Me dijo que era tierno eso, pero que no servía como evidencia. La verdad que tenía razón, sería inadmisible. Eran, al fin y al cabo, anotaciones que yo perfectamente me podría haber inventado. Lo que sí serviría y mucho, me dijo, como evidencia para tener, eran fotos o algún video de mi mujer y el pibe juntos en casa. Si era posible, durante el acto, mucho mejor. Eso si era evidencia irrefutable, no garabatos en una libretita.
Yo lo pensé. Me exponía mucho a que me descubrieran si me metía en casa cuando estaban los dos. Si, lo había hecho una vez y había salido bien, los dos estaban bastante distraídos el uno con el otro. Y por ahí si lo hacía otra vez iba a salir igual. Pero por ahí no. Por ahí me descubrían o se daban cuenta que estaba ahí y saltaba flor de quilombo.
Roberto se rió de nuevo. Me dijo que problema había si me descubrían? Si me descubrían yo me hacía el marido indignado que se encontró con eso sin saber, lo echaba al pendejo de casa y me peleaba con mi mujer, como hacía todo el mundo en una situación así. Yo no tenía nada que perder. Salvo que…
“Salvo que… qué?”, le pregunté mientras me tomaba un sorbito de café.
“Nada, salvo que … que se yo, Miguel…”, me dijo Roberto mientras pensaba, “Por ahí no es así, pero si Analía se enamoró del pendejo te va a decir que se quiere ir de la casa a vivir con él… algo asi, no se”
“Por mi que se vaya. Problema de ella”, le dije.
“Si bueno, o por ahí quiere esperar que te mueras y llevarse al pibe a vivir ahí!”, se rió y me guiñó un ojo, jodiéndome. Yo no le contesté, nada más me quedé pensando con el café en la mano y en el aire. “Eh, che, es un chiste no te calentes…”
“Eh? No, no me calenté… es que… puede ser, no?”, le pregunté.
“Que? Eso? Nah, no creo…”
“No se si no creo. Es posible. Por ahí tenés razón.”, le dije. Roberto se me quedó mirando y yo seguí, “Por ahí si le gusta el pendejo y… fletarme de casa no lo va a hacer. No puede. Pero ésta hija de puta, mirá, con lo mal que nos llevamos y lo poco que me traga… no sé.”
“Boludo… en serio es para tanto?”, me preguntó.
“Y no se, Rober…”, le dije, “El mes pasado si me preguntabas si Analía por ahí estaría con otro te hubiese dicho que si, puede ser, por que no? Pero si me decías que era con un pibe asi de la calle, cartonero, que va, almuerza y se la garcha… eso si que no te lo creía. Pero acá estamos.”
Roberto guardó silencio un largo rato mientras pensaba. Los dos lo hicimos. Finalmente me dijo, “A vos te parece en serio que va a querer hacerte algo para quedarse con la casa?”
Yo me encogí de hombros, “Yo no pongo las manos en el fuego por nadie. Y menos por esa conchuda.”
“Vos crees que es capaz?”, me preguntó.
“No? Si? No se? Depende de que tan metejoneada esté con el pendejo?”, le dije, “Ella sabe que si me llegara a decir… ponele que salte todo no? Si me llegara a decir que quiere estar con el pibe y que el pibe se mude a casa para eso… sabe que la saco cagando. Ni en pedo voy a aceptar algo así. Si se quiere separar y se quiere ir a vivir con él por ahí, que se vaya. Por mi encantado. Pero lo otro no se lo aceptaría nunca.”
“Uf… bueno… no sabía que estaba tan jodida la cosa”, me dijo y me sonrió suavemente, “Tené cuidado, boludo. Las minas pueden ser muy jodidas cuando se ponen asi”
“Si, ya se. Y ésta hija de puta más.”
“Pero bueno, todo depende de que tan metida esté con el pibe, no?”, me sonrió, “Por ahí le gusta que se la garche y nada mas, no pasa de eso.”
“Si, puede ser… no se, ya me daré cuenta, me imagino”, le dije.
“Igual, por lo pronto, hace lo de la foto y el video. Eso sirve en cualquier caso. Tener eso sirve, Miguel. Hacelo. Y no te preocupes si te descubren, ya sabés que hacer.”
Yo le asentí. Tenía razón. Tenía que documentar lo que estaba pasando. No tenía cámaras ni nada, y tampoco iba a empezar a ponerlas ahora. Era cuestión de dejar las cosas armadas para otra de mis salidas fantasma con Roberto, esperar que el pibe vaya a casa y meterme a ver que encontraba. Celular en mano, listo para sacar alguna foto o algún video a escondidas y rogar que se viera bien todo.
No tenía otra opción.
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