Hola a tod@s, les comparto este relato que encontré en la web, el autor es habitacionroja, totalmente de su autoría, nada añadido o restado, al final les dejo el link de la página.
Desesperado por desahogo, acudo a esta página para compartirles mis últimas vivencias. Vivencias que sacudieron por completo toda mi realidad, al punto alterar todo lo que consideraba normal en mi matrimonio.
De antemano me disculpo por cualquier error o detalle en la escritura, a pesar de haber disfrutado mucho escribiendo todas estas locuras, nunca fui muy bueno escribiendo y más de alguna equivocación pude haber cometido. Además, me disculpo también por lo extenso que terminó resultando… pero realmente fue casi como una terapia el plasmar todo esto en palabras y tenía mucho que sacarme del pecho.
Llegado el momento, sé que tendré que dar muchas explicaciones por las bajas e indebidas experiencias que narraré a continuación. Experiencias que carcomen mi conciencia y me ahogan en culpa, pero que, aun sabiendo que me garantizarán un pase directo al infierno: no me arrepiento de nada.
Me casé prematuramente con una maravillosa jovencita, mi Catalina. Nos conocimos cuando ella tenía apenas trece años y yo diecisiete.
Todo fue avanzando tan rápidamente, que hoy, algo más reflexivo y paciente… me cuesta creer todo lo acontecido entre nosotros en tan poco tiempo.
Ella con diecisiete y yo con veintiuno nos comprometíamos ante la ley uniendo nuestras vidas en matrimonio. Y al año siguiente, ya estábamos esperando por una criatura que se gestaba en su vientre.
Sabíamos que no fue el mejor de los comienzos para nosotros, ni el más cuerdo o correcto. Aún vivíamos en casa de mis padres y éramos solo un par de mocosos que ni todavía terminaban sus estudios, pero que ya jugaban a ser una pareja seria y consolidada.
Pero a pesar de esto y del mundo que nos gritaba a diario que estábamos haciendo todo mal y apresuradamente, no nos desmotivamos y continuamos construyendo nuestro lecho.
Las cosas no salieron tan mal para nosotros considerando el cómo arrancamos. Hoy en día, después de seis años como pareja, ya hemos conseguido grandes cosas que para el común de los jóvenes se les complica mucho más: a cambio de haber realizado grandes sacrificios, claro está.
Ya podíamos despedirnos de la casa de mis padres e irnos a vivir a un modesto pero cálido y tranquilo apartamento, ideal para una joven familia. Mi amada con sus veintitrés añitos, se licenciaba en tiempo récord de enfermera y yo me forjaba en mi trabajo. Había tenido que abandonar momentáneamente mis estudios en pos de proveer a mi familia, pero estaba seguro de que en un futuro cercano podría retomarlos.
Todo parecía ir de maravillas, funcionábamos muy bien como pareja y a pesar de la inexperiencia e inmadurez, sacábamos adelante nuestro prematuro hogar. Pero claro, no todo puede ser color de rosas en esta vida.
Comenzaba a crecer en mí cierto descontento e insatisfacción en cuanto a nuestra intimidad en la cama. En un comienzo, no parecía ser un factor determinante a la hora de ser feliz con mi Catalina… en especial, considerando sus conflictos sobre el tema. Pero a medida que pasaba el tiempo, necesitaba más y más de una vida sexual activa y variada: cosa que no encontraba en ella.
Diversas y complejas vivencias hicieron de mi esposa una mujer muy sumisa, tímida, recatada y de muy baja libido. No quiero sumergirme demasiado en tales acontecimientos tan complejos para ella, más allá de comentarles que fueron tremendamente difíciles de superar. Además, mi pequeña esposa había sido criada bajo un régimen de moral y fanatismo religioso. Pero en fin, nunca la juzgué ni nada por el estilo, solo me dediqué a acompañarla y apoyarla.
A todas estas oscuras vivencias, debía sumarle la maternidad, la cual tampoco fue una experiencia fácil para ella. Provocó grandes cambios en su vida y en su persona, siendo tan joven.
Todas estas aristas hicieron mella en la personalidad y confianza de mi amada. Tremendamente injusto, ya que siempre fue una gran persona, además de una hermosa y tierna chica.
Nunca me atreví a reclamar ni en lo más mínimo lo abandonado que me tenía en cuanto a nuestra vida sexual. Incluso, la comprendía a la perfección y la amaba por sobre todo. Pero esto no acallaba ni calmaba mi lasciva libido que se desbordaba cada día más, llevándome lentamente hasta el borde donde la cordura se encuentra con la locura.
Una nueva promesa por buscar ayuda y trabajar su situación, junto a una monótona, recatada y breve noche de pasión marital... lograban calmar mis ansias momentáneamente y acallar mi cabeza. Pero en la interminable espera en que se repitiera nuevamente, caía nuevamente en mi locura y desesperación.
Las semanas pasaban y pasaban, y mi frustración solo crecía. Sufría, realmente sufría por compartir mi vida con la mujer de mis sueños y no poder desarrollar una vida sexual plena con ella.
Cada día desvariaba más y mi imaginación era colapsada por las más pervertidas fantasías, todas tenían como foco principal a mi amada, en las más descabelladas y perversas situaciones sexuales.
En mi turbada mente, mi Catita se convertía en toda una puta sedienta por placer masculino. Incluso, en lo más profundo y privado de mi ser, siempre fue ella el centro de mi completo interés.
La miraba de reojo mientras se cambiaba ropa y entraba al baño mientras ella se duchaba rogando por ver un poco de su carne. Mi Catalina comenzaba su práctica en un centro médico y cada vez que la veía vistiendo su uniforme de enfermera… ¡Maldición! me dejaba sin aliento.
Su cuerpo de metro sesenta y cinco, no había perdido su delicada y femenina figura. Aún conservaba el mismo aspecto de su tierna adolescencia: Delgadita... muy delgadita y frágil. Pero con los años comenzó a desarrollarse en las partes indicadas.
Sus senos quedaron tiernamente pequeños pero formaditos y con el tamaño idóneo para su figura y mi deseo. Mientras que su trasero... ¡Dios mío! ese culazo. Robaba más miradas que nunca por la calle al igual que mi aliento.
Su vientre plano, como si su cuerpo no acumulara un solo gramo de grasa y su cintura fina y diminuta como de avispa.
Su piel clara, tersa y suave como seda, que contrastaba a la perfección con su cabello oscuro como noche sin luna. Siempre lo llevó de corta melena, que de manera natural se le ondulaba levemente, pero que de vez en cuando se la alisaba.
Su fisonomía era definida y delicada. De respingada y pequeña nariz; labios suaves y tiernamente carnuditos; y unos ojazos grandes y redondos que siempre reflejaban su característica ternura e inocencia.
Me frustraba de sobremanera compartir el lecho con semejante bomboncito y no poder disfrutarlo como era debido.
Una tarde, mi amada se vestía para una fiesta de fin de año del centro médico en el que realizaba su práctica como enfermera. No le correspondía asistir, ya que solo era para trabajadores de planta. Pero se había desenvuelto tan bien en sus labores, que a pesar de ser practicante su jefe hizo una excepción y le permitió asistir.
Dicha fiesta era solo para trabajadores, así que yo no podría acompañarla, por lo que no me quedaba más que ir a dejarla y buscarla una vez que esta terminara.
Mi mujercita nunca fue de fiestas ni nada parecido, pero se sintió tan comprometida, que no le quedó de otra que ir, casi obligada.
Iba de aquí para allá por todo nuestro hogar, buscando su ropa, vistiéndose, maquillándose, peinándose. Me encantó verla tan preocupada de su aspecto y con cierta vergüenza debía admitir que no podía quitarle el ojo de encima. La miraba sin que se diese cuenta, deleitando cada centímetro de su cuerpo.
El vestido que se había comprado para la ocasión le quedaba de maravillas. Era azul oscuro y le llegaba a medio muslo... ajustado arriba y levemente acampanado abajo. ¡Maravilloso!
Se puso unas oscuras y transparentes medias con encaje en el borde superior, borde elástico que las mantenía apegadas a sus piernas. Llegaban estas hasta sus muslos, ocultándose bajo su vestido. Se compró también un discreto y recatado conjunto de ropa interior, de esos hechos para que no se marquen a través del vestido.
Su calzoncito se introducía levemente entre sus nalguitas. Me estaba volviendo loco, sufriendo en silencio. Se sintió demasiado provocativa… no le gustó. Pero la tranquilicé mientras analizábamos juntos su reflejo en el espejo.
Se maquilló discretamente con suaves colores y terminó con un juvenil perfume que se impregnó en su pecho. Se veía deliciosa, realmente deseaba poder acompañarla y estar junto a ella toda la noche... pero no sería posible.
La fui a dejar, la pobre estaba muy nerviosa intentando coordinar el encuentro con sus colegas. Dicha fiesta era en el centro de la ciudad, donde se aglomeraba toda la bohemia nocturna. Un gran centro de eventos se alzaba y se llenaba de todos los trabajadores de la salud del sector público. Entre todos ellos estaría mi pequeña, con su tímido y apocado ser.
Un pequeño y discreto beso de despedida se impregnó en mis labios, el que me los dejó pintados levemente de suave coral. Partió a su fiesta mi dulzura.
Me gustaba verla desenvolverse en la carrera que había elegido ejercer, pero disfrutaba mucho más verla desenvolverse socialmente entre amigos y colegas. Por más a regañadientes y obligada que hubiera ido, estaba seguro de que le haría bien el salir de casa y compartir con más gente.
A mi pequeño hijo lo habíamos dejado con sus abuelos, ya que no podía dejarlo solito y lo más probable era que tuviera que ir demasiado tarde a por Catalina: por lo que creímos que dejarlo dormir en casa de mis padres sería lo mejor.
Llegué a nuestro hogar, primera vez que tenía todo el espacio para mí solo durante la noche. No recordaba la última vez que me había sentido tan cómodo y tranquilo. Unas pelis para distraer la mente en la comodidad del lecho con sábanas recién cambiadas y con el cuerpo aseado en profundidad.
Esperaba con ansias a mi amada, para poder deleitarla un poco más en tan hermosas prendas, con la esperanza ilusa de que llegara quizás algo desatada y juguetoncita.
Sin darme cuenta, ya pasaban de las once de la noche. Recordé las palabras de Catalina: "A más tardar me vendré como a las doce mi amor... para que estés atento en ir a buscarme, por favor". Por lo que me dispuse a esperar su mensaje, el que me indicaría que debía ponerme en marcha.
Ya pasaba de la media noche y aún seguía sin recibir noticias suyas. Cuando el palito corto estaba más cerca del uno que del doce, le escribí un mensaje para asegurarme de que se encontrara bien.
—“¿Todo bien?” —fue lo único que le pregunté y nada más, no quería parecer un controlador ni arruinarle la fiesta.
No me respondió, no pude evitar preocuparme un poco. Mi lado sobreprotector comenzaba a asomar su cara, pero tampoco quise llamarla, siendo que simplemente podría estar pasándolo bien sin haberse percatado de la hora y nada más.
Casi a las dos de la madrugada, me escribió: "Lo siente... n No había viste le hora, pero duerme tranquilo mi amor porque me van a ir a dejar". No pude evitar preguntarme... ¡¿Qué diablos estaba pasando?!
Ese comportamiento no era para nada común en ella, ni siquiera el equivocarse tanto al escribir. Pero ni modo, solo le pedí encarecidamente que se cuidara y que me llamara ante cualquier inconveniente. Me respondió con besos y con unas cuantas fotos de ella junto a sus colegas.
No podía despegar la vista de la pantalla de mi teléfono, completamente absorto en las fotos de mi mujer. En todas estas salía con una sonrisa de oreja a oreja, me encantaba verla tan feliz y jovial. Pero hubo una fotografía en particular que me descolocó demasiado.
En dicha fotografía se veía junto a un hombre mayor, de unos cuarenta años aproximadamente. Supuse yo que se trataba del doctor que hacía de su jefe, basándome en las descripciones que me había dado de él en conversaciones pasadas.
Cualquiera que hubiera visto tal foto, hubiera dicho que no había nada de extraño en ella ni mucho menos sospechoso... más allá de un cercano momento entre compañeros de trabajo. Pero yo que conocía muy bien a mi pequeña, me di cuenta de inmediato que algo no era normal: La mano del mayor se posaba con confianza y atrevimiento sobre la cintura de mi mujer.
No me malinterpreten, no pensaba hacer una escena con tan poca cosa como un desquiciado e inseguro celópata, no fue eso lo que alteró mi calma. Era solo que conocía hace tantos años a mi Catalina y jamás, pero ¡Jamás!, ella había permitido que otro hombre hiciera contacto físico con ella… ni el más mínimo siquiera, de ninguna manera posible.
Sé que suena exagerado, pero mi pequeña era realmente muy esquiva y poco receptiva. Restringía incluso hasta el más mínimo contacto y muestra de afecto por parte de cualquiera. Definitivamente ahí pasaba algo… ¿O sería que ya me había vuelto completamente loco?
No podía conciliar el sueño, di vueltas sobre la cama una y otra vez... pero nada de dormir. Volví a poner una película intentando relajarme, pero no hubo caso. Mi atención y mi calma fueron completamente arrebatadas por la dichosa foto y las más turbias y siniestras fantasías comenzaron a gestarse en mi mente, una vez más.
Mi sentido común gritaba: “Es solo una foto, nada del otro mundo... no hay nada sospechoso ocurriendo... si hubiera algo indebido jamás te hubiese enviado una fotografía de aquello... Catalina jamás sería capaz de hacer algo así… es solo tu imaginación alterada por tu insatisfacción y frustraciones”. Pero mi locura no se calmaba.
Me estaba volviendo loco en la cama: La incertidumbre, los celos, la inseguridad. Poco a poco ciertas fantasías tomaban más fuerza, comenzando a convertirse en delirios. Delirios de traición, delirios de mi mujer en brazos de ese hombre, delirios indebidos y lascivos con mi mujer y ese desconocido como actores principales. Pero en lugar de rabia o molestia por tal escenario, un extraño y desconocido calor se apoderaba de mí. Dicho calor era tremendamente desviado y culposo, pero a la vez se sentía muy excitante.
Todavía sin comprender la desviada situación, una enorme erección se acrecentaba bajo las sábanas de mi cama. Debía estar completamente fuera de toda mi cordura... enloquecido... me... me... ¿Me gustaba imaginar a mi esposa a merced de ese sujeto?
Siempre creí que la imaginación es nuestro lugar más íntimo, privado y personal. Donde todo estaba permitido sin el miedo a prejuicios ni a críticas. Pero esto estaba a otra escala. No sabía cómo sentirme al respecto ni cómo lidiar con todo esto, solo sabía que bastaba la más ligera estimulación en mí como para hacerme acabar en la más intensa e incontrolable eyaculación.
Nunca antes había sentido tal cosa... en toda mi vida.
Ya pasaban de las cuatro y mi locura no se había reducido ni un poco siquiera. Un auto se detuvo en uno de los estacionamientos para los visitantes. Me levanté de un salto en completa demencia para ver por la ventana si es que se trataba de ellos. Necesitaba ver si se trataba de mi mujercita, necesitaba ver como se despedían, como se trataban, cómo era la química entre ellos, si es que habían o no miradas de complicidad.
Efectivamente, me la venían a dejar a casa. No se me dificultaba escucharlos con lo silente que era esa noche, solo los grillos acompañaban sus risas y sus pasos. Catalina se colgaba del brazo de su jefe, su andar estaba entorpecido y dificultado al igual que su hablar. Risas bulliciosas y bromas soltaban sin parar.
Cuando ingresaron al edificio, los perdí completamente de vista. Corrí descalzo entre la oscuridad y me acerqué hasta la puerta de nuestro humilde hogar: no demasiado como para que me descubrieran al abrirla, pero sí lo suficiente como para lograr escuchar su despedida.
Pisadas comenzaban a sonar a la distancia, venían desde fuera en dirección al ascensor. El característico sonido de las llaves de Catalina se comenzaba a escuchar. Mi corazón golpeaba ridículamente fuerte en mi pecho y en mi cabeza. Me sentía al borde del infarto, mientras que mi respiración se aceleraba fuera de control.
Para cuando las llaves comenzaron a ingresar con dificultad en la ranura, un tierno y dificultado: “¡Adiós jefe!”. Le oí decir a mi amada, seguido por un corto y fugaz beso de despedida. ¿Mi Catalina despidiéndose de beso?... ¿Habrá sido en la mejilla? ¿En la boca? ¿Se habrán acariciado o tocado? ¡Maldita sea!, la incertidumbre rasgaba lentamente la poca cordura que me quedaba.
Mi esposa entró a nuestro hogar, apoyaba su andar con los sofás y las paredes para no caer. Yo me escabullí furtivamente entre la oscuridad hasta llegar a nuestra habitación, la alfombra silenció mis fríos pies descalzos.
Con dificultad llegó hasta el baño donde ingresó a hacer uso de este en total privacidad. Yo me desplacé oculto y silente entre la oscuridad para apegar mi oído en la puerta de este.
Desgraciadamente, la fiesta pareció ser demasiada, ya que escuchaba a mi amada devolver todo lo que su inexperto y no acostumbrado inocente cuerpo había bebido.
Entré para ayudarla, estaba muy complicada, nunca la había visto tan pasada de tragos. No me molestaba, si lo pasó bien me parecía perfecto. Lo que sí no podía dar por olvidado, era el puto morbo y desesperación por saber si había pasado algo indebido con tal sujeto.
Todo me decía que era imposible, que ella jamás sería capaz de hacer algo así. Pero de cierta manera muy desviada e irracional, comenzaba a desear con lujuria morbosa que sí hubiese ocurrido algo entre ellos.
Despertó algo en mí… algo que jamás había sentido… daba miedo de solo insinuarlo en mi cabeza… simplemente no podía controlarme.
Una vez que mi pequeña ya no tenía nada más que devolver, la envolví con mis brazos por su detrás y la guié hasta nuestro lecho. Aproveché de acariciar su antojable figura, que en tal vestido se resaltaba aún más.
Todavía podía oler el aroma del perfume en su cuello, que se intensificaba con el embriagador alcohol de su boca. Juntos, enturbiaban mis sentidos y provocaban arder mi virilidad.
Antes de que se desplomara sobre la cama, bajé lentamente la cremallera de su vestido, exponiendo su delicada espalda y le quité su sujetador de suave tela. Me llevé ambos pasando por sus calzoncitos, para bajar todo a través de sus suaves piernas.
La desnudé en un instante y la acomodé sobre nuestro nido. Antes de abrigarla, le quité los zapatos y con culposo morbo, le dejé puestas sus medias: había algo exquisito en verla usando eso y nada más... absolutamente nada más que esas eróticas medias.
La revisé, olí y exploré de pies a cabeza como una animal en desenfrenado celo. Abrí su boca, probé sus senos, separé sus piernas, exploré su vagina y su culo: no quedó orificio ni rincón alguno de su delicado cuerpo sin inspeccionar.
Busqué hasta la más mínima muestra de pecaminosa fechoría, pero nada encontré. Incluso revisé sus calzones, en especial en la zona donde descansó su vagina, pero además de haberse orinado un poquito, no había nada inusual en ellos.
Poco a poco la locura se calmaba y ya podía descartar la morbosa fantasía de que hubiera sido de otro... cierta decepción descabellada me invadió. Pero no podía perder tan malévola y asquerosa oportunidad.
Aprovechándome todavía más de su vulnerable estado, separé sus piernas y contemplé en plenitud su delicioso sexo. Moría, realmente moría por devorarme su vagina. Comencé a lamer suavemente sus íntimos labios mientras ella estaba prácticamente inconsciente, para luego comenzar a introducir delicadamente mi lengua en su pequeña entrada femenina. No reaccionaba, estaba completamente ida la pobre, por lo que me di un malvado, extenso, calmado y apasionado gusto devorándome su sexo y saboreando deleitosamente su íntimo néctar.
Desgraciadamente para mi malévolo crimen, mi pequeña tuvo que salir corriendo nuevamente al sanitario, para continuar devolviendo el alcohol que había bebido. Por lo que no me quedó más que encargarme de cuidarla y de asegurarme de que no fuera a lastimarse.
Para cuando ya quedaban pocas horas de noche, me rogó que la contuviera en un cálido abrazo y durmiéramos apegados como cada vez que se sentía vulnerable. Lo hice enternecido y encantado.
Al día siguiente la resaca tenía destruida a mi pobre, por lo que solo la dejé descansar. Fui por nuestro pequeño a casa de mis padres y nuestra rutina de fin de semana comenzaba una vez más. En mi cabeza revivía una y otra vez la dichosa fotografía, trayendo consigo las desviadas fantasías.
No quise hacerle ni la más mínima pregunta a mi amada sobre la noche anterior, por más que la curiosidad y morbo me corrían por dentro. Sabía que incluso el menor cuestionamiento provocaría que no quisiera volver a salir por su cuenta.
En lo que a mí respectaba: la pasó muy bien y solo se le pasó un poco la mano con los tragos… nada más. Aun así, como un desquiciado revisé las fotografías de esa noche, tanto las de su teléfono como las subidas por sus compañeros a las redes.
Rogaba, realmente rogaba encontrar algo oculto, algún detalle difícil de descifrar a simple vista, que mantuviera encendidas mis asquerosas fantasías de infidelidad… pero nada encontré.
Los días pasaron. Buscaba motivar a mi amada en la cama con pasión y ternura, pero la mayoría de mis intentos fracasaban… como era lo normal. Deseaba tanto poder hacerla sentir más ganas y motivación, deseaba con todo mi ser que en lugar de ser yo el único que se esforzaba y buscaba maneras de mantener vivas nuestras pasiones, fuera ella también que en lujurioso desenfreno desatara todas su sexualidad sobre mí. Pero al parecer eso jamás pasaría.
La promesa de ir con un profesional y tomar cartas en el asunto nunca se cumplió y las esporádicas excusas de sexo marital pudoroso que me brindaba, no estaban siendo suficientes.
Nuestra vida sexual era igual que una estrella fugaz: majestuosa y mágica de vivir y presenciar… pero demasiada incierta como improbable de volver a ver. Solo había un par de días en su ciclo femenino en el que mostraba levemente mayor interés, solo un par de días. El resto del tiempo sufría en la interminable espera.
En mi desesperación, volví a consumir pornografía y a recurrir a la “autosatisfacción” para calmar mis ansias... como en mi más lejana adolescencia. Pero poco a poco dejaban de surtir efecto en mí, por lo que el material que consumía se volvía cada vez más fuerte y turbio. La única que podía satisfacer en realidad mis ansias y saciar mis deseos carnales, era mi pequeña.
Las cosas comenzaron a enturbiarse más todavía una mañana de en el trabajo, cuando noté el extraño y disimulado coqueteo de la chica nueva de la oficina de la empresa para la cual trabajo.
Vamos a ver. No quiero pecar de algo que no soy ni pretender serlo: No soy un adonis, pero me gusta cuidarme y en mi humilde y honesta opinión creo... CREO, que no estoy tan mal.
Nunca fui bueno describiéndome y no estoy seguro de que sea necesario, pero resumidamente puedo decir que mido uno ochenta, tengo rasgos caucásicos y reiterar que según algunos comentarios a lo largo de mi vida, soy de relativo “buen ver”.
La cosa es que recibir los elogios y esas discretas miraditas por parte de la jovencita nueva de la oficina, comenzaron a alterarme de cierta manera.
En el pasado, siempre tuve más que claro que jamás engañaría a mi amada. Pero ahora, más loco que cuerdo, fantaseaba con una absurda situación en el que quedaba completamente a solas con la nueva… y la verdad, ya no estaba tan seguro de mi acérrima convicción sobre mi fidelidad.
Comencé a buscar casos parecidos al mío por el internet, cierta tranquilidad efímera me proporcionó el saber que no era el único. Había innumerables parejas ahí afuera pasando por situaciones similares e incluso mucho peores.
Una tarde de soledad, mi amada había llevado a nuestro pequeño de visita con sus tías, yo había preferido quedarme. Un inesperado mensaje en uno de los foros que frecuentaba en búsqueda de ayuda me sorprendió. Se trataba de un mayor que me brindaba su total apoyo y me aseguraba de que todo por lo que estaba atravesando era superable.
No sé si habrá sido mi desesperación o lo vulnerable que me sentía en ese momento, pero agradecí sus palabras y desde ese día entablamos una inocente y respetuosa amistad a la corta distancia.
Poco a poco nos fuimos integrando más y comenzamos a volvernos más íntimos. Era innegable su sabiduría, brindándome tranquilidad con sus palabras y consejos. Me iba abriendo con él y cada vez me sentía más en confianza, al punto de atreverme a confesar detalles cada vez más íntimos y privados de mi caso.
Al poco tiempo, me confesó que él mismo había pasado por una situación similar en su primer y único matrimonio... situación que no terminó bien para él. Pero se quedó con grandes y valiosas experiencias, y con los años fue aprendiendo a convivir y a relacionarse con mujeres de personalidad similar a la de mi Catalina.
Los días continuaron y cada vez nos comunicábamos más.
Noche de copas a solas en la compu. El escribir siempre me trajo calma, entretenimiento, distracción y placer. Por lo que recurría a ello cuando necesitaba despejarme o sufría algún arrebato artístico. Nunca fui un excelente escritor... ni de cerca, y tenía más que asumido que jamás sería una profesión para mí. Pero nada de eso me importaba: lo hacía, lo disfrutaba, punto.
Mi mente ya estaba demasiado embriagada en alcohol y lujuria, unas incontenibles ganas por asaltar a mi pequeña durmiendo en nuestra cama me invadieron… pero no hubiera podido lidiar con un segundo rechazo en un mismo día.
Ya pasaba de la medianoche, cuando en una última revisión al foro y a las redes sociales me encontré con un mensaje de Leónidas, el mayor antes mencionado con el que había comenzado a compartir mis penurias.
Me preguntó cómo estaba y cómo iban las cosas con mi Catita, y si es que había mejorado algo mi lamentable y humillante situación. No quise darle mayores detalles, pero le dejaba más que claro que esa no había sido mi noche tampoco.
—¿Sabes?… me gustaría poder ser capaz de ayudarte más en profundidad. Son jovencitos, estoy seguro de que todavía pueden trabajarlo. —me escribió.
No pude evitar responder en completa incredulidad: —No tienes idea de cuanto me gustaría creer eso.
—Yo feliz de poder guiarlos y entregarles mis consejos… o intentarlo al menos. Pero tendría que inmiscuirme demasiado, sé que tu hermosa mujercita jamás aceptaría algo así y tampoco creo que sea de tu agrado que este viejo se esté metiendo en su vida privada y en cosas relacionadas con su intimidad de pareja.
Le había tomado tanto apreció a Léo y sus sabios consejos entregados los días anteriores me habían ayudado en demasía para lidiar con mis frustraciones. Así que se estaba convirtiendo en alguien de mucha importancia para mí.
—No quiero que lo malinterpretes, pero la verdad es que no tendría mayor inconveniente con que te inmiscuyas un poco más en nuestra vida privada… siempre y cuanto quede entre nosotros, claro está. Tampoco tendría problemas en darte detalles más privados. Has sido de mucha ayuda para mí este último tiempo. —le respondí.
—¿Te parece si hablamos por un medio más activo y mejor que este chat de foro? —titubee un poco antes de responder a tal pregunta.
—Vale… te envío mi número. —le escribí de vuelta queriendo poder confiar en él, pero con un leve miedo… hoy en día no se puede confiar en nadie y yo estúpidamente estaba abriéndome como un libro ante alguien que nunca había visto. A esto sumarle que con tu número personal y redes sociales pueden sacarte mucha información. O quizás... solo estaba siendo paranoico.
En la “app” de mensajería que usaba en el móvil, llevaba una foto en la que salía orgulloso y feliz junto a mi Catalina. No me había percatado de tal detalle hasta que ya le había enviado mi número al mayor. Mi cabeza entre duda y duda no decidía si eliminar o no dicha fotografía antes de que la viera… ¿Sería muy pronto para mostrarnos? ¿Sería peligroso?
Como sea, el primer mensaje que recibí en mi móvil de parte de él decía: —¡Fua!… ahora me queda más que claro porque sufres tanto por tu compañera. Con todo respeto, es toda una hermosa angelita tierna e inocente. Tiene un “no sé qué” que te cautiva y la vez te enternece… yo también querría contarme las pelotas en tu situación —
—Estoy a punto de ir por un cuchillo y hacerlo de una vez la verdad… —confesé.
Hubo algo en sus halagos hacia mi mujer que no me resultaron desagradables, todo lo contrario. En completa inconsecuencia, me agradaron más de la cuenta sus palabras sobre ella.
Además de mensajearnos a nuestros números privados, me envió sus redes sociales como para que lo conociera y me sintiera más en confianza.
En lo que charlábamos, lo agregue a las redes y aproveché de desatar mi curiosidad. Se trataba de un tipo más cercano a sus cincuentas que a sus cuarentas, pero que se mantenía en una condición realmente envidiable... me hizo desear llegar así a esa edad.
Apuesto y varonil. De piel trigueña, cabello negro de corte juvenil rebajado a los lados y largo arriba. De contextura gruesa/fornida, de espalda grande y brazos anchos... se notaban años de trabajo duro y esfuerzo. Además, algo de levantamiento de peso debía haber ahí, eso era seguro. Parecía ser muy alto... yo no soy bajo, pero definitivamente él era más alto que yo.
Tenía varias fotos provocativas y en trajes de baño ajustados y algo pequeños, lo que me decía que no tenía problemas en mostrarse. Era un maduro que disfrutaba en pleno de su vida de soltero. También resultaba ser un militar en retiro, habiendo servido en el extranjero.
Continuamos charlando, dándole detalles cada vez más íntimos de mi vida en pareja. Este me leía cuidadosamente, brindándome su total atención y comprensión.
Le conté de la difícil infancia de mi pequeña... de lo complejo que había sido para ella convertirse en mamá tan joven a la vez de tener que estudiar... sus primeros pasos en el mundo laboral... la vida en matrimonio… sus interminables e injustificados complejos… su dificultad para socializar.
Le conté detalles más íntimos de su vida y su persona: como el hecho de que sus hermanas mayores y su madre todavía la trataban como una niña pequeña a la que podían mangonear e infantilizar como quisieran.
Como el hecho de que todavía le compraban calzones de niña… sí, de niña chiquita. Con dibujitos y toda la cosa. Ya era extraño que todavía le compraran esas prendas, pero tal infantil selección lo volvía todavía más extraño. Entre varios otros hechos determinantes.
—Ya veo, no solo te interesa que sea más activa sexualmente, necesitas que rompa el cascarón de una vez y deje de vivir bajo el yugo y adoctrinamiento de su familia… o al menos que no sean tan opresoramente influyentes en ella. Puede que el tiempo la vaya liberando, hasta cierto punto es normal en las jovencitas de su edad que se independizan pequeñas, el problema es que tú te estás volviendo loco ahora, necesitas que madure pronto, antes de que termines perdiendo la cabeza por completo —
Prestaba completa atención a cada palabra que me brindaba.
—Si me permites un primer consejo, te diría que la vayas liberando poco a poco de su madre y sus hermanas… no que las abandone ni se enemiste con ellas: son familia y siempre lo serán. Pero sí, podría comenzar a ser ella misma, sin el miedo a lo que le puedan llegar a decir sus controladoras —
—Mi segundo consejo por ahora, sería que dejes de presionarla un poco. Estás vuelto loco por ella y la deseas con todo tu ser. No me malinterpretes, está superbién… es tu esposa. Pero creo que deberías darle su espacio, permitirle extrañarte, permitirle comenzar a sentir cosas por ti otra vez. Actualmente no tiene oportunidad de eso, ya que tú estás al pie del cañón en completa disposición por complacerla al instante. Lo cual repito: está superbién. Pero si quieres un consejo de este viejo... ¡Despégate! Y deja que ella te busque, a su propio ritmo. —
—¿Pero qué pasa si no vuelve a sentir cosas por mí… o deseos por mí? —pregunté preocupado.
—Tranquilo hombre, tu mujer te ama, se nota a leguas. Eres joven y tienes la pasión a flor de piel. Pero créeme, si es que logras mantener tu distancia, verás como ella solita se acerca a ti... y cuando lo haga no la agobies ni la presiones, permítele a ella acercarse y buscarte. Y si ves que está tomando demasiado tiempo hay más cartas que se pueden jugar para traerla de vuelta al buen camino. Así que tranquilo. —
Me costó comprenderlo la verdad, no estaba seguro si podría soportar un solo día sin intentar intimar con mi Catalina. Pero tenía razón, quizás estaba siendo demasiado insistente y ella necesitaba su espacio… su oportunidad de sentir cosas... a su ritmo.
Nos despedimos por esa noche, pero a los pocos minutos me escribe un último mensaje: —Discúlpame el atrevimiento… pero necesitaba felicitarte una vez más. Tu pequeña hembrita, hombre… es realmente… hermosa.
—¿Estás viendo las fotos que he subido? —pregunté curiosamente cautivado.
—No he podido despegarle el ojo un solo instante a sus fotos… ahora entiendo tu lamento… realmente lo entiendo —
No estaba seguro del rumbo que todo esto estaba tomando, pero al parecer me gustaba el que Léo viera fotos de mi Catita… De seguro ya había perdido por completo mi cabeza.
Mi dedo inseguro se arrastraba temblando por la pantalla de mi móvil. Comenzaba a respirar cada vez más aceleradamente mientras buscaba una foto de mi nenita que siempre me encantó. Una de las pocas que tengo de esa manera, ya que a mi Catita con su inconmensurable pudor y timidez no me permitía tomarle fotos así y mucho menos mostrarlas públicamente.
Mi dedo presionó “enviar” casi de manera automática… casi.
En la dichosa fotografía se veía mi mujercita en un completo primer plano. Estaba de pie en una hermosa playa de blanquecina arena y cristalinas olas. Llevaba un hermoso traje de baño... nada provocativo ni atrevido. Muy a su estilo, era uno muy recatado de una pieza y de discreto color verde. De alguna manera difícil de explicar, se veía mucho mejor con ese traje de baño y me resultaba mucho más excitante que cualquier otro atrevido bikini. Creo que realzaba su inocencia y su ternura, tan característicos en mi Catita.
Su oscura melenita levemente ondulada, era cubierta por un sobrero veraniego. Sus grandes y redondos ojitos hermosos por unos lentes oscuros. Sus suaves labios carnosos se los había pintado con un suave y rojizo labial.
Cruzaba sus bracitos en su vientre cohibida y nerviosa, rogándome con la vista que tomara pronto dicha fotografía y que jamás me atreviera a mostrársela a nadie... nunca jamás.
—Eres… tremendamente afortunado —fue lo último que me respondió por esa noche.
El tiempo continuó su raudo paso y el verano ya había llegado con todo. La situación con Catalina continuaba igual que siempre, solo que ahora charlaba sobre ella casi a diario con Léo.
Ese día, un compromiso nos mantendría ocupados toda la tarde. Le celebrarían el cumpleaños a uno de los hijos de la hermana mayor de mi Catalina.
Era uno de esos compromisos que no me hacían muy feliz y que por alguna extraña razón se esperaba mi asistencia sin falta… a pesar de nunca haberme llevado muy bien que digamos con la familia de mi mujer.
Cómo sea, el más emocionado era mi retoño, ya que habría piscina y cuando se trataba de jugar en el agua se convertía prácticamente en un pez.
Lo único que debería considerar mi hijo para sus infantiles planes, era que yo no podría bañarme con él esta vez, ya que había sufrido un leve accidente en el trabajo. Este me dejó un largo corte en mi abdomen y necesitaba que cicatrizara cuanto antes. Por lo que reemplazándome en el agua estaría mi Catalina… no sería igual de alocado ni de extremo que conmigo, pero esta se esforzaría para entretenerlo.
La hora de partir estaba próxima. Yo partiría desde casa con mi pequeño y mi esposa iría directo desde su trabajo, ya que ese viernes tenía que finiquitar varios asuntos en su trabajo y no pudo pedir ni medio día siquiera.
Estaba listo con todo antes de tiempo, no me gustaba quedar de impuntual, mucho menos con la familia de Catalina. Lo único que me faltaba era el discreto traje de baño de mi esposa. Al no haberlo usado hace un buen tiempo, no teníamos muy claro dónde había quedado.
Buscando evitar una discusión innecesaria y un mal rato, partí con tiempo de sobra sin el condenado traje de baño, ya que mejor pasaría a comprar uno nuevo y después de eso nos iríamos al dichoso cumpleaños.
Llevando a mi criatura de la mano, partimos a un centro comercial que quedaba en las cercanías del lugar donde sería la fiesta. Era temporada, así que había trajes de baño y accesorios por doquier.
Ahí me encontraba, en el sector de ropa femenina con mi pequeño valiente acompañándome. Creí que sería mucho más fácil y expedito, pero terminó siendo inexplicablemente complicado e incómodo pasearme por ese lugar. Los habían puesto entre toda la ropa interior, por lo que mi presencia en tal lugar no era muy bien apreciada.
Busqué y busqué por alguno recatado y discreto. Di con el indicado después de muchas vueltas, pero cuando me dirigí a pagarlo, mis ojos fueron encandilados por un hermoso bikini de calipso color. Antes de poder terminar de decirme a mí mismo: “Catalina jamás se pondría algo así”. Por mi mente ya habían pasado decenas de imposibles escenarios donde mi hermosa usaba tales prendas.
No era un hilo dental diminuto ni nada por el estilo, pero tenía cierto provoque que me encantaba. La parte de arriba tenía un escote de corazón y se sujetaba solo con pequeños tirantes adornados con transparentes decoraciones, que daban ilusión de desnudes camino hacia la espalda.
Mientras que para abajo, era un calzón algo ajustado y rebajado en el pubis y glúteos, que estaba seguro de que se introduciría en el voluptuoso trasero de mi mujer. Los tirantes que unían la parte de enfrente con la de atrás, también eran de esas decoraciones transparentes, que dejaban ver completamente al desnudo el camino por sus caderas.
¿Sería capaz de hacerle algo así a mi Catalina? ¿Sería capaz de atreverse a usarlo frente a amistades y familia? ¿Y si se molestaba y terminaba arruinando el día de piscina a mi pequeño?
¡Maldición!… antes de que se hiciera demasiado tarde, salí de allí con ambas prendas en mi poder.
Cuando llegamos, saludamos a los conocidos y buscamos un cómodo lugar. Llegábamos temprano, por lo que alcanzamos quedar cerca de la piscina, bajo un quitasol y cómodos asientos playeros; reservamos uno para la amada mujer de nuestras vidas. Nos pusimos cómodos con mi pequeño, y comencé a ponerle bloqueador en su delicada piel de infante.
Mi cachorro ya estaba impaciente por meterse en el agua, cosa que no podía hacer por su cuenta. Pero gracias al cielo, nunca fue de los que hacen escándalos cuando las cosas no eran como él quería ni cuando él quería. Por lo que solo tomó asientito a esperar a mamá.
A la distancia vimos llegar a la mujer de nuestras vidas, mi pequeño corrió a sus brazos para saludarla y llenarla de besos. Estaba con uniforme de trabajo, el cual se cambiaría en los probadores por la ropa que le había llevado yo. Un tierno y fugaz beso sobre mis labios al saludarme.
No pude evitar titubear ante mi baja fechoría, simulando buscar y buscar entre las cosas que había llevado para ella. ¿Le entregaba ambos y que eligiera ella cuál usar? ¿Le pasaba solo el recatado y me olvidaba de toda la locura? ¿Le pasaba solo el atrevido y dejaba el recatado como plan de escape?
—Estee… aquí está todo lo que me pediste. —le indiqué intentando mantenerme sereno.
En una pequeña bolsa iba algo para sus pies, accesorios para cubrirse del sol, su short de jeans, su camiseta veraniega y oculto entre estas dos últimas prendas… el atrevido traje de baño.
Tomó la dichosa bolsa y partió a los probadores. No pude evitar sentir un horrible sentimiento de arrepentimiento cuando la tomó de mi mano, pero ya no había vuelta atrás.
Con cada paso que daba alejándose de mí, mi pecho retumbaba en nerviosismo.
Se tomó más tiempo del necesario en dicho probador… mucho más. Realmente esperaba que de milagro saliera usando el traje de baño, a pesar de que moría del nerviosismo. Cuando por fin salió, vestía su short y camiseta… me di por muerto.
Su expresión era seria y lentamente volvía hasta nosotros. Cuando llegó a nuestro lado me preguntó avergonzada, seria y a voz baja como para que nadie más escuchara: — ¡¿Y este traje de baño?! —
En mi mente no paraba de repetir: “¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!”…
—Esteee… ¡Amor!… no encontré tu otro traje de baño, así que te compré ese como para salir del apuro —tragué en seco.
—¿Y no había algo más... discreto?... No… no… no puedo usar esto. Se me ve todo —el nerviosismo en su voz era evidente. La culpa me carcomió por dentro.
Mientras buscaba el traje de baño original, me sentía cada vez más resignado y culpable. Mientras que mi pequeño con su inocencia e incapacidad de comprender la situación, invitaba a su madrecita a jugar en el agua. Pudo percibir la incomodidad del momento, pero no podía entender lo que ocurría.
Como toda una leona sacrificada y dedicada a cuidar a su cachorro, mi esposa se puso de pie y comenzó a desabotonar su short… boquiabierto me dejó. Abofeteó todos mis prejuicios y todo lo que conocía de ella.
De golpe y en un solo movimiento lo bajó, como buscando que doliera lo menos posible. Para cuando volví en sí… mi amada estaba mostrando a todos el exhibicionista traje de baño que había elegido para ella.
Desde el momento en que lo vi expuesto en el centro comercial, supe que se vería de maravillas en el cuerpo de mi amada… en ese preciso momento, lo confirmé.
Me pasó su short, su camiseta y tomó de la mano a nuestro leoncito para llevárselo a la piscina que tanto anhelaba esa calurosa tarde.
Fue algo indescriptible todo lo que me provocó el verla tan ligera de ropa y en público. Con la mandíbula golpeando el suelo la deleitaba a la distancia. Su diminuta cintura de avispa se veía espectacular y los detalles transparentes daban ilusión de desnudez. Parecía que solo vestía un pequeño triangulito de género en su pubis y nada más. Diablos, estaba a borde de infarto entre terror y excitación combinados.
Pude notar como se robaba todas las miradas a su alrededor, en especial cuando se fijaban en su delicioso culo, en el que se introducía la parte inferior del calzón. Por más que se lo sacara con sus abochornados deditos, se le volvía a introducir entre sus voluptuosas nalguitas.
Su clara piel se sonrojaba avergonzada por tal momento, pero poco a poco la notaba más tranquila y en confianza… al menos, parecía que momentáneamente se olvidaba de todo el pudor y el miedo mientras jugaba con nuestro retoño.
El tiempo voló y no pude despegarle la mirada ni un solo instante. Mil y una fotos habían quedado guardadas en mi teléfono, fotos que tendría que ocultar bien si quería que sobrevivieran. Mi favorita fue una que tomé en cobarde secreto, cuando se me acercaron por unos juguetes y mi amada sin querer me dio un primer plano de su retaguardia desprotegida y completamente expuesta al agacharse para alcanzar algo.
La hora de comer ya había llegado, la preocupación y miedo en su hermoso rostro se habían reemplazado por una hermosa y cálida sonrisa… me encantó. Casi llegando a mí, fue detenida en su andar por sus dos hermanas mayores y mi suegra. Corrí en su auxilio.
Llegando a ellas, alcancé a escuchar de las venenosas lenguas desenfundadas de las mayores: —¡¿Cómo se te ocurre usar eso?!… ¡Pareces una P…! —
—¡Hermosa!... ¡¿Verdad?! —intervine antes de que pudieran terminar dicha palabra. Envolví a mi Catalina en un abrazo y besé su sien. —Vamos a comer mi amor… nuestro peque ya debe de estar hambriento con todo lo que jugaron en el agua —
La cara de culo y la mirada de odio en mis cuñadas y suegra fueron descomunales, pero no permitiría que me la continuaran hundiendo en su miseria. Ya no más humillarla, ya no más atormentarla.
Se veía de maravillas realmente, algo revelador... sí, lo admito. Pero esas mujeres estaban locas, no se justificaba que me la trataran así. Hubiese creído tanto escándalo si se hubiese tratado de un hilo como calzón, topless para arriba dejando sus senos al aire o algo así. Pero no era nada de eso.
Saqué de esa situación a mi esposa: tan innecesaria, tan injustificada, tan tóxica. Además, ella ya se lo había tomado con normalidad el usarlo y yo como esposo no tenía ningún problema, todo lo contrario. ¡¿Por qué debían venir ellas a hacérmela sentir tan mal?!
Desgraciadamente mi pequeña ya había puesto esa carita, esa carita que yo ya conocía muy bien, esa que ponía cada vez que esas mujeres desgraciaban su vida y la hacían sentir tan mal con sigo misma.
Pero esta vez en lugar de bloquearse, apocarse, cerrarse y hacerse bolita como normalmente hacía en estas situaciones... buscó mi pecho en cobijo y refugio. Se lo cedí completamente en un profundo abrazo.
La saqué de ahí ignorando completamente a las tóxicas, que se quedaron ladrando a nuestra espalda.
—¿No me veo mal... verdad? —me preguntó avergonzada sin despegar su rostro de mi pecho, humedeciéndolo con sus tristes lágrimas.
—Te ves preciosa mi amor, no tienes nada de que avergonzarte. No estás mostrando demás, no estás haciendo nada malo —besé su mollera.
—Por fin estaba sintiéndome tan… bonita… y ellas… siempre… ellas… —su voz se entrecortaba cada vez más.
—¡Hey, hey, hey!… mi amor, tranquilita. De verdad que no vale la pena sentirte mal en este momento. Lo último que debes hacer ahora es mostrarles que lograron salirse con la suya. Sécate ese rostro y muéstralo orgullosa y niégales el placer de verte triste. Porque siempre has sido la más hermosa… pero hoy más que nunca brillas por tu propia cuenta, como un sol —
Diablos… realmente estoy locamente enamorado de mi mujer.
Nos quedamos un tiempo más en el cumpleaños. Mi amada, siguiendo mi consejo, no les brindó el placer a nadie de que la vieran mal. Continuó usando su hermoso bikini al volver a juguetear con nuestro pequeño en el agua.
Cuando ya comenzó a enfriar y a nuestro cachorro se le acabaron sus baterías pidiendo su siesta para recargarlas, partimos a casa.
Con mi mujer como copiloto, no podía parar de acariciar su suave muslo, imaginándola en sus ricas prendas veraniegas de baño.
Una vez en casa, les preparé la bañera con rica agua entre caliente y templada. Ingresaron detrás de mí para prepararse para su baño. Tan maternal como siempre, mi amada desvistió a nuestro bebé y después se desvistió ella, ingresando con mucho cuidado en la bañera. La afirmé con ambas manos desde su pequeña cintura asegurándome de que no fuera a caer.
Sus tiernos senos, sus pequeños pezoncitos, su vientre escultural, su pubis levemente poblado, sus nalgas voluptuosas y dotadas. No había rincón en su cuerpo que no me desquiciara de placer y excitación.
Nada brinda mayor tranquilidad a un padre, que una buena madre para su hijo. Cálida, protectora, sacrificada. Y mi Catita era todo eso y más… su faceta maternal siempre me encantó.
Tal escenario era mágico y completamente natural... sin malicia alguna que lo contaminara. Ver a mi pequeño siendo aseado por las manos de su madrecita conmovía mi corazón y me reafirmaba el haber hecho una buena elección a la hora de elegir con quien sentar cabeza.
Pero una vez que el ver el cuerpo de mi mujer completamente al desnudo comenzó a despertar “esos” instintos en mí, preferí salir de ahí y brindarles privacidad. No sin antes darle una última mirada a mi mujercita y tomar sus ropas usadas dejadas en el piso.
Antes de echar la prendas a lavar, tomé el hermoso y húmedo bikini. Estaba completamente fuera de control, casi como un animal. Sin poder controlarme, olfatee la zona de este en la que se posó la intimidad de mi mujer. Estaba completamente embriagado del suave, excitante e íntimo perfume femenino de su cosita. En ese momento hubiera vendido mi alma al Diablo por una probada de su vagina.
Después de comer, ambos cayeron rendidos juntos en nuestro lecho. Normalmente, prefería que mi pequeño durmiera en su habitación, en su propia camita. Pero por esa noche hice una excepción y les permití dormir juntos.
Yo me quedé en la computadora, compartiendo con Léo hasta el último detalle de tal día. Nuestra conversación comenzaba a tomar matices más íntimas y atrevidas. Concediéndole completa libertad de morbosear a mi mujer.
El mayor estaba completamente enloquecido por ella al igual que yo. Su juventud, su inocencia, su pudor, su ternura y su maravilloso cuerpo que envolvía todo su ser… nos tenía al borde de la demencia más lasciva.
Comencé a enviarle una a una las fotografías que le tomé a escondidas. Comentábamos todas y cada una de ellas, encendiendo nuestra lujuria de forma progresiva. Finalicé con la del primer plano de su culito, Léo casi explotó.
—Mira como me tiene tu Catita… —me envió una foto de su verga.
No podía creer lo dotado que era el maldito afortunado de Léo. No le bastaba con ser todo un adonis, fornido y de juventud eterna. También tenía que tener un tremendo miembro masculino... grueso, venoso y con un glande voluptuoso y cabezón.
No pude controlar mi desviada mente que comenzó a ser bombardeada por nuevas siniestras fantasías. Imaginaba a mi mujercita a merced del maduro, recibiendo salvajemente y de todas las maneras posibles su virilidad imponente.
Estaba al borde de eyacular, solamente imaginándome tal miembro ingresando en el pequeño orificio femenino de mi Catita, completamente lubricado y empapado en sus fluidos, dilatado a más no poder y con tal glande atravesando hasta su diminuto cérvix.
Comenzó a comentarme todas las salvajes cosas que le haría a mi pobre jovencita. Entre ambos comenzamos a barajar fantasiosos y delirantes escenarios en el que hacíamos todo lo posible por convertir esa desviada fantasía en realidad.
Para finalizar, un corto video del mayor me dejó boquiabierto. Mostraba la foto del culito de mi esposa y otra foto que había impreso de su carita. Su mano estimulaba frenéticamente su descomunal verga, hasta terminar con una abundante y espesa eyaculación. La carita de mi mujer impresa en la hoja quedó empapada y cubierta por completo con la profusa y blanquecina semilla del semental, que gemía extasiado mientras adoraba la imagen de mi amada.
Literal, tremendo miembro viril, eyaculó como un caballo.
Solo terminó diciéndome: —Voy para allá.. viajo a tu ciudad el próximo mes —
Mi cabeza se remeció vacía y desvanecida. Me sentí al borde del desmayo...
❬Si llegaste hasta este punto, espero de todo corazón que toda esta locura haya provocado algo en ti. Mi correo está completamente dispuesto para recibir cualquier pregunta, comentario, crítica o lo que sea que te venga a la mente. Estoy barajando todavía la posibilidad de subir la continuación ¿Te parece que debería continuar?… Saludos.❭
https://todorelatos.com/relato/227475/
Autor: Habitacionroja
Desesperado por desahogo, acudo a esta página para compartirles mis últimas vivencias. Vivencias que sacudieron por completo toda mi realidad, al punto alterar todo lo que consideraba normal en mi matrimonio.
De antemano me disculpo por cualquier error o detalle en la escritura, a pesar de haber disfrutado mucho escribiendo todas estas locuras, nunca fui muy bueno escribiendo y más de alguna equivocación pude haber cometido. Además, me disculpo también por lo extenso que terminó resultando… pero realmente fue casi como una terapia el plasmar todo esto en palabras y tenía mucho que sacarme del pecho.
Llegado el momento, sé que tendré que dar muchas explicaciones por las bajas e indebidas experiencias que narraré a continuación. Experiencias que carcomen mi conciencia y me ahogan en culpa, pero que, aun sabiendo que me garantizarán un pase directo al infierno: no me arrepiento de nada.
Me casé prematuramente con una maravillosa jovencita, mi Catalina. Nos conocimos cuando ella tenía apenas trece años y yo diecisiete.
Todo fue avanzando tan rápidamente, que hoy, algo más reflexivo y paciente… me cuesta creer todo lo acontecido entre nosotros en tan poco tiempo.
Ella con diecisiete y yo con veintiuno nos comprometíamos ante la ley uniendo nuestras vidas en matrimonio. Y al año siguiente, ya estábamos esperando por una criatura que se gestaba en su vientre.
Sabíamos que no fue el mejor de los comienzos para nosotros, ni el más cuerdo o correcto. Aún vivíamos en casa de mis padres y éramos solo un par de mocosos que ni todavía terminaban sus estudios, pero que ya jugaban a ser una pareja seria y consolidada.
Pero a pesar de esto y del mundo que nos gritaba a diario que estábamos haciendo todo mal y apresuradamente, no nos desmotivamos y continuamos construyendo nuestro lecho.
Las cosas no salieron tan mal para nosotros considerando el cómo arrancamos. Hoy en día, después de seis años como pareja, ya hemos conseguido grandes cosas que para el común de los jóvenes se les complica mucho más: a cambio de haber realizado grandes sacrificios, claro está.
Ya podíamos despedirnos de la casa de mis padres e irnos a vivir a un modesto pero cálido y tranquilo apartamento, ideal para una joven familia. Mi amada con sus veintitrés añitos, se licenciaba en tiempo récord de enfermera y yo me forjaba en mi trabajo. Había tenido que abandonar momentáneamente mis estudios en pos de proveer a mi familia, pero estaba seguro de que en un futuro cercano podría retomarlos.
Todo parecía ir de maravillas, funcionábamos muy bien como pareja y a pesar de la inexperiencia e inmadurez, sacábamos adelante nuestro prematuro hogar. Pero claro, no todo puede ser color de rosas en esta vida.
Comenzaba a crecer en mí cierto descontento e insatisfacción en cuanto a nuestra intimidad en la cama. En un comienzo, no parecía ser un factor determinante a la hora de ser feliz con mi Catalina… en especial, considerando sus conflictos sobre el tema. Pero a medida que pasaba el tiempo, necesitaba más y más de una vida sexual activa y variada: cosa que no encontraba en ella.
Diversas y complejas vivencias hicieron de mi esposa una mujer muy sumisa, tímida, recatada y de muy baja libido. No quiero sumergirme demasiado en tales acontecimientos tan complejos para ella, más allá de comentarles que fueron tremendamente difíciles de superar. Además, mi pequeña esposa había sido criada bajo un régimen de moral y fanatismo religioso. Pero en fin, nunca la juzgué ni nada por el estilo, solo me dediqué a acompañarla y apoyarla.
A todas estas oscuras vivencias, debía sumarle la maternidad, la cual tampoco fue una experiencia fácil para ella. Provocó grandes cambios en su vida y en su persona, siendo tan joven.
Todas estas aristas hicieron mella en la personalidad y confianza de mi amada. Tremendamente injusto, ya que siempre fue una gran persona, además de una hermosa y tierna chica.
Nunca me atreví a reclamar ni en lo más mínimo lo abandonado que me tenía en cuanto a nuestra vida sexual. Incluso, la comprendía a la perfección y la amaba por sobre todo. Pero esto no acallaba ni calmaba mi lasciva libido que se desbordaba cada día más, llevándome lentamente hasta el borde donde la cordura se encuentra con la locura.
Una nueva promesa por buscar ayuda y trabajar su situación, junto a una monótona, recatada y breve noche de pasión marital... lograban calmar mis ansias momentáneamente y acallar mi cabeza. Pero en la interminable espera en que se repitiera nuevamente, caía nuevamente en mi locura y desesperación.
Las semanas pasaban y pasaban, y mi frustración solo crecía. Sufría, realmente sufría por compartir mi vida con la mujer de mis sueños y no poder desarrollar una vida sexual plena con ella.
Cada día desvariaba más y mi imaginación era colapsada por las más pervertidas fantasías, todas tenían como foco principal a mi amada, en las más descabelladas y perversas situaciones sexuales.
En mi turbada mente, mi Catita se convertía en toda una puta sedienta por placer masculino. Incluso, en lo más profundo y privado de mi ser, siempre fue ella el centro de mi completo interés.
La miraba de reojo mientras se cambiaba ropa y entraba al baño mientras ella se duchaba rogando por ver un poco de su carne. Mi Catalina comenzaba su práctica en un centro médico y cada vez que la veía vistiendo su uniforme de enfermera… ¡Maldición! me dejaba sin aliento.
Su cuerpo de metro sesenta y cinco, no había perdido su delicada y femenina figura. Aún conservaba el mismo aspecto de su tierna adolescencia: Delgadita... muy delgadita y frágil. Pero con los años comenzó a desarrollarse en las partes indicadas.
Sus senos quedaron tiernamente pequeños pero formaditos y con el tamaño idóneo para su figura y mi deseo. Mientras que su trasero... ¡Dios mío! ese culazo. Robaba más miradas que nunca por la calle al igual que mi aliento.
Su vientre plano, como si su cuerpo no acumulara un solo gramo de grasa y su cintura fina y diminuta como de avispa.
Su piel clara, tersa y suave como seda, que contrastaba a la perfección con su cabello oscuro como noche sin luna. Siempre lo llevó de corta melena, que de manera natural se le ondulaba levemente, pero que de vez en cuando se la alisaba.
Su fisonomía era definida y delicada. De respingada y pequeña nariz; labios suaves y tiernamente carnuditos; y unos ojazos grandes y redondos que siempre reflejaban su característica ternura e inocencia.
Me frustraba de sobremanera compartir el lecho con semejante bomboncito y no poder disfrutarlo como era debido.
Una tarde, mi amada se vestía para una fiesta de fin de año del centro médico en el que realizaba su práctica como enfermera. No le correspondía asistir, ya que solo era para trabajadores de planta. Pero se había desenvuelto tan bien en sus labores, que a pesar de ser practicante su jefe hizo una excepción y le permitió asistir.
Dicha fiesta era solo para trabajadores, así que yo no podría acompañarla, por lo que no me quedaba más que ir a dejarla y buscarla una vez que esta terminara.
Mi mujercita nunca fue de fiestas ni nada parecido, pero se sintió tan comprometida, que no le quedó de otra que ir, casi obligada.
Iba de aquí para allá por todo nuestro hogar, buscando su ropa, vistiéndose, maquillándose, peinándose. Me encantó verla tan preocupada de su aspecto y con cierta vergüenza debía admitir que no podía quitarle el ojo de encima. La miraba sin que se diese cuenta, deleitando cada centímetro de su cuerpo.
El vestido que se había comprado para la ocasión le quedaba de maravillas. Era azul oscuro y le llegaba a medio muslo... ajustado arriba y levemente acampanado abajo. ¡Maravilloso!
Se puso unas oscuras y transparentes medias con encaje en el borde superior, borde elástico que las mantenía apegadas a sus piernas. Llegaban estas hasta sus muslos, ocultándose bajo su vestido. Se compró también un discreto y recatado conjunto de ropa interior, de esos hechos para que no se marquen a través del vestido.
Su calzoncito se introducía levemente entre sus nalguitas. Me estaba volviendo loco, sufriendo en silencio. Se sintió demasiado provocativa… no le gustó. Pero la tranquilicé mientras analizábamos juntos su reflejo en el espejo.
Se maquilló discretamente con suaves colores y terminó con un juvenil perfume que se impregnó en su pecho. Se veía deliciosa, realmente deseaba poder acompañarla y estar junto a ella toda la noche... pero no sería posible.
La fui a dejar, la pobre estaba muy nerviosa intentando coordinar el encuentro con sus colegas. Dicha fiesta era en el centro de la ciudad, donde se aglomeraba toda la bohemia nocturna. Un gran centro de eventos se alzaba y se llenaba de todos los trabajadores de la salud del sector público. Entre todos ellos estaría mi pequeña, con su tímido y apocado ser.
Un pequeño y discreto beso de despedida se impregnó en mis labios, el que me los dejó pintados levemente de suave coral. Partió a su fiesta mi dulzura.
Me gustaba verla desenvolverse en la carrera que había elegido ejercer, pero disfrutaba mucho más verla desenvolverse socialmente entre amigos y colegas. Por más a regañadientes y obligada que hubiera ido, estaba seguro de que le haría bien el salir de casa y compartir con más gente.
A mi pequeño hijo lo habíamos dejado con sus abuelos, ya que no podía dejarlo solito y lo más probable era que tuviera que ir demasiado tarde a por Catalina: por lo que creímos que dejarlo dormir en casa de mis padres sería lo mejor.
Llegué a nuestro hogar, primera vez que tenía todo el espacio para mí solo durante la noche. No recordaba la última vez que me había sentido tan cómodo y tranquilo. Unas pelis para distraer la mente en la comodidad del lecho con sábanas recién cambiadas y con el cuerpo aseado en profundidad.
Esperaba con ansias a mi amada, para poder deleitarla un poco más en tan hermosas prendas, con la esperanza ilusa de que llegara quizás algo desatada y juguetoncita.
Sin darme cuenta, ya pasaban de las once de la noche. Recordé las palabras de Catalina: "A más tardar me vendré como a las doce mi amor... para que estés atento en ir a buscarme, por favor". Por lo que me dispuse a esperar su mensaje, el que me indicaría que debía ponerme en marcha.
Ya pasaba de la media noche y aún seguía sin recibir noticias suyas. Cuando el palito corto estaba más cerca del uno que del doce, le escribí un mensaje para asegurarme de que se encontrara bien.
—“¿Todo bien?” —fue lo único que le pregunté y nada más, no quería parecer un controlador ni arruinarle la fiesta.
No me respondió, no pude evitar preocuparme un poco. Mi lado sobreprotector comenzaba a asomar su cara, pero tampoco quise llamarla, siendo que simplemente podría estar pasándolo bien sin haberse percatado de la hora y nada más.
Casi a las dos de la madrugada, me escribió: "Lo siente... n No había viste le hora, pero duerme tranquilo mi amor porque me van a ir a dejar". No pude evitar preguntarme... ¡¿Qué diablos estaba pasando?!
Ese comportamiento no era para nada común en ella, ni siquiera el equivocarse tanto al escribir. Pero ni modo, solo le pedí encarecidamente que se cuidara y que me llamara ante cualquier inconveniente. Me respondió con besos y con unas cuantas fotos de ella junto a sus colegas.
No podía despegar la vista de la pantalla de mi teléfono, completamente absorto en las fotos de mi mujer. En todas estas salía con una sonrisa de oreja a oreja, me encantaba verla tan feliz y jovial. Pero hubo una fotografía en particular que me descolocó demasiado.
En dicha fotografía se veía junto a un hombre mayor, de unos cuarenta años aproximadamente. Supuse yo que se trataba del doctor que hacía de su jefe, basándome en las descripciones que me había dado de él en conversaciones pasadas.
Cualquiera que hubiera visto tal foto, hubiera dicho que no había nada de extraño en ella ni mucho menos sospechoso... más allá de un cercano momento entre compañeros de trabajo. Pero yo que conocía muy bien a mi pequeña, me di cuenta de inmediato que algo no era normal: La mano del mayor se posaba con confianza y atrevimiento sobre la cintura de mi mujer.
No me malinterpreten, no pensaba hacer una escena con tan poca cosa como un desquiciado e inseguro celópata, no fue eso lo que alteró mi calma. Era solo que conocía hace tantos años a mi Catalina y jamás, pero ¡Jamás!, ella había permitido que otro hombre hiciera contacto físico con ella… ni el más mínimo siquiera, de ninguna manera posible.
Sé que suena exagerado, pero mi pequeña era realmente muy esquiva y poco receptiva. Restringía incluso hasta el más mínimo contacto y muestra de afecto por parte de cualquiera. Definitivamente ahí pasaba algo… ¿O sería que ya me había vuelto completamente loco?
No podía conciliar el sueño, di vueltas sobre la cama una y otra vez... pero nada de dormir. Volví a poner una película intentando relajarme, pero no hubo caso. Mi atención y mi calma fueron completamente arrebatadas por la dichosa foto y las más turbias y siniestras fantasías comenzaron a gestarse en mi mente, una vez más.
Mi sentido común gritaba: “Es solo una foto, nada del otro mundo... no hay nada sospechoso ocurriendo... si hubiera algo indebido jamás te hubiese enviado una fotografía de aquello... Catalina jamás sería capaz de hacer algo así… es solo tu imaginación alterada por tu insatisfacción y frustraciones”. Pero mi locura no se calmaba.
Me estaba volviendo loco en la cama: La incertidumbre, los celos, la inseguridad. Poco a poco ciertas fantasías tomaban más fuerza, comenzando a convertirse en delirios. Delirios de traición, delirios de mi mujer en brazos de ese hombre, delirios indebidos y lascivos con mi mujer y ese desconocido como actores principales. Pero en lugar de rabia o molestia por tal escenario, un extraño y desconocido calor se apoderaba de mí. Dicho calor era tremendamente desviado y culposo, pero a la vez se sentía muy excitante.
Todavía sin comprender la desviada situación, una enorme erección se acrecentaba bajo las sábanas de mi cama. Debía estar completamente fuera de toda mi cordura... enloquecido... me... me... ¿Me gustaba imaginar a mi esposa a merced de ese sujeto?
Siempre creí que la imaginación es nuestro lugar más íntimo, privado y personal. Donde todo estaba permitido sin el miedo a prejuicios ni a críticas. Pero esto estaba a otra escala. No sabía cómo sentirme al respecto ni cómo lidiar con todo esto, solo sabía que bastaba la más ligera estimulación en mí como para hacerme acabar en la más intensa e incontrolable eyaculación.
Nunca antes había sentido tal cosa... en toda mi vida.
Ya pasaban de las cuatro y mi locura no se había reducido ni un poco siquiera. Un auto se detuvo en uno de los estacionamientos para los visitantes. Me levanté de un salto en completa demencia para ver por la ventana si es que se trataba de ellos. Necesitaba ver si se trataba de mi mujercita, necesitaba ver como se despedían, como se trataban, cómo era la química entre ellos, si es que habían o no miradas de complicidad.
Efectivamente, me la venían a dejar a casa. No se me dificultaba escucharlos con lo silente que era esa noche, solo los grillos acompañaban sus risas y sus pasos. Catalina se colgaba del brazo de su jefe, su andar estaba entorpecido y dificultado al igual que su hablar. Risas bulliciosas y bromas soltaban sin parar.
Cuando ingresaron al edificio, los perdí completamente de vista. Corrí descalzo entre la oscuridad y me acerqué hasta la puerta de nuestro humilde hogar: no demasiado como para que me descubrieran al abrirla, pero sí lo suficiente como para lograr escuchar su despedida.
Pisadas comenzaban a sonar a la distancia, venían desde fuera en dirección al ascensor. El característico sonido de las llaves de Catalina se comenzaba a escuchar. Mi corazón golpeaba ridículamente fuerte en mi pecho y en mi cabeza. Me sentía al borde del infarto, mientras que mi respiración se aceleraba fuera de control.
Para cuando las llaves comenzaron a ingresar con dificultad en la ranura, un tierno y dificultado: “¡Adiós jefe!”. Le oí decir a mi amada, seguido por un corto y fugaz beso de despedida. ¿Mi Catalina despidiéndose de beso?... ¿Habrá sido en la mejilla? ¿En la boca? ¿Se habrán acariciado o tocado? ¡Maldita sea!, la incertidumbre rasgaba lentamente la poca cordura que me quedaba.
Mi esposa entró a nuestro hogar, apoyaba su andar con los sofás y las paredes para no caer. Yo me escabullí furtivamente entre la oscuridad hasta llegar a nuestra habitación, la alfombra silenció mis fríos pies descalzos.
Con dificultad llegó hasta el baño donde ingresó a hacer uso de este en total privacidad. Yo me desplacé oculto y silente entre la oscuridad para apegar mi oído en la puerta de este.
Desgraciadamente, la fiesta pareció ser demasiada, ya que escuchaba a mi amada devolver todo lo que su inexperto y no acostumbrado inocente cuerpo había bebido.
Entré para ayudarla, estaba muy complicada, nunca la había visto tan pasada de tragos. No me molestaba, si lo pasó bien me parecía perfecto. Lo que sí no podía dar por olvidado, era el puto morbo y desesperación por saber si había pasado algo indebido con tal sujeto.
Todo me decía que era imposible, que ella jamás sería capaz de hacer algo así. Pero de cierta manera muy desviada e irracional, comenzaba a desear con lujuria morbosa que sí hubiese ocurrido algo entre ellos.
Despertó algo en mí… algo que jamás había sentido… daba miedo de solo insinuarlo en mi cabeza… simplemente no podía controlarme.
Una vez que mi pequeña ya no tenía nada más que devolver, la envolví con mis brazos por su detrás y la guié hasta nuestro lecho. Aproveché de acariciar su antojable figura, que en tal vestido se resaltaba aún más.
Todavía podía oler el aroma del perfume en su cuello, que se intensificaba con el embriagador alcohol de su boca. Juntos, enturbiaban mis sentidos y provocaban arder mi virilidad.
Antes de que se desplomara sobre la cama, bajé lentamente la cremallera de su vestido, exponiendo su delicada espalda y le quité su sujetador de suave tela. Me llevé ambos pasando por sus calzoncitos, para bajar todo a través de sus suaves piernas.
La desnudé en un instante y la acomodé sobre nuestro nido. Antes de abrigarla, le quité los zapatos y con culposo morbo, le dejé puestas sus medias: había algo exquisito en verla usando eso y nada más... absolutamente nada más que esas eróticas medias.
La revisé, olí y exploré de pies a cabeza como una animal en desenfrenado celo. Abrí su boca, probé sus senos, separé sus piernas, exploré su vagina y su culo: no quedó orificio ni rincón alguno de su delicado cuerpo sin inspeccionar.
Busqué hasta la más mínima muestra de pecaminosa fechoría, pero nada encontré. Incluso revisé sus calzones, en especial en la zona donde descansó su vagina, pero además de haberse orinado un poquito, no había nada inusual en ellos.
Poco a poco la locura se calmaba y ya podía descartar la morbosa fantasía de que hubiera sido de otro... cierta decepción descabellada me invadió. Pero no podía perder tan malévola y asquerosa oportunidad.
Aprovechándome todavía más de su vulnerable estado, separé sus piernas y contemplé en plenitud su delicioso sexo. Moría, realmente moría por devorarme su vagina. Comencé a lamer suavemente sus íntimos labios mientras ella estaba prácticamente inconsciente, para luego comenzar a introducir delicadamente mi lengua en su pequeña entrada femenina. No reaccionaba, estaba completamente ida la pobre, por lo que me di un malvado, extenso, calmado y apasionado gusto devorándome su sexo y saboreando deleitosamente su íntimo néctar.
Desgraciadamente para mi malévolo crimen, mi pequeña tuvo que salir corriendo nuevamente al sanitario, para continuar devolviendo el alcohol que había bebido. Por lo que no me quedó más que encargarme de cuidarla y de asegurarme de que no fuera a lastimarse.
Para cuando ya quedaban pocas horas de noche, me rogó que la contuviera en un cálido abrazo y durmiéramos apegados como cada vez que se sentía vulnerable. Lo hice enternecido y encantado.
Al día siguiente la resaca tenía destruida a mi pobre, por lo que solo la dejé descansar. Fui por nuestro pequeño a casa de mis padres y nuestra rutina de fin de semana comenzaba una vez más. En mi cabeza revivía una y otra vez la dichosa fotografía, trayendo consigo las desviadas fantasías.
No quise hacerle ni la más mínima pregunta a mi amada sobre la noche anterior, por más que la curiosidad y morbo me corrían por dentro. Sabía que incluso el menor cuestionamiento provocaría que no quisiera volver a salir por su cuenta.
En lo que a mí respectaba: la pasó muy bien y solo se le pasó un poco la mano con los tragos… nada más. Aun así, como un desquiciado revisé las fotografías de esa noche, tanto las de su teléfono como las subidas por sus compañeros a las redes.
Rogaba, realmente rogaba encontrar algo oculto, algún detalle difícil de descifrar a simple vista, que mantuviera encendidas mis asquerosas fantasías de infidelidad… pero nada encontré.
Los días pasaron. Buscaba motivar a mi amada en la cama con pasión y ternura, pero la mayoría de mis intentos fracasaban… como era lo normal. Deseaba tanto poder hacerla sentir más ganas y motivación, deseaba con todo mi ser que en lugar de ser yo el único que se esforzaba y buscaba maneras de mantener vivas nuestras pasiones, fuera ella también que en lujurioso desenfreno desatara todas su sexualidad sobre mí. Pero al parecer eso jamás pasaría.
La promesa de ir con un profesional y tomar cartas en el asunto nunca se cumplió y las esporádicas excusas de sexo marital pudoroso que me brindaba, no estaban siendo suficientes.
Nuestra vida sexual era igual que una estrella fugaz: majestuosa y mágica de vivir y presenciar… pero demasiada incierta como improbable de volver a ver. Solo había un par de días en su ciclo femenino en el que mostraba levemente mayor interés, solo un par de días. El resto del tiempo sufría en la interminable espera.
En mi desesperación, volví a consumir pornografía y a recurrir a la “autosatisfacción” para calmar mis ansias... como en mi más lejana adolescencia. Pero poco a poco dejaban de surtir efecto en mí, por lo que el material que consumía se volvía cada vez más fuerte y turbio. La única que podía satisfacer en realidad mis ansias y saciar mis deseos carnales, era mi pequeña.
Las cosas comenzaron a enturbiarse más todavía una mañana de en el trabajo, cuando noté el extraño y disimulado coqueteo de la chica nueva de la oficina de la empresa para la cual trabajo.
Vamos a ver. No quiero pecar de algo que no soy ni pretender serlo: No soy un adonis, pero me gusta cuidarme y en mi humilde y honesta opinión creo... CREO, que no estoy tan mal.
Nunca fui bueno describiéndome y no estoy seguro de que sea necesario, pero resumidamente puedo decir que mido uno ochenta, tengo rasgos caucásicos y reiterar que según algunos comentarios a lo largo de mi vida, soy de relativo “buen ver”.
La cosa es que recibir los elogios y esas discretas miraditas por parte de la jovencita nueva de la oficina, comenzaron a alterarme de cierta manera.
En el pasado, siempre tuve más que claro que jamás engañaría a mi amada. Pero ahora, más loco que cuerdo, fantaseaba con una absurda situación en el que quedaba completamente a solas con la nueva… y la verdad, ya no estaba tan seguro de mi acérrima convicción sobre mi fidelidad.
Comencé a buscar casos parecidos al mío por el internet, cierta tranquilidad efímera me proporcionó el saber que no era el único. Había innumerables parejas ahí afuera pasando por situaciones similares e incluso mucho peores.
Una tarde de soledad, mi amada había llevado a nuestro pequeño de visita con sus tías, yo había preferido quedarme. Un inesperado mensaje en uno de los foros que frecuentaba en búsqueda de ayuda me sorprendió. Se trataba de un mayor que me brindaba su total apoyo y me aseguraba de que todo por lo que estaba atravesando era superable.
No sé si habrá sido mi desesperación o lo vulnerable que me sentía en ese momento, pero agradecí sus palabras y desde ese día entablamos una inocente y respetuosa amistad a la corta distancia.
Poco a poco nos fuimos integrando más y comenzamos a volvernos más íntimos. Era innegable su sabiduría, brindándome tranquilidad con sus palabras y consejos. Me iba abriendo con él y cada vez me sentía más en confianza, al punto de atreverme a confesar detalles cada vez más íntimos y privados de mi caso.
Al poco tiempo, me confesó que él mismo había pasado por una situación similar en su primer y único matrimonio... situación que no terminó bien para él. Pero se quedó con grandes y valiosas experiencias, y con los años fue aprendiendo a convivir y a relacionarse con mujeres de personalidad similar a la de mi Catalina.
Los días continuaron y cada vez nos comunicábamos más.
Noche de copas a solas en la compu. El escribir siempre me trajo calma, entretenimiento, distracción y placer. Por lo que recurría a ello cuando necesitaba despejarme o sufría algún arrebato artístico. Nunca fui un excelente escritor... ni de cerca, y tenía más que asumido que jamás sería una profesión para mí. Pero nada de eso me importaba: lo hacía, lo disfrutaba, punto.
Mi mente ya estaba demasiado embriagada en alcohol y lujuria, unas incontenibles ganas por asaltar a mi pequeña durmiendo en nuestra cama me invadieron… pero no hubiera podido lidiar con un segundo rechazo en un mismo día.
Ya pasaba de la medianoche, cuando en una última revisión al foro y a las redes sociales me encontré con un mensaje de Leónidas, el mayor antes mencionado con el que había comenzado a compartir mis penurias.
Me preguntó cómo estaba y cómo iban las cosas con mi Catita, y si es que había mejorado algo mi lamentable y humillante situación. No quise darle mayores detalles, pero le dejaba más que claro que esa no había sido mi noche tampoco.
—¿Sabes?… me gustaría poder ser capaz de ayudarte más en profundidad. Son jovencitos, estoy seguro de que todavía pueden trabajarlo. —me escribió.
No pude evitar responder en completa incredulidad: —No tienes idea de cuanto me gustaría creer eso.
—Yo feliz de poder guiarlos y entregarles mis consejos… o intentarlo al menos. Pero tendría que inmiscuirme demasiado, sé que tu hermosa mujercita jamás aceptaría algo así y tampoco creo que sea de tu agrado que este viejo se esté metiendo en su vida privada y en cosas relacionadas con su intimidad de pareja.
Le había tomado tanto apreció a Léo y sus sabios consejos entregados los días anteriores me habían ayudado en demasía para lidiar con mis frustraciones. Así que se estaba convirtiendo en alguien de mucha importancia para mí.
—No quiero que lo malinterpretes, pero la verdad es que no tendría mayor inconveniente con que te inmiscuyas un poco más en nuestra vida privada… siempre y cuanto quede entre nosotros, claro está. Tampoco tendría problemas en darte detalles más privados. Has sido de mucha ayuda para mí este último tiempo. —le respondí.
—¿Te parece si hablamos por un medio más activo y mejor que este chat de foro? —titubee un poco antes de responder a tal pregunta.
—Vale… te envío mi número. —le escribí de vuelta queriendo poder confiar en él, pero con un leve miedo… hoy en día no se puede confiar en nadie y yo estúpidamente estaba abriéndome como un libro ante alguien que nunca había visto. A esto sumarle que con tu número personal y redes sociales pueden sacarte mucha información. O quizás... solo estaba siendo paranoico.
En la “app” de mensajería que usaba en el móvil, llevaba una foto en la que salía orgulloso y feliz junto a mi Catalina. No me había percatado de tal detalle hasta que ya le había enviado mi número al mayor. Mi cabeza entre duda y duda no decidía si eliminar o no dicha fotografía antes de que la viera… ¿Sería muy pronto para mostrarnos? ¿Sería peligroso?
Como sea, el primer mensaje que recibí en mi móvil de parte de él decía: —¡Fua!… ahora me queda más que claro porque sufres tanto por tu compañera. Con todo respeto, es toda una hermosa angelita tierna e inocente. Tiene un “no sé qué” que te cautiva y la vez te enternece… yo también querría contarme las pelotas en tu situación —
—Estoy a punto de ir por un cuchillo y hacerlo de una vez la verdad… —confesé.
Hubo algo en sus halagos hacia mi mujer que no me resultaron desagradables, todo lo contrario. En completa inconsecuencia, me agradaron más de la cuenta sus palabras sobre ella.
Además de mensajearnos a nuestros números privados, me envió sus redes sociales como para que lo conociera y me sintiera más en confianza.
En lo que charlábamos, lo agregue a las redes y aproveché de desatar mi curiosidad. Se trataba de un tipo más cercano a sus cincuentas que a sus cuarentas, pero que se mantenía en una condición realmente envidiable... me hizo desear llegar así a esa edad.
Apuesto y varonil. De piel trigueña, cabello negro de corte juvenil rebajado a los lados y largo arriba. De contextura gruesa/fornida, de espalda grande y brazos anchos... se notaban años de trabajo duro y esfuerzo. Además, algo de levantamiento de peso debía haber ahí, eso era seguro. Parecía ser muy alto... yo no soy bajo, pero definitivamente él era más alto que yo.
Tenía varias fotos provocativas y en trajes de baño ajustados y algo pequeños, lo que me decía que no tenía problemas en mostrarse. Era un maduro que disfrutaba en pleno de su vida de soltero. También resultaba ser un militar en retiro, habiendo servido en el extranjero.
Continuamos charlando, dándole detalles cada vez más íntimos de mi vida en pareja. Este me leía cuidadosamente, brindándome su total atención y comprensión.
Le conté de la difícil infancia de mi pequeña... de lo complejo que había sido para ella convertirse en mamá tan joven a la vez de tener que estudiar... sus primeros pasos en el mundo laboral... la vida en matrimonio… sus interminables e injustificados complejos… su dificultad para socializar.
Le conté detalles más íntimos de su vida y su persona: como el hecho de que sus hermanas mayores y su madre todavía la trataban como una niña pequeña a la que podían mangonear e infantilizar como quisieran.
Como el hecho de que todavía le compraban calzones de niña… sí, de niña chiquita. Con dibujitos y toda la cosa. Ya era extraño que todavía le compraran esas prendas, pero tal infantil selección lo volvía todavía más extraño. Entre varios otros hechos determinantes.
—Ya veo, no solo te interesa que sea más activa sexualmente, necesitas que rompa el cascarón de una vez y deje de vivir bajo el yugo y adoctrinamiento de su familia… o al menos que no sean tan opresoramente influyentes en ella. Puede que el tiempo la vaya liberando, hasta cierto punto es normal en las jovencitas de su edad que se independizan pequeñas, el problema es que tú te estás volviendo loco ahora, necesitas que madure pronto, antes de que termines perdiendo la cabeza por completo —
Prestaba completa atención a cada palabra que me brindaba.
—Si me permites un primer consejo, te diría que la vayas liberando poco a poco de su madre y sus hermanas… no que las abandone ni se enemiste con ellas: son familia y siempre lo serán. Pero sí, podría comenzar a ser ella misma, sin el miedo a lo que le puedan llegar a decir sus controladoras —
—Mi segundo consejo por ahora, sería que dejes de presionarla un poco. Estás vuelto loco por ella y la deseas con todo tu ser. No me malinterpretes, está superbién… es tu esposa. Pero creo que deberías darle su espacio, permitirle extrañarte, permitirle comenzar a sentir cosas por ti otra vez. Actualmente no tiene oportunidad de eso, ya que tú estás al pie del cañón en completa disposición por complacerla al instante. Lo cual repito: está superbién. Pero si quieres un consejo de este viejo... ¡Despégate! Y deja que ella te busque, a su propio ritmo. —
—¿Pero qué pasa si no vuelve a sentir cosas por mí… o deseos por mí? —pregunté preocupado.
—Tranquilo hombre, tu mujer te ama, se nota a leguas. Eres joven y tienes la pasión a flor de piel. Pero créeme, si es que logras mantener tu distancia, verás como ella solita se acerca a ti... y cuando lo haga no la agobies ni la presiones, permítele a ella acercarse y buscarte. Y si ves que está tomando demasiado tiempo hay más cartas que se pueden jugar para traerla de vuelta al buen camino. Así que tranquilo. —
Me costó comprenderlo la verdad, no estaba seguro si podría soportar un solo día sin intentar intimar con mi Catalina. Pero tenía razón, quizás estaba siendo demasiado insistente y ella necesitaba su espacio… su oportunidad de sentir cosas... a su ritmo.
Nos despedimos por esa noche, pero a los pocos minutos me escribe un último mensaje: —Discúlpame el atrevimiento… pero necesitaba felicitarte una vez más. Tu pequeña hembrita, hombre… es realmente… hermosa.
—¿Estás viendo las fotos que he subido? —pregunté curiosamente cautivado.
—No he podido despegarle el ojo un solo instante a sus fotos… ahora entiendo tu lamento… realmente lo entiendo —
No estaba seguro del rumbo que todo esto estaba tomando, pero al parecer me gustaba el que Léo viera fotos de mi Catita… De seguro ya había perdido por completo mi cabeza.
Mi dedo inseguro se arrastraba temblando por la pantalla de mi móvil. Comenzaba a respirar cada vez más aceleradamente mientras buscaba una foto de mi nenita que siempre me encantó. Una de las pocas que tengo de esa manera, ya que a mi Catita con su inconmensurable pudor y timidez no me permitía tomarle fotos así y mucho menos mostrarlas públicamente.
Mi dedo presionó “enviar” casi de manera automática… casi.
En la dichosa fotografía se veía mi mujercita en un completo primer plano. Estaba de pie en una hermosa playa de blanquecina arena y cristalinas olas. Llevaba un hermoso traje de baño... nada provocativo ni atrevido. Muy a su estilo, era uno muy recatado de una pieza y de discreto color verde. De alguna manera difícil de explicar, se veía mucho mejor con ese traje de baño y me resultaba mucho más excitante que cualquier otro atrevido bikini. Creo que realzaba su inocencia y su ternura, tan característicos en mi Catita.
Su oscura melenita levemente ondulada, era cubierta por un sobrero veraniego. Sus grandes y redondos ojitos hermosos por unos lentes oscuros. Sus suaves labios carnosos se los había pintado con un suave y rojizo labial.
Cruzaba sus bracitos en su vientre cohibida y nerviosa, rogándome con la vista que tomara pronto dicha fotografía y que jamás me atreviera a mostrársela a nadie... nunca jamás.
—Eres… tremendamente afortunado —fue lo último que me respondió por esa noche.
El tiempo continuó su raudo paso y el verano ya había llegado con todo. La situación con Catalina continuaba igual que siempre, solo que ahora charlaba sobre ella casi a diario con Léo.
Ese día, un compromiso nos mantendría ocupados toda la tarde. Le celebrarían el cumpleaños a uno de los hijos de la hermana mayor de mi Catalina.
Era uno de esos compromisos que no me hacían muy feliz y que por alguna extraña razón se esperaba mi asistencia sin falta… a pesar de nunca haberme llevado muy bien que digamos con la familia de mi mujer.
Cómo sea, el más emocionado era mi retoño, ya que habría piscina y cuando se trataba de jugar en el agua se convertía prácticamente en un pez.
Lo único que debería considerar mi hijo para sus infantiles planes, era que yo no podría bañarme con él esta vez, ya que había sufrido un leve accidente en el trabajo. Este me dejó un largo corte en mi abdomen y necesitaba que cicatrizara cuanto antes. Por lo que reemplazándome en el agua estaría mi Catalina… no sería igual de alocado ni de extremo que conmigo, pero esta se esforzaría para entretenerlo.
La hora de partir estaba próxima. Yo partiría desde casa con mi pequeño y mi esposa iría directo desde su trabajo, ya que ese viernes tenía que finiquitar varios asuntos en su trabajo y no pudo pedir ni medio día siquiera.
Estaba listo con todo antes de tiempo, no me gustaba quedar de impuntual, mucho menos con la familia de Catalina. Lo único que me faltaba era el discreto traje de baño de mi esposa. Al no haberlo usado hace un buen tiempo, no teníamos muy claro dónde había quedado.
Buscando evitar una discusión innecesaria y un mal rato, partí con tiempo de sobra sin el condenado traje de baño, ya que mejor pasaría a comprar uno nuevo y después de eso nos iríamos al dichoso cumpleaños.
Llevando a mi criatura de la mano, partimos a un centro comercial que quedaba en las cercanías del lugar donde sería la fiesta. Era temporada, así que había trajes de baño y accesorios por doquier.
Ahí me encontraba, en el sector de ropa femenina con mi pequeño valiente acompañándome. Creí que sería mucho más fácil y expedito, pero terminó siendo inexplicablemente complicado e incómodo pasearme por ese lugar. Los habían puesto entre toda la ropa interior, por lo que mi presencia en tal lugar no era muy bien apreciada.
Busqué y busqué por alguno recatado y discreto. Di con el indicado después de muchas vueltas, pero cuando me dirigí a pagarlo, mis ojos fueron encandilados por un hermoso bikini de calipso color. Antes de poder terminar de decirme a mí mismo: “Catalina jamás se pondría algo así”. Por mi mente ya habían pasado decenas de imposibles escenarios donde mi hermosa usaba tales prendas.
No era un hilo dental diminuto ni nada por el estilo, pero tenía cierto provoque que me encantaba. La parte de arriba tenía un escote de corazón y se sujetaba solo con pequeños tirantes adornados con transparentes decoraciones, que daban ilusión de desnudes camino hacia la espalda.
Mientras que para abajo, era un calzón algo ajustado y rebajado en el pubis y glúteos, que estaba seguro de que se introduciría en el voluptuoso trasero de mi mujer. Los tirantes que unían la parte de enfrente con la de atrás, también eran de esas decoraciones transparentes, que dejaban ver completamente al desnudo el camino por sus caderas.
¿Sería capaz de hacerle algo así a mi Catalina? ¿Sería capaz de atreverse a usarlo frente a amistades y familia? ¿Y si se molestaba y terminaba arruinando el día de piscina a mi pequeño?
¡Maldición!… antes de que se hiciera demasiado tarde, salí de allí con ambas prendas en mi poder.
Cuando llegamos, saludamos a los conocidos y buscamos un cómodo lugar. Llegábamos temprano, por lo que alcanzamos quedar cerca de la piscina, bajo un quitasol y cómodos asientos playeros; reservamos uno para la amada mujer de nuestras vidas. Nos pusimos cómodos con mi pequeño, y comencé a ponerle bloqueador en su delicada piel de infante.
Mi cachorro ya estaba impaciente por meterse en el agua, cosa que no podía hacer por su cuenta. Pero gracias al cielo, nunca fue de los que hacen escándalos cuando las cosas no eran como él quería ni cuando él quería. Por lo que solo tomó asientito a esperar a mamá.
A la distancia vimos llegar a la mujer de nuestras vidas, mi pequeño corrió a sus brazos para saludarla y llenarla de besos. Estaba con uniforme de trabajo, el cual se cambiaría en los probadores por la ropa que le había llevado yo. Un tierno y fugaz beso sobre mis labios al saludarme.
No pude evitar titubear ante mi baja fechoría, simulando buscar y buscar entre las cosas que había llevado para ella. ¿Le entregaba ambos y que eligiera ella cuál usar? ¿Le pasaba solo el recatado y me olvidaba de toda la locura? ¿Le pasaba solo el atrevido y dejaba el recatado como plan de escape?
—Estee… aquí está todo lo que me pediste. —le indiqué intentando mantenerme sereno.
En una pequeña bolsa iba algo para sus pies, accesorios para cubrirse del sol, su short de jeans, su camiseta veraniega y oculto entre estas dos últimas prendas… el atrevido traje de baño.
Tomó la dichosa bolsa y partió a los probadores. No pude evitar sentir un horrible sentimiento de arrepentimiento cuando la tomó de mi mano, pero ya no había vuelta atrás.
Con cada paso que daba alejándose de mí, mi pecho retumbaba en nerviosismo.
Se tomó más tiempo del necesario en dicho probador… mucho más. Realmente esperaba que de milagro saliera usando el traje de baño, a pesar de que moría del nerviosismo. Cuando por fin salió, vestía su short y camiseta… me di por muerto.
Su expresión era seria y lentamente volvía hasta nosotros. Cuando llegó a nuestro lado me preguntó avergonzada, seria y a voz baja como para que nadie más escuchara: — ¡¿Y este traje de baño?! —
En mi mente no paraba de repetir: “¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!”…
—Esteee… ¡Amor!… no encontré tu otro traje de baño, así que te compré ese como para salir del apuro —tragué en seco.
—¿Y no había algo más... discreto?... No… no… no puedo usar esto. Se me ve todo —el nerviosismo en su voz era evidente. La culpa me carcomió por dentro.
Mientras buscaba el traje de baño original, me sentía cada vez más resignado y culpable. Mientras que mi pequeño con su inocencia e incapacidad de comprender la situación, invitaba a su madrecita a jugar en el agua. Pudo percibir la incomodidad del momento, pero no podía entender lo que ocurría.
Como toda una leona sacrificada y dedicada a cuidar a su cachorro, mi esposa se puso de pie y comenzó a desabotonar su short… boquiabierto me dejó. Abofeteó todos mis prejuicios y todo lo que conocía de ella.
De golpe y en un solo movimiento lo bajó, como buscando que doliera lo menos posible. Para cuando volví en sí… mi amada estaba mostrando a todos el exhibicionista traje de baño que había elegido para ella.
Desde el momento en que lo vi expuesto en el centro comercial, supe que se vería de maravillas en el cuerpo de mi amada… en ese preciso momento, lo confirmé.
Me pasó su short, su camiseta y tomó de la mano a nuestro leoncito para llevárselo a la piscina que tanto anhelaba esa calurosa tarde.
Fue algo indescriptible todo lo que me provocó el verla tan ligera de ropa y en público. Con la mandíbula golpeando el suelo la deleitaba a la distancia. Su diminuta cintura de avispa se veía espectacular y los detalles transparentes daban ilusión de desnudez. Parecía que solo vestía un pequeño triangulito de género en su pubis y nada más. Diablos, estaba a borde de infarto entre terror y excitación combinados.
Pude notar como se robaba todas las miradas a su alrededor, en especial cuando se fijaban en su delicioso culo, en el que se introducía la parte inferior del calzón. Por más que se lo sacara con sus abochornados deditos, se le volvía a introducir entre sus voluptuosas nalguitas.
Su clara piel se sonrojaba avergonzada por tal momento, pero poco a poco la notaba más tranquila y en confianza… al menos, parecía que momentáneamente se olvidaba de todo el pudor y el miedo mientras jugaba con nuestro retoño.
El tiempo voló y no pude despegarle la mirada ni un solo instante. Mil y una fotos habían quedado guardadas en mi teléfono, fotos que tendría que ocultar bien si quería que sobrevivieran. Mi favorita fue una que tomé en cobarde secreto, cuando se me acercaron por unos juguetes y mi amada sin querer me dio un primer plano de su retaguardia desprotegida y completamente expuesta al agacharse para alcanzar algo.
La hora de comer ya había llegado, la preocupación y miedo en su hermoso rostro se habían reemplazado por una hermosa y cálida sonrisa… me encantó. Casi llegando a mí, fue detenida en su andar por sus dos hermanas mayores y mi suegra. Corrí en su auxilio.
Llegando a ellas, alcancé a escuchar de las venenosas lenguas desenfundadas de las mayores: —¡¿Cómo se te ocurre usar eso?!… ¡Pareces una P…! —
—¡Hermosa!... ¡¿Verdad?! —intervine antes de que pudieran terminar dicha palabra. Envolví a mi Catalina en un abrazo y besé su sien. —Vamos a comer mi amor… nuestro peque ya debe de estar hambriento con todo lo que jugaron en el agua —
La cara de culo y la mirada de odio en mis cuñadas y suegra fueron descomunales, pero no permitiría que me la continuaran hundiendo en su miseria. Ya no más humillarla, ya no más atormentarla.
Se veía de maravillas realmente, algo revelador... sí, lo admito. Pero esas mujeres estaban locas, no se justificaba que me la trataran así. Hubiese creído tanto escándalo si se hubiese tratado de un hilo como calzón, topless para arriba dejando sus senos al aire o algo así. Pero no era nada de eso.
Saqué de esa situación a mi esposa: tan innecesaria, tan injustificada, tan tóxica. Además, ella ya se lo había tomado con normalidad el usarlo y yo como esposo no tenía ningún problema, todo lo contrario. ¡¿Por qué debían venir ellas a hacérmela sentir tan mal?!
Desgraciadamente mi pequeña ya había puesto esa carita, esa carita que yo ya conocía muy bien, esa que ponía cada vez que esas mujeres desgraciaban su vida y la hacían sentir tan mal con sigo misma.
Pero esta vez en lugar de bloquearse, apocarse, cerrarse y hacerse bolita como normalmente hacía en estas situaciones... buscó mi pecho en cobijo y refugio. Se lo cedí completamente en un profundo abrazo.
La saqué de ahí ignorando completamente a las tóxicas, que se quedaron ladrando a nuestra espalda.
—¿No me veo mal... verdad? —me preguntó avergonzada sin despegar su rostro de mi pecho, humedeciéndolo con sus tristes lágrimas.
—Te ves preciosa mi amor, no tienes nada de que avergonzarte. No estás mostrando demás, no estás haciendo nada malo —besé su mollera.
—Por fin estaba sintiéndome tan… bonita… y ellas… siempre… ellas… —su voz se entrecortaba cada vez más.
—¡Hey, hey, hey!… mi amor, tranquilita. De verdad que no vale la pena sentirte mal en este momento. Lo último que debes hacer ahora es mostrarles que lograron salirse con la suya. Sécate ese rostro y muéstralo orgullosa y niégales el placer de verte triste. Porque siempre has sido la más hermosa… pero hoy más que nunca brillas por tu propia cuenta, como un sol —
Diablos… realmente estoy locamente enamorado de mi mujer.
Nos quedamos un tiempo más en el cumpleaños. Mi amada, siguiendo mi consejo, no les brindó el placer a nadie de que la vieran mal. Continuó usando su hermoso bikini al volver a juguetear con nuestro pequeño en el agua.
Cuando ya comenzó a enfriar y a nuestro cachorro se le acabaron sus baterías pidiendo su siesta para recargarlas, partimos a casa.
Con mi mujer como copiloto, no podía parar de acariciar su suave muslo, imaginándola en sus ricas prendas veraniegas de baño.
Una vez en casa, les preparé la bañera con rica agua entre caliente y templada. Ingresaron detrás de mí para prepararse para su baño. Tan maternal como siempre, mi amada desvistió a nuestro bebé y después se desvistió ella, ingresando con mucho cuidado en la bañera. La afirmé con ambas manos desde su pequeña cintura asegurándome de que no fuera a caer.
Sus tiernos senos, sus pequeños pezoncitos, su vientre escultural, su pubis levemente poblado, sus nalgas voluptuosas y dotadas. No había rincón en su cuerpo que no me desquiciara de placer y excitación.
Nada brinda mayor tranquilidad a un padre, que una buena madre para su hijo. Cálida, protectora, sacrificada. Y mi Catita era todo eso y más… su faceta maternal siempre me encantó.
Tal escenario era mágico y completamente natural... sin malicia alguna que lo contaminara. Ver a mi pequeño siendo aseado por las manos de su madrecita conmovía mi corazón y me reafirmaba el haber hecho una buena elección a la hora de elegir con quien sentar cabeza.
Pero una vez que el ver el cuerpo de mi mujer completamente al desnudo comenzó a despertar “esos” instintos en mí, preferí salir de ahí y brindarles privacidad. No sin antes darle una última mirada a mi mujercita y tomar sus ropas usadas dejadas en el piso.
Antes de echar la prendas a lavar, tomé el hermoso y húmedo bikini. Estaba completamente fuera de control, casi como un animal. Sin poder controlarme, olfatee la zona de este en la que se posó la intimidad de mi mujer. Estaba completamente embriagado del suave, excitante e íntimo perfume femenino de su cosita. En ese momento hubiera vendido mi alma al Diablo por una probada de su vagina.
Después de comer, ambos cayeron rendidos juntos en nuestro lecho. Normalmente, prefería que mi pequeño durmiera en su habitación, en su propia camita. Pero por esa noche hice una excepción y les permití dormir juntos.
Yo me quedé en la computadora, compartiendo con Léo hasta el último detalle de tal día. Nuestra conversación comenzaba a tomar matices más íntimas y atrevidas. Concediéndole completa libertad de morbosear a mi mujer.
El mayor estaba completamente enloquecido por ella al igual que yo. Su juventud, su inocencia, su pudor, su ternura y su maravilloso cuerpo que envolvía todo su ser… nos tenía al borde de la demencia más lasciva.
Comencé a enviarle una a una las fotografías que le tomé a escondidas. Comentábamos todas y cada una de ellas, encendiendo nuestra lujuria de forma progresiva. Finalicé con la del primer plano de su culito, Léo casi explotó.
—Mira como me tiene tu Catita… —me envió una foto de su verga.
No podía creer lo dotado que era el maldito afortunado de Léo. No le bastaba con ser todo un adonis, fornido y de juventud eterna. También tenía que tener un tremendo miembro masculino... grueso, venoso y con un glande voluptuoso y cabezón.
No pude controlar mi desviada mente que comenzó a ser bombardeada por nuevas siniestras fantasías. Imaginaba a mi mujercita a merced del maduro, recibiendo salvajemente y de todas las maneras posibles su virilidad imponente.
Estaba al borde de eyacular, solamente imaginándome tal miembro ingresando en el pequeño orificio femenino de mi Catita, completamente lubricado y empapado en sus fluidos, dilatado a más no poder y con tal glande atravesando hasta su diminuto cérvix.
Comenzó a comentarme todas las salvajes cosas que le haría a mi pobre jovencita. Entre ambos comenzamos a barajar fantasiosos y delirantes escenarios en el que hacíamos todo lo posible por convertir esa desviada fantasía en realidad.
Para finalizar, un corto video del mayor me dejó boquiabierto. Mostraba la foto del culito de mi esposa y otra foto que había impreso de su carita. Su mano estimulaba frenéticamente su descomunal verga, hasta terminar con una abundante y espesa eyaculación. La carita de mi mujer impresa en la hoja quedó empapada y cubierta por completo con la profusa y blanquecina semilla del semental, que gemía extasiado mientras adoraba la imagen de mi amada.
Literal, tremendo miembro viril, eyaculó como un caballo.
Solo terminó diciéndome: —Voy para allá.. viajo a tu ciudad el próximo mes —
Mi cabeza se remeció vacía y desvanecida. Me sentí al borde del desmayo...
❬Si llegaste hasta este punto, espero de todo corazón que toda esta locura haya provocado algo en ti. Mi correo está completamente dispuesto para recibir cualquier pregunta, comentario, crítica o lo que sea que te venga a la mente. Estoy barajando todavía la posibilidad de subir la continuación ¿Te parece que debería continuar?… Saludos.❭
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Autor: Habitacionroja
1 comentarios - Entregué a mi joven e inocente mujer a un maduro