You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Una nueva vida

Una de esas noches, arreglamos con... hasta ahora no les dije el nombre de mi amante, ese empleado de limpieza que, a punta de pijazos, puso mi vida patas para arriba. Se llama Pablo... Cómo les decía, arreglamos vernos fuera de la oficina. Aparte de lo que ya les conté, tuvimos un encuentro más, apurado, urgente, y aunque lo disfrutábamos, ambos sentíamos que nos debíamos no solo más tiempo, sino también una mayor tranquilidad, ya que aunque estábamos solos, no dejaba de ser nuestro lugar de trabajo. 
Así que nos encontramos un viernes por la noche, lejos de la oficina, lejos de todo lo que pudiera delatarnos. Era su día de franco, y yo, bueno, no tenía que darle mayores explicaciones a mi señora si llegaba tarde.
Quedamos en un bar discreto, de luces bajas y música suave, ideal para la trampa y el romance. Cuando lo vi entrar, vestido de calle, sin la ropa de trabajo ni los guantes, me sorprendió. Tenía una presencia distinta, más segura, con una camisa ajustada que marcaba su torso y un brillo pícaro en la mirada.
Aunque éramos los dos únicos hombres que estábamos juntos, en obvia actitud de pareja, nadie se fijaba en nosotros, eso me dió mayor seguridad y confianza.
Nos sentamos en un privado y pedimos unas cervezas. Al principio hablamos de cosas normales: de la rutina, de música, de fútbol. Parecíamos dos conocidos intentando romper el hielo, pero bajo la mesa nuestras rodillas se rozaban, nuestras miradas se prolongaban demasiado, y las sonrisas decían más que cualquier palabra.
Yo ya estaba entregado desde el mismo momento en que lo ví llegar. Me reía, lo escuchaba, y al mismo tiempo lo deseaba con una ansiedad casi insoportable. Él se daba cuenta, por supuesto. Por eso en un momento, se inclina hacia mí, y con esa voz grave que me desarma, me dice:
-Vamos a un telo...-
No es una pregunta, sino una proposición. En ese momento se me pasaron por la cabeza todas las mujeres a las que alguna vez les hice la misma propuesta. Y ahora, otro hombre me la estaba haciendo a mí. 
Le dije que sí con la cabeza. Pagamos lo consumido, salimos del bar y caminamos en silencio hasta un hotel discreto, a pocas cuadras. La adrenalina me recorría todo el cuerpo, como si estuviéramos cometiendo un pecado delicioso.
Había estado muchas veces en esa situación, entrando a un albergue transitorio con alguien que no era mi esposa, pero era la primera vez que lo hacía con un hombre. 
En cuanto la puerta de la habitación se cerró, me empujó contra la pared y me besó con ansia, con desesperación, como si esos pocos días que pasaron desde la última vez que estuvimos juntos, hubiesen sido interminables.
No hubo formalidades, solo deseo contenido explotando de golpe. Sus manos me recorrieron el cuerpo, me desabrochó la camisa y me mordió el cuello, arrancándome un gemido.
Caímos sobre la cama sin dejar de besarnos. Esta vez no había apuro, pero sí una intensidad distinta. Quería conocerlo más, quería probarlo de todas las formas posibles. Le quité la ropa prenda por prenda, admirando cada músculo, cada cicatriz en su piel. Cuando lo tuve desnudo frente a mí, lo devoré con la mirada, con las manos, con la boca.
Entonces, entre besos, chupones y lamidas, me dijo algo, que yo también venía deseando, necesitando.
-Esta noche quiero hacerte el amor, sin nada que nos impida sentirnos plenamente...- 
Obviamente se refería a que quería hacerlo sin protección. 
-Yo también lo deseo, mi amor...- acepté sin dudarlo, tras lo cuál me besó con una pasión desbordante.
Se recostó de espaldas y me invitó a subir sobre él. Me agarró de la cintura, como tantas veces había sujetado yo a una mujer, en esa misma situación, y me bajó despacio sobre su erección. Cerré los ojos, dejándome llenar por completo, sintiendo otra vez esa mezcla de dolor y placer de la que ya empezaba a volverme adicto.
-Mirame- me ordenó, recio, viril, mientras yo me movía sobre él, lento al principio, luego con más ritmo, ensartándome toda su pija en el culo.
El espejo en la pared reflejaba la escena: yo cabalgando sobre su cuerpo, su torso brillante de sudor, sus manos sosteniendo mis caderas, obligándome a acelerar. El sonido de nuestros gemidos y de nuestros cuerpos chocando, llenaba la habitación.
El placer me desbordaba, cada embestida me hacía estremecer. Lo besé con desesperación, mordiendo sus labios, gimiendo contra su boca. Mi cuerpo se arqueaba, mientras mi erección se agitaba entre nosotros, frotándose contra su abdomen.
En un momento me tuve que frenar, ya que no estaba acostumbrado a montar a un hombre, y las piernas ya me estaban reclamando un descanso, así que él me agarra de los muslos, y empieza a penetrarme con fuerza desde abajo, moviéndose con una potencia que me hizo gritar su nombre. La cama crujía bajo nuestro peso, el aire estaba cargado de sexo, de sudor, de pasión animal.
Nunca había deseado a nadie, como en ese momento deseaba a Pablo...
Cuando sentí que iba a acabar, no me pude contener. Grité, descargando sobre su pecho mientras seguía cabalgándolo, dejándome destrozar por dentro. Segundos después, él embistió con violencia, me clavó de golpe y se derramó dentro de mí, apretándome contra él con un gruñido gutural, excitado.
Quedamos jadeando, pegados, temblando. Mi cuerpo aún vibraba mientras su semen caliente se diluía en mi interior. Nos miramos, sudorosos, con una sonrisa cómplice. No había culpa, ni dudas.
Me tumbé a su lado, entre agitados suspiros, disfrutando por primera vez esa sensación de sentirme plenamente cogido.
-¿Podés quedarte hasta tarde?- me preguntó, poniéndose de lado y acariciándome.
-Todo el tiempo que quieras- le respondí.
Después de aquella experiencia, no sentía ningún deseo, ninguna necesidad de volver a casa.
Su mano, que estaba en mi pecho, baja hasta mi vientre, me agarra la pija y me pajea. Se me puso dura al toque, goteando todavía algunos restos de semen. Se inclina, me la chupa, y ahora es él quién se sube encima mío, montándome.
Lo que sentí al penetrarlo, fue lo mejor que sentí en mucho tiempo, mejor que con cualquier mujer que haya estado. Ese calor, esa estrechez, esa humedad, me enloquecía. 
Yo también lo cogí fuerte, casi con violencia, hasta que acabé dentro suyo. ¿Hacia cuánto que no me echaba dos polvos seguidos? Creo que desde mi adolescencia. Y ahí estaba, gozando con Pablo como no había gozado en toda mi vida.
Luego del sexo, nos quedamos acostados, juntos, besándonos, deseando que esa noche no terminase nunca.
Mientras volvía a casa en el taxi, iba pensando en como sería vivir con otro hombre, dormir con él, despertar a su lado, hacer el amor al acostarnos o al levantarnos. 
No recuerdo la última vez que disfruté de un mañanero, con mi señora no se me antojaba, pero sabía que de dormir con Pablo, no me aguantaría las ganas de coger al abrir apenas los ojos.
No sabía cómo pretendía seguir Pablo con lo nuestro, pero yo ya sentía que no podía estar mucho tiempo sin estar a su lado.

4 comentarios - Una nueva vida

putitamarica
Ay qué rico Qué rico te cogió Pablo tú también quisiera que me cogiera así igual tengo novia pero te entiendo esa sensación de que no importa quieres seguir